Capítulo 12. El corazón y la herida
Entonces el sirio, sin querer armar más nudos, soltó un profundo y pesado suspiro. —Está bien, Auditore, ¿Qué deseas saber? — Cubrió sus ojos con el interior del antebrazo, sintiendo que abriría de nuevo aquella herida que intentaba mantener sellada que si bien ni siquiera había cerrado, pero procuraba no recordarla y menos contarla a nadie porque sabía que sacaría el lado más doloroso de su ser.
—Quiero saber... por qué estás tan triste. Quiero saber eso... solamente eso. Entiendo que no quieras contármelo, porque te recordará a muchas cosas negativas. A mí me cuesta no recordar...
... Su mente, y su corazón, estaban llenos de sufrimiento y negatividad también.
—... Es por eso que a veces lloro, y mi llanto lo escondo en el desespero y enojo. Me es inevitable de vez en cuando, y es por eso que... intento centrar mis ideas en otras cosas. Mantenerme ocupado; pero quiero saber qué es lo que te entristece a ti. Te he visto. Estas últimas semanas. Te he visto al borde de las lágrimas, oculto. Te he visto succionando tus propios labios y mirando al cielo, como si buscaras una respuesta, súplica, algo...
Y era en esos momentos, en los que dudaba en si subir a consolarlo, a mirarlo, o simplemente observarlo de lejos y no molestarlo.
—...Quiero ayudarte tanto como pueda, Altaïr. Nunca separarme de ti. Estoy dispuesto a dejar muchas cosas de lado, evitar mirar cosas, evitar todo lo que pueda causarte tristeza, mirarte sólo a ti... todos los días, porque es lo que más quiero... —Porque sabía, pero no quería admitirlo, que a veces podía ser un embustero; que aunque negaba algo, lo hacía de igual manera, pero estaba más que dispuesto a abandonar esa costumbre insana, sólo para tener a ese sirio a su lado.
Se acercó al mayor en cuanto este tomó un poco de distancia. Con delicadeza, quitó el antebrazo de sus ojos, queriendo verlos.
—... El no mirar a los ojos es feo, Altaïr—, dijo con una sonrisa amena. —Tranquilo, no te odiaría jamás en mi vida, y si es que te fueras con otra persona, odiaría más a esa persona que a ti. Estaría tras tus espaldas, no te olvidaría... sólo si no me pides que me aleje. Tienes un lazo invisible en tus dedos, y parte de ese lazo, me tiene amarrado a mí...
Acto seguido, comenzó a acariciar su mejilla tiernamente, queriendo transmitirle cualquier signo de confianza, pasando cada digito por sus finos pómulos oscuros.
—Me tienes a mí.
Sin embargo, el rostro del sirio se denotaba incomodo y un tanto impaciente. Escuchaba al florentino tratando de no demostrar esa molestia evidente en su cara. Le quería demasiado, y había sido difícil, tal como nunca podría habérselo imaginado. Querer a un hombre de esa forma, y es por ello que temía a que el muchacho florentino le odiase cuando supiera la verdad, quien era... pero cabía la posibilidad de que le odiase si no le decía las cosas, también. Tal vez si mentía un poco, podría arreglar la verdad y así evitar el odio del joven, como con muchos quienes sí lo odiaban.
—Estoy triste porque perdí a dos personas muy importantes para mí. Fue mi culpa que haya sucedido—, respondió con voz seria y vacía, casi muerta. Quería ser firme y no desmoronarse, pero aquella caricia en su mejilla le estaba desarmando por completo, queriendo rendirse a los brazos del florentino, buscando algo de paz y refugio para los dolores de su alma.
Ezio tenía el leve desespero de querer saber más de él. Incluso se le había pasado por la cabeza decir algo como "¿Tal como a mí?", pero simplemente no sentía que era el momento de compartirlo. Quería saber las razones del por qué tendría que odiarlo. —¿Qué culpa tuviste? ¿Qué hiciste?
Se vio la mirada vacilante del sirio, hasta que se volteó al muchacho mirándolo a los ojos. —Ezio, escucha...—, dijo, tomando ambas mejillas del florentino, observándolo a escasos centímetros de sus ojos.
Sentía que luego de haber compartido tanta intimidad, no debía tener mucho miedo en qué decir respecto a lo que por él sentía, así que continuó.
—...Me interesas, y mucho. Demasiado. Eres... como un hermoso serafín que me ha traído la esperanza a cuestas, y cada minuto que paso a tu lado, más y más me enamoro de ti... pero... si después de confesarte mi pecado me odias...
Silenció un poco, sintiendo un nudo en su estomago, bajando la mirada con desilusión, pero siempre firme.
—...Huiré. Y me las arreglaré solo, para no molestarte más.
Ezio sintió inquietud, sorpresa y miedo, todas esas miles de emociones combinadas. Pero también sintió hervir su sangre de irritación, rabia y ansiedad. No rabia contra él específicamente, sino por el hecho de que no le creyera que jamás en su vida lo odiaría. Estaba seguro que no existía razón para eso. Sin embargo, su corazón seguía pesando por las últimas palabras dichas.
El sarraceno le besó la punta de la nariz y dio un suave suspiro, viendo al muchacho arrugar su nariz. Amaba ese gesto que le hizo hervir la sangre y moverse por sus venas. Si algo era su talón de Aquiles, serían esos gestos. Adoraba verlos hacer, y más aún si él era el causante. —¿Qué es lo que sientes por mí, Ezio?
—¿Qué siento por ti? — Preguntó con algo de sorpresa sin obtener su clara respuesta. —Puedo jurarte que es algo muy difícil de explicar. Algo que quizá jamás sentí con alguna otra persona... Felicidad, estabilidad, amor... siento que contigo puedo hacer cualquier cosa. Puedo expresar lo que siento por ti. Tú sí me interesas, te siento tan cercano como a una familia. Siento que si te perdiera...— como a ellos, —... me marchitaría en una vida sombría, pero por otro lado, siento que jamás te perderé, porque tú sabes sobrevivir, sabes manejarte, como andar y escapar de líos. Eres fuerte en todos los sentidos... Siento que lo eres todo...
Altaïr estaba encimado con el rostro de Ezio y sus palabras, en tal acento italiano, todo, absolutamente todo.
Ezio le dirigió una sonrisa, y luego miró al techo. —Te contaré algo. Una vez, miré a la luna y me pregunté "¿Por qué está finamente menguante?". Sé que era una pregunta lógica, con una clara respuesta. Pero en ese momento yo estaba enormemente triste, tan mal... Estaba de espaldas, echado en un tejado con sangre en todo mi cuerpo, apenas había escapado de aquellos que me seguían y querían terminar con mi vida. A la noche siguiente, la luna había desaparecido, volviéndose luna nueva. Fue ahí cuando me di cuenta que la luna sentía lo mismo que yo. Soledad, miedo, angustia, una desesperada tristeza... que sólo quería esconderse y ojalá morir...
Hubo un triste silencio entre ambos, pero Ezio solamente suspiró con un calmo optimismo, —Mira la luna, Altaïr—, dijo, extendió su brazo, con su mano, ligeramente corría a un lado la tela que colgaba reemplazando las paredes a sus cabezas, mientras los débiles destellos de los fuegos artificiales tocaban sus cuerpos desnudos, y al mismo tiempo, dejando que la luz de la luna misma penetrara entre ambos, haciéndolos resplandecer con su brillo.
—¿Ves que ahora está llena? La luna finamente creciente ya pasó por todo. La luna siente lo mismo que yo... Amor.
Ezio miró a Altaïr esta vez, sin romper su sonrisa, sintiéndose una vez más cautivado por sus dorados ojos.
—Y todo el tiempo, se renovará, y volverá siempre a ser llena, luminosa. Quiero iluminar tu camino en noches más oscuras, incluso si hay nubarrones.
Entonces el sirio, con confianza, decidido hacerle frente a su temor, esperando a que el florentino lo le odiase.
—Está bien, Auditore. Te contaré—. Dijo, intentando sonreírle a la luna tan resplandeciente. La única testigo de aquella noche de pasión entre ambos asesinos.
—Hubo una misión en Jerusalén... Hacia un templo, y nuestro maestro, me había encargado a mí ir con dos asesinos más, quienes eran mis más cercanos, de cierta manera. Malik, un hombre de un carácter furioso como el mar embravecido, y su hermano menor, Kadar... era simplemente la representación del amor. Malik, en aquel templo, perdió un brazo... y fue la culpa de un hombre egoísta y de demasía arrogante. Un estúpido que merecería haber sido ejecutado, y ser torturado por cada maldito demonio del inframundo.
Para Ezio, le era totalmente nuevo ver a Altaïr en ese estado, tan vulnerable. Quizá eso era lo que estaba en su cabeza todo el tiempo. La autoflagelación que ahora lo torturaba al soltarlo. Sin embargo, al escuchar su respuesta, quedó en silencio, intentando procesar la información. —¿Acaso... tu lo atacaste? ¿Por qué, si eran cercanos?
—No, no fui yo. Fue por culpa de mi osadía y arrogancia que él perdió su brazo, y... a Kadar... su hermano.
Al pronunciar aquel nombre, una lágrima se deslizó por el rabillo de su ojo, y su voz se quebró. Su mano libre fue apretada en un puño, al punto de enterrarse las uñas en las palmas, deformando su rostro en uno de ira.
—Espera... entonces...— el florentino frunció un poco el ceño, intentando entender y tomó algo de distancia del sirio, levantando su cuerpo para verlo con más claridad. Su rostro estaba serio, pero a punto de quebrar. —¿Tú fuiste el causante de la muerte... del hermano de aquel hombre? ¿Él no murió por más que de suerte?
Tantos azotantes recuerdos se le venían a la mente y le era casi imposible pensar con claridad. ¿Componía esto también parte del credo? ¿Cómo, si habían sido compañeros? Estaba a cargo de la seguridad de ellos.
Cuando el sirio sintió la mirada del florentino sobre él, y su ceño fruncido, sintió que lo perdía. Que merecía su desprecio y rechazo, al igual como toda la gente lo hacía. Apretó más su puño.
—Sí, exactamente—. Dijo con odio hacia sí mismo. —Mi arrogancia hizo desobedecer a Malik cuando íbamos por el fragmento, yo me fui de ahí y los dejé solos, a su suerte. Roberto de Sable fue quien tomó la vida de Kadar en sus manos, enterrándole una filosa espada en su pecho... Malik recibió un golpe certero en el brazo. Él pudo salir avante... pero Kadar...
Ante cada palabra, emergían más y más lagrimas de dolor, de angustia punzante. Por momentos, sólo deseaba salir de ahí y desaparecer para siempre, sólo así enmendaría tal error.
—En ese momento... cuando logré huir... ¡Ellos no me interesaron! Sentía que, como no eran de mi incumbencia, debía irme... Los dejé ahí para morir... Y ahora...
Un gruñido furioso se escapó de los labios del sirio, como si los recuerdos fueran rasguños de fieras sobre su cabeza, y sangrara toda su frente. Se enderezó echando su cabeza hacia adelante, empuñando sus manos, casi golpeando la pared de quel Jardín. Contenía su interminable rabia. Su odio.
—Yo tuve la culpa de todo...— Se quejó en furia tapando con sus dos manos sus ojos. — Ahora Malik me odia con todas sus fuerzas... me odia tanto como yo me odio por lo que he hecho. Me rechaza, me maltrata... me odia... me lo tengo merecido... pero... Ezio....
El sirio levantó su mirada al florentino, y Ezio jamás en su vida pudo ver tanto dolor en los ojos de alguien. Y menos en Altaïr, que justo ahora, parecían tan expresivos, como nunca. Como si hubiera abierto sus puertas de nuevo, rendido ante una invasión. Por primera vez, Ezio sintió querer desviar la mirada ante tanto horror.
—...Es un peso gigantesco—, confesó en un sollozo el cual forzó por esconder para no sonar tan frágil, pero simplemente no pudo. Intentar hacerlo, hacía que el resultado fuera más grave. —Y mi alma... mi alma me arde de dolor, cada día, Ezio....
Sentía como cada palabra penetraba más y más su alma y la rompía en miles de pedazos. Sentía como sus propios ojos querían colmarse de lagrimas, y su rostro se volvía a la sensibilidad. Era la empatía. Sentía tanto dolor, porque no podía verlo así. No podía soportar verlo así de triste.
Nunca había visto a Altaïr tan desconsolado en toda su vida. Tan frágil...
Ezio sintió en sus palabras, la desesperada búsqueda de comprensión. Altaïr se ahogaba en el dolor que desbordaba como un caudal de su corazón, y todo se volvía en negro.
Pero fue una luz que lo comenzó a sacar de la oscuridad, aquel quien le tomó la mano, y ahora lo arrastraba hacia afuera.
Cuidadosamente, se inclinó hacia el sarraceno y extendió su mano para colocarla en su mejilla, limpiando las lágrimas con su pulgar.
—Tranquilo... sigo aquí. No me he ido. No te odio. — Le sonrió entrecerrando sus ojos, haciendo al sirio calmarse notablemente más. —¿Por qué te haces daño de esta manera? Tu culpa fue redimida, ¿No?
Altaïr bajó la mirada con dolor, como si una flecha hubiera cruzado su pecho. —... ese es el peso que llevo aún en mis hombros.
—Bien puedes redimirte cuando llegues a Masyaf, ¿No es así? No todo el mundo está perdido, Altaïr, y tampoco todo el orgullo está ahí. Me tienes aquí, estoy a tu lado, y lo estaré cuanto el tiempo quiera.
—¿No sientes aberración hacia mí? — ¿No me odias? Pensó.
El florentino giró sus ojos con simulado hastío delante de aquella sonrisa que seguía en él. Eterna sonrisa. Pareció leerle los pensamientos. —No creo que sea lo mismo que te odie Florencia entera.
El sirio lo observó, y parecía que en sus ojos, aquellas puertas estaban a punto de cerrarse, pero en vez de eso, se mantuvieron abiertas. Sus cejas se reclinaron, mostrándole quizá compasión. Sin embargo, fue una fracción de segundos, cuando pareció volver en sí. Giró la cabeza a un lado, y pasando su ante brazo por sus ojos para secar las lagrimas, volvió a su inminente seriedad.
—Pero Masyaf quizá sí.
Ezio le pediría con el alma que se quedara, pero entendía que este asesino tenía deberes. Sin embargo, lo sentía como un complemento, como algo que necesitaba, y que no lo quería lejos de él.
Ezio, eres un estúpido. Siempre amando a quienes se te irán de las manos, pensó, con algo de amargura. Sin embargo se sentía dichoso. Esto era algo que no había sentido con nadie más, y se sentía profundamente enamorado. Como nadie lo podría estar.
—Entonces, reconocerás tu error, ¿Verdad? Ese hombre no te odiará más.
Altaïr negó con la cabeza suspirando como con resignación, como si aquello que el florentino decía fuera una total mentira. Sin embargo pareció reflexionarlo, y esbozó una pequeña sonrisa en su rostro, para luego levantar la mirada al dulce joven de cabello largo, ese cabello que bañaba sus hombros desnudos, y que al sirio le hacía latir el corazón con fuerza.
—No sabes cuan dichoso me haces sentir, Ezio. Me has vuelto a la vida... gracias por eso.
Altaïr desconcentró su mirada en sus propios pensamientos, y cuidadoso, gateó hasta sus ropas, trajinando hasta traerle en sus manos un obsequio al florentino cual se lo extendió dejándolo en sus manos con una tranquila sonrisa, y con la común seriedad que volvía a sus ojos. Era un dije en forma de un eclipse en un color bronce, dejándole la parte del sol al florentino, y quedándose con él en su palma la forma de la luna.
—Supongo que la luna... no puede brillar sin el sol.
Dijo, formando una burlona sonrisa el sirio.
Ezio no se pudo sentir más feliz. Su carácter le encantaba, sus ojos en ese momento, como dos llamas flameantes tras un cristal, le encantaba, y aquel colgante...
—Dannazione, Altaïr, esto...— Gruñó entre risas el italiano y al levantar su mirada, negó con su mirada sonriendo, y sin más, lo abrazó. —Sei la cosa più bella che è venuto nella mia vita, Altaïr. Muchas gracias a ti por estar aquí, y por hacer de mi vida florecer nuevamente, y por hacerme sentir como antes... en mi hogar.
—Ti amo, come nessuno avrebbe potuto amare qualcuno. E ti amerò anche se siamo lontani. — Susurró contra los labios del florentino antes de cerrar los ojos y comenzar un ansiado, pero dulce beso, como si estuviese sellando algún pacto de hermandad.
El florentino, tras separarse, mordió su labio inferior al escuchar las hermosas palabras del sirio. —Tu italiano en ese acento "Masyafeno" me vuelve enfermizamente loco. Parlami più, per favore, Altaïr —, pidió el muchacho, tomando de sus dos manos, observando con lujuria los ojos del contrario.
El mismo sirio sonrió de lado con el mismo aire de lujuria en sus labios, y sostuvo la mirada ambarina sobre el marrón del florentino. Como si se tratara de un experimento social, en un gesto de travesura, lamió sus propios labios una vez y susurró de la forma más sensual y seductora jamás usada antes. —Ezio, mi hai dominato. Sono completamente tuo e della tua anima.
Al escucharse así mismo hablar, negó con la cabeza riendo un poco, avergonzado.
—È meraviglioso...— susurró el florentino.
Y el silencio predominó entre ellos nuevamente, y una vez más, el corazón de Ezio palpitó con fuerza. Ambos se miraban, sin vergüenza a su desnudez, de la cual solo la luna era testigo. Sólo se miraban con una pequeña sonrisa dibujadas en sus bocas. Sólo se miraban. Era como si con la mirada se dijeran miles de sentimientos, en el silencio. Ezio sintió que por primera vez, desde que lo conoció, pudo ver por atreves de los ojos de Altaïr.
Y no todo era arrogancia y orgullo.
Y hasta había parecido que su color de ojos brillaba aún más.
Pero en sus ojos, había más, y Ezio podía ver quizá inseguridad en el sirio. Inseguridad que cubría con una falsa seguridad. Se cubría con eso, pero en el fondo, sólo deseaba disculparse, y no sabía cómo.
Quizá así su alma podría estar en paz.
Y Altaïr no estaría más triste.
Ezio formó una sonrisa jocosa, anotando mentalmente aquello como una nueva misión abordo.
Sin embargó, miró el pequeño presente, girándolo entre sus dedos, haciendo que brillara con la luz que se filtraba por la caseta. —¿Dónde lo conseguiste? —Preguntó el florentino.
Altaïr se encogió de hombros con una media sonrisa sin mencionar palabras.
—¿Eso es un "Adivina"? Soy bueno adivinando, ¿Sabes? — Le sonrió desafiante Ezio, empuñando el colgante en su mano, para luego abrir la palma y volverlo a observar en calma. —Y según mi deducción, parece un obsequio bastante... veneciano.
—¿Qué asesino traería joyas a tierras desconocidas si no son armas?
Ezio arqueó una ceja con media sonrisa dibujada en su rostro. —¿No será entonces aquella pregunta que me negaste cuando hacías negocios con un vendedor?
Altaïr arqueó la ceja de la misma manera y levantó el mentón con un ligero toque de benevolencia. —Después de tanto tiempo, por fin muestras tus habilidades de asesino, Auditore.
El florentino le negó con la cabeza intentando esconder su sonrisa de la 'inminente derrota', y con un impulso desde atrás, se lanzó en ataque al sirio para terminar tecleándolo y hacerle cosquillas a aquel que se intentaba defender entre risas interminables ahora por parte de ambos, eufóricos.
Pronto sus risas cesaron, aunque las que más tardaron en calmar fueron las de Altaïr. No eran risas exageradas, pero soltaba en tiempos, como si fueran una tos, pero la verdad, es que eran de alegría, tan sinceras. Sus ojos brillaban bajo los de Ezio.
El florentino, una vez más le sonrió, pero esta vez con dulzura. Lo observó una vez más bajo él, y como la luna lo reflejaba, y las luces parpadeantes de los petardos a los lejos. Y era su genial sonrisa, que no siempre mostraba, o eran sus ojos de ese color ámbar jamás visto, o era simplemente él. Como ese cofre lleno de secretos.
No.
Altaïr era como una página del Códice.
Sólo que esta vez, era Ezio quien se estaba dedicando a traducirla.
Y parecía hacerlo bastante bien.
Estaba enamorado.
—Me gustas tanto, Altaïr... Ti amo... — Susurró, acercando sus labios una vez más a los del sirio para besarlo. —Ti amo—, volvió a decir, — ti amo, ti amo, ti amo, ti amo!
Rió el florentino besándolo juguetonamente, quien con estas palabras, hacía de la sonrisa del sirio ensancharse cada vez más, al punto de mostrar sus blancos dientes y reír junto a él, como si la alegría lo desbordara como un niño pequeño eufórico con su nuevo juguete, para luego apretar sus propios labios, como si intentara ocultar esa sonrisa, que le era notablemente difícil, cubriendo con sus palmas las mejillas del dulce Auditore.
—Yo...
Un sonido estrepitoso le hizo callar, alarmándolos a ambos, sobre todo con una luz de golpe que pareció entrar en la caseta. Ambos asesinos, y Ezio miró a sus espaldas, sólo para ver a un guardia veneciano...
...quien seguramente había escuchado las risas de ambos desde los tejados...
...y quién sabe si hasta lo que ellos habían hecho antecediendo a ello.
El silencio predominó, y los rostros de los tres hombres parecieron palidecer. El de Altaïr se volvió sombrío, mientras que el de Ezio, cada vez más, se fue transformando en uno de horror, sin mencionar el del actual guardia, cual rostro se iba deformando ante lo que sus ojos veían.
Para cualquier persona, aquello sería una escena nefasta, sentenciada a muerte por la ley.
Dos hombres desnudos escondidos en una caseta de los tejados.
El guardia veneciano comenzó a respirar cada vez más irregularmente. No sólo por ver aquello que se le hacía hasta repulsivo, sino, porque tras días de su búsqueda, había reconocido al asesino que rondaba por cada ciudad de cada distrito, el cual ya había asesinado a los conocidos Pazzi, y entre otros políticos más. Ese por el que se pagaba una recompensa gigante.
Y resultaba que aquel soldado no estaba solo: Altaïr pudo divisar tras las espaldas de este soldado, como tres más se acercaban ante la intriga de saber por qué aquel camarada se había quedado pasmado en la caseta, y comenzaba a generar sonidos guturales ante la impresión.
Entonces, con calma, Altaïr llevó su mano hasta sus prendas, desenvainando su cuchillo corto con cuidado, haciendo que el filo sonara por entre su envaine al ser retirado, y desde el mango se le fue entregado a Ezio en su mano de manera lenta y automática, como cuando un rafiq le da la pluma blanca con seguridad a un asesino para proceder a la misión. Así fue.
Tan pronto como la cuchilla fue entregada, Ezio atacó dando un giro brusco sobre sus propios talones, hincado, cortando la garganta del soldado veneciano como si se tratara de trazar una línea recta de dibujo sobre un papel.
La sangre saltó a los cuerpos desnudos, y el soldado cayó inerte fuera de la caseta, a los pies de dos soldados más, quienes miraban con el mismo horror que el primero a ambos asesinos, sólo que ahora, con más que una mezcla de ira, una mezcla de frenesí. La adrenalina rápidamente se formó en los soldados, y no era solamente la adrenalina del deber por matar al asesino que, para mucha más gran sorpresa, lo encontraban acostado junto a otro hombre.
Ellos comenzaron a retroceder su paso, y ahora corrían por el tejado, huyendo, para narrar, detallar y exagerar hasta lo más mínimo que vieron del asesino que tanto se buscaba.
Ezio, sin pensarlo dos veces, saltó de la caseta, corriendo tras el último de los tres soldados que huían a contar lo que habían visto a sus superiores. Uno de ellos, en un grito de horror, tropezó con el cuerpo inerte de un guardia que había asesinado el asesino lanzando un cuchillo habilosamente. Ezio, con la desesperación a flor de punta, usando sus manos ensangrentadas, comenzó a ahorcar al guardia veneciano quien luchaba por sobrevivir, pataleando y rasguñando los brazos desnudos del florentino, hasta perder la vida como el vuelo de un pájaro.
Y silencio.
Siempre había momentos de silencio. Pero sin duda, este parecía el más tranquilo, y el más horrible de todos.
El muchacho mantuvo la respiración, observando con ojos de búhos el cuerpo inerte bajo sus manos, y pronto, giró su mirada, a dos soldados más que ya se alejaban y se perdían entre la multitud, corrían como si su vida dependiese de ello... literalmente.
No podría alcanzarlos...
El frío comenzó a volver a su cuerpo, y recién, se venía a percatar de que había salido, ni más ni menos, desnudo a correr por la vida... de otro soldado para evitar que husmeara.
Se le pasó por la cabeza el recuerdo de que eso era algo que siempre quiso hacer, correr por los tejados de Venecia o Florencia desnudo... pero nunca en circunstancias tan horrendas como la que acababa de suceder.
Los primeros escalofríos hicieron temblar su cuerpo, haciéndole soltar un helado suspiro en un helado vaho, y reponiéndose rápidamente dejando al cuerpo inerte allí, —Molto freddo!— Chilló Ezio y corrió de vuelta a la caseta para ocultarse del frío.
—¿Y los otros soldados?
Los dientes del florentino castañeteaban con el frío, buscando su ropa con desespero, partiendo por colocarse su camisa y calzoncillos. Por un segundo, le lanzó una mirada molesta al sirio, quien la notó y le frunció el ceño inminentemente.
—¿Qué?
—No los atrapé, pero si hubiera tenido ayuda, quizá sí.
—¿Bromeas? Ni siquiera iba con mi equipamiento.
—Tu maldito orgullo....— Ezio gruñó en un susurro. Su furia lo corrompía cada vez más. Sería descubierto, y ahora, con el nervio que recorría su cuerpo, y la molestia, no podía pensar claramente. Sus pensamientos chocaban por la irritación, y sólo atinaba a hablar por su cólera. —¿Sabes que ahora toda la ciudad nos conocerá por esto? ¿Sabes cuantas barbaridades dirán de mí ahora? No me importaba lo que dijeran por matar gente, pero que digan cosas por haber estado acostado tirando con otro hombre, el asesino de Venecia, y de Florencia, que los más grandes conocen como el hijo de Giovanni Auditore, y encima... Mi jodida reputación, se irá al suelo. —Gruñó con fuerza sin escucharse a sí mismo, buscando con desespero su cinturón— ¿Sabes cuánto tiempo estuve de incognito en esta ciudad para terminar así? ¡Me buscarán realmente para matarme ahora! Y todo por esto... No me apuntarán por asesino, sino por un Maledetto finocchio... ¡A mí me gustaban las mujeres, hasta que llegaste tú!
El colérico rostro de Ezio se borró al darse cuenta de lo que había hecho.
Merda...
Merda, merda, merda.
Cazzo, ¿Qué dije?
Altaïr negó con la cabeza en silencio, su mirada oculta por una sombra oscura, buscando su ropa también, y Ezio, al voltearse a él con total arrepentimiento, sintió la aura ajena ahora pesada, y quizá, hasta afligida. Seguramente arrepentido estaba de haber compartido todo lo que compartieron hace un rato. Como si todo se hubiese arruinado.
Realmente lo había arruinado.
—Altaïr, yo... ah, lo siento mucho, no fue mi intención. — Siempre decía cosas sin pensar, siempre, siempre lo arruinaba. —Realmente no fue mi intención, no sabía lo que decía, yo... mi cabeza...
Pero el sirio giró su cabeza evitándolo, y casi preparándose para salir de la caseta.
El pecho del florentino dolía demasiado por lo que había dicho. —Lo siento mucho, de verdad... no quise decir eso. Lo siento—. Le suplicó, ahora dejando sus cosas en el suelo, hasta arrastrarse al sirio. —Mírame... — susurró antes de tomarlo de las mejillas, quien no pareció oponer resistencia. Quizá estaba muy cansado para eso. Al principio lo miró con seriedad... buscando ese brillo en sus ojos que no encontraba. Las puertas nuevamente se habían cerrado con candado.
Un peso cayó con más fuerza ahora en el corazón del muchacho de cabello largo, pero sin embargo, le sonrió con burla en sus labios, o eso intentó, para luego mostrar sus blancos dientes. —Si no hubieras gritado tan fuerte cuando te lo hacía, ellos no nos hubieran encontrado.
Rápidamente un color rojo intenso estalló en el rostro del sirio, cubriéndolo completamente. Sus ojos parecieron casi cristalizarse de la vergüenza, y su rostro, furioso, parecía que le iría a golpear, inhalando todo el aire de Venecia para calmarse.
Ezio rió finalmente, volteándose y terminando de vestirse, aún con el peso de lo que había dicho en él. Si el sirio le respondía a aquello, entonces se sentiría más tranquilo, pero sin duda alguna, había metido la pata... otra vez. —...Tenemos que irnos de Venecia ya. — Dijo, intentando concentrarse en el tema, y mostrarse más objetivo, queriendo por alguna parte, olvidar lo sucedido, suplicando internamente por el perdón del sirio. — No tardará la información en repartirse por toda la ciudad. Créeme, si no salimos en unos minutos, nuestra salida de aquí, será nula.
No hubo respuesta, por lo que Ezio volvió a hablar, algo nervioso, para relevar el ambiente. Profundamente suplicaba sus disculpas, alguna palabra, aunque fuera un "Está bien".
—Pasaremos primero al hogar y supongo que irás por tus cosas. Luego, a Monteriggioni. Ahí estaremos más que seguros...
Si es que la información no llega hasta los oídos del tío Mario, y de Claudia, y de Madre....
—Sin embargo, mi barco zarpará de Venecia...
¿Qué quería decir?
—...Si quieres ve tu a Monteriggioni a ocultarte. Yo me quedaré hasta que sea el día de mi viaje.
Aquello fue como un doloroso puñetazo en el estómago de Ezio, quien le dirigió una mirada de ruego, mientras una exhalación completa salía de su boca.
No era manipulador de cierta manera, pero sin duda sus palabras eran como cuchillas filosas cortando su garganta sin poder dejarle hablar. Realmente lo lamentaba, realmente lo hacía. Había hablado sin pensar. —Altaïr... te amo...— gimió con dolor.
No hubo respuesta.
—Mira...— Le sonrió con esperanzas el italiano, escudriñando entre sus bolsas de cuero, hasta sacar el colgante que el sirio le dio. Esperó hasta que este lo mirara de reojo, para colocárselo en el cuello. —No me lo quitaré nunca.
Pero el sirio giró la cabeza con indiferencia y arrogancia, colocándose ahora las botas.
La sonrisa de Ezio se fue diluyendo de a poco. Miró al suelo buscando alguna respuesta, o algo para volver a recibir sus palabras.
Gateó hasta Altaïr, y silencioso, dejó posar su cabeza en la ancha espalda de él, como cuando un perro busca cariño. —No quise decirlo—, fue lo único que atinó a decir. La espalda del siro se movió, y Ezio pensó que se movería como signo de hacerlo alejarse de él, pero simplemente fue una débil inclinación de cansancio. —Ven conmigo a Monteriggioni... déjame poder amarte estos últimos días que me quedan junto a ti...
El sirio suspiró luego de que los brazos del italiano hubieran rodeado su cintura, para luego girar su cabeza y mirarlo de reojo. —Antes de que llegara el guardia, no alcancé a decirte cuanto te amo también.
Ezio y Altaïr han tenido una disputa un tanto grave y hasta dolorosa, sabiendo que para Altaïr , nunca le fue fácil entregar su corazón, y mucho menos si este pareciera ser casi lanzado contra una pared. No le es fácil perdonar. Ese es un punto que Ezio tiene que reparar, pero le queda otra situación de preocupación... ¿Qué será de él, ahora que la ciudad de Venecia se enterará de su nueva gama? Y quizá ni siquiera Venecia. Florencia, San Gimignano, y si es así... Monteriggioni.
Traduccion:
Sei la cosa più bella che è venuto nella mia vita: Eres la cosa más hermosa que ha llegado a mi vida.
Ti amo, come nessuno avrebbe potuto amare qualcuno. E ti amerò anche se siamo lontani: Te amo, como si nadie pudiera amar a alguien. Y te amaré incluso si estamos muy lejos.
Parlami più, per favore: Dime más, por favor.
Mi hai dominato. Sono completamente tuo e della tua anima: Tú me dominaste. Soy completamente tuyo y de tu alma.
Molto fredo!: ¡Mucho frío!
Maledetto finocchio: Maldito maricón.
NOTA:
Sé que mis sucias disculpas serán usadas en mi contra(???) Pero sí, sí, estoy intentando actualizar más<3 Quiero actualizar mucho, ya que ideas vuelven a mi mente... Puesto que caí nuevamente en el fandom:vv (Lo siento por no haber actualizado, y gracias por tenerme fe, gente, los amo ; v ;)
Por cierto... para los que aún no lo han notado y siguen este ship, y les gustan los AU(?) estoy volviendo a actualizar El Príncipe y El Mendigo, y ya vamos como en el cap 12, al igual que aquí. Pásense por ahí si les interesa:))
Y atentos también, pues pronto publicaré aquel reto que se está haciendo popular de "28 días de la OTP", pero lo escribiré con este ship,"Ogni giorno ti amo di più".
<3
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro