Capítulo 10. Decisiones
El ruido de la gente en las calles, hombres gritando y ofreciendo sus mercancías, personas hablando, ahuyentando la acústica natural.
Los rayos del sol fueron los que le obligaron a Ezio a quebrar su descanso. Abrió entonces sus ojos lentamente. Estaba a espaldas del sirio, respetando su espacio. Apretando su mano en la almohada, se movió para enderezarse en la cama y sentarse, con los pies fuera de esta. Miró hacia atrás, y ahí dormida dándole las espaldas el sirio.
Primera vez que despierto más temprano que tú.
Pensó, y automáticamente se le formó una pequeña sonrisa totalmente incredula. Su mano, dudosa, la llevó hasta la cabeza del otro hombre, y suavemente acarició su cabello. Sonrió una vez más. Le entró un leve cosquilleo a la palma de su mano que le hizo retirarla.
Se sintió rápidamente culpable en cuanto recordó lo que había sucedido la tarde del día anterior. Altaïr no despertaba todavía, eso le daría tiempo para pensar en una excelente justificación de la cual no serviría para absolutamente nada.
Se levantó de la cama, esperando que su ropa estuviera algo seca. Agradecía que el sol había salido, así que al menos, la holgada y pantalones que había dejado sobre una silla a la cual le llegaba el sol desde la ventana, se habían secado. Se los colocó uno de tras de otro, tapando su cuerpo. Se dio la vuelta hacia la cama mientras metía parte de la camisa en sus pantalones, quedando esta ancha en todo su cuerpo, abierta dese pecho, apretada de la cintura. Su pelo aún no estaba atado, así que caía por sus hombros. Pronto, sin pensar en eso, comenzó a abrochar el cinturón. Vio entonces que de un costado, hacia los pies del sirio, habían unos papeles. Frunció ligeramente el ceño, y una vez que terminó de colocarse las botas, caminó hasta allá.
El joven llevó su mano a los papeles apilados y desordenados, tomándolos y sentándose en la cama, así se dispuso a observarlos.
La primera hoja tenía unos escritos en árabe, y en uno de los párrafos de estos, salían las palabras en italiano "Amare", "Sogni", "Riposo".
Ezio sabía muy bien que significaba lingüísticamente en su idioma, pero metafóricamente, ¿Qué significaban? ¿Acaso lo que él sentía? ¿Acaso palabras en italiano que le llamaban la atención?
Sin embargo, luego de esas tres palabras, los escritos en árabe continuaron.
Pasó a la segunda hoja. Esta hoja tenía un polluelo dibujado.
¿Altaïr era dibujante?
Ezio estaba sorprendido, realmente ese sirio tenía dotes detrás de esa brutas manos y un dedo cortado, porque aquel polluelo era muy hermoso.
Ezio no quiso pasar a la siguiente hoja.
Admiraba lo buen dibujante que era Altaïr. Observaba cuidadosamente cada detalle realista de aquella obra de arte que tenía en sus manos. Aquella pequeña ave parecía tener frío por lo bolita de plumas que estaba, pero con lo regordete que estaba nada le pasaría, seguro.
Altaïr ponía firma a su dibujo por lo que notaba, lo estaba en la esquina inferior derecha.
Pasando su mano por sobre el dibujo con suavidad, decidió pasar al siguiente dibujo quedando en su mente el pollito.
Esta vez, ahora, era el dibujo de un pequeño y peludo gato romano cachorro, sentado, mirando a alguna parte de perfil. Era un dibujo muy detallado y dedicado, muy realista también. Ezio estaba estaba sorprendido, era habiloso en todo sentido.
Por un momento, el joven se distrajo pensando. Altaïr tenía estos papeles sobre él, pero ¿Por qué?
Al parecer, anoche, sin que se Ezio se enterase, Altaïr había estado usando esos papeles.
Volvió a concentrarse observando el dibujo del pequeño felino.
Sin quitar los ojos del pequeño gato, empezó a cambiar ya la hoja. Ahora, en una nueva hoja, divisó el boceto de un gato que al parecer no continuó, y después seguían más, y más dibujos, bocetos, líneas.
El joven giró su cabeza hacia Altaïr un momento, sólo para comprobar que estuviese durmiendo aún.
Dormía, menos mal. Ya temía que ese sirio estuviera mirándolo con esa aterradora seriedad en sus ojos.
Dormía tan bellamente como nunca.
Dormía.
Continuó observando los dibujos.
Pasó a una hoja al azar, y este nuevo dibujo mostraba un castillo enorme, con torres y construcciones de arena y piedra caliza. Llevaba un escrito en su dialecto natal al lado más su firma. ¿Qué era esa gran torre? ¿Era acaso un lugar de su mente, o un lugar de donde él había pasado? Habían personas con vestimentas envueltas en sus cuerpos y encapuchadas por el calor, muchos vestían igual que Altaïr. ¿Sería Masyaf?
Una hoja cayó de entre el montón, al suelo. Y Ezio la tomó, dejando los otros papeles a un lado.
En un principio le costó entender en qué consistía, pero al parecer sí, Altaïr se había levantado en a la madrugada y se había puesto a dibujar en la cama, porque éste dibujo era Ezio.
Mientras éste joven florentino dormía, Altaïr se había dedicado a dibujarlo.
¿Por qué?
El dibujo había quedado prodigioso, sin duda alguna, muy realista. Le había impresionado enormemente, porque lo había dibujado Altaïr.
Si bien, Leonardo, para hacerlo sonreír, lo había dibujado un par de veces cuando tenía tiempo libre. Eso había hecho reír a Ezio, pues le era divertido, pero nada más.
Su familia siempre mandó a pintar cuadros tanto desde su hermano pequeño, hasta su hermano mayor, toda la familia, y todos los Auditores existentes para hacerlos recordar, pero jamás le llamaron tanto la atención, ni le hicieron latir tan fuerte el corazón, ni le hicieron sentir mariposas en el estomago que subían y bajaban hasta que vio el retrato que Altaïr había hecho.
Eso sucedía ahora y por eso le emocionaba tanto aquel dibujo de la persona de la cual acababa de enamorarse, porque lo había hecho con el corazón y no le habían pagado por ello.
No podía quitar sus ojos del dibujo. Quería quedárselo, pero al mismo tiempo quería que Altaïr lo conservara, sólo para que así lo recordara.
El sirio comenzó a moverse de su comodidad, obligando a Ezio a desconcentrarse, colocarse nervioso, y rápidamente, dejar las hojas en la mesita de noche de su lado antes de que el furioso sarraceno lo viera con ellas y le gruñera en la cara por estar viendo cosas personales.
El árabe pareció abrir los ojos, encontrando a Ezio delante de él, ordenando cosas.
Un silencio incomodo se creó en el ambiente, pues Altaïr lo miraba con una mezcla de aversión y confusión. Tarde o temprano, alguna de esas dos miradas lo matarían.
Ezio tragó con fuerza, incapaz de girar su mirada a ninguna parte ¿A dónde la giraría? Primero, se veía ridículo husmeando cosas que no eran suyas, segundo, había dormido toda la noche con él, y tercero, más ridículo sería desviar la maldita mirada.
—Buon giorno...—, Ezio le sonrió, simplemente, enderezandose.
Altaïr no respondió, lo miró por unos segundos de manera examinante y fulminante. Era como si tuviera el "Hola" en mente, pero no lo soltaría ni de porsiacaso hasta que el florentino saliera de su metro cuadrado, hasta que lo matara, hasta que lo pisotearía en el infierno y sus ángeles caídos por haberlo intentado ahogar "de broma".
Ezio se inquietó un poco, aún no estaba acostumbrado a la frialdad de Altaïr, quien comenzaba a enderezarse en la cama con dificultad. Los remordimientos aumentaban cada vez más en su cabeza e intentaba con el alma que los ojos no se le humedecieran de los nervios. ¿Y ahora cómo explicaría el por qué había dormido con él siquiera? Era una tormenta revoltosa en su cabeza que quería exterminar.
Sin más, soltó aire con fuerza, como su mirada giró al suelo rápidamente, y con el cuerpo tieso, caminó rodeando la cama, para terminar sentándose en el lado del cual él había despertado. Dio otro suspiro para darse valor, y finalmente, giró medio cuerpo hacia Altaïr, todavía sin mirarlo a los ojos. —Altaïr... lamento lo de ayer...—, Intentaba sonar arrepentido, así era, que Altaïr no le creyera, ya era otra cosa, y grave para él.
Altaïr hizo un gruñido gutural que hizo de Ezio cerrar sus ojos, casi con fuerza, apretando de sus propios labios.
—Casi me matas.
Su voz sonó ronca y muy suave a la vez. El corazón de Ezio se volcó una vez más por él. Comenzó a sentirse mal, terriblemente mal, el remordimiento le carcomía hasta el alma que le quedaba, y le costaba admitir que era verdad.
—Yo...
—Sin embargo...— Continuó Altaïr, lanzando lejos las sabanas, y levantándose de un solo salto de la cama.
Le daba las espaldas a Ezio, y él rápidamente irguó su espalda, sin pararse, pero atento a lo que el sirio pudiera hacer. Pero ahí quedó él, de pie, como si esperara a que las palabras bajaran de su cabeza hasta su lengua. El brillo de la luz del sol pasaba por entre su marcada silueta desvestida, como a una escultura.
—Procediste a salvar mi vida sin pensarlo dos veces, arrepentido por el error que cometiste... y fue un problema que yo jamás pude controlar...
Ezio comenzaba a confundirse. ¿Altaïr estaba enojado o no?
—¿Jamás pudiste contro-...?
—Nunca—. Interrumpió tajante el sirio, y así, tomó aire, y continuó, con una firme voz. —Yo tuve la culpa de todo esto... Nunca te comenté de ese temor que yo tenía...—, Pronto, bajó la mirada, y lentamente la giró hasta el italiano, quien le miraba, con una mezcla de confusión y emoción a su rostro. Miró un momento a los ojos marrón del joven florentino, y pronto, su mirada comenzó a bajar nuevamente al suelo. —No tienes la culpa de nada...
Su voz fue disminuyendo en intensidad cada vez que decía cada palabra. Aún así el orgullo se mantenía en su ser después de todo, pero esta vez, Ezio no le discutiría eso.
—Te arriesgaste a salvar mi vida una vez más, te agradezco por eso, y... y por no haberme tratado de patético como lo habrían hecho mis camaradas.
Aquí es cuando Ezio se dio cuenta de que este era un lazo que no podría romper jamás, porque le hacía tan indefenso a la vez, que es como si fuera un lazo de hielo con púas de cristal, y es como si pensara en patearlo descalzo. Jamás pensaría en romper algo tan delicado y adorado como ese lazo que el sirio estaba formando ahora mismo.
Ezio negó con la cabeza ligeramente, enternecido, y con una sonrisa ladina.
—Pero no por esto te darás el lujo de hacer lo que sea. Es la última vez que te perdono por alguna estupidez tuya.
El florentino rió, soltando un suspiro.
Altaïr le sonrió de vuelta, y con ello, comenzó a buscar su ropa. Era como si la desnudes humana en ninguno de los dos les avergonzara, aunque Ezio evitase ligeramente en mirar.
Ezio sabía bien cuanto deseaba su cuerpo volver a sentir su calor, ¿Tendría que esperar mucho para eso? No estuvo tan mal abrazarlo la noche anterior, y sentía que quería volverlo a hacer, como si quisiera traerlo a la cama para acunarlo en sus brazos nuevamente, pero ahí venía siendo decisión de Altaïr, y temía romper su confianza otra vez más.
—Altaïr, te respeto.
Fueron palabras que se le escaparon involuntariamente.
—¿Ah? Claro que deberías... ¿No?—, Levantó la mirada una vez que se abrochaba las botas sobre los pantalones ya puestos, sentado al lado de Ezio. La confusión yacía en su serio rostro sin sorpresa. —¿Qué quieres?
A Ezio se le vino una buena idea que no quería dejar pasar.
—¿Estuviste escribiendo algo anoche? Tomé unos papeles que estaban en la cama y los ordené antes de que se arrugaran, dejándolos ahí donde los viste.
Las cejas de Altaïr se arquearon, así como abrió levemente su boca. -Oh, entrégamelas...- Ordenó, con fingida tranquilidad.
El italiano sonrió para sus adentros y se volteó hasta las hojas, alcanzándolas y extendiéndolas hasta el sirio, pero antes de que éste pudiera haberlas recibido, Ezio las levantó, impidiéndole a Altaïr poder tomarlas, y en cambio, el joven florentino lo tomó de una de las muñecas, haciéndole perder el equilibrio y caer de bruces sobre su cuerpo.
Rápidamente se repuso, pero no se quitó totalmente.
Ezio acariciaba su mejilla, su cicatriz en el labio, su mentón, levantándolo levemente. Observaba sus maravillosos ojos ámbar. Que afortunado se sentía de poder observarlos una vez más con el cariño que sentía.
—Te doy las gracias por perdonarme una vez más...
Y con esto, lo ayudó a enderezarse y le entregó las hojas.
Altaïr estaba atónito, pero sacudió su cabeza, y se levantó de la cama, dejando las hojas en el escritorio, bajo unos libros, lejos de ambos. Pronto, comenzó a colocarse sus túnicas secas, capa por capa, nuevamente, cual monje blanco preparándose para algún tipo de ritual.
—Por cierto, ¿Qué tienen esas hojas?—, Preguntó Ezio en un pequeño engaño, mientras reposaba su espalda en el respaldo de la cama, aún sentado, con una tranquila sonrisa dibujada en sus ojos.
—Asuntos míos—, Respondió Altaïr, vistiéndose con rapidez, ignorando prácticamente las preguntas de Ezio. Su cabeza se encontraba volando fuera de la habitación.
—Claro...—, Sonrió. —Te vez apresurado, ¿A dónde irás?
El sirio suspiró cansadamente, ajustando las hebillas de su cinturón con cuidado por la cicatriz de su costado. —Ezio...—, Su voz sonaba algo dolida, no por dolor de herida, sino por algo más sentimental, pero bien, mantuvo la mantuvo firme. Al fin, se volteó hasta el florentino, quien rápidamente había notado que algo no andaba bien.
Altaïr no sabía de qué mejor manera decirle, pero era un asesino, debía ser frío en eso.
—Sabes que no me quedaré en Italia toda mi restante vida, ¿verdad?
Ya vestido, levantó su mentón en un suspiro, colocándose su capucha con sus dos manos, y después de una larga mirada entre ambos, caminó a la salida de la habitación, dejando a Ezio solo, en una confusión y angustia total que se le había formado al segundo en que comenzó a hablar. Era algo obvio, que pero que obviamente no le habría gustado escuchar.
Quedó mirando a la nada con la boca entreabierta y el ceño fruncido, negando con la cabeza mientras llevaba una mano a su frente. "¿Qué? ", apenas logró articular para sí mismo.
¿A qué se deberían esas dolorosas palabras? ¿Altaïr ya se iría? ¿Estaba decidiendo irse?... ¿Por qué? Se preguntaba una y otra vez si había hecho algo mal para que el sirio decidiera irse ya. Todavía faltaban muchas explicaciones que quería responderse.
Rápidamente se puso de pie y corrió hasta la salida de la habitación.
Bajó las escaleras del piso de un solo viaje, divisando a Altaïr quien ya salía por la puerta.
Ezio se detuvo tambaleante, había logrado detenerlo antes de que se fuera. Sentía que se desmayaría.
—No te vas ahora, ¿Verdad?—, Fue capaz de preguntar a duras penas, sintiendo como pregunta tras pregunta iba y venía a su cabeza, chocando unas contra otras. Su corazón lo tenía en la garganta y no le dejaba respirar.
—No, sólo necesito hacer unos asuntos.
—Me explicarás, ¿No es así?
Altaïr silenció un momento. —Con más tiempo—, Y así, salió del lugar,
Ezio miró confundido al suelo. No lograba entender, como hace un momento había sido el más emocionante y bello, después de tanto desastre en su vida, y ahora sentía que la vida se le derrumbaba en completas ruinas. —Dios...—, No sabía qué estaba sucediendo, pero sabía que no era para nada un buen presagio. Sentía un revoltijo en todo su cuerpo.
Se desvaneció sobre las escaleras, y sentado allí se quedó, mirando a sus pies.
La tarde cayó rápido, como las horas seguían pasado. Habían sonado las tres campanadas de las vísperas, y el sol ya comenzaba a caer, y de los rojos tejados, sonaban los tranquilos toques de laúd que dejaban notas pacificas volar en el aire, notas de su corazón.
Su rostro era bajo su capucha era neutral, por dentro, sentía tristeza, inquietud. Preguntas estallaban en su cabeza con cada nota que tocaba.
Con sólo pensar que Altaïr se iría, lo mataba por dentro. ¿Era acaso por intenciones propias? ¿Algo había hecho mal para que quisiese marcharse después de lo bien que igualmente, después de todo, la habían pasado los dos juntos? O claramente debía pensar que era por sus misiones en Siria.
Habían sido horas que habían pasado desde que Altaïr salió solitariamente a hacer esos asuntos de los que Ezio no pudo enterarse. Maldito asesino que había flechado su corazón. Agradecía tener a su fiel compañero, el laúd, que era el que mejor manejaba para descargar esas energías que lograban atormentarlo.
Ajustó la afinación de su laúd en una de las clavijas más altas con cuidado y lentitud hasta lograrla hacer más suave su nota. Toques tras toques dos notas altas, dos notas bajas, y así, constante y tranquilamente.
—Di buon core... che...—, Cantó sin ánimo. Detuvo su toque de laúd suspirando, y echando su pecho sobre éste prácticamente, mientras lo abrazaba sentado en el tejado y miraba a sus pies la gente pasear.
No era fácil intentar tocar algo pensando en Altaïr. ¿Por qué le preocupaba tanto si con tantas cosas para él, jamás tuvo interés? Sobre todo, ¿Por qué le preocupaba tanto si era decisión de Altaïr? No quería sufrir más, y seguía clavándose estacas al corazón de esa manera.
—He vuelto.
Ezio reconoció esa voz, lo que le hizo suspirar una vez más con fuertes palpitaciones de angustia de su corazón. Formó una sonrisa ladina en su rosto. Pronto ideas de poder invitarlo a salir no habrían de estar tan mal. Se hizo a un lado para que Altaïr se sentara a su lado, a la vez que se quitaba su capucha, como el otro.
—Dime, ¿Qué comidas hay en tu país?
—¿Quizás Hummus, o el tabboulé?
—¿Qué? ¿Esas cosas son siquiera comestibles?—, Rió Ezio.
—Estoy seguro que muchos se lo preguntarían—, Altaïr se le unió a las risas.
El silencio se las tragó una vez más.
Los dos miraban como el sol del atardecer se escondía tras las nubes, trayendo dentro de unas horas consigo la noche.
—Hey, Altaïr...—, Ezio fue quien rompió el hielo, como siempre. Una mano tomó el diapasón del laúd, y la otra mano sus cuerdas, pero no hizo sonar nada. —¿Tendré o no respuesta de lo que dijiste esta mañana? Me explicarás, ¿Verdad?—, No quiso levantar la mirada.
Altaïr asintió con la cabeza, a lo que Ezio, al verlo con el rabillo del ojo, levantó la mirada en un segundo.
—Me iré en tres días más...
A Ezio se le quebró el corazón, y sintió como su garganta se apretaba.
—... Un barco saldrá de aquí rumbo a Acre. Bajaré, y me dirigiré oculto por mí mismo, hasta Masyaf.
El italiano le miró con una tristeza notable en sus ojos, más, con el respeto que merecía su decisión, quedó en silencio. Sin embargo, la amargura lo arrastraba cada vez más por un pozo sin fondo.
—Fue sin más una simple misión, ocultándome en un barco, del cual no pude escapar. Estaba rodeado. Pude escapar a duras penas de ellos al haber llegado a Italia. No sabía que estaba en Italia, sólo debía escapar, ocultarme, que no me vieran. Me atraparon en aquel puerto. La flecha envenenada fue clavada en mí, y resbalé. Alcancé a agarrarme de piedras sobresalientes del puerto, sin importar el dolor que yacía en mi costado, y que comenzaba a circular por mis venas... podría haber caído al feroz mar que amenazaba con matarme. Ellos pensaban que yo había muerto. Yo pensé que había muerto. Y fue entonces cuando apareciste tu... Con tu cara de... idiota.
Ezio, con palabras tan conmocionarte que arruinaron el final, hizo que frunciese el ceño confundido, pero antes de protestar, sólo vio en Altaïr una sonrisa, y sus ojos dorados, mirándolo con tranquilidad y detalle. Ahora ambos podían reír. Parecía de repente tomarse las cosas con bastante calma. Ya no existía ese Altaïr impaciente. Ezio al verlo, sacudió su cabeza, y sus pensamientos lo volvieron a inundar.
—Yo... sólo...—, Ezio bajó la mirada con cierta melancolía. —... te extrañaré...—, Y no quiso dar más detalle, o cátedra. El nudo en su garganta se desataría. Pero rápidamente irguió su cabeza y aclaró su garganta con un serio rostro. Habían lágrimas en su rostro, las cuales no había sentido.
Altaïr en cambio, le dedicó una sonrisa ladina para tranquilizarlo. —Lo sé.
Ezio rió, limpiando sus lágrimas, con movimientos rápidos, siempre ocultándose.
—Mejor sería aprovechar el tiempo restante en otras cosas que en lágrimas. Tres días más... —Suspiró el sarraceno, para luego volver a la seriedad del asunto. —Bien sabes que mi hogar está allá, junto con mi familia, y mis misiones...
Entonces, de un momento a otro, su mirada pareció divagar en sus pensamientos, pareció perderse en la nada. Ezio lo notó. Pues el semblante del sirio cambió más, quien bajó su mirada bajó con seriedad, algo había dicho mal, algo que le hizo doler el corazón.
—Altaïr...
Ezio tenía una idea, pero no sabía si era el momento de exponérsela, quizá era arriesgada, pero no tenía nada que perder.
El árabe lo miró, volviendo en sí.
—Iré contigo.
Esa voz firme en el joven, hizo retumbar el cuerpo del sirio, quien arqueó las cejas, mirándolo de arriba abajo como a un desconocido. No entendía muy bien aquella tan repentina e infantil decisión tomada. Su rostro ya daba a entender que no comprendía, y que necesitaba que el florentino le explicara con más detalle lo que había determinado con tanta seguridad en sí mismo.
Ezio sonrió con picardía. —Conocer de los peligros y aventuras de Masyaf no sería tan aterrador, sería un par de días, me gustaría saber que llegarás bien, y de paso podría traer un recuerdo... Luego yo me las arreglaré para volver.
Altaïr reflexionó seriamente, y aún con su expresión confundida, buscó otras respuestas con la mirada en el suelo, como si quisiera rebatirle aquello, decirle lo peligroso que era, pero luego, a su cabeza volvía su compañía. No podría ser tan mala idea, suponía él. —Esto es como aceptarle el capricho a un niño.
—Es lo suficiente para hacer una buena compañía.
Altaïr sonrió a medias, asintiendo ligeramente con la cabeza. —Me serás una agradable compañía.
Sería una compañía eterna si pudiera. No deseaba que otra alma se separara de él, y con sólo pensar nuevamente que ya se iría, le traía melancolía. Habría que disfrutar esos tres días, sin olvidar a su gente por estos, por supuesto.
Las misiones, recordar siempre las misiones.
—Venecia es un lugar sorprendente. Sus pescadores son hombres honrados, su gente... Y para ser una simple isla, es bastante poderosa en armas. Creo que es lo que más echaré de menos.
—Oh, sí supieras la conspiración que recorre cada muralla de estos lugares. A veces es bastante peligroso...
—O los peligrosos somos nosotros...
Pensó profundamente eso del sirio. Sí. Los asesinos, eran asesinos, eran peligro que debía ser ocultado para que no lo llevaran a una horca.
—¿Sabes qué?—, dijo el joven, como si una idea nueva naciera de su cabeza de interminables pensamientos. —Te mostré parte de mi debilidad por mi ciudad, pero todavía no has visto las más oscura... y probablemente la más preciosa.
Y en el rostro del italiano, yacía una bella sonrisa de oreja a oreja, que dejó atontado al sirio por unos segundos, sin poder responder tras sus palabras.
Entonces Ezio, colocándose su ancha capucha, se puso de pie, ofreciéndole una mano con elegancia en su tan refinado movimiento, para que se parara al igual que él. Su espalda estaba recta, y sus dos piernas juntas, como una. Su figura esbelta, era ahora una fina silueta de los mas escondidos palacios.
—Ven, sígueme.
El hombre mayor pestañó un poco estupefacto. Pero sin más, aceptó su mano y fue ayudado. Sí era como a una de esas ideas que afloraban de la nada siempre en el florentino, y a algo le llevaban.
Ezio saltó a un tejado más próximo bajo sus pies, como sus prendas flameaban con la brisa veneciana, aprovechando las hermosas épocas de febrero para algo más que especial en él.
No fue mucho el trayecto, hasta que bajaron a una pequeña plazuela con gente que ya parecía vestir algo extraño para Altaïr, a comparación de lo que había visto antes en el inquilinato. Sin duda la gente de esta zona era más adinerada, y tomando un callejón, salieron a una plaza enormemente gigante, la cual estaba repleta de más gente, con vestidos de colores brillantes, y máscaras llamativas e inexpresivas. Altaïr admiró la "Piazza di San Marcos", la cual mencionó Ezio una vez que la vieron, y aquello que parecía una inmensa catedral con dibujos cristianos en sus subcielos, y junto con los focos y la noche era más hermosa aún. Lo dejaba perplejo, desconcertado ante tal acontecimiento de las manos del hombre. Casi con su admiración y boquiabierta pareció caer de espaldas, incluso había parado de correr en la inmensidad de tan grande estructura. Tal belleza era incomparable a sus tierras en Masyaf. Nada igual podría superar a tal armazón construida por el hombre, y él, se sintió tan pequeño. Una vez más caía ante la belleza de Venecia.
Sus ojos volvieron a los de Ezio en cuanto éste lo tomó del brazo, y lo trajo a la realidad, inmerso en la multitud de gente de brillos y colores, risas y danzas.
—¿Qué es todo esto?—, preguntó el sirio anonadado, una vez que Ezio lo trajo hacia sí. Casi era incomodo la cantidad de gente que había para él.
No estaba preparado después de tanta tranquilidad compartida.
Entonces el florentino se colocó un antifaz negro con detalles rojos y dorados, que casualmente combinaban con su elegante atuendo de asesino florentino, y brillaban con los reflejos de las luces de las calles. A la par, le ofreció unos al sirio, para usar, de color negro y detalles dorados, —Ya verás, pero antes, debemos mezclarnos con la multitud del Carnavale.
—¿Car...navale? ¿De donde sacaste estas cosas?— preguntó el sirio confundido, pero resignado, al colocarse aquel antifaz robado.
Ezio sonrió bajo su antifaz, y sus dientes blancos, hicieron ver su cara más asimétrica de lo normal, brillando en la oscuridad. Pronto, agarró el brazo de Altaïr para que lo siguiera, y una vez que obtuvo su atención, comenzaron a caminar. Abundaba y desbordaba cada vez más de gente vestida con mascaras exóticas y coloridas y vestidos refinadamente diseñados. Gente ya bailaba, reía y cantaba, y en cambio, estos asesinos bailaban a esquivar la gente que pasaba por sus caminos, limitando siquiera en rosarlas. Se camuflaban bastante bien entre ellos, mezclándose en una fiesta interminable, y la gente danzaba al ritmo de las tarantellas, todo parecía tener más y más colores que antes, todo era risas y gritos, hasta que tomaron un callejón, y este acabó. Y la gente parecía haber desaparecido, sólo en un eco lejano en la oscuridad.
Ezio se detuvo, haciendo que el sirio chocara con torpeza tras sus espaldas. Estaba tan concentrado en todo ese espectáculo a las espaldas que no había visto antes, entre tantos bailes y petardos que giraban en el suelo y aire, que no se había dado cuenta que el florentino había detenido su paso.
A los pies de ambos asesinos, había agua solamente agua. —Mira—, Apuntó Ezio al enorme río frente a sus ojos, —¿Vez esas canoas largas y angostas?
Altaïr abrió bien sus ojos. Cada vez se topaba con más bellos sitios de de aquella extravagante ciudad nocturna de la cual pasaba en festejos. Salía de un canal estrecho del cual se podía ingresar, formando una gran boca. Del canal a lo lejos que podía divisar, había a sus lados paredes con edificios y otras ramas de canales más angostos. En las oscuras aguas de la noche se reflejaba la bella luna llena y las luces de los petardos que la gente soltaba, y a lo lejos, personas en estas enormes canoas angostas remando con suma tranquilidad, disfrutando de la vista del carnaval.
Altaïr silenció, era todo muy maravilloso para ser verdad.
Con esto, Ezio lo miró una vez más, enternecido por el rostro iluminado del árabe. —¿Te gusta?—, Preguntó sin quitarle la mirada de encima, hipnotizado por sus ojos.
Altaïr asintió.
—Te gustará más cuando estemos sobre las góndolas.
—¿Góndolas?
—Aquellas canoas. En más de una oportunidad las viste. Ese es su nombre.
El sirio retrocedió con un poco ante un leve temor de tener aquellas aguas tan cercas una vez que tomó concentración, pero Ezio comprendió y lo detuvo, ofreciéndole una amorosa sonrisa. —Iremos en la góndola a nuestro destino. Te gustará conocer la otra cara de esta ciudad, y mi debilidad.
Dio el pasó y subió tambaleante a la góndola, y tomó asiento como si hiciera equilibrio por su vida. Detrás de él, subió Ezio, y mirándolo de frente, sin tomar asiento, se paró en lo que parecía un estrado de la Góndola. Altaïr quizás un poco más temeroso, sujetándose bien al momento en el que Ezio se equilibraba rápido para tomar el remo, lo cual a Ezio le causó soltar una pequeña carcajada.
Se acomodó un poco su incómodo antifaz, pero Ezio insistió en que lo mantuviera. Aún parecía no entender para qué era, si acaso realizarían un tipo de asesinato o algo así, o si corrían a algún tipo de fiesta, después de ver tal alboroto de genterío. —¿Estás seguro que estas cosas son estables?—, Preguntó Altaïr, intentando fingir que no estaba aferrado como un felino.
Ezio se cargo en la base de esta, moviéndola de un lado a otro con pesadez, como si comprobara lo estable que creía ser. Altaïr con esto se aferró ahora sí con fuerza, tensando completamente su cuerpo. El florentino rió divertido al ver la reacción del sirio.
Entonces el más joven de los dos, con sus fuertes brazos y hombros, comenzó a remar en aquel estrecho y oscuro canal, y las voces por un momento parecieron desaparecer, todo. Absolutamente todo, y silencio. Entre ambos un silencio gratificante.
—¿Me dirás qué es todo este escándalo?—, preguntó el sirio una vez que notó ya demasiado concentrado en sus pensamientos al florentino mientras usaba sus brazos con fuerza de pie en el remo, maniobraron el pequeño bote alargado.
Pero él no respondió.
Entraron a los primeros canales, y ninguno uno de los dos hablaba, sólo eran las risas de la gente, las explosiones de uno que otro petardo y la música lo que llenaba el entorno en cuanto pasaron por delante de la plaza, sobre la góndola; todo lleno de color, de ambiente efervescente y adorable, de músicas, risas juegos y luces, hasta que la dejaron atrás. Ezio siguió remando en silencio, y pronto la detuvo. La góndola se dejó simplemente ir a favor de la corriente, apacible.
—Estas pensativo...—, Llamó Altaïr, —¿Sucede algo?
—Es muy bello aquí... —, Susurró Ezio, quien pronto se volteó al sirio, y tomó asiento, sonriéndole, como si antes no hubiese visto esa belleza en tanto tiempo, como si sus ojos hubieran estado cegados por una constante tristeza en su corazón. —Me gusta que estés conmigo... Me siento realmente feliz contigo, mis problemas se olvidan.
Altaïr comenzó a enterrar sus uñas en sus propias rodillas, y miraba al suelo pasmado, era calculador con todo lo que entraba a su cabeza, pero esto se le atoraba. Abría y cerraba la boca repetitivamente, vacilando entre sí responder o no. No respondería. No le salían las palabras para eso.
De un momento a otro, la góndola dejó mostrar a los dos hombres frente a otra gran plaza, la cual comenzó a ser iluminada por fuegos artificiales, delante de una amarilla luna llena, y nuevamente una gran multitud, que admiraba en silencio el show y nadie podía notar la lejana pero tan cercana presencia de ellos.
Ezio miró a Altaïr, y vio en sus ojos la maravilla jamás vista. Sintió por un momento que no era merecedor de mirar la belleza del Carnaval de Venecia, cuando miraba a los ojos del sirio iluminarse con los fuegos de artificio. Parecía pasmado ante la maravillosidad del silencioso y a la vez estruendoso espectáculo, y adrenalínico de haber pasado por todo eso antes. El florentino por primera vez en todo el tiempo con él, se sentía seguro mirando a aquel hombre atento a aquella gran exhibición de explosiones y colores brillantes, un espectáculo encantado. Él parecía hechizado. Algo se encendía en él y le inquietaba, pero le gustaba. Sintió extraños impulsos, los mismos de antes, pero se negó, tragando saliva.
—¿Te gusta?—, le preguntó una vez más, con suavidad, admirando el estupefacto y cautivado rostro del hombre mayor. Quizá no había una respuesta a eso, era más que notable, pero necesitaba escucharlo. Su corazón latía con tanta fuerza como si fuese a hacer un salto de la fe por primera vez en su vida. Necesitaba oírlo.
—Es... algo bellísimo—, admitió el sirio sin mirarlo aún, inocente, hipnotizado por los fuegos artificiales, en el silencio de ambos.
Y Ezio sonrió al observarlo con algo de encanto en sus ojos también.
—Entonces tienes que ver esto—, dijo Ezio, atrapando su mirada por fin, ante la curiosidad. Como si hubiese sido por la magia, al decir eso, de las manos, hasta los pies, el cuerpo de Ezio comenzó a sentir una electricidad que no dejaba de revolotear en él. Comenzaba a ponerse ansioso y algo nervioso, lo veía para sí mismo como una segunda oportunidad. Así entonces, dio un paso, se afirmó del borde de la góndola, dando dentro de un milisegundo, un enorme salto hasta el primer barandal de una casa junto al canal. Rápidamente comenzó a escalar barandal por barandal, ladrillo por ladrillo, marco de ventana por marco de ventana. Saltó techo tras techo, hasta llegar a un balcón oscuro, pero amistoso. Altaïr lo siguió, y subió junto a él, pronto su rostro cambió, azorado ante lo que sus ojos veían.
—Recuerdo este lugar... estuvimos aquí antes, ¿No?...—, El sirio observó examinante, sujetándose del barandal. —¿Qué sucede? ¿Por qué me traes hasta aquí?
—Me gusta la vista desde aquí, siempre me gustó... ¿No crees que es bella?
Altaïr pestañó convencido, y giró su mirada a la fiesta de a lo lejos. Por supuesto que sí era bella, le agradaba, pero habían razones del porque lo acarreaba de un lado a otro, ypor qué justo habían terminado de nuevo... ahí. —¿Qué quieres?
—Conversar... me tomo tiempos para conversar—, Dijo Ezio, y su mirada se topó con la de Altaïr, ninguno giró la mirada a ninguna parte. Era como si estuvieran ya conectados. —Quiero preguntarte una vez más, ¿Te gusta aquí?
El sirio recordó esa pregunta de la vez que estuvieron justo en ese mismo barandal. Un escalofrío no desagradable recorrió su espina dorsal. Intentaba que su respiración no se agitara, intentaba contener la calma. Así, tomó una bocanada de aire, cerrando sus ojos tranquilamente, para luego suspirar. —Me gusta, pero no me quedaré para siempre. Ya tengo gente a la que le importo en mi lugar de origen. Me esperan.
—Ya hay alguien a quien le interesas, y mucho.
Agrandó sus ojos en cuanto escuchó atento a las palabras del florentino. Aquello resonaba tintineante en su mente cual eco, tanto así que no se había percatado de la cercanía del florentino hacia él mismo. Su sangre comenzaba a arder de emoción una vez más.
Ambos hombres se encontraban uno delante del otro, con una distancia poco respetada. Entonces, Ezio se inclinó, con una tranquila suavidad. Esa segunda oportunidad que se estaba dando a sí mismo, la cual pasó vagamente por su cabeza, era la que ahora parecía estar predominando, ya que, sin poder evitarlo, rosó sus labios con los del sirio, hasta no esperar más de dos segundos y posarlos allí.
El hombre sarraceno tragó saliva al sentir la suavidad y calidez de los labios tersos cual satín sobre los propios.
No estaba seguro si era un juego de seducción, o casi un simple ejemplo de cómo seducir a una dama. Desde que conoció a ese maldito asesino, supo que era un mujeriego, sí. Lo evitaba de cualquier manera, porque sabía que podía estar jugando con él. ¿Qué pasaba si era así? Sabía que ese era el extraño y diferente tipo de amor que tenían en sus tierras del cual tanto temía, pero, ¿Y si era verdad?
De lo único que pudo acertar a hacer fue disfrutar de ese momento, cerrando los ojos, y correspondiendo con la misma tranquila intensidad que el florentino lo hacía, aunque para sus deseos, el beso había sido algo corto. Aunque se lo negara, deseaba cada vez más de ese sonriente italiano.
—Lo siento—, Susurró apenas separado del sirio, sin dejarlo de ver a los ojos.
—En verdad... ¿Lo sientes?—, Preguntó mirando fijamente a los ojos de éste.
Ezio silenció. No entendía, o entendía, pero fue Altaïr quien no había entendido. No más, sus pensamientos de nuevo arrepentimiento desaparecieron en cuando el sirio tomó la iniciativa de besarlo. Fue quien llevó sus labios a los de Ezio, y fue Ezio quien correspondió esta vez, llevando delicadamente sus manos a las cinturas de éste y apegándolo a su cuerpo. Las mascaras no molestaban, les daban cierta imagen de un oscuro romanticismo, eran como enamorado y enmascarados, con fuegos artificiales iluminando sus tenebrosas siluetas enmascaradas.
Este sí había sido un beso duradero, sin miedo, del cual disfrutaron los dos sin confusión, del cual pudieron explorar los dos sintiendo exactamente lo mismo, del cual se sintieron danzar sobre el mismo suelo, sin separarse. La gente danzaba a lo lejos, mientras que estos dos danzaban lentamente de un lado a otro en este beso que no se detenía.
Apenas sus labios se habían separado, sus narices se mantuvieron apoyadas unas con otras. Observaba el florentino cuidadosamente los finos, delicados contornos de las mandíbulas y pómulos de su adverso.
Cuanto tiempo esperó para poder hacer eso.
Para haber sido correspondido.
—Oh, Altaïr...—, Dijo casi como si fuese un canto. —...No es que sienta atracción física hacia ti, sin mencionar que eres muy atractivo...—, Sonrió en medio de una leve risilla que se le escapó de los labios. Comenzó a besar las mandíbulas del sirio con dulzura, cada centímetro, —Pero tu actuar tan serio, tu muy poco notable nerviosismo, tus miradas, tu seguridad en tu persona, tus tan bellas palabras, tu voz... Todo eso... ¿Sonará muy cliché si digo que me vuelven loco? Pues, así es, siento que estoy loco por ti.
Corría lava por sus venas y era seducción y romanticismo puro. Ahora entendía los rumores de aquel florentino que buscaba esconderse de la sociedad, lo bueno que era para el amor, ahora entendía por qué era tan irresistible. Sólo quería cerrar los ojos y dejarse llevar por las sensaciones que la piel y los labios que este asesino le profería, más, quiso mostrar lo último que le quedaba de resistencia y se mantuvo firme.
—Si negase lo que tu, Auditore, me provocas, sería un mentiroso, pues tu sola presencia marcan en mí un nervosismo continuo, y he de admitir que debo hacer uso de todo mi control para no lanzarme hacia ti y besarte con desespero.
Ezio sonrió ampliamente sin dejar de besar el cuello de este sirio. Lo tomó de la muñeca, guiándolo una vez más, con una seductora mirada, subiendo rápidamente hasta el tejado. En cuanto el sirio estuvo ahí, Ezio giró con él hasta acercarse al Un Jardín de Tejado, el más cercano que había en ese techo, y sin más, lo empujó son sensualidad, haciéndole traspasar las cortinas de esta caseta para caer dentro, y que su espalda rebotara en el heno y junto a él, también se lanzó, quedando sobre su cubierto cuerpo de telas blancas por su túnica...
Para los dos, sería el momento de disfrutar del Carnaval de Venecia...
Traducciones:
-Amare: Amor.
-Sogni: Sueños.
-Riposo: Descanso.
-Buon giorno: Buenos días
-Di buon core... che...: El buen corazón... que...
-Mio amico: Amigo mio.
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