Capítulo 1. Mi noche
La noche en Venecia era muy cálida, esta vez no hacía tanto frío como se podría haber esperado en cualquier noche de invierno, tal vez porque anunciaba una cargada lluvia, pero eso no quitaba que fuera lo suficientemente tierna, llena de música como gente en sus estrechas y luminosas calles sobre las aguas y góndolas que las atravesaban en bellos reflejos de colores.
Desde el tejado de una casa cualquiera, la vista se podía hacer impresionantemente hermosa. No era tan alto de donde Ezio estaba, pero era la indicada para su comodidad, mientras acompañaba el ambiente con suaves toques de su pequeño laúd. Nota tras nota, con suavidad, como si sus dedos acariciaran suavemente un arpa.
Si se le podía llamar descanso a eso, descanso sería. Misión importante que hacernos no había por el momento. Habían momentos y momentos para buscar información y al español, y había tenido que aprender férreamente a adaptarse a la palabra "paciencia".
Así que lo ponía en práctica.
Hace un año, aproximadamente, los ladrones se habían hecho con el Palazzo della Seta, así que ahora, no había nada más que esperar, observar, moverse en calma por la ciudad sin levantar mucho las alertas, estar atento a ayudar, nunca desenfocarse del objetivo, y siempre con paciencia a por la suficiente información, por los meses que viniesen en adelante, que seguramente no muchos serían, para dar con dicho objetivo de la corrupción Veneciana.
Así que con esa paciencia, tocaba sobre tal tejado; y no sabía por qué, pero justamente ese día, había sido sorprendido con innumerables cosas en su camino, que antes le parecían tan efímeras, tan usuales: Una simple sonrisa, un abrazo, esas cosas que lo sacaban de lugar por lo poco que le sucedía; pero ahora, todo estaba demasiado tranquilo... y era justo en estos momento tan solitarios, cuando a sus pies pasaba la gente, y se mantenía la música, él recordaba.
Se ponía a recordar la felicidad, su corazón blando, el amor. En un segundo, no estuvo seguro si fue una lágrima lo que había resbalado por su mejilla, o una gota del cielo nublado en enormes cúmulos nocturnos, puesto que hace rato habían estado cayendo unas anélidas gotas.
Reaccionó.
Dannazione! Con un acerbo suspiro, limpió la gota de su mejilla. Tras cinco años, aún todo era difícil de olvidar. Sus gritos en medio del estrado, y los gritos de ellos, clamando por inocencia, sus rostros confundidos, los corazones acelerados, la soga al cuello. Todo eso eran ahora como truenos y relámpagos en su cabeza que aún no se iban, aquellos que sólo quería borrar. Recuerdos que iban y venían y golpeaban su cabeza con sonidos, olores y emociones, siempre tan lacerantes. Cuando todo era tan doloroso, solo quería descansar en el regazo de su madre, o de aquella persona que tenía que olvidar y que había amado. Sólo pensar en ella, hacía de su corazón acelerarse, y su pecho más dolía. Dolía tanto que hacía que se mordiera el labio inferior. Otra vez los ojos de Ezio se cristalizaban...
Bueno, en una tormenta, siempre habrá lluvia.
Pero eran solamente recuerdos, y los intentó esfumar de una manera que él solo conocía. Un grupo de cortesanas comenzó a emprender paso por debajo del tejado, seguramente muchachas de la Sor Teodora, haciendo que Ezio girara su vista a estas con lentitud, alzando su mentón y mirada para observarlas mejor. Sí, eran de Teodora, y muchas de ellas eran lo suficientemente amables para dejar gratuitamente a este florentino jugar con ellas. El atractivo de ellas, delgadas y esbeltas, con vestidos de tafetán amarillentos y rosados pastel. Peinados exóticos y bien pintadas. Risueñas y coquetas, moviendo sus brazos amenamente como el viento, atrayendo a todo aquel a su paso, hacían que el florentino quisiera algo más que sólo acción.
¿Hey, Belle ragazze, van a alguna parte? Esperen, esperen por favor, el acto aún no empieza.
El joven sonrió disoluto. Un poco de música y mujeres no vendría mal, ¿O sí? No, para nada. Sólo después podría ir a festejar con ellas luego de atraerlas. ¿Pero qué hacer para que ellas se acercasen a ti?
No era que Ezio quisiese evadir los impuestos de estas muchachas. Realmente las respetaba. Entre él y un reducido pero representativo grupo de cortesanas venecianas había un pequeño pacto. Una cortesana en especial, Adrienna, una tarde se había sentado junto a Ezio en una banca en los jardines del burdel La Rosa della Virtù. No hubieron intenciones en nada; incluso ella le había contado que tenía un hijo pequeño, y se esforzaba demasiado para darle de comer cada noche. Ella a veces diría grupos por medio de Venecia para aumentar las pagas, pero le había ofrecido a Ezio, por mediante de Teodora, que cuando quisiera, podría acomodarse junto a ellas, a cambio de que le llevara cada tarde almuerzo que ella le entregaría, a su hijo. De cualquier manera, las cortesanas Venecianas, ningún problema tendrían en relacionarse con tal libertino y primoroso florentino.
Con las mujeres, Ezio siempre tuvo la carta bajo la manga, y si podía considerarse maestro en algo, bueno, allí lo tenía. Volver a ser el de antes o por lo menos intentarlo no sería tan malo, aunque se le hiciera algo engorroso, después de todo.
El joven empezó a hacer notables sus toques del laúd, las muchachas que pasaban, más algunas personas, se preguntaban el de dónde venía esa música y quién la tocaba. ¿Por qué les parecía que la música venía de aquel tejado? ¿Quién estaría tocando allí?
Sólo los ladrones de los cuales debían estar alejados.
Una misteriosa silueta para la gente saltó del tejado, que en cuanto se repuso de la segura caída, dejó mostrar a aquel joven guapo y apuesto. Alto, de anchas espaldas, y una expresión tranquila, con una dulce sonrisa en sus labios que adornaba su rostro de mandíbulas perfectamente formadas. Su cabello, revoloteado, de un color castaño oscuro y largo pero sujeto con una cinta roja, y sus ojos de un color avellana, que resaltaban en su tez aceitunada. Y su ropa, que encajaba tan bien con su cuerpo, un jubón azul y camisa de mangas holgadas. Simplemente tomó asiento contra unos sacos de harina que estaban apoyados en la pared en cuanto bajó, y empezó a tocar su laúd, música que al rato se empezó a volver encantadora.
—"Je te veux à mes côtés
Alors que je ne me sens plus jamais seule
Ils ont toujours été si gentils
Mais maintenant ils t'ont éloigné de moi..."
El joven empezó a cantar en cuanto inventaba letra en francés, lo que su mente le decía. Simplemente su intención era conquistar a aquellas jovencitas con su música. Las muchachas se secreteaban entre ellas, preguntando por aquel extraño y apuesto joven quien comodonamente cantaba con calma y suavidad. A ellas les atraía él, a ellas les gustaba.
Cada vez más, ellas se acercaban de a más a oírlo, junto al mismo tiempo que otras personas, cada vez se encantaban más con aquél exótico tipo y sus toques.
Apenas cantó la última parte de la primera estrofa, pensó con picardía que el coro las flecharía, y así fue. Aquel coro alegró el ambiente de repente, más de lo que estaba siendo como en un triste suspenso hace pocos segundos. Fue como una explosión, como imaginarse una explosión, pero una explosión atractiva, cautivadora, exuberante, logrando atraer llamativamente la atención de muchas más personas, pero en sus principios, las chicas iban primero.
—"Danser sur..."—, Ezio levantó la vista concentrada en su laúd a las lindas muchachas con tranquilidad, y ellas parecieron suspirar por el encanto de su mirada. Soltó un suspiro sin quitar esa amplia sonrisa de su rostro, y la canción jamás se detuvo. —"Ne devrait pas en parler, ne devrait pas en parler..."
Ezio silenció su canto sin parar de tocar el laúd en un animoso interludio, y como en el principio, empezó a cantar el primer punto del coro.
Algunas personas movían sus cabezas al son de la música, otras simplemente golpeaban al ritmo de la música el suelo con uno de sus pies, otras aplaudían con alegría y otras hasta movían sus caderas con el ritmo. La música del niño los convenció, porque era tan poco común escuchar a alguien quien cantara junto a una música, a excepción de los irritantes trovadores con sus locos laúdes, era por esto, que de alguna manera los innovaba.
No faltaba el que estaba a punto de llamar a los guardias por el típico tipo haciendo alboroto en medio del público, pero habían muchos que también estaban maravillados.
Las chicas bailaban con felicidad al ritmo de la música de aquel guapo joven quien les pegaba la melodía. Era todo como una fiesta en un solo lugar, l ritmo hacia que hasta Ezio quisiese bailar cantando con ganas.
Apenas el joven italiano terminó el "Ne devrait pas en parler", un solo de guitarra algo largo e indeciso hizo pensar que aquella pequeña "fiesta" terminaría, como el cierre de la canción, desilusionando a su multitud, sobre todo a sus hermosas muchachas ya cazadas. Pero Ezio ya lo tenía todo en mente, y le encantaba regocijarse así. Era su estrategia, y más en
Parándose de su cómoda sentada, emprendió paso tocando su laúd hacia el grupo de las jóvenes que se encontraban en baile. El joven, antes de llegar, tomó una bocada de aire para emprender vuelo nuevamente con su coro.
—"Et je te veux, nous pouvons l'amener sur le sol..."— El italiano empezó a danzar en medio del grupo de muchachas tocando su fiel laúd, — "...Danser sur, faire le boogie toute la nuit, vous êtes défoncé au paradis, ne devrait pas en parler..."— Movía sus caderas al ritmo de la música junto a sus pies, entrelazándose entremedio de ellas sin dejar de mover su muñeca al ritmo de lo que debía tocar, y en sus pasos trenzados por medio de las muchachas bailarinas, le guiñó el ojo a la primera muchacha con la que hizo contacto visual, dejándola más que ruborosa y sonriente. En cuanto hizo eso, giró su mirada a las demás chicas con una sensualidad que poco se podía describir, además del ánimo que transmitía, cual incluso invitaba a la misma gente a unirse al baile.
—"Ne devrait pas en parler..."
Y con eso último, finalizaba su canto, dejando un solo del laúd que volase para poder cerrar la canción, haber enamorado las chicas, la gente te aplaude, se van, te acercas a ellas que esperan complacientes y enamoradas a tu presencia, les coqueteas, las invitas a tomar un trago, se embriagan todas, tu también te embriagas, dejas que se vayan y te quedas con la más bonita para ti, le coqueteas más, ella a ti, te acuestas con ella y día terminado. Al siguiente día quizás vas por más. Esta ya es mi mi noche...
¡Listo, había sido precioso! La gente aplaudía encantada, feliz, con gran furor, haciendo arder sus palmas por los fuertes aplausos a lo que el joven les hacia una reverencia tras otra.
—¡Grazie gente, grazie!— Agradecía el florentino entre reverencias, pasando la correa de su laúd por sus hombros para dejarlo descansando, con una gran sonrisa, también modesta.
Hacía mucho que no se atrevía a hacer algo como eso, algo tan atrevido y poco cautivo para atraer a una muchacha. Ahora tenía a una por la cintura, un circulo de entero de ellas quienes lo mimaban, le sonreían y reían. —Lo has hecho bien—, había dicho una de ellas. Parte del trato. Su pecho dolió un poco.
Entre aplauso y chiflido al joven, un alboroto a lo lejos se empezó a generar y se acercaba más y más a la multitud del florentino.
Él lo había notado.
Ezio se distrajo de los halagos de la gente desviando la mirada a aquel alboroto. Gente era empujada a los lados bruscamente, hasta que él salió a luz entre la gente.
—¿Un monje?— Pensó Ezio sin poder moverse de su posición, observando a aquel bruto hombre encapuchado desde lejos.
Aquel hombre de blanco, cual el florentino había confundido con un monje, huía de algo mucho mayor, y se dio cuenta que no era un simple monje, ¿Un verdugo? ¿Un ladrón? ¿Un mercenario?... ¿Un asesino?... sea lo que fuese, era perseguido por hombres llenos de armas. Lo más extraño, era que no solamente eran guardias venecianos los que lo seguían, eran hombres extraños, y eso hizo el corazón del florentino palpitar con fuerza y ponerse en sobre alerta como un animal. Por un segundo se le pasó por la cabeza que aquel hombre de túnicas blancas los había traído hasta él por este alboroto, pero al contrario, los eludía como un animal, maniobraba esquives, y huía. Pensó también que esto se trataba del inicio de algún tipo de desembarque de hombres que buscaban guerra para hacerse con Venecia o robar, pero como antes dicho, sólo iban por él. Además de los guardias venecianos, estos otros, llevaban ropas tan raras que parecían sacados de los libros de historia, esos hombres que ya habían quedado en el pasado, con cotas de malla que cubrían sus cabezas y hombros, cascos brillantes, túnicas blancas con cruces rojas en el pecho y capas imploradoras.
¿Era cierto lo que sus ojos veían? ¿O sería una obra de teatro de algún loco?
Ezio frunció el ceño con la boca entrecerrada atento a lo que sucedía, siguiendo con la mirada al hombre de blanco.
Como si en cámara lenta se tratara o quizás la adrenalina del momento, aquel hombre de ropajes enteros que huía, pasó por delante de Ezio.
Era sólo un poco más bajo de altura, y a este paso, su túnica blanca, muy blanca, brillaba ardientemente ante la luz de los focos de esa noche, portaba un cinturón con armas que no cualquiera llevaría y una banda roja en la cintura. Su capucha blanca generaba sombras que cubrían la mayor parte de su cara, pero por un levantar de hombro de aquel hombre, Ezio pudo distinguir uno de sus brillantes ojos dorados cual con tranquila expresión lo miró. Mirada que inquietó un poco al joven muchacho.
El asesino voló por delante del italiano, tan rápido y ágil como el viento. Fue una obra de mili-segundos lo que Ezio pudo divisar de él. Toda la gente alrededor era empujada por el raudo asesino más la masa de guardias que lo seguían para darle muerte.
Ezio alcanzó a atrapar a una mujer antes de que esta cayera al suelo por el brusco empujón de uno de los soldados.
El asesino dio acrobáticos saltos logrando encaramarse para llegar a los tejados.
Era un asesino, sin duda lo era, él lo sentía... pero... ¿Por qué es que se le hacía tan familiar? No lo conocía. Deplorablemente, en Venecia, al menos, no habían más asesinos. En ese caso, quizá había sido enviado por alguien de algún otro país, y se metió en algún lío. Pues se notaba incluso que ese hombre siquiera era de Italia. ¿Y esos raros soldados de cascos que parecían baldes de metal? Tampoco eran de aquí, no pasaban ni como Brutos. ¿De dónde venían todos ellos, entonces?¿Por qué todo tan de golpe?
Ezio estaba estupefacto entre tanto pensamiento que azotaba su mente. Intentaba buscarle una razón lógica a todo esto. Pero bueno, si algo caracterizó a este joven florentino, es que no se quedaría jamás viendo una escena, calculando miles de teorías hasta ver la que más calzaba con lo que quería creer, él iría a por respuestas.
La gente se levantaba del suelo ayudada por otros y recogían sus bolsas de compras y cajas de frutas esparcidas por el suelo. Una muchacha de las que Ezio se había fijado miró hacia la dirección de él.
—¿Y el chico del laúd?— Preguntó a lo que muchos se voltearon al ver al sitio, ahora vacío.
—¡Allí!— La gente se volteó rápidamente al llamado de un hombre entre la multitud que apuntaba a los tejados.
Ezio emprendía rumbo hacia el asesino que saltaba de tejado en tejado velozmente.
El cielo que se había estado presentando nublado, justo ahora había de dar sus frutos, ya que pequeñas gotas de agua, ahora sí vertiginosamente y sin piedad, empezaron a caer hasta transformarse en una lluvia torrencial. Mucha gente corría a sus casas y muchos cerraban sus tiendas antes de que ellos mismos y sus productos se mojaran.
—¿Por qué va al puerto?— Pensó Ezio mientras saltaba a un techo con sigilo, observando hacia el gigantesco puerto de pierda al lado del mar que funcionaba para los gigantescos buques de guerra.
El asesino de blanco saltó del ultimo tejado que le quedaba, y cayendo a la mojada arena, corrió atléticamente de manera ascendente por los interminables escalones de piedra del tan alto y grande puerto, hasta quedar en la punta de este. Miró hacia abajo, admirando como el agresivo mar golpeaba los pies de esta construcción con furia, amenazante. Era una muerte segura si caía, sobre todo por las puntiagudas rocas que se asomaban tras cada golpe de la marea.
Los guardias tenían rodeado a ese asesino, sin escapatoria, acorralado. Al parecer, había sido mala elección tener que subir al viejo puerto veneciano.
Ezio se quedó encorvado, mirando del último techo antes de dejarse caer a la arena.
— Dü hast keine fluht, Assassine! Dü bist viele gereist lænder , um hie stagnierend zu enden! Dü bist verlorn! Miserabel!—Uno de esos soldados de cuentos templarios, rió hablando en su extraño idioma, y en cuanto lo hizo, procedió a desenvainar su espada y parecía enfurecido.
El florentino corrió rápidamente mientras la lluvia golpeaba su cara, aunque esta estaba de su lado, pues lograba endurecer la arena, y eso le permitía correr más rápido. Quedó justo al lado del puerto prácticamente escondido entre las sombras de este, observando desde abajo absolutamente todo, jadeante ante el cansancio en sus pulmones, expectante a lo que sucedería sin prestarse mucha atención a él mismo.
Los soldados de adelante se abalanzaron contra el asesino, a lo que el nombrado esquivó con mucha destreza y en segundos, aquellos soldados cayeron occisos al suelo, mientras el asesino, sin mostrar preocupación o miedo alguno más que una dominante seriedad y calma, activaba su filosa hoja oculta. No sabía duda que era asesino entonces.
Después de un largo silencio, todos los soldados, guardias venecianos y los de las mallas de metal, se arrojaron con gritos de batalla al asesino, a lo que él los combatía como el soplar a una pluma, así de fácil. Empleaba patadas y golpes bien organizados y entrenados, era como un baile muy coordinado, y casi ni se movía de su posición. Daba un paso y retrocedía, acuchillaba con su hoja oculta a uno, y cuando venía otro por detrás, lo interceptaba lanzándole un pequeño cuchillo arrojadizo de los cuantos otros que tenía equipado a su hombro. Hubo otro a centímetros de él, un Bruto veneciano que había alzado su poderosa y pesada alabarda, pero no fue un problema para él, pues tuvo el suficiente tiempo para desenvainar su espada y enterrarla brutalmente en el vientre ajeno que una precisa rendija tenía para haberlo estocado, y sangrante, la retiró, dejando al poderoso caer al suelo sin vida; pronto le dio una estocada a otro que venía a sus espaldas, y giró para cortarle el brazo a otro. Se agachaba astutamente cuando un soldado blandía su espada sobre él, y a cambio, el astuto de blanco deslizaba su pie por los pies del guardia, logrando que cayera de golpe al suelo y pronto enterraba su espada en su cuerpo. ¡Así de ágil era!
Pero, entre tanta batalla, aquel asesino no logró percatarse del guardia veneciano en particular que apuntó hacia él una flecha con su ballesta y le disparó. Apenas la había percatado, y no alcanzó a moverse cuando esta atravesó sus prendas, piel y por último, carne.
A duras penas se le escuchó el quejar de entre sus dientes, algo casi como un suspiro, y se notó como formó una mueca de dolor, mostrando aquellos blancos dientes que apretaba unos contra otros ante la tortura de la flecha en su ijar., y sus blancas prendas se teñían de un color rojo granate tan intenso como el vino derramado.
Llevó sus dos manos alrededor de la flecha, siendo incapaz de quitársela y comenzó a tambalearse intentando mantenerse, retrocediendo para intentar salir de la zona de peligro, pero no había lugar, su cabeza giraba dolorosamente de un lado a otro, agotado, y sin notarlo, su pie resbaló en la punta, causando que su cuerpo cayese por completo dela punta del puerto en un desesperado intento por sujetarse, arrastrando solo la sangre consigo.
Ezio levantó la cabeza, totalmente intranquilo, con los ojos bien abiertos, al igual que su boca ¿¡El asesino había caído!? En cuanto escuchó el chapuzón en el mar, sintió un punzón en su pecho que pudo reconocerlo como el dolor de la desilusión. Podría haber ido y subido a ayudarlo, había sentido la impotencia de no hacerlo, pero no llevaba armas consigo, a penas un pequeño laúd de madera colgado a sus espaldas y una pequeña navaja. Nada podía haber sacado con eso, más que unos fuertes golpes, y probablemente una muerte segura. El asesino había mostrado una gran destreza para la batalla, y verlo caer de esa manera, de cierta manera le había dolido.
—Trabajo cumplido, señores... — Mencionó un guardia veneciano a los suyos, de los pocos soldados que quedaban —...Carguen los cuerpos y larguémonos de aquí, no importan los otros que cayeron al mar.
¿Trabajo cumplido?
Y así lo hicieron, los guardias venecianos tomaron los cuerpos de sus compañeros caídos y empezaban a bajar del puerto, ya esfumándose del lugar en pocos minutos. Los otros de cascos de baldes lo habían hecho hace mucho en cuanto el otro había caído.
Ezio suspiró mirando al agitado lago veneciano por el viento, pero luego desvió la mirada hacia arriba, al borde del puerto, donde hace unos minutos se había desarrollado toda la desgracia. Ahora sólo la lluvia y la brisa pasaban por allí. Quitándose parte del cabello mojado de la frente que obstruía su vista, tomó la decisión de subir por el mirador.
En cuanto llegó a la amplia punta, se dispuso a observar hacia abajo. El mar rugía y golpeaba con furia los pies del puerto. Ezio no podía dejar de pensar en el asesino y en la mísera fortuna que se había llevado consigo. Y en silencio se quedó, generando el pésame en su mente, tanto mientras miraba desde esa cima al abismo. Se imaginó a él mismo haciendo un salto de la fe desde la punta hacia abajo, pero no le agradaba la idea de imaginarse caer sobre esas rocas que se asomaban entre las agresivas aguas de allí, aparte de que la punta de la cima estaba tan resbalosa, que con solo mover un pie le daba un cierto escalofrío que le recorría desde la uña inferior del pie hasta la nuca, consciente del peligro.
El joven florentino se encontró siempre admirando el invisible y oscuro horizonte nocturno, sabiendo que ya era hora de irse, por lo que giró un pie, pero pudo sentir la detención del otro, y pronto, un apretón débil que envolvió fríamente su tobillo, como algo que intentaba sujetarse de allí. Ezio frunció el ceño de a poco, y lentamente bajó la mirada a sus pies, para encontrarse con una mano ensangrentada aferrada a su pie.
Se le pusieron los pelos de punta, la piel de gallina y su cuerpo se le heló. No pudo evitar gritar dando una gran zancada hacia atrás para alejarse de esa mano, pero por desgracia, con el resbaloso suelo, perdió el equilibrio y cayó sentado al suelo. Volvió a mirar aquella mano ensangrentada que ahora era un brazo aferrado a la punta que intentaba subir, la expresión de terror de Ezio no tardó mucho en cambiar hasta que notó quién era la persona que intentaba subir por allí, y por lo mismo, se intentó parar del suelo con desenfreno para auxiliarlo, pero volvió a caer, así que gateó hasta él para tomar su brazo y ayudarlo a cargarlo y subirlo hasta el borde, a salvo. Quedó recostado sobre la cima ya arriba, intentando descansar su extenuación.
—Eres tú...— Ezio miró al tipo. Era el asesino, ¡Se había salvado de la caída! Impossibile. Entre lo resbaloso que estaba todo y la lluvia... y su herida.
El asesino estaba debilitado, respiraba agitada y adoloridamente, dejando escapar gemidos guturales, manteniendo una mueca profunda, intentando soportar.
Ezio pretendía buscar algo en sus bolsillos, lo mínimo que fuera, para poder ayudar pero no pudo continuar a lo que iba a hacer cuando el asesino deslizó su mano derecha al costado izquierdo que aún tenía la flecha incrustada y con decisión, se la arrancó de allí, provocando que la sangre saltara, y él ni más soltara un tremendo grito de dolor. Ezio se sobresaltó por la frialdad en su actuar, y un escalofrío atravesó su cuerpo cuando vio la sangre saltar y escuchar su grito gutural. Le vino ese incontrolable y desesperante sentimiento de querer socorrerlo cuanto antes para que no siguiese sufriendo, para no seguir escuchando sus adoloridos gemidos que rogaban por ayuda, o que lloraban. Sin pensarlo dos veces, rasgó parte de su propia camisa para asistirlo y parar la sangre que salía a borbotones.
El asesino se quedó respirando con profundidad unos segundos, todavía con la flecha sujeta en su mano, apretándola con fuerza, quieto, queriendo evadir un poco el dolor, y cuando encontró que ya era suficiente, lanzó la flecha hacía un lado aturdidamente, haciendo que esta cayera directo al mar.
Las manos del florentino no se detuvieron de trabajar una vez que comenzó con el primitivo intento de presionar la herida para que dejara de sangrar, incluso cuando el asesino apretó sus puños y mandíbulas, gruñendo con fuerza, al sentir el atormentante dolor de la presión de sus manos contra su costado, la sangre se hacía cada vez más y más. Luego de unos segundos, calmó esa expresión, volviendo a respirar con profundidad, y sus ojos de parpados pesados lo miraron al rostro, sin poder hacer nada más que intentar vivir.
Ezio intentaba rajar más y más telas para tapar la herida, las cuales se les hacía insuficientes, y el asesino, aun respirando con dolor, abrió su boca con sangre temblorosamente, vacilando entre posibles palabras. Ezio lo miró al rostro, el tipo sufría de dolor a simple vista, pero algo quería decir, soltaba pequeñas "A" pero nada salía. Moría. —Altaïr...— fue todo lo que pudo decir en un momento.
—Escucha, tengo que llevarte con un doctor, ahora. Tienes que soportar, ¿Sí?— Dijo tembloroso Ezio por la conmoción. No sabía si el tipo le entendería o no su idioma, pero de seguro algo podría haber captado cuando una vez acabado de poner cuanta tela pudiese y hacer algún tipo de amarre para sujetarlas en su costado, pasó con cuidado sus manos por las anchas espaldas del asesino para intentar cargarlo, pero se detuvo un momento para mirarlo. —Nos vamos, ¿Sí?
Claramente no era italiano aquel tipo, tenía otro acento que Ezio no podía entender bien, y sabía también que la palabra Altaïr la conocía de algún lado, pero no se iba a dar el tiempo de preguntarle si a penas podía respirar.
El asesino miró a Ezio de nuevo, pero esta vez, su mirada fue peor. Su rostro de desespero estaba empapado por la lluvia, y aquel hilo de sangre que corría por sus labios parecía aumentar, y sus dientes estaban manchados de la misma. Su mano se aferró a la y hombros de Ezio como si se aferrara a su propia vida para no morir, intentando huir. Su respiración comenzó a ser irregular, ensanchando los ojos con fatalidad, sin dejar de jadear. Sus ojos eran finos, casi rasgados y de mirada afilada, su iris eran de un color dorado, brillante, tan raro como cautivador...
Ezio sacudió su cabeza de un lado a otro sintiendo nuevamente ese escalofrío causa a su mirada. No podía sentirse incomodo ni distraído en estos momentos de necesidad. No podía, pero es que... no era esa típica incomodidad que sientes cuando vez a alguien a los ojos y te avergüenzas y ruborizas. No. Era otro tipo de incomodidad. Una que resaltaba con familiaridad... y daba miedo.
El asesino, sin poder más, comenzó a dejar de forcejear, de intentar pedir por ayuda. Debilitado y fatigado cerró sus ojos hasta quedar en la inconsciencia, como si su corazón hubiera detenido todo su sistema.
No, eso ya estaba mal. Por lo general, una persona podía durar un poco más después de un ataque así. Él estaba envenenado...
Entonces, con fuerza, Ezio lo cargó en sus brazos como a un peso muerto. Sí, pesaba bastante, pero no estaba muy lejos del gremio, esa era su primera opción.
Ahora con más razones no podía llevarlo a Monteriggioni. Ni loco, sería un viaje de dos días, a lo más, y el asesino no soportaría. Sus únicas opciones eran el burdel de Sor Teodora y el gremio de los ladrones, y optó por el gremio, aquel dirigido por Antonio de Magianis, aquel carismático saqueador al cual había ayudado hacerse con el Palazzo della Seta del corrupto mercader Emilio Barbarigo. Antonio y Ezio eran muy buenos amigos, y Ezio, en su estadía en Venecia, se había estado quedando en uno de los pisos del gremio a donde los ladrones iban a parar, gracias a Antonio. Se ubicaba en los barrios bajos, pero al menos le proporcionaba la suficiente seguridad aquel estrato social para que nadie sospechara de él.
Por lo mismo, partió corriendo, lo más rápido que pudo, sujetándolo en sus brazos con todas sus fuerzas, a pedirle ayuda a Antonio y a un doctor, y hacer todo lo que pudiese para salvar a este asesino.
El asesino está en un grave estado, ¿Se podrá salvar? ¿O será Ezio capaz de llegar a tiempo al gremio de los ladrones a por la ayuda de Antonio y un doctor?
❇Traducciones:
Dannazione: Maldita sea
Cazzo: Mierda
Belle ragazze: Bellas jovencitas.
Grazie mia gente, grazie: Gracias gente, gracias.
Impossibile: Imposible.
- Dü hast keine fluht, Assassine! Dü bist viele gereist lænder , um hie stagnierend zu enden! Dü bist verlorn! Miserabel!: ¡No tienes escapatoria, Asesino! ¡Viajaste muchas tierras para terminar aquí estancado, estás perdido. Miserable! ---> (Para los que no entiendan este alemán. Tuve que adaptarme al antiguo Alto Alemán, por eso el "hie" o el "dü","verlorn" o "fluht", entre otros, además de los cambios de conjugaciones, que suenan mucho más poéticos por gramática).
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