
͟͟͞͞➳ 05
Hay algo en particular que hace que las coronas de cada Dios sean hermosas y únicas. El material, diseño y color, claro. Como la del Dios de fuego, forjada en el más fino acero y bañada en oro, o la del Dios del sol que, según la leyenda, esta era completamente de oro. La de YoungHoon también tenía sus atributos: acero y piedras. A este Dios le atraían los diamantes y los rubís, tanto así que hasta decoraba su ropa con ellos. En el sol se podía apreciar su brillo sin límite alguno. Oh, claro que era amante del brillo.
También era amante de la perfección y la belleza, de allí su cargo. Y aunque no era el Dios que más ofrendas recibía, si era el que más halagos acogía, especialmente por los jóvenes, quienes lo describen como "el más hermoso". ¿Qué más podía pedir?
Una chica pálida y con respiración agitada se acerca a toda prisa al trono donde el Dios de la belleza realizaba su trabajo diario. Él odiaba ser interrumpido, y aquella pequeña chica lo sabía muy bien, pero la situación lo ameritaba.
-Espero que tengas una buena razón- Advierte YoungHoon mientras se rascaba la cien.
-Así es, mi señor. Le ha llegado un mensaje, proviene del desierto dorado- explica la joven de piel blanca y baja estatura. Se inclinó levemente y extendió sus brazos entregando el papel envuelto en cinta amarilla.
El mayor tomó aquel rollo de papel con curiosidad. Rara vez se podía ver a ChanHee comunicándose con otros Dioses que no fuesen ChangMin o SunWoo. Ellos no se odiaban, tampoco se sentían incómodos con la presencia del contrario, solo preferían conservar la distancia.
Una noche, varios de los dioses decidieron hacer una reunión para integrarse mejor. Realizaron un juego de compañerismo y confianza, la clave para el éxito era la comunicación; ellos no hablaron en ningún momento. Aun así ganaron. Sin duda alguna, la relación de ChangMin y YoungHoon era la más extraña de todas.
Sus ojos estaban que salían de sus cuencas, no podía creer lo que estaba leyendo. Cabe destacar la triste melancolía que lo inundó al recordar su pasado.
Dejó el trono llamando la atención de la contraria, quien permanecía de pie analizando las expresiones de su mayor en total confusión. A ella también le causaba curiosidad el contenido de aquel mensaje. Se dedicó a adivinar lo que decía, estudiando los gestos de YoungHoon. Aunque, de no ser aquel el objetivo, de igual manera lo estuviese observando, como todos los días. Cada noche, mientras intentaba dormir, le gustaba inventar escenarios donde su Dios y ella tenían un momento romántico. Como estar sentada junto al trono (el lugar de las futuras esposas de los dioses era aquel), tomar su mano para tranquilizar sus momentos de enojo para luego hacerlo sonreír con un suave beso. Fantasías. Ella tenía muy presente que algo así jamás le sucedería, ni por error. Porque al final era eso... una simple fantasía.
-Jiwani, pide que cierren las puertas. No sé cuando regrese- Ordena a medida que bajaba los peldaños que llevaban al solio de plata. A paso rápido terminó por perderse del campo de visión de Jiwani, quien aún no entendía nada. Esta última acató las órdenes de su mayor lo más rápido posible.
Muy pronto, YoungHoon ya estaba listo para dejar su palacio y tomar rumbo al desierto dorado. Un blanco y fino caballo era su transporte. Si bien los dioses tienen poderes que le facilitan muchas cosas, pocos eran los que se podían transportar por sus propios medios, cómo el Dios del mar y los océanos, que usaba fuerza y agilidad para desplazarse bajo el agua, nadie nadaba mejor que él. Pero YoungHoon lo hacía con delicadeza y sofisticación, no por nada era el Dios más perfeccionista de todos.
Dos días.
Solo bastaron dos días para que YoungHoon llegara a su destino: El desierto dorado, hogar del Dios del sol.
Afortunadamente para él su viaje fue muy pacífico. Otras veces se suele encontrar con posibles ladrones de tesoros que, además de vándalos, también se pueden etiquetar de ignorantes (en todos los sentidos). De hecho pasó todo lo contrario, dos de sus más leales guardias lo acompañaron. Por todo el pueblo se rumoreaba que hasta sus guardias eran tan guapos como él.
¿Y saben qué? No se equivocaban.
Sany MinGi; leales, inteligentes, fuertes, y creo que si menciono todas suscualidades no terminaría hoy. En pocas palabras, son los caballeros perfectos.
Perverso.
Aquella era la palabra correcta para describir a este ser tan despiadado y rencoroso. JuYeon es la definición de maldad y venganza, aunque prácticamente era él quien comenzaba un problema. El sufrimiento de los demás es su mayor fuente de placer.
Sentado en un trono de piedra ardiendo en llamas verdes, el Dios del inframundo gobernaba a todas las almas que en su tiempo en la tierra hicieron el caos. No le importaba nada que no fuera su poder, y valla que poseía mucho, a pesar de que eran pocos los que le rendían tributo. La ventaja del ser el Dios del inframundo era que también podía tomar la energía negativa de los humanos y así convertirla en su fortaleza.
La corona que reposaba en su cabeza era una de las más antiguas, estaba forjada en hierro vil por los hechiceros más influyentes de la historia. Escondía un secreto oscuro y sangriento.
Su atemorizante mirada, acompañada de una sonrisa a medio lado, se posaron en la de un hombre, el cual se encontraba arrodillo suplicando por su salvación. Y, con los ojos ya hinchados debido al llanto, gritó con desesperación.
Se dice que cuando estás al frente de un demonio, olvidas todas las malas obras.
- Okey, es suficiente - articuló JuYeon. En cuanto se puso de pie, las llamas verdes cesaron.
El hombre que imploraba por su alma, en la tierra era un criminal un de primera, uno de los más buscado por la ley, conocido mayormente como "el abismo". Traía maldad en sus venas, pero también miedo, y eso a JuYeon le gustaba.
El Dios del inframundo se acercó con aquella expresión espeluznante que tanto lo caracterizaba; ojos ligeramente caídos y una gran sonrisa.
- ¡Por favor, mi señor, No! - continúan suplicando con una exclamación. Su ya cansado corazón palpitaba más rápido al ver a su superior desenvainar su espada - haré lo que me pida, estoy dispuesto a...
- Problema resuelto.
El alma de aquel hombre simplemente desapareció tras ser cortada en dos por la espada infierno de JuYeon. Las dos partes se desvanecieron en el aire dándole energía a él.
¿Para qué ofrendas? Él se alimentaba del miedo y de las almas.
- Mi lord - llamó la Diosa de la oscuridad y de los muertos.
Alma, la Diosa mitad cadáver. La belleza no le hacía justicia. Poseía una cabellera oscura, al igual que sus ojos, y una piel pálida que se asemejaba a la fina porcelana del mundo terrestre. Esta se encargaba de llevarle a JuYeon almas que alimenten su poder. Claro, no todas eran para él.
- ¿Ahora qué? - respondió el Dios del inframundo regresando a su trono.
- Detesto ser yo quien le diga esto, pero...
- Mi señor, he cumplido con su petición, aquí tiene las rocas -intervino la hechicera, interrumpiendo el mensaje de la Diosa.
La hechicera era la última descendiente del linaje más poderoso de magia oscura, aún seguía con vida humana, pero al hacer un pacto con JuYeon, tenía fácil acceso al infierno. Es más, este le había otorgado múltiples poderes, y a cambio, esta le daría sus servicios, y aparte, su alma.
- Bien hecho, mi pequeña - comenta JuYeon. Sus ojos brillaron de ambición al ver aquellos diamantes. No podía esperar ni un minuto más para tenerlo en sus manos. Hizo una seña para que la hechicera se acercara a él, y así poder tomarlas.
La Diosa de la oscuridad solo se limitó a tomar silencio. Ella era portadora de una mala noticia, una caótica, no quería interrumpir el momento. Observó a la joven humana, era elegante, portaba consigo un traje rojo aterciopelado, muy escotado para su gusto, pero a ella le quedaba sensacional, y la manera en la que miraba a su superior era una evidencia de que lo admiraba y que lo quería para ella, por eso hizo aquel pacto. Lo amaba. Alma sentía celos, odiaba la idea de ver a su señor con una humana, alguien que no fuese ella, quería hacerlo feliz y que también muy orgulloso de ella.
JuYeon analizaba los diamantes. Por su mente pasó sinfín de ideas sobre imponer el caos en el mundo, se imaginaba a sí mismo como el gobernador del universo, esparciendo sus ideales maniáticos por las mentes de los humanos, logrando lo físicamente imposible.
Él sería todo, y todo sería él.
Muy pronto, a la Diosa de la oscuridad la consumió la duda y desesperación. ¿Cómo resolvería el problema ella sola?. Tarde o temprano JuYeon se enteraría.
El asunto radicaba en un error en la laguna de sangre. Un lugar en donde las almas sufrían diversos castigos. Ella odiaba su labor en ese lugar; solo tenía que observar y checar que nadie escapara, si alguno se atrevía a salir de aquella laguna sería eliminado para siempre. Ese día ella no hizo guardia, y de momento todos corrían por doquier tratando de escapar. Nadie quería ser castigado eternamente.
Cómo me hubiera gustado no estar "viva" en estos momentos, pensó después de haber golpeado a uno de los hombres castigados. Eso era lo que ahora hacía, obligar a los castigados a volver a la laguna de sangre. Pero, aunque durase tres días haciéndolo, esta no terminaría a tiempo, y JuYeon finalmente se daría cuenta, se pondría rojo de la furia y probablemente le quite sus poderes (aunque no sabía si eso era posible).
Por otro lado estaba la hechicera, a ella si que le gustaría ver a Alma en problemas, pero no se permitiría darle tal satisfacción. Sea como sea resolvería el problema.
Una idea pasó por su oscuro pensamiento, cuya finalidad le convenían tanto a ella como a JuYeon.
Buscaríanuna alianza, alguien que piense con la cabeza y no con el corazón.
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Amo escribir estos capítulos oscuros UwU
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