Chapter I The Boy Of My Dreams
[Capítulo I: El niño de mis sueños]
[El ladrón del rayo]
POV'S de Ayla
Siete años después.
Tras mi llegada al campamento hace casi siete años (yo tenía seis en ese momento) mi vida había cambiado drásticamente.
Pasé de vivir tranquilamente en un apartamento en San Francisco a vivir en una especie de campamento de guerra (un campamento para mestizos) y he tratado de acostumbrarme.
Uno de mis miedos es ahogarme, tengo un gran respeto y miedo al agua, pero no es tan grande como mi miedo a la oscuridad. La oscuridad me aterra, me paraliza y me deja sin poder hacer nada. En mis sueños, ambos miedos me persiguen.
Estaba dormida.
En mi sueño, estaba en un lugar muy oscuro, sentía que volaba y era muy ligero, tan ligera como una pluma, como esas que a mi madre le gustaba coleccionar. No podía ver nada a mi alrededor, agitaba mis manos y sentía movimiento. Estaba en el agua.
El pánico me invadió, tenía que salir de aquí, tenía que llegar a la superficie.
Empecé a quedarme sin aire y me moví con fuerza, pateando y agitando las manos en busca de una salida para respirar. No había salida, no podía moverme, algo me sujetaba al suelo, sentí que iba a morir y de repente, alguien me agarró del brazo. Un niño, con unos ojos intensos de color verde mar, tan intensos que me dejaron sin aliento por un momento. Su cabello se movía a su alrededor como un velo oscuro, el agua agitaba su cabello, pero ese niño no estaba mojado en lo más mínimo.
Como hija del dios de la luz, el dios Apolo, me siento mucho más cómoda donde el sol y los lugares iluminados pueden brillar sobre mí. El mar me da un poco de miedo, la oscuridad me aterra mucho más y por eso trato de mantenerme en la luz. No entiendo qué hacía allí, con todo eso me aterraba.
-Tenemos que irnos. -me dijo, no entendí cómo me dijo eso en el agua, la gente no debe hablar bajo el agua y tampoco se debe escuchar tan claramente, ¿este niño es tonto? Se va a ahogar. El niño me agarró de la cintura y me moví antes de arrastrarme con él-. Tenemos que ir a...-su voz se distorsionaba en el agua.
¿Qué había dicho? Espero que no sea importante, porque no escuché absolutamente nada.
-Tenemos que encontrarlo y rápido. -me dijo.
¿Encontrar qué? No entendí nada.
Antes de poder escuchar más, una almohada me golpeó en la cara.
Me desperté sentada de golpe y respirando a grandes bocanadas de aire, sentí que me iba a ahogar y bueno, morir. Me giré enojada para ver quién me había despertado así.
-¡¿Qué demonios te pasa?! ¿Quieres provocarme un infarto? -grité volteándome a ver a mi hermano Lee Fletcher. Él solo se rió y me sonrió-. ¡Te voy a cortar tu estúpido y probablemente pequeño miembro y hacer que te lo tragues entero! Te vas a arrepentir.
-Primero atrápame. -Salió corriendo de la cabaña y estuve tentada de seguirlo, pero seguía en pijama y sin zapatos. No gracias, ya sé lo difícil que es lavar la ropa aquí.
-¡Pagarás por esto! -grité de todos modos, aunque estaba demasiado lejos para escucharme.
-Es hora de desayunar. -me dijo una de mis hermanas desde la litera de arriba.
-Entonces tengo que apurarme. -Salté de la cama y corrí a prepararme.
En el camino tropecé con un zapato y caí de cara, escuchando todas las risas de mis hermanos y hermanas. Los miré con enojo y tiré el zapato, mi hermana mayor Jane se quejó cuando su propio zapato aterrizó en su cabeza.
-¡Ayla! -grito.
-¡Guarda tus cosas! -grité enfadada, eso podría haber sido peligroso y corrí de nuevo al baño.
-¡Buena puntería! -escuché decir a mi hermano pequeño Will entre risas.
La cabaña siete, siempre, los 365 días del año, es un desastre. Con cosas desparramadas por todos lados, sábanas cayendo de las literas y en el techo... ¿eso es chicle? ¿Cómo llegó ahí arriba? Bueno, no importa, es un desastre.
Somos muchos los niños hacinados en todas las literas, no somos tantos como en la cabaña del dios Hermes, donde algunos tienen que dormir en el suelo, tenemos suerte de ser tantos, pero no tantos como para no tener cama. Todos tenemos nuestra propia cama o alguien decide compartir. Desde las camas de arriba, algunos me observaban entrar al baño con sonrisas pícaras. Todos eran mis hermanos y hermanas, la mayoría somos rubios y tenemos la piel pálida como fantasmas o bronceada por el sol. Hijos de un mismo padre divino. Sí, así es, hijos de un dios, como todo lo demás en el campamento. El dios de la música, la medicina, la luz, las profecías y un montón de cosas más que se necesitan. Nuestro padre tenía el lema Barbie o algo así, porque hace muchas cosas.
No soy de esas chicas a las que no les importa un bledo su apariencia. Quiero decir, no es lo más importante para mí, pero sí me importa un poco. Lo suficiente como para tomarme unos minutos al día para cuidar bien mi cabello y mi piel. Ya sabes, las cosas normales, cepillarme el cabello, aplicarme cremas hidratantes y cosas así. Pero eso es todo, fuera de eso no me importa mucho mi apariencia. Podría usar los pantalones más coloridos del mundo y no importarme si realmente me gustan. Pero nunca en mi vida usaría ropa que me pareciera fea, muerta antes de eso.
Después de un rato ya casi estaba lista. Bañada, cambiada y limpia para empezar el día. Estaba terminando de secarme el pelo largo, tengo mucho pelo, aunque me encanta, es cansado cuando solo tienes dos manos para cepillarlo y peinarlo. Por eso suelo pedirle a las chicas de la cabaña de Afrodita. Son muy amables y siempre ayudan a peinarme y recortarlo. Hoy quería trenzarlo, así que eso era lo que estaba haciendo.
-¡Ayla, no te quedes atrás! -gritó de nuevo esa voz.
-¡Ayla! -gritó Michael, uno de mis muchos hermanos mayores, sí, uno de muchos, tengo varios. Es hora de desayunar.
-¡Ya voy! -grité terminando de peinarme. En cuanto terminé con eso, corrí a encontrarme con Michel-. Ya estoy aquí.
-Bueno, tenemos una clase de tiro con arco y luego Quirón pidió verte.
¿A mí? Eso fue inusual.
No es que no me lleve bien con Quirón, me llevo bien con él. Nuestro director de actividades y entrenador de mestizos o héroes, como él nos llama. Es que rara vez quiere verme, Annabeth, mi mejor amiga, se lleva mucho mejor con él que yo. Quirón solo me llama cuando estoy haciendo una travesura y no he hecho ninguna, no que yo recuerde al menos.
Tal vez descubrí que fui yo quien robó la caja de Donuts y no los Scotts. Mierda, no debí haber hecho eso, pero estaban tan buenos, no me arrepiento para nada.
-¿Hice algo malo? -pregunté mordiéndome el dedo índice nerviosamente. Sí, hasta en eso soy rara, en lugar de morderme las uñas cuando estoy nerviosa, me muerdo los dedos o parte de la mejilla interna o la lengua. Tengo varias heridas por eso.
-No, él quiere hablar de tus sueños. -Resoplé, mi largo mechón de cabello se movía por el viento que soplaba.
Esa era otra cosa, tengo el fleco un poco corto, que se me hace más largo en algunos lados de la cara. Creo que los mortales lo llaman "flequillo mariposa" o al menos así lo llamaban las chicas de la cabaña de Afrodita, las únicas en las que confío mi cabello y me hacen el favor de cortarlo cuando se lo pido.
-Eso es horrible -respondí-. Me van a dar un sermón.
Hace unos meses comencé a tener sueños con un chico, bueno, un chico de mi edad. Soñé que llegaba al campamento un día lluvioso, rodeada de una fuerte tormenta y que este chico, no tengo idea de quién es, nos llevaría a mí y a otros dos campistas en una búsqueda. Solo hay un detalle, no sé qué estamos buscando, no sé a dónde vamos y tampoco sé quiénes carajos son las personas de mi sueño. Se lo dije a Quirón a finales de noviembre, me dijo que no me preocupara y que no quería hablar del tema. Hasta ahora.
-Anda, seguro que te resuelve las dudas. -Me abrazó por los hombros.
-No lo creo -suspiré-. Bueno, vamos a comer.
El desayuno era mi parte favorita del día. El sol siempre brillaba, gracias por eso papá, había comida deliciosa, un cielo despejado y el aire fresco y cálido de la mañana, con pájaros cantando y sátiros tocando música. Sí, mi momento favorito del día eran las mañanas, mi favorito es el amanecer, sin duda.
En cuanto terminé de comer, me dirigí al campo, lista para entrenar mi puntería. Mis hermanos estaban alineados y yo, siendo una de las campistas que lleva más tiempo en el campamento, me encargué de dar algunas lecciones a los recién llegados.
-Sólo tienes que separar un poco más los pies -me encargué de mover con un palo el pie de mi hermano menor, un niño rubio rizado de nueve años que acababa de llegar hace unos meses-. Ahora, párate derecho y apunta, recuerda hacerlo a la altura de tus orejas.
-Está bien -me dijo, pero sus manos aún temblaban-, relájate, aunque seamos hijos de Apolo, no todos tenemos buena puntería el primer día.
-¿Fallaste tu primer tiro? -me pregunté, mis mejillas se sonrojaron y me giré hacia el objetivo que estaba a unos metros de distancia.
-No del todo -fui sincera, porque odio las mentiras-. Aunque tuve un poco de ayuda.
-Oh no. -el chico bajó el arco. Le sonreí y me coloqué detrás de él.
-Tranquilo, lo harás bien, nadie te va a juzgar por fallar o no, ¿verdad? -Miré amenazadoramente a Lee y Michael, el pequeño Will, uno de mis hermanos menores que llegó al campamento el año pasado, me sonrió y asintió.
-¡Lo harás genial! -gritó Will, armando un escándalo.
El chico suspiró y asintió, se colocó como le dije y disparó. La flecha salió disparada y silbó por el aire, quedando alojada en uno de los anillos exteriores. Mi hermano pequeño, que se llama Matt, sonrió emocionado al ver su disparo.
-¡¿Lo viste?! -pregunté saltando y lo abracé sonriendo.
-¡Sí, estuviste genial! -Todos a su alrededor lo aplaudieron y felicitaron. No dio en el blanco, de hecho, estaba un poco lejos, pero lo importante es que dio en el blanco y no fue una flecha perdida.
-Gracias. -Sonreí acurrucándome contra su cabello rizado.
-Estoy tan feliz por ti. -Lo solté después de unos segundos.
Mis hermanos son mi única familia, además de mis compañeros de campamento. Considero a todo el campamento mi familia, incluso al señor D, por más grosero o gruñón que sea a veces con nosotros, lo sigo considerando familia. Con mis hermanos es diferente. Siento que compartimos ese vínculo especial que siempre quise, una familia de sangre o algo así, aunque no compartimos sangre como tal, solo el mismo padre divino y tampoco es que seamos tan cercanos a él.
Mi padre tiene sus métodos extraños para demostrar que le importamos o no. No aparece muy a menudo, normalmente en sueños o algo así. Nos reconoce como sus hijos desde los primeros días, aunque muchos nos sentimos solos.
La única vez que he sentido su presencia fue el día que llegué al campamento y no lo vi en persona. El lazo que se convierte en pulsera fue un regalo de mi padre y eso es todo lo que tengo para unirme a él.
-¡Ayla! -gritó una niña y volteé a verla.
-¿Annabeth? -era mi mejor amiga en el mundo Annabeth Chase.
Annabeth era una hija de Atenea, diosa de la sabiduría. Tenía ese cabello rubio rizado de princesa, aunque siempre lo peinaba en una coleta y unos ojos grises tormenta muy calculadores. Ojos fríos y meticulosos que todos sus hermanos poseían.
-Quirón nos está llamando -me dijo, rodé los ojos con irritación, estaba pasándola bien con mis hermanos, no quería irme-. ¡No pongas esa cara, vámonos!
-Eres muy mandona Annabeth Chase. -suspiré y la seguí por detrás.
En unos minutos llegamos con Quirón, quien nos esperaba jugando con el director del campamento, el dios del vino y la locura, el señor D, el dios Dionisio. Al vernos suspiró molesto, los campistas, en especial los recién llegados, no nos quieren mucho. Casi todos lo odian, a mí tampoco me cae muy bien, lo entiendo en cierta forma, yo tampoco sería muy feliz si me echaran de mi casa y me mandaran a un campamento lleno de niños sudorosos que mueren todo el tiempo.
El señor D fue castigado por su padre por perseguir a una ninfa que estaba prohibida o alguna mierda por el estilo. Fue sentenciado a permanecer soberano, lejos de su hogar y amada esposa y cuidar del Campamento Mestizo por unos cientos de años. Sí, fue feo.
-Señor D, Quirón. -saludé con una leve reverencia, casi imperceptible si mirabas de lejos.
Mi madre era británica y tienen reyes en ese país. Una de mis primeras lecciones de vida fue cómo inclinarme adecuadamente ante la realeza, desde el día que llegué me inclino ante el señor D, tomo muy en serio sus amenazas.
-Ava, tardaste un poco en llegar, tú también Annabell. -Puse los ojos en blanco.
-Mi nombre es Ayla, señor. Ayla Brown. -dije con voz tranquila, aunque me moría de ganas de gritarle que aprendiera mi nombre de una vez. Tenerle respeto no significa que me guste lo que hace o cómo me trata. Soy la campista más vieja del campamento, por todos los dioses, merezco un poco de compasión.
-Sí, sí, Ava. -resoplé, no tenía sentido seguir intentándolo.
-Es bueno que estén aquí, chicas -Quirón señaló las sillas que tenía frente a él. A toda prisa me senté al lado de Annabeth y nos pasaron las piezas-. Ayla, cuéntanos sobre tus sueños mientras jugamos unas partidas de pinochle.
Eso fue lo que hice. Les conté todos los sueños que pude recordar, todo mientras derrotaba a Chiron y el Sr. D se quejaba de que estaba haciendo trampa. Annabeth me miró frustrada, porque ella ya había perdido dos veces y yo ya había ganado tres.
-Eres una tramposa Ava, lo voy a averiguar. -me miró el hombre del vino con seriedad, yo solo le sonreí.
-Es solo un poco de suerte, señor. Estoy seguro de que ganará la próxima vez. -resopló.
Es mejor no hacer enojar a los dioses por cosas tan pequeñas, si se van a enojar conmigo, que sea por algo increíble. No por el estúpido pinochle que ni siquiera me gusta jugar.
-Es muy interesante lo que me estás contando -Quirón dejó su pieza y el señor D lo derrotó en un movimiento, haciendo sonreír al centauro-, dime, ¿cuándo fue el último?
-Anoche -los dos adultos me miraron, pero no dijeron nada-. Este fue un poco diferente.
-¿Puedo saber por qué?
-Casi siempre sueño que estoy en el bosque. Esta vez estaba en el agua -bajé mi pieza y el señor D festejó en silencio al ver que perdí-. Un chico de mi edad me hablaba, no entendía mucho de lo que decía, su voz era confusa bajo el agua.
-Entiendo -Quirón miró al horizonte, no sé si mi respuesta estaba ahí, así que miré también, esperando encontrar algo, pero no había nada-. Escucha Ayla, creo que es mejor que no te estreses por esas cosas y que pienses en positivo.
-Bueno, ¿podrías decirme tu opinión? -Quirón bajó la mirada, pensativo, luego me miró a los ojos.
-Quizás todo se aclare más tarde -traté de no parecer decepcionada y sonreí, asintiendo. Siempre supe que diría algo así.
Quirón es un buen maestro y se preocupa por nosotros. Pero Quirón miente y nos oculta muchas cosas, cosas importantes. Y no hay nada que odie más que las mentiras.
.....
-Te dije que no serviría de nada -le dije. Annabeth es persistente y muy terca. Tal vez por eso somos amigas, ayudó que ella llegara al campamento un año y unos meses después que yo.
-Sé que significan algo -caminó de un lado a otro frente a mí. Me senté en el pasto, jugando con una daga entre mis dedos.
-Beth, no tiene ningún sentido, son solo sueños tontos. -Antes de que me diera cuenta, ella ya tenía las manos de la rubia sobre mis hombros y me sacudía como a una muñeca de trapo.
-¡Sé que significa algo! -Podía escuchar la desesperación en su voz-. Quirón nos lo prometió hace años, ¿recuerdas? Sé que tus sueños tienen que ver con esa misión que nos prometió hace tanto tiempo. Él no me mentiría, no a mí.
Ese comentario me enojó.
-¿Y a mí sí? -bajó la mirada-. Beth, estoy harta de todo esto. Cada chico que viene al campamento es tu nueva esperanza. Estoy harta de tener falsas esperanzas de que haré algo importante. No va a pasar.
-Ayla, sé que tienes miedo, pero tienes que tener esperanza -con un suspiro, soltó mis hombros-. Mejor vayamos a entrenar -dijo antes de alejarse en dirección a su cabaña.
Annabeth tiene razón. Tengo miedo a morir sin haber visto todo lo que quise ver. Morir sin poder salir de aquí.
Miedo de no cumplir con las expectativas, de decepcionar a mi padre, de decepcionar a mis amigos y hermanos. Tengo tanto miedo de irme del campamento y fracasar y nunca más salir.
Acaricié mi brazalete y suspiré, no se convertiría en un arco a menos que hiciera el movimiento correcto, como un fuerte latigazo.
-Nunca pido nada -suspiré-. Así que, por favor, si estás escuchando. Ayúdame, hazme entender cuál es mi propósito y por qué tengo estos sueños -rogué. Al igual que siempre, no pasó nada-. Por favor, supliqué una vez más.
El silencio fue mi única respuesta.
.....
Estaba recogiendo algunas de las almohadas que se les habían caído a los que dormían en las literas de arriba, cuando uno de mis hermanos mayores se me acercó por detrás. No me importaba mucho hablar de noche. La noche es hermosa cuanto más lejos está de mí.
-Te toca limpiar la enfermería y Annabeth quiere verte, dijo que te esperaría allí. -Me informó Lee Fletcher, mi consejero de cabaña y mi hermano mayor.
-¿Qué? Definitivamente no. -Sacudí la cabeza y dejé caer todas las almohadas.
Odio limpiar la enfermería, especialmente odio estar a oscuras.
-Ayla, te lo has saltado durante casi dos meses. Sé que no te gusta mucho -resoplé, no pensé que fuera para tanto-. Pero ya es hora. No está en discusión, todos votamos y estamos de acuerdo.
-¡Pero...! -No me dio tiempo a responder, todos coincidieron entre conversaciones y risas. Maldita sea, van a pagar por esto.
-Basta. -exigió Lee. No era el mayor ni el que llevaba más tiempo en el campamento, ese era yo, pero era el que mejor se adaptaba al puesto de líder-. Es tu turno y no está a discusión. Además, no tienes de qué preocuparte, Chiron y Annabeth te harán compañía.
-¡Bien! -grité un poco molesta.
-No tengas esa actitud -me dijo Lee antes de salir-. Te hemos malcriado todo el mes al permitir que te saltes tu turno.
-Lo sé -suspiré-, ya voy.
Apreté la mandíbula y resoplé mientras salía de la cabaña. El lugar estaba todo a oscuras y eso me provocó escalofríos. No le había confesado a ninguno de mis hermanos que le tengo miedo a la noche, bueno, para ser más específicos, a la oscuridad. Me había aterrorizado desde el día que llegué. He logrado mantenerlo en secreto durante siete años y quiero que siga así. Si se enteran, se burlarán de mí por toda la eternidad.
Me abracé a mí misma mientras caminaba hacia la enfermería, el aire se sentía más frío de lo normal, soy una chica friolenta, así que noté esos cambios sutiles. El cielo estaba nublado y no había luna, los relámpagos iluminaban el cielo entre truenos. ¿Lluvia? Me pregunté mientras miraba el cielo, era extraño, en el campamento nunca llovía a menos que lo quisiéramos y eso me parece bien, no me gustan mucho las tormentas, traen malos recuerdos. Pero ahora, parecía que una tormenta estaba a punto de comenzar.
Pateé una piedra o dos en el camino y refunfuñé en voz baja mientras caminaba hacia adelante, esto no podía ser peor. Oscuridad y una tormenta desastrosa, todo en mi turno en la enfermería, el destino seguro me ama. Estaba a punto de llegar cuando noté con el rabillo del ojo un brillo extraño detrás de mí.
Miré en la dirección de donde venía, venía de la entrada del campamento. Me quedé quieta y en silencio, solo esperando una señal. Me pareció escuchar el sonido de algo arrastrándose y pasos muy pesados. Me dio una sensación extraña en el estómago, como si algo fuera a pasar. Como hija del dios de las profecías, estas cosas suelen ser importantes y casi siempre acierto con mis teorías.
Avancé lentamente y con cuidado me quité mi brazalete que simulaba dos plumas celestiales de bronce que brillaban con un resplandor dorado, se tocaban en las puntas y lo abrí como si fuera a ajustarlo. Con solo pretender agitarlo en el aire, este brazalete se convirtió en un hermoso arco brillante, emitía una fascinante luz dorada y tenía forma de plumas. En mi espalda sentí el peso del carcaj y las flechas. Me deslicé por el bosque, escuchando más gritos y un sonido como de pasos corriendo. El miedo seguía en mi cuerpo, apenas podía distinguir lo que había a mi alrededor. El miedo no me impidió seguir adelante.
Encontré un objetivo, algo se movía en el camino de tierra.
La lluvia comenzó a caer con fuerza, junto con el rugido brutal acompañado de un relámpago brillante. Me estaba mojando y temblando de frío, no dudé al respirar y me puse en posición, mis ojos buscando mi objetivo. Apunté la flecha y cuando estaba a punto de disparar, lo escuché con más atención. No era un monstruo, no era un intruso. Era un niño de mi edad.
-Mierda. -dije y convertí mi arco en un brazalete nuevamente. Corrí a toda prisa hacia el camino de tierra y los encontré allí. Un sátiro y un niño.
Era mi amigo Grover el sátiro y estaba inconsciente, estaba siendo arrastrado por un misterioso niño de cabello negro desordenado y ojos verde mar intensos. Esos ojos me parecieron muy familiares, no recuerdo por qué. Apenas llegué, sus ojos parpadeaban cansados y brillantes por las lágrimas, parecía a punto de desmayarse. Ambos chorreaban agua por todos lados y temblaban de frío. Mi corazón se encogió al ver a mi amigo así y también por ese chico. Sé lo que se siente llegar al campamento con un clima como este y en condiciones tan deplorables.
-Tranquilo, estás bien -le dije con el tono más tranquilo que pude. Me posicioné a su lado, tomando uno de sus brazos y poniéndolo sobre mi hombro. Las rodillas del chico se doblaron. Si no podía caminar, entonces yo lo ayudaría, yo sería su bastón-. Yo te voy a ayudar, no te preocupes por nada. Todo está bien.
Si había cruzado la barrera, eso significaba que también era mestizo y estaba acompañado por Grover. ¿Sería el mestizo que mencionó Chiron? ¿El que era tan peligroso que tenía que ir en persona a verlo? Creo que sí, pero no soy hija de Atenea como Annabeth, la inteligencia no es lo mío, me cuesta mucho dividirme.
-¿Quién...? -la pregunta quedó en el aire, Grover cayó al suelo y este chico cayó en mis brazos, llevándome al suelo con él-. Ayuda...
-Tranquilízate -No sé qué hacer, es la primera vez que me pasa algo así. Con algo de duda, pasé mis dedos por su cabello y lo acaricié-. Ya no tienes que tener miedo, estás a salvo...-susurré tomando su mano, su agarre era débil-. Estoy aquí, no estás solo.
-Yo...-no pudo decir nada más, se desmayó en mis brazos, su cabeza se enterró en mi estómago. Me acomodé un poco y aparté mi cabello de mi rostro.
Caí sentada en el lodo con un mestizo desconocido desmayado en mi regazo. El destino me odia de verdad, me hubiera quedado en la cabaña.
Miré al chico en mi regazo, cubierto de barro, cenizas y empapado de agua helada. El pobre temblaba a pesar de que estaba inconsciente y eso me hizo sentir mal. No. Si me quedaba en la cabaña no podría ayudarlo. Estoy bien aquí.
-Oh por los dioses. -Me llevé una mano a la cara, quitando el agua que me caía por la cara-. No te preocupes, estoy aquí -repetí, no importaba, no me escuchaba.
Miré a mi alrededor en busca de la enfermería, por suerte estaba a solo unos metros, podía caminar fácilmente con uno de ellos en mi espalda, pero no con los dos y no quería dejar a uno de ellos desmayado en el suelo mientras cargaba al otro.
-Mierda, mierda y más mierda. -Como pude acomodé al chico de cabello oscuro en mi espalda, era un poco más alto que yo y pesaba mucho-. ¡Socorro! -grité.
Por suerte mis llamados fueron escuchados y Annabeth llegó corriendo, con su cabello rubio bailando en su rostro. Se sentó a mi lado y miró todo el desorden, un sátiro y un mestizo desconocido desmayados bajo la lluvia. Sostuvo a Grover con una mirada preocupada.
-¡¿Qué pasó?! -gritó alarmada y solo pude levantarme con el chico de cabello negro en mi espalda.
-Ya lo sabrás cuando despierten. -Annabeth asintió y arrastró a Grover, por suerte estábamos cerca de la enfermería. Yo cargué al misterioso chico en mi espalda.
.....
Llegamos al final del primer capítulo.
Merci beaucoup por llegar hasta aquí. Fue todo un honor.
Nos leeremos en el siguiente capítulo.
Gracias por todo, no se olviden de comentar y votar.
Au revoir. Se despide, su autora.
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