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Epílogo

Cuatro Años Después

La luz suave del amanecer comenzaba a filtrarse por las cortinas de la habitación. Mina se encontraba abrazada a Chaeyoung, sintiendo la calidez de su cuerpo mientras acariciaba con ternura su cabello. Era uno de esos momentos que no quería que terminaran nunca, donde el mundo exterior dejaba de importar.

Pero el llanto insistente de su hija en la habitación contigua rompió el hechizo. Mina suspiró y giró los ojos con una sonrisa, mientras Chaeyoung se removía perezosamente en la cama, enterrando su rostro en la almohada.

— Es tu turno — murmuró Mina, dándole un ligero empujón en la espalda.

— No es cierto, fui yo anoche... — protestó Chaeyoung con voz somnolienta.

— No, no lo hiciste. Además, tienes que alimentarla, así que levántate.

Chaeyoung gimió como una niña pequeña, pero Mina se levantó primero, poniéndose una bata sobre su ropa de dormir. Miró a Chaeyoung, quien todavía estaba medio dormida — Está bien, pero más te vale estar lista cuando regrese
— bromeó antes de salir de la habitación.

Al entrar en la habitación de su hija, Mina encontró a la pequeña llorando, con los brazos extendidos hacia ella. Su corazón se derritió al instante.

— Shh, aquí estoy, mi amor. Mamá Mina está aquí. Todo está bien — murmuró mientras la levantaba de la cuna, meciéndola suavemente en sus brazos. La bebé se calmó casi al instante, dejando escapar pequeños sollozos mientras se acurrucaba contra Mina.

Cuando regresó al dormitorio, encontró a Chaeyoung sentada en la cama, con el cabello despeinado pero los ojos llenos de amor mientras extendía los brazos para recibir a su hija. Mina se acercó y se la pasó con cuidado.

— Aquí tienes. Tu turno, Mami Chaeng.

Chaeyoung tomó a la pequeña en sus brazos y la sostuvo con destreza, bajando un poco su pijama para amamantarla. La bebé se prendió rápidamente, y un silencio cálido llenó la habitación mientras Chaeyoung la miraba con adoración.

Mina se sentó junto a ellas, apoyando su cabeza en el hombro de Chaeyoung, y observó la escena con una sonrisa. Pero después de unos segundos, frunció los labios con fingida seriedad.

— Sabes, estoy empezando a ponerme celosa
— dijo Mina, cruzando los brazos.

Chaeyoung levantó la vista, divertida.
— ¿Celosa? ¿De quién?

— De nuestra hija, obviamente. Está robando lo que es mío — respondió Mina, señalando con la mirada el pecho de Chaeyoung, aunque la sonrisa en sus labios traicionaba el tono serio que intentaba mantener.

Chaeyoung soltó una carcajada suave, sacudiendo la cabeza. — Oh, por favor, Mina. No seas dramática. Esto es pura supervivencia para ella.

— ¿Y qué hay de mi supervivencia? — insistió Mina, alzando una ceja, aunque ya estaba riendo también.

— Bueno, para ti hay otras formas — respondió Chaeyoung, inclinándose para robarle un beso rápido.

— Más te vale, Son Chaeyoung — murmuró Mina, aún sonriendo mientras se acomodaba contra ella nuevamente.

Después de que la bebé terminó de alimentarse, Chaeyoung la sostuvo un rato más en brazos, meciéndola suavemente hasta que se quedó dormida. La colocaron con cuidado en su cuna antes de volver a la cama juntas, pero la paz no duró mucho: pronto, la pequeña despertó nuevamente, lista para seguir el día.

[⛅️]

Más tarde, las tres salieron al parque. Chaeyoung llevaba a la pequeña en brazos mientras Mina sostenía una canasta de picnic. El sol bañaba el césped y las risas de otros niños llenaban el aire.

Se acomodaron en una manta bajo un árbol. Mina comenzó a sacar la comida mientras Chaeyoung jugaba con su hija, sosteniéndola en alto como si fuera un avión, provocando risas y pequeños grititos de alegría.

— ¡No tan alto, Chaeyoung! — dijo Mina, entre alarmada y divertida.

— Está bien, mamá aburrida, la tengo perfectamente segura — respondió Chaeyoung con una sonrisa confiada, acercándola a su pecho para darle un beso en la frente.

Cuando terminaron de comer, Mina y Chaeyoung se recostaron juntas, observando a su hija gatear por la manta, entretenida con un pequeño juguete.

— ¿Puedes creerlo? — murmuró Mina, entrelazando sus dedos con los de Chaeyoung.
— Hace un par de años atrás, no sabía si esto sería posible.

Chaeyoung giró el rostro hacia ella, con una sonrisa suave. — Yo siempre lo supe. Cuando te tienes a ti misma y a las personas que amas, todo es posible.

Mina apoyó la cabeza en el hombro de Chaeyoung, mientras ambas contemplaban a su hija. En ese momento, con el sol poniéndose a lo lejos y sus corazones llenos de amor, todo parecía perfecto.

— Sabes... — comenzó Mina, mientras le daba un trozo de fruta a la bebé y la observaba jugar con él antes de llevárselo a la boca. — Cada vez que la miro, me sorprende lo mucho que se parece a ti. Es como si estuviera viendo una versión en miniatura de ti, solo que un poco más... traviesa.

Chaeyoung la miró, divertida, y alzó una ceja.
— ¿Traviesa? Es más tranquila que tú cuando no encuentras tus llaves.

Mina soltó una risa nerviosa, pero sus ojos no dejaron de brillar de amor. — Tiene tus ojos, esos ojos grandes y rasgados que tienen la capacidad de verlo todo. Es increíble cómo alguien tan pequeño puede tener tanto de ti.

Chaeyoung sonrió con ternura, acariciando la cabeza de la bebé. — Esos ojos son de su mamá, no de mí.

— No es cierto, — dijo Mina, sacudiendo la cabeza. — Tiene una mezcla perfecta de ambas. Es un pequeño reflejo de nosotras dos.

La bebé dejó caer su juguete y comenzó a frotarse los ojos, emitiendo pequeños gemidos, una señal clara de que estaba empezando a sentirse cansada o que algo no estaba del todo bien.
Mina la miró y se acercó para tomarla en brazos, sonriendo.

— ¿Otra vez tienes hambre, pequeña?
— preguntó Chaeyoung con cariño, aunque la pequeña ya comenzaba a ponerse inquieta.

Mina levantó la vista, observando el rostro de su hija con una expresión llena de amor. Sin pensarlo, le entregó a la bebé. — Aquí tienes, mi amor — dijo suavemente. — Es toda tuya.

Chaeyoung la acomodó en su regazo y, con suavidad, levantó su blusa para amamantarla. La bebé se prendió con rapidez, buscando el consuelo que solo su mamá podía darle. Mina observó la escena con una calma que solo la maternidad podía otorgar, sintiendo un nudo en el pecho por la felicidad de verla tan perfecta, tan tranquila, tan llena de amor.

La bebé estaba completamente concentrada en lo que hacía, y Mina, con los ojos fijos en ellas, murmuró con una voz suave y llena de gratitud:  — Las amo tanto, Chaeyoung. A ti y a nuestra hija. No sé qué hice para merecerlas, pero todos los días agradezco que estén en mi vida. Gracias por darme el mayor tesoro que alguien podría pedir.

Chaeyoung miró hacia Mina, sorprendida por la sinceridad en su voz. Hizo un pequeño puchero y le acarició la mejilla de la bebé, sonriendo traviesa. — ¿Solo ella es tu tesoro? — preguntó, entrecerrando los ojos de forma juguetona. — ¿Y yo qué?

Mina la miró y, sin poder contener una sonrisa, se acercó para darle un suave beso en los labios. — Tú eres mi primer y más grande tesoro. Siempre lo serás. Pero no puedo evitar pensar lo afortunada que soy de tenerlas a las dos. No sé cómo lo lograste, pero me diste todo lo que mi corazón necesitaba.

Chaeyoung, con una sonrisa brillante, abrazó a Mina con una mano mientras con la otra mantenía a la pequeña en su regazo. — Te amo, Mina. Siempre te amaré.

La bebé, finalmente satisfecha, comenzó a dar pequeños resoplidos y se quedó dormida en los brazos de Chaeyoung, que la acunaba con suavidad. Mina se recostó sobre el hombro de Chaeyoung, contemplando el cielo, que comenzaba a teñirse de naranja y rosa a medida que el sol se ponía lentamente en el horizonte.

Unos minutos después, Mina rompió el silencio con una voz llena de emoción, casi como un susurro: — Esto es perfecto. Nunca imaginé que tendría algo tan hermoso en mi vida. Pero aquí estoy, con mi familia.

Chaeyoung sonrió y, con una mano que acariciaba suavemente la cabeza de la bebé, respondió: — Y apenas estamos comenzando, Mina. Tenemos toda la vida por delante. Quién sabe cuántos niños más podemos traer al mundo
— Chaeyoung rió.

Al caer la tarde, decidieron regresar a casa, con la bebé dormida plácidamente en los brazos de Chaeyoung. Mientras caminaban de regreso, las tres disfrutaron de la quietud que solo los momentos compartidos con la familia podían ofrecer. La calidez de la tarde aún se sentía en sus pieles, y el murmullo de la vida cotidiana parecía quedarse atrás, dando paso a un espacio privado solo para ellas.

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