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16

El silencio en la habitación era tan espeso que Lisa juraba poder escucharse a sí misma pensar—o más bien, perder la capacidad de hacerlo.

Jennie seguía ahí, con sus labios a un suspiro de distancia, con esa maldita sonrisa pícara que le aseguraba que sabía exactamente el caos que estaba provocando.

—¿Nada que decir, Manobal? —murmuró la castaña, con su voz baja y provocadora.

Lisa cerró los ojos un segundo, intentando juntar las migajas de autocontrol que le quedaban. No iba a caer. No iba a darle el gusto.

—¿Te diviertes molestándome? —respondió, su voz más firme de lo que se sentía.

Jennie se rió suavemente, y Lisa sintió el sonido en cada rincón de su cuerpo.

—No es mi culpa que reacciones tan lindo. —Se enderezó apenas, como si fuera a retroceder... pero, por supuesto, no lo hizo. Al contrario, apoyó una mano en el reposabrazos de la silla, encerrándola aún más—. Aunque, si quieres que me vaya...

—No dije eso —se le escapó a Lisa antes de poder detenerse.

La sonrisa de Jennie se volvió peligrosa.

—¿Entonces qué quieres, Lisa?

Lisa tragó saliva con dificultad. La forma en la que Jennie pronunciaba su nombre la desarmaba por completo. Intentó concentrarse en cualquier otra cosa—el monitor, el teclado, la física cuántica si era necesario—, pero todo lo que su cerebro procesaba era a Jennie.

—Quiero... —empezó, y entonces Jennie se inclinó de nuevo, esta vez rozando lentamente la línea de su mandíbula con la punta de la nariz, como si estuviera explorándola.

—¿Sí? —susurró la castaña, como si no estuviera básicamente derritiendo el cerebro de Lisa.

—Que me dejes en paz —mintió, aunque ni ella misma se lo creía.

Jennie rió por lo bajo, deslizando su mano desde el reposabrazos hasta la pierna de Lisa, apenas un toque, una caricia tentadora sobre su muslo.

—¿Segura? Porque no pareces querer que me aleje.

Lisa se odiaba. Se odiaba porque tenía razón. Porque su cuerpo, traicionero, no se movía para apartarla.

—Tú... tú no juegas limpio —logró decir, su voz temblando más de lo que le gustaría.

—Nunca dije que lo haría —respondió Jennie, acercándose lo suficiente para que sus labios rozaran la comisura de la boca de Lisa, provocadora hasta el último segundo.

Y entonces, como si el universo quisiera burlarse de Lisa, su teléfono vibró en el escritorio con una notificación. Lisa aprovechó la distracción como si su vida dependiera de ello, levantándose bruscamente de la silla, alejándose de Jennie como si necesitara aire.

—¡Tengo que revisar esto! —dijo con una urgencia exagerada, agarrando el celular como si fuera su salvavidas.

Jennie la miró con una mezcla de diversión y satisfacción pura, como si supiera perfectamente lo cerca que estuvo de romperla.

—Claro, Manobal. —Se estiró como si nada hubiera pasado, su camiseta subiendo lo justo para revelar un poco de piel—. Pero no creas que he terminado contigo.

Lisa quiso protestar, quiso decir algo inteligente, pero sus neuronas no estaban colaborando. Y antes de que pudiera procesarlo, Jennie ya estaba recogiendo su bolso con una elegancia descarada.

—Nos vemos mañana en clase, nerd. —Guiñó un ojo antes de salir por la puerta como si no acabara de destrozar toda la paz mental de Lisa.

Lisa se dejó caer en la cama, cubriéndose el rostro con las manos.

—Estoy jodida —murmuró para sí misma, porque sabía que, por mucho que lo negara, cada vez le costaba más resistirse a Jennie Kim.

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