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11

En el aula vacía, el sonido de los bolígrafos deslizándose sobre el papel era lo único que rompía el silencio. Lisa estaba sentada en su lugar habitual, con la mirada fija en el cuaderno de Jennie mientras revisaba sus respuestas. La tutoría de ese día se sentía más larga de lo normal... probablemente porque Jennie no dejaba de mirarla como si estuviera planeando algo.

—¿Por qué te quedas callada? —murmuró Lisa sin levantar la vista.

—Me gusta verte concentrada —respondió Jennie con una sonrisa ladeada, apoyando la barbilla en su mano—. Te ves linda cuando frunces el ceño.

Lisa rodó los ojos, fingiendo que su corazón no acababa de saltarse un latido. Ignoró el comentario y señaló una ecuación en el cuaderno.

—Esto está mal. Te dije que no olvidaras cambiar el signo.

—Oh... —Jennie se inclinó un poco más, acercándose a Lisa—. ¿Me lo explicas otra vez? Es que me distraigo con facilidad cuando estás cerca.

Lisa soltó un suspiro, intentando no prestar atención al perfume dulce que la envolvía. Jennie estaba demasiado cerca, como siempre, jugando a un juego que Lisa se negaba a seguir.

—Presta atención o nunca vas a entender esto —dijo en tono firme, aunque su voz salió un poco más suave de lo que pretendía.

Jennie no se movió ni un centímetro. Al contrario, apoyó el codo en la mesa y la miró con una sonrisa traviesa.

—¿Sabes qué me ayudaría a concentrarme? —preguntó, con ese tono descaradamente coqueto que ya le era familiar.

—Ni idea, pero no pienso besarte, si es lo que estás insinuando —respondió Lisa de inmediato, sin darle oportunidad.

Jennie rió suavemente, divertida por la rapidez de su respuesta.

—Tranquila, Manobal, todo a su tiempo —susurró, jugando con la tapa de su bolígrafo—. Aunque admito que me encanta cómo tu mente siempre va directo a lo mismo cuando se trata de mí.

Lisa cerró los ojos por un segundo, respirando hondo para no perder la paciencia. Cuando los abrió, Jennie seguía ahí, viéndola como si fuera el único desafío que le interesaba superar.

—¿Por qué sigues con esto? —preguntó Lisa, cansada de tanta ambigüedad—. Ya te dije que no soy un juego, Jennie.

La castaña ladeó la cabeza, como si estuviera considerando su respuesta con cuidado.

—No es un juego para mí —dijo, y por una vez, su voz sonó genuina. Luego, su expresión volvió a suavizarse en una sonrisa arrogante—. Pero eso no significa que no me divierta verte intentar resistirte.

Lisa soltó una risa seca, sin humor.

—¿Divertida? Claro, porque no tienes nada mejor que hacer que molestarme.

—No es mi culpa que seas tan fascinante —Jennie se encogió de hombros, como si su obsesión por Lisa fuera la cosa más natural del mundo—. Además, tú me gustas. Y cuando quiero algo, Lisa... lo consigo.

Las palabras quedaron flotando en el aire, cargadas de una seguridad que casi hizo temblar las defensas de Lisa. Pero no podía dejar que Jennie ganara.

—Buena suerte con eso —murmuró Lisa, levantándose de su asiento y recogiendo sus cosas—. Ya terminamos por hoy.

Jennie la observó en silencio mientras Lisa guardaba sus cuadernos. Cuando estuvo a punto de salir del aula, su voz la detuvo.

—¿Sabes qué es lo más gracioso?

Lisa se giró con una ceja arqueada.

—¿Qué?

—Que entre más me huyas, más ganas me dan de atraparte.

La pelinegra no respondió. Simplemente salió del salón, pero el latido acelerado en su pecho no se calmó en todo el camino a casa.

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