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uno


JIMIN.

Ser feliz se trata de serpentear en medio del desierto o sobre el mar, escalar una montaña hasta su pico o caer de lleno sobre el pavimento. Ningún estado es permanente, ningún estatus del corazón es para siempre. Es arriba o abajo, de eso de trata sanar. De días donde la luz del sol quema como el infierno y el refugio está dentro las cuatro paredes de nuestra habitación o de noches donde la luz de las estrellas es lo único que queremos sentir sobre nuestra sien. 

Hay días malos, otros no tan malos y unos muy buenos. Sólo la paciencia dictamina cómo los vamos a afrontar, si de repente estallamos por una mala noticia o la tomamos como una enseñanza. Si de pronto, nos dan la promoción del año o nos declaran el amor que siempre habíamos esperado y decidimos contarlo al mundo o tomarlo de la forma más humilde. Todo depende, todo gira y nada se mantiene igual.

Con esto quiero decir que nada es para siempre. Parece una canción pero es la realidad, la única que he entendido tan violentamente como cuando sufres un accidente automovilístico y de pronto pasas de las risas a estar dando vueltas en medio de un armazón de hierro y cristal roto.

Pero era necesario aceptarla o sino, nunca iba a poder sobrellevar la idea de mi propia muerte a mis 26 años. 

Me sorprende por supuesto que nada me hubiese dado un indicio de que mi cuerpo estaba enfermando. Quizás debí prestarle más atención a mi abuela cuando me decía que me tomara el jugo de zanahoria con manzana cada tres días durante el almuerzo, o a mi mejor amigo cuando me pedía que descansara luego de largas jornadas de trabajo donde un litro de café era mi fiel ayudante, o quizás debí notar que algo andaba mal conmigo cuando a veces se me nublaba la vista y los dolores de cabeza eran tan intensos que creía que había algún tipo de pájaro carpintero dentro de mi bóveda craneana. 

Quizás debí ver las señales pero no lo hice y ahora estoy aquí, a un año de morir. Tengo fecha de caducidad y el simple pensamiento hasta me da risa porque parezco un yogurt: Pálido, medio insípido y con fecha de caducidad. De verdad, me hace gracia el pensamiento.

Siempre fui terco cuando se trataba de mi salud y debilidades, por supuesto ¿de qué otra forma iba a ser? Si crecí sin padres lo más lógico era que me creyera indestructible a medida que crecía. Si no tenía padres al menos tenía a mi abuela y la firme convicción de que yo sería capaz de dominar el mundo porque Park Jimin podrá ser de todo menos débil. Así que me entusiasmé en vivir una vida llena de esfuerzo, sacrificio, dedicación y éxito.

Me convertí en el escritor que desde que leía fanfics a los once años soñé ser, sólo qué mis historias están por lejos de ser románticas y me desvié un poco por el drama. Lógico, si soy un dramático de primera: No me puede cortar el filo de una hoja porque me pongo a hacer pucheros. 

En fin, gracias a esa terquedad y mi idea de ser indestructible, terminé siendo exitoso y lleno de virtudes: Joven, apuesto (según mi abuela), gay, creativo, adicto al trabajo, buen amigo y alguna que otra cosa. Sin embargo, hace un mes mi cuerpo me dio una cachetada que me tiró los dientes al piso al descubrir que no era tan súper hombre como me creía.

Tengo un tumor cerebral y está tan avanzado que el médico me dijo que en un año estaría muerto. Sencillo. Honesto. Probablemente la peor cosa que me han dicho en toda mi vida luego de que en la sala de emergencias me dijeran que mis padres habían muerto tras el accidente de autos yendo a Incheon cuando yo tenía 15 años. 

Así que ahora sólo me quedó tragarme mi terquedad y luego de llorar durante una semana seguida y no querer salir de mi departamento, entendí que nada de lo que haga cambiará mis destino: Voy a morir y lo tengo que aceptar o no. Así que, decidí optar por la primera opción y vivir mi último año de vida en tranquilidad.

Me estoy mudando. 

Toda mi vida he vivido en Busan, primero con mis padres y luego con mi abuela materna. Estudié allí, conocí a mi mejor amigo allí, no me enamoré nunca allí y me gradué de la universidad adivinen dónde: Allí. Busan. Por eso ahora que la nombro en mi cabeza no puedo evitar sentir un ligero malestar, una melancolía que me está mojando los huesos pero que debo aprender a sobrellevar porque nunca más volveré allí.

Me despedí de mis amigos de la universidad, de mis amigos de la editorial, del chico con el que estaba saliendo y finalmente de mi abuela. Los muebles, las paredes de la casa, la alfombra de pelos marrones y los cuadros de mamá también recibieron su despedida. Nunca más podré mirar el amanecer desde el pequeño balcón de la casa ni admiraré los pájaros de raros colores que se posan en primavera sobre el gran cerezo de la vecina. 

Quizás debí quedarme más tiempo para despedirme pero hacer la despedida más larga me iba a alargar la agonía también, así que cuanto antes mejor. 

Lo único que me traje conmigo fue la caja con los aretes de mamá y el reloj de papá, una foto de mi abuela, mi bufanda roja favorita y a mi perro Eslabón perdido: Una de mis amigas le puso el nombre y fue exactamente lo que mi pequeño caniche negro necesitaba (aunque lo llamamos Dido la mayoría del tiempo).

— ¡Minie tienen sushi en el menú! —dijo entusiasmado el castaño de cabellos semi rizos que tenía sentado a mi lado del avión.

También me traje a mi mejor amigo pero en contra de mi voluntad. 

Kim Taehyung puede ser realmente convincente de que es indispensable para mi vida.

Y lo es.

Taehyung y yo nos conocemos desde que entramos a la secundaria, él vivía a unas cuadras de mi casa y desde que nos hicimos amigos nos volvimos inseparables como dos piojos en la misma cabeza: Él es un sol caliente y lleno de vida, amante del arte, la música clásica y los animales. Yo soy más o menos eso pero más terco y con un humor un poquito más sarcástico. 

Le indiqué a la azafata que nos trajera sushi a ambos y alenté a mi amigo que disfrutara probablemente el último que se comería en meses.

Luego de enterarme de mi diagnóstico Taehyung lloró tanto como yo, de hecho, esa semana encerrado en mi casa estuve acompañado de él. Nos dormimos abrazados en la noche, me secó las lágrimas con un pañuelo con olor a talco de bebé y me puso canciones de piano para que me relajara cuando los nervios me ponían de punta.

Él al contrario de mí, estudió artes plásticas y nunca ha sido un alma de un solo sitio. Una semana antes de mi diagnóstico estaba en Finlandia exponiendo su nueva colección de esculturas inspiradas en "expresiones bajo amenaza". Una vez que se enteró de lo que ocurría conmigo y que tenía los días contados, no dudó en plantearme la posibilidad de estar conmigo hasta el final.

Yo quería un lugar pacífico donde pasar el resto de mis días y él sabía que Helsinki tenía tallado mi nombre en alguna piedra de sus calles, así que ni cortos ni perezosos estuvimos planeando este viaje minuciosamente. 

Al principio mi abuela no estuvo muy de acuerdo pero conociendo su forma de ver la vida y su filosofía de creer en la reencarnación, no le quedó más opción que dejarme ir y prometerme que nos conseguiríamos en la otra vida. Lloré cuando me dijo eso pero me quité un peso de encima al saber que estaba liberando un pedacito de mi alma y que mi partida no sería tomada como abandono.

Taehyung había estado en Helsinki y me repetía de alguna forma que había conocido un lugar que era perfecto para mí: Cómodo, romántico, antiguo y tranquilo. Ahora me tocaba a mí convertirlo en mi hogar. Ni siquiera me había enseñado un foto del sitio porque quería que fuese una sorpresa y el pago por el año entero en aquel sitio ya había sido depositado; así que sí, de alguna forma ya no tenía vuelta atrás. Restaban 365 días o un poco más, o un poco menos. Eso dependía de la fortaleza de mi cuerpo.

— ¿Crees que Dido esté muy nervioso allá atrás? —pregunté a Taehyung intentando mirar por la ventanilla, Taehyung tenía el asiento de la ventana y yo el del pasillo. 

Esta sería la última vez que vería a Corea y mis genes se arrugaron en pena cuando el avión despegó y dije adiós para siempre en silencio.

Últimamente tenía que acostumbrarme a esos adioses. Era definitivos, eran para siempre.

— No más que tú, te lo aseguro —dijo mi entrañable amigo que ahora me regalaba una de esas sonrisas cuadradas cargadas de sinceridad mientras tomaba mi mano y la apretaba delicadamente dándome a entender que todo estaría bien.

Lo miré a través de mi palpable acongojo y le sonreí tenuemente, me acomodé en mi asiento y me abracé a mí mismo dentro de mi chaqueta gris. Todavía tenía un largo viaje por delante y una nueva vida que comenzó tan abruptamente como terminaría. 

Taehyung posó su mano sobre mi brazo y se recostó de mi hombro. Estaba allí conmigo y eso por los momentos era suficiente para mí. 

Sólo me dolía pensar que él sería uno de los que más sufriría mi pérdida cuando ya no estuviera pero por los momentos no pensaría en eso, dormiría todo el camino y cuando despertara en Helsinki entonces me preocuparía otra vez por la oscuridad que me está asechando y que todavía no termino de entender en su totalidad.




chicos tengo una petición que hacerles, si consiguen frases bonitas que los inspiren, fotos o edits me los pueden dejar en los comentarios. quiero usar algunas cositas para esta historia, como les dije en la sinopsis quiero que sea especial tanto para mí como para ustedes. 

espero les guste, será un poco confusa al principio quizás pero prometo ir explicándoles poco a poco sólo tengan un poquito de paciencia.estará ambientado en todo lo de winter package de bangtan, desde la ropa hasta los escenarios. me esforzaré por describírselos para que se sumerjan en la historia pero por lo pronto todos los chicos tendrán esos looks para que se hagan la imagen.

¡los quiero!~~~


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