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dos


JIMIN.

Helsinki es tal y como me había dicho Taehyung: El lugar perfecto para pasar mi último año. Luego de las interminables horas de vuelo me desperté con un ligero dolor de cabeza cuando el capitán anunció que nos estábamos acercando a nuestro destino. Mientras yo dormí el 90% del viaje porque si no lo había dicho antes: odio los aviones; Tae por su parte admiró casi la totalidad de las nubes y el mar que separan a Corea de Finlandia. 

Fue justo así como lo encontré cuando me desperté de la larga siesta: Admirando el paisaje a través de las nubes y sobre el mar desde el asiento del avión. Sonreí en silencio y agradecí internamente que durante todo este trayecto y en gran parte de mi vida Taehyung hubiese estado conmigo. Si seguía con la filosofía de mi abuela acerca de reencarnar entonces esperaba que en mi próxima vida lo pudiese volver a encontrar. 

La azafata nos dio las últimas instrucciones antes de aterrizar y para cuando estábamos esperando las maletas en la correa del equipaje ya podía sentir que me había enamorado de Helsinki incluso antes de conocerla. Algo me lo decía, mis tripas de alguna forma me advertían que había tomado la mejor decisión que pude bajo mis circunstancias.

Recibimos a Dido en el área especial de mascotas y no puedo explicar lo aliviado que estaba cuando vi que mi caniche negro seguía siendo el mismo alborotador de siempre y no estaba semi desmayado por el vuelo.

— ¡Dido!~ —llamé mientras me lo llevaba a los brazos, él se retorcía intentando alcanzar mi cara para darle un par de lamidas y yo intentaba calmar su frenética movida. Dido es ansioso, lo sé pero así lo amamos en esta familia.

Taehyung era el que conocía la ciudad y quien había planificado todo a partir de nuestra llegada, por eso cuando salimos del aeropuerto con nuestras tres maletas ya había alguien esperándonos afuera. Un chico alto de facciones asiáticas con una sonrisa que me pareció alumbrar al mismísimo sol y cabello castaño claro con algunos reflejos más claros en la parte del flequillo que le caía partido a la mitad en la frente. Vestía unos vaqueros azules con una camisa de vestir color melocotón y un lindo abrigo marrón que casi llegaba a sus rodillas.

— ¡Hey, Taehyung! —saludó animadamente recostado desde el vehículo negro detrás de él. Taehyung le devolvió la sonrisa y me invitó a adelantarme para él guardar las cosas con el chico que luego se presentaría con Jung Hoseok, también es coreano y vive en Helsinki desde hace dos años cuando decidió abrir una sucursal de la compañía de su padre sobre diseño de interiores en la ciudad.

Durante el camino Taehyung me habló un poco de Hoseok y de como a sus casi 27 años era bastante exitoso gracias a todo el esfuerzo que ha puesto en la empresa de su padre hasta hacerse acreedor de la sucursal de Helsinki. Descubrí que extraña mucho la comida coreana y que al igual que a Taehyung y a mí le encantan los animales; comparte un pequeño apartamento con su novia (futura prometida según él mismo) y vive a unos veinte minutos en auto desde donde viviremos nosotros.

Taehyung no me ha hablado mucho del lugar pero insistí tanto durante la noche anterior que me contó que el lugar donde viviríamos es una especie de residencia privada con unas diez quintas, enormes, pintorescas y de ensueño. Me dijo que particularmente la que había elegido para nosotros era especial aunque no me dijo el por qué. Tampoco pregunté más, yo le creo.

A eso de casi las cuatro de las tarde fue que llegamos hasta un gran portón de hierro delgado que se alzó sobre nosotros como la entrada a una antigua mansión de antaño, de verdad que Taehyung no bromeaba cuando decía que Helsinki era mi lugar. Durante el viaje en carro la ciudad me había parecido devastadoramente amena y hermosa; es una ciudad moderna, compacta, conocida por su diseño y su alta tecnología. El carácter atractivo y único de Helsinki se debe en gran medida a su proximidad al mar, así como su ubicación entre el Oriente y el Occidente. Pero sólo cuando entramos al conjunto residencial cerrado fue que contuve el aliento.

Dido también pareció emocionarse porque un ligero ladrido de felicidad salió de él haciendo que Hoseok se sobresaltara un poco en su lugar.

El lugar parecía sacado de un cuento de hadas: Grandes casas una al lado de la otra con su propio jardín delantero, con la característica arquitectura de Finlandia, paredes de pintorescos colores con ventanas extensas que dejan volar la imaginación, una gran redoma que se instala en el medio de las diez hermosas y diferentes quintas cuya fuente de mármol con forma de sirenas entrelazadas hace desfallecer a cualquier admirador del arte. Y por si fuera poco el aire que se respiraba era de completa paz y tranquilidad, no había bullicio ni muchas personas, de hecho mientras nos bajábamos del auto pude vislumbrar sólo al vigilante en la caseta y un hombre a lo lejos leyendo un libro sentado en un banquillo frente a la calle de la que supuse era su casa.

Miró de reojo hacia dónde estábamos pero yo me concentré en la gran estructura frente a mí. Ya tendría tiempo de conocer a los vecinos.

Nuestra nueva casa era por no exagerar una belleza. Tenía la típica arquitectura de la ciudad pero algo la hacía especial de las demás, pues cada quinta del conjunto es distinta en cuanto a colores o algún detalle estructural. La nuestra es de dos pisos, más ancha que alta y con dos grandes ventanales en el segundo piso mientras que hay otro bastante largo en la parte de abajo. Las paredes son de color amarillo tostado con los marcos de las ventanas y el techo de color verde oliva, delante: un modesto porche se extiende y en él una caminería de cemento pintado de rojo rodeada de un abundante césped bien cortado. En el patio delantero hay una mesa de madera gruesa con dos sillas anchas acolchadas perfectas para descansar por la tarde y leer un buen libro. Un árbol se levanta a un lado de la puerta principal dando sombra a la misma y en parte a uno de los ventanales del segundo piso. También hay un columpio improvisado en el árbol hecho con cuerdas y madera. 

— Vaya —silbé mientras una notoria sonrisa se deslizaba a través de mis labios resecos. El frío de Helsinki no juega y no estoy tan acostumbrado a que el cielo siempre esté gris y deba usar ropa de invierno casi todo el año. 

— ¿Te gusta, no es así? —Taehyung estaba bajando las maletas junto a Hoseok y sonreía de la misma forma que yo. 

Dido se removió entre mis brazos intentando decirme que quería un poco de espacio y fue allí cuando lo solté y le dejé husmear un poco el césped y la caminería. 

— Parece que al pequeño ansioso también le gusta —continuó Tae mientras me ponía una mano en el hombro. 

Mi pecho se infló de un extraño sentimiento de melancolía y pertenencia como si aquella gran casa siempre hubiese estado esperando por mí a pesar de que nunca en mi vida había puesto un pie sobre Finlandia. Sonreí nuevamente y miré a Taehyung agradeciéndole por quinta vez en el día por ser mi salvavidas.

— De nada, Jimin —leyó mis pensamientos y se dirigió hasta donde estaba Hoseok para agradecerle por habernos traído y quedar en vernos al día siguiente cuando estuviésemos más descansados. Agradecí por eso último, sentía que el estómago se me iba a desintegrar del hambre y eso no era bueno porque luego venían los dolores de cabeza.

Yo me quedé un momento inmóvil todavía admirando el lugar que sería mi hogar durante un año, las paredes que me acogerían en su intimidad y me arroparían hasta el último momento cuando mi aliento se acabara dentro de mis pulmones. Sabía que reiría, lloraría y maldeciría dentro de aquella quinta que ahora se levantaba frente a mis ojos pero era lo normal, sería un proceso totalmente natural.

Al menos tendría a Dido y a Tae.

En ese momento mi pequeño caniche se hizo sonoro en mis pensamientos cuando de pronto se acercó hasta el columpio improvisado y empezó a ladrar en un gesto que entendí como que quería que me acercara hasta allí. 

No estoy loco, ese perro y yo nos entendemos. 

Me acerqué con mi maletín marrón en mano y observé con cautela las desgastadas cuerdas que lo suspendían en el aire, si bien no estaban totalmente arruinadas me daba la impresión de que si me sentaba en la caja de madera me iba a desplomar al suelo. Dido siguió ladrando.

— Si no quieres que me aplaste el trasero contra el pavimento no me sigas insistiendo pequeño rufián —le dije al tiempo que él se alejaba a olfatear un poco la mesa de madera que estaba al otro lado.

Otra vez dirigí mi mirada esta vez hacia el gran árbol que se instalaba sobre mí y que parecía un gran paracaídas capaz de detener cualquier caída, la copa era ancha, sus hojas de un verde muy opaco como si fuera un color acuarelado. Una de sus ramas casi tocaba la ventana que estaba a la izquierda y se mecía levemente con la brisa fría que rodaba por donde quiera que miraras.

Inhalé exageradamente para llenarme los pulmones de ese extraño verdor y el aire puro que tenía un moderado olor a lluvia y césped. Fue una sensación encantadora como si con mi exhalación hubiese sacado todo lo intoxicado dentro de mí.

Ojalá fuera tan fácil.

— ¿Problemas con el pequeño ansioso? ¿No le gusta el olor a madera fresca y pinos? —preguntó Taehyung detrás de mí.

Me giré de inmediato y vi como Dido alzaba una pata y marcaba una de las sillas como de su propiedad. 

— ¡Dido, ahí no! —grité avergonzado cuando noté que ya Taehyung no estaba solo y que a su lado estaba una delgada anciana con rostro apacible. 

¿Taehyung se trajo a todos los coreanos a Helsinki?

— Minie te presento a la señora Min Miska. Sí, es coreana —dijo nuevamente Taehyung adivinando mis pensamientos.

Intruso.

— Tú debes ser Park Jimin —dijo con amabilidad detrás de su bufanda gris que le cubría casi la boca. La señora Miska era menuda pero tenía brillo en su mirada capaz de hacerte saber que nunca nadie iba a apagarlo. Yo asentí lentamente y mis mejillas seguramente se tiñeron de rosado porque suelo ser tímido delante de los ancianos.

— Mucho gusto, gracias por cuidar de nosotros* —respondí amablemente mientras hacía una ligera reverencia y miraba de reojo a Dido quien se había quedado mirando la puerta principal sin hacer un sólo movimiento. Susurré internamente que si ese pequeño revoltoso marcaba la puerta iba a afeitarlo hasta dejarlo pelado como un pollo.

— Tienes el nombre coreano más bonito que he escuchado —un atisbo de acento extranjero se notaba en su coreano y pude adivinar que llevaba muchos años viviendo en Helsinki, cosa que confirmé posteriormente cuando nos invitó a tomar el té en el patio de nuestra quinta. Ella nos había estado esperando.

La señora Miska se encargaba del mantenimiento de las casas pues ella y su esposo habían vivido en una de ellas hacía muchísimos años, de allí tomaron mucho cariño por cada una de las edificaciones y terminaron convirtiéndose en algo así como sus guardianes. Las quintas no se vendían, solamente se alquilaban por un máximo de un año. Luego las personas debían desalojarlas. Esa había sido la norma para conservarlas y darle ese toque de misterio que ya yo sentía desde el momento en el que me encontré frente a frente con las edificaciones.

Cada casa había pertenecido a una familia poderosa en la antigüedad. Esas familias habían sido de diferentes nacionalidades y no necesariamente de Finlandia lo que, las hacía más exóticas. 

La señora Miska se conoce la historia de cada una de las quintas que según entendí cada una tiene su propio nombre, historia y ella se atrevió a afirmar que hasta personalidad. Para la actualidad sólo cuatro de ellas están habitadas, el resto vacías y conservadas por el cuidado de Miska y un equipo de dos restauradores que la ayudan.

Ella no vive en al conjunto, sólo viene de vez en cuando para visitar a los residentes, ponerse al día si hay algún problema con alguna casa y rememorar viejos recuerdos cuando ella y su esposo vivían allí. Luego de que el muriera no soportó la soledad dentro de aquellas extensas paredes y se mudó con su hijo mayor. 

— Él vendrá de vez en cuando a traerles provisiones. Por acá somos muy locales y los vegetales los cultivamos en mi familia. Son un regalo para los residentes —aclaró Miska mientras bebíamos el té de jazmín en la mesa del patio delantero. Todavía Tae y yo nos habíamos entrado a la casa pero podía sentir la ansiedad de mi mejor amigo. Dido ahora estaba en mi regazo descansando de su ataque de ansiedad por llegar a un lugar con mil olores desconocidos. Acaricié su cabeza y él me lamió los dedos en señal de agradecimiento.

La familia de la señora Min había emigrado hacía casi noventa años a Finlandia, de allí su apellido coreano pero su nombre finlandés. Estaba tan enamorada de su país natal como de sus raíces y por eso hablaba perfecto coreano y sabía más historia de Corea que yo. Eso y que era historiadora, lo cual también explicaba por qué se empecinaba tanto con las historias detrás de aquellas casas. 

— La mayoría de las personas que vienen acá tienen algo que deben sanar en sus corazones —explicó la señora luego de que le explicara mi razón para vivir en Helsinki. Muchos venían por el mismo motivo que yo: A esperar su muerte, pero muchos otros querían alejarse del ajetreo, de las penumbras de su vida, tomarse un descanso o unas vacaciones y otras razones igual de tranquilizadoras —Por ejemplo, te hará feliz saber que por aquí también tenemos a otro escritor. Ya lleva seis meses en la segunda casa —dijo mirando hacia la lejanía. 

La casa era igual de hermosa que las otras sólo que de color azul crema con ventanales de marco blanco y dos o tres enormes árboles haciéndole sombra.

— El señor Kim Namjoon seguramente vendrá a darles la bienvenida más temprano que tarde, es un sujeto muy cordial y debe tener casi la misma edad que ustedes —dijo Miska sonriéndonos amablemente —Ahora los jóvenes son muy talentosos. 

Taehyung y yo intercambiamos miradas inocentes.

Luego de terminar el té, Taehyung me explicó que debía ir con Miska hasta su casa para finiquitar algunas cosas de nuestra estadía además de comprar suplementos para no morirnos de hambre la primera semana. Yo no me sentía muy bien y a mitad de la charla ya el dolor de cabeza se había instalado en mi cráneo por lo que le agradecí su ofrecimiento de buscarnos comida y me disculpé por no poder ir con él.

— Tendrás tiempo de sobra para conocer todo lo que quieras de Helsinki, pequeño Jimin —dijo la señora Min colocando una mano en mi mejilla con sutileza. Había cierta tristeza en sus ojos que me hacían saber que se sentía mal por mí y mi destino —Luego pasaré por acá si así lo deseas y te hablaré un poco de tu nuevo hogar —miró hacia la imponente quinta detrás de nosotros y volvió a mirarme con cariño —Por lo pronto conócela, escucha a sus paredes, entrégate a su calidez y disfrútala. Te dejo su nombre, se llama Calicó.

Y con una apretón de manos y un beso en la frente me despedí de Miska y Taehyung para enfrentarme a mi nuevo hogar junto a Dido quien aún estaba en mis brazos dormitando.

— ¿Estás listo para esto, mi pequeño ansioso? —le dije cerca de una de sus orejas y el viento pareció escucharme, la copa del árbol se sacudió violentamente y el columpio se meció de adelante hacia atrás. 

La casa me recibió entre sus brazos cuando giré la perilla y supe que cuando di el primer paso dentro de ella estaba dando el primero a mi cuenta regresiva. 




linduras, ¿qué tal les va pareciendo? en esta historia seré muy descriptiva para hacer más perceptivo todo. sé que no he dado ni pista de qué se tratará, así que, ¿de qué creen que va la historia? me encantaría leerlos aquí y que me dejen muchos comentarios para saber que les está gustando :( un abrazo enorme, enorme. 

les adelanto: los capítulos serán largo, la historia será muy soft y será larga también. 



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