A pesar de que yo era un ser sin cuerpo físico, mis sentimientos estaban siempre a flor de piel, pese al encuentro desafortunado que tuve con André en la habitación. Desde el día en que lo vi, sentí algo especial por él, sus ojos avellanados, las ondulaciones doradas de su cabello, su sonrisa sutil y perfecta y la manera de su ser, era comparable a una orquídea en su máximo esplendor. Era consciente de la reacción de él hacia mí, pero si Brela me trataba como una persona, él también podía acostumbrarse a hacerlo.

Me desplazaba con cautela por los pasillos de la casa. La vivienda había cambiado; cada habitación tenía un nuevo papel tapiz, enormes candelabros adornaban las estancias y las flores de temporada perfumaban el ambiente. Todo parecía un lugar desconocido, pero hermoso.

Un día, mientras me acercaba a la cocina, vi a André con su madre tomando el té. La suave luz del sol iluminaba su rostro juvenil y su sonrisa cálida e inocente me hizo olvidar que podía verme. Sus ojos se fijaron en mi silueta escondida en las sombras, pero su semblante era diferente al de nuestro primer encuentro. Lo observé con el rostro medio oculto tras la pared.

—¿Qué ves? —preguntó su madre, volteándose hacia donde me encontraba.—Nada madre, no te preocupes —respondió él, ocultándome de la vista de su madre.

Después que el atardecer calló, los pasillos estaban a oscuras, salvo por una habitación que irradiaba una luz intermitente. Era la biblioteca. Me asomé en el marco de la puerta y vi a André, leyendo un libro a la luz de las velas.

—Sé que estás ahí —dijo André sin levantar la vista del libro. —Alina.

Al escuchar mi nombre me estremecí; él ya no me temía. Salí de mi escondite, apareciendo ante sus ojos con una piel sutilmente transparente y brillante que me distinguía entre este mundo y el otro.

—¿Por qué aún sigues aquí? —preguntó intrigado.—También me sigo preguntando eso cada día que sigo aquí. —respondí—No puedo creer que eres real... —dijo, levantándose de su asiento y acercándose a mí con curiosidad.—Eres un ser hermoso y a la vez aterrador —susurró al tenerme frente a él.

Sus ojos oceánicos brillaban con la fascinación de estar frente a algo extraordinario.André extendió una mano temblorosa, dudando si debía tocarme. Sentí una cálida corriente eléctrica cuando sus dedos rozaron mi piel etérea.

—Nunca he visto algo así... No entiendo cómo es posible —dijo con un susurro apenas audible, sus ojos fijos en los míos.

—No tengo idea —respondí, mi voz suave y llena de una emoción que ni siquiera yo comprendía del todo. André se echó hacia atrás, luchando por encontrar las palabras.

Finalmente, dijo:

—Si estás aquí, debe haber una razón. Algo que necesitas descubrir o resolver... tal vez juntos podamos encontrarlo.

Sus palabras resonaron en mi mente. Por primera vez, sentí una chispa de esperanza, una posibilidad de que mi existencia en este mundo tuviera un propósito.

—Tal vez tengas razón —murmuré, mirando hacia la vasta biblioteca que nos rodeaba, un reflejo de los misterios que aún quedaban por desvelar.