SENTIMIENTOS
La noche, ahora envuelta en un silencio aún más profundo, se hizo eco de los pensamientos que inundaban mi mente después de que Alina se retirara de la biblioteca. Me quedé solo, rodeado de libros y con una taza de té de canela que se enfriaba lentamente. Su aroma dulce parecía ahora ajeno, distante, como un recuerdo que se desvanece en la brisa otoñal.
Miré el libro que tenía entre mis manos, pero las palabras se desdibujaban ante mis ojos, perdiéndose en un mar de emociones. No podía concentrarme, no después de lo que acababa de suceder. Alina, en su desesperación por ser comprendida, había expuesto una verdad que me resultaba tan dolorosa como irrefutable: existía un abismo entre nosotros, un espacio tan vasto que desafiaba mis intentos de imaginar cualquier puente que pudiera unirlo. Sus sentimientos, aunque reales y apasionados, chocaban con la inmutable realidad de su existencia espectral, un eco de lo que había sido un alma vibrante que ahora se desvanecía en el polvo del pasado.
Me sentía atrapado en un torbellino de emociones. Había una parte de mí que quería alcanzar y consolar a Alina, asegurarle que sus sentimientos no eran en vano, que los recuerdos de los momentos compartidos estaban grabados en mi memoria de manera indeleble. Sin embargo, la lógica y la realidad me recordaban constantemente que su amor, por más fuerte y auténtico que fuera, no podía sostenerse en el mundo tangible en el que yo vivía, donde las leyes del tiempo y la existencia dictaban un orden que no podía desafiarse ni entenderse con ilusiones.
Las viejas heridas que había creído sanadas se reabrieron con cada palabra que Alina pronunció; cada declaración de amor y deseo de pertenecer resonaba con una verdad que no podía ignorar.
No obstante, debía ser firme; debía recordar que el futuro que se extendía ante mí, con sus promesas de estabilidad y amor recíproco, estaba personificado en Victoria. Ella era la luz en mi vida, la conexión con un futuro que anhelaba construir, un futuro que mi familia también deseaba vivamente.
Las últimas palabras de Alina resonaban en mi mente como un eco constante: "Espero que algún día puedas ver más allá de lo natural". Aquello me hacía cuestionar mi propia percepción, mi comprensión de lo que era posible y lo que no. Sabía que había una verdad en sus palabras, una revelación que invitaba a abrir los ojos hacia lo desconocido, a un reino donde el amor no se restringía a la carne y la presencia no dependía de la materia. Pero al mismo tiempo, esa verdad se sentía como una traición a todo lo que había construido a mi alrededor.
Sentado en la dimidad de la biblioteca, mientras el reloj marcaba el paso del tiempo con su sonata monótona, me pregunté si podría alguna vez reconciliar las dos realidades en las que habitaba. La irracionalidad del amor y la necesidad de proteger a quienes me rodeaban eran fuerzas opuestas que me arrastraban en direcciones contradictorias.
Mientras esa tormenta de pensamientos inundaba mi mente, el sonido de un golpe en la ventana interrumpió mis cavilaciones. Miré hacia afuera; la lluvia caía con fuerza, sus gotas empañando la luz de la calle. Me recordaron, en su caída caótica, que a veces, es en el tumulto donde se revelan las verdades más profundas y necesarias.
La cercanía entre Victoria y yo se iba intensificando. En un principio, nuestra confianza era cautelosa, marcada por una distancia familiar; sin embargo, con el tiempo y las interacciones que compartíamos, esa distancia comenzó a desvanecerse. Las miradas que intercambiábamos adquirieron una profundidad especial, llegando incluso a cruzarse con la naturalidad de quienes se conocen desde hace mucho tiempo, sin que la timidez se interpusiera en nuestro camino.
— Ya se está acercando el otoño; el viento se ha vuelto frío —observó ella mientras paseábamos por el jardín, cuyos árboles comenzaban a perder sus hojas, un espectáculo melancólico que anunciaba la inminente llegada de la nueva estación.
—Sí, estoy ansioso por que termine y dé paso al invierno —respondí con entusiasmo, aunque el frío empezaba a manifestarse en cada rincón del paisaje.— No me agrada el invierno, el frío no es mi mejor compañía —replicó con un ligero tono de desagrado.— No es tu mejor compañía porque no estabas junto a mí —comenté en un tono de broma, intentando aliviar la seriedad del momento.
— ¡Ash! Qué cursi eres —me dijo, riéndose de mi comentario.
— Lo siento —repliqué, sintiendo cómo el rubor comenzaba a acentuar el color en mis mejillas.
— Tal vez tengas razón; puede que este invierno sea cálido para mí si estoy contigo —murmuró.
Sus palabras resonaron en mí con un poder inusitado, haciendo que mi impulso fuera acercarme y abrazarla fuertemente. En ese instante, mi corazón latía descontroladamente, sintiendo en cada golpe una mezcla de nerviosismo y alegría. Era un sentimiento indescriptible, cálido y embriagador, con un sutil aroma a rosas que parecía flotar a nuestro alrededor. ¿Acaso eso era amor?
Entonces, en un giro inesperado de los acontecimientos, ella rompió el silencio que se había instalado entre nosotros y dijo con una sinceridad palpable:
— Me gustas —afirmó, y tras una breve pausa, añadió—. Me gustas mucho.
Esa declaración me dejó paralizado; el tiempo pareció detenerse mientras un torrente de emociones se agitaba dentro de mí. No sabía cómo reaccionar ante sus palabras; me sentía un tonto, como si el mundo a mi alrededor desapareciera, dejando solo el eco de su confesión.
— No sé qué decir —fue lo único que logré articular, mi voz sonando casi como un susurro en la atmósfera cargada de significado de ese momento.
— No es necesario que digas nada —respondió ella con una dulzura que me llenó de valor mientras sus labios, delicados y rosados, se acercaban a los míos.
Mis pensamientos se desvanecieron en ese instante; todo lo que podía sentir era la suavidad de sus manos frías acariciando mi piel, provocando una serie de escalofríos que recorrían mi cuerpo. No sabía si las sensaciones que experimentaba eran producto de la emoción desbordante que me inundaba o, simplemente, si el frío viento que nos envolvía era el responsable de tal reacción. En medio de aquellos instantes eternos, una certeza se instaló en mi corazón: aquel día marcaría el inicio de algo extraordinario en nuestras vidas.
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