SACRIFICIO
El invierno había llegado con su helado manto y la habitación se sentía tan fría que una sensación de debilidad comenzó a apoderarse de mí. En medio de ese silencio gélido, el murmullo de una voz resonó a través del espejo, perturbando la quietud del entorno.
—¡Por qué lo hiciste! —gritó con un tono desesperante.
—¡Porque Alina está atrapada en el espejo! —respondió una voz.
Reconocí a André y a Brela, con quienes había compartido momentos tan íntimos y complicados.
Me acerqué rápidamente, observando a través de la superficie agrietada del espejo la expresión de enojo y decepción en el rostro de André. Entendí con claridad que su deseo era realmente deshacerse de mí.
—Tardé meses recuperando este espejo y tú no lo vas a destruir — intervino Brela, de manera desafiante, tratando de proteger lo que había recuperado con tanto esfuerzo.—Brela, escúchame —dijo André, agachándose hasta alcanzar su altura, como si intentara infundirle razón—. Alina ya no está allí. Debemos arrojarlo a la basura. Esta habitación ahora es de Victoria y necesito deshacerme de ese espejo y de todo lo que no nos pertenece aquí.
El nombre de "Victoria" resonó en mi mente como un eco doloroso; ella aún seguía entrelazada en sus vidas y en mi habitación, la cual había sido mi refugio.
—Solo dale tiempo, ella no nos hará daño —suplicó Brela, su voz llena de una inocente persuasión que contrastaba con la tensión de la situación.—Está bien, pero cuando te diga que es hora de deshacerse del espejo, no quiero que interfieras —indicó su hermano con mirada endurecida mientras atravesaba la habitación. La afirmación afligida de Brela fue la única respuesta que recibió.
Después de su partida, la habitación quedó impregnada de un vacío abrumador. Brela era una niña muy amable, sin culpa alguna de esta confusión, y eso me hizo sentir aún más decida a arriesgarme. Estaba dispuesta a hacer valer su esfuerzo por reconstruir el espejo, que representaba una parte esencial de mi existencia.
La atmósfera se mantuvo en silencio, como era habitual, hasta que el atardecer se extinguió y las estrellas comenzaron a brillar en el firmamento. Respiré profundamente, apreté mis manos con determinación y dejé que las lágrimas fluyeran, reconociendo que el camino que estaba a punto de tomar sería doloroso. Pero quizás, solo quizás, el sufrimiento sería momentáneo, un paso hacia la liberación.
Corrí hacia el espejo y con un impulso de valentía, me sumergí rápidamente en su superficie. Sin embargo, no logré avanzar como esperaba. El martirio que sentía en mi piel se volvió intolerable y al intentar retroceder, me di cuenta de que estaba atrapada en él. El dolor se intensificó a medida que los filos del espejo desgarraban todo mi cuerpo, incluyendo mi rostro. La sangre brotaba, tiñendo con su color los fragmentos rotos del espejo mientras yo permanecía estancada en una agonía incesante.
Ya no había marcha atrás. A pesar del dolor inmutable que me consumía, finalmente logré traspasar la superficie del espejo, cayendo al suelo con un golpe sordo. Al abrir los ojos, una sensación de horror me invadió: mis manos estaban ensangrentadas y al tocar mis brazos, pudesentir la piel desgarrada, con la espantosa visibilidad de parte de mis huesos.
Con grandes esfuerzos, logré ponerme de pie y me acerqué a la ventana, decidida a ver mi reflejo.
Grité
Mi voz resonó con una intensidad que hizo que el espejo, que había sido mi hogar, se desmoronara una vez más en pedazos. La emoción y el sufrimiento hallaron su forma en ese clamor, liberando una energía abrumadora que llenó la habitación de fragmentos brillantes y afilados.
Inmediatamente, escuché unos pasos diminutos acercándose, lo que me llevó a ocultarme en la oscuridad. Era Victoria, la persona que había atraído la atención de André, el joven cuyo amor anhelaba. Mis instintos animales se despertaron; la rabia y el deseo de venganza burbujearon en miinterior.Entonces, decidí salir de las sombras y enfrentarme a ella, con la piel cuarteada y ensangrentada, convertida en lo que podría llamar un verdadero monstruo. Me acerqué tanto a su ser que ella cayó de espaldas, produciendo un estruendo ensordecedor, sus ojos mirándome con una rigidez que recordaba a una estatua, incapaz de reaccionar.
—¡Victoria! —gritó la madre de André mientras subía las escalinatas con prisa. Al percibir su llegada, me escondí nuevamente entre las sombras con mi corazón agitado por la situación. —¡Auxilio! —siguió ella mientras la sostenía entre sus brazos, totalmente aturdida por el encuentro inesperado.
La tensión de esos momentos colisionó en mi mente y comprendí que cada decisión, cada acción, había llevado a este punto culminante, un punto de quiebre entre la vida, la muerte y el deseo insaciable de ser libre.
Atrapada entre el dolor de mi metamorfosis y el deseo ardiente de descubrir mi nuevo yo, sabía que ni André ni Brela podrían comprender la magnitud de esta transformación.
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