REALIDADES
Los días se fundían en noches y las noches en días, en un ciclo interminable. La monotonía del tiempo solo era interrumpida por la creciente sensación de inquietud que me embargaba. Cada sonido, cada susurro en la casa, parecía llevar consigo una carga de misterio.
Una noche, mientras la luna bañaba la habitación con su luz pálida, la puerta se estremeció de repente. El ruido fue tan inesperado y fuerte que mi instinto me llevó de inmediato a buscar refugio en el espejo, el único lugar donde me sentía segura.
El reflejo del espejo se convirtió en mi santuario y mi prisión, protegiéndome de lo que fuera que acechaba más allá de esas paredes, pero también reteniéndome en un estado de incertidumbre constante. A medida que la noche avanzaba, observaba desde mi refugio, sintiendo cómo la tensión en el aire se hacía palpable y cada sombra parecía cobrar vida.
Esa noche fue un recordatorio de que los días y las noches parecieran fundirse en una rutina inmutable.
—Alina... ¿estás aquí? —preguntó una voz suave y susurrante.
Reconocí de inmediato a quién pertenecía, así que emergí de mi refugio. Brela llevaba un hermoso vestido primaveral y zapatillas azules que combinaban perfectamente con sus ojos.
—Te extrañé... —dijo, sus ojos cristalinos reflejando una sincera añoranza mientras extendía su mano hacia mí.
—Yo también te extrañé... —respondí, "tomando" su mano aunque no pudiera sentir el contacto físico. —Pero ¿Cómo llegaste aquí? —le pregunté sin haberme percatado que habían cerrado la habitación para ella.
Brela, con una sonrisa traviesa en el rostro, respondió con naturalidad.
La llave la tomé del taller de mi hermano, nadie puede esconder secretos de mi —susurró como si fuese una gracia. —Así que solo esperé el momento indicado para venir. No podía abandonarte —terminó diciendo con sus ojos llenos de inocencia.
Asentí a su valentía, sabía que ella era una niña audaz y curiosa pero no me imaginé que seria tan atrevida como para pasar por encima de sus mayores.
—¿Por qué ahora estás siempre en el espejo? —preguntó suavemente — ¿No puedes salir y jugar conmigo?
Suspiré, sabiendo que debía elegir mis palabras con cuidado. No quería asustarla ni preocuparla, pero tampoco podía mentirle.
—Brela, me encantaría poder salir y jugar contigo, pero no es tan sencillo. El espejo es mi hogar y mi protección. Si salgo, podría ponerte en peligro sin quererlo. Brela frunció el ceño, claramente confundida.
—¿Peligro? —dijo Brela con incredulidad.
—No soy como tú, pequeña. Mi mundo es diferente. Además, no deberías estar aquí; sé que cerraron la habitación para protegerte de mí.
Brela asintió lentamente, aunque pude ver la tristeza en sus ojos. Sabía que no era la respuesta que ella deseaba, pero también entendía la necesidad de precaución.
—Esta bien, me iré. Pero no te abandonaré. Eres como mi hermana mayor, una hermana muy especial y agradable.
Me conmoví por la sinceridad de aquella niña, me hizo recordar a mi madre, que nunca me abandonó hasta mi último suspiro de vida.
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