MI PEQUEÑA COMPAÑÍA
Mientras observaba a la familia moverse por la casa, sus voces resonaban en el espacio. El padre, frecuentemente ausente debido a las exigencias de su labor militar, contrastaba con la madre, quien pasaba la mayor parte de su tiempo en la cocina, bordando o cuidando su jardín. Brela, la pequeña de cabello dorado, corría constantemente por los pasillos y salones de lacasa, mientras que Andre, el joven de cálidas facciones, solía pasar las horas en la biblioteca leyendo hasta el anochecer o en una de las habitaciones que había tomado como su taller de arte.
El tiempo fluía imparable, y el miedo me anclaba al espejo. No quería enfrentar la posibilidad de que Brela, la niña que dormía en mi antigua habitación pudiera verme. Ella era hermosa e inocente y observarla jugar en lo que alguna vez fue mi espacio me llenaba de felicidad. Aunque estaba sola en la habitación del espejo, me sentía acompañada por la energía que emanaba de ella.
—Sal de tu escondite —dijo ella, minutos después de que su madre se había ido, pretendiendo estar dormida.
Esa noche había reunido el valor para salir del espejo y observarla de cerca, pero me escondí cuando ella se movió bruscamente. Sin embargo, no tuve suerte y me descubrió.
—No te tengo miedo, puedes salir —Brela sujetaba las sábanas en sus manos como un escudo, sus ojos abiertos y alerta. Estaba asustada... al igual que yo.
Sorprendida, reuní coraje y salí de las sombras que me cubrían. Vi cómo su pequeño rostro se tensaba y todo quedó en silencio entre nosotras.
—¿Qué eres? —preguntó, rompiendo el sosiego.—Un alma a la deriva... eso creo —respondí con desánimo.
La niña se levantó de su cama con la tenue luz de una vela y se acercó a mí.
—¿Puedo tocarte? —expresó Brela sin dejar de mirarme.—Puedes —respondí, sintiendo una rara emoción en mí.Al intentar tocarme, su mano atravesó mi brazo. No sentí su tacto ni ella el mío.—Eres como un fantasma —dijo, mientras sus ojos se encendían al verme como algo maravilloso.
Desde aquel momento, Brela y yo compartíamos la habitación libremente. Me convertí en su mejor compañía, un lazo que ninguna de las dos había experimentado antes. Pasábamos las noches susurrando historias a la luz de la luna, creando momentos tan especiales que hacían desaparecer el silencio y soledad.
Cuando Brela se rendía al sueño, regresaba a mi refugio en el espejo, esa pequeña parte de la habitación donde encontraba seguridad hasta la llegada del nuevo anochecer.
Una de tantas mañanas, los rayos de luz atravesaron el espejo, despertándome y revelando una figura junto a Brela, que aún dormía plácidamente. Me acerqué a la realidad y observé su rostro sonriente, iluminado por la suave luz del amanecer. Era André, el joven del que Brela me había hablado tantas noches y a quien había visto la primera vez que la familia llegó. Él era su único hermano.
Al despertar a Brela con ternura, le dio un cálido beso en la frente y la levantó en sus brazos con delicadeza. Mientras André se acercaba a la puerta, una brisa suave entró por laventana, agitando ligeramente las cortinas susurrando secretos del pasado. Cada paso que daba con Brela en sus brazos parecía una promesa de protección y amor. Mis ojos seguían cada movimiento y aunque estaba atrapada en el espejo, sentí una conexión más fuerte que nunca con la realidad.
André se detuvo en el umbral y miró hacia atrás, directamente hacia el espejo. Sus ojos, llenos de determinación y una sutil ternura, parecían decirme que comprendía mi dolor, que no estaba sola. Mi corazón de cristal latía con una fuerza desconocida.
Cuando la puerta se cerró tras ellos, la habitación se sumió en un silencio profundo, solo interrumpido por el eco de sus pasos alejándose. La luz del amanecer seguía iluminando la habitación y por primera vez en mucho tiempo, me permití soñar con la posibilidad de encontrar la paz.
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