EPÍLOGO
Mis días de invierno se tornaban fríos y solitarios tras la pérdida de Victoria. Desde aquel día inexplicable para muchos, pero comprensible para mí, mi corazón se congeló, incapaz de recuperar su calidez. Sabía en el fondo de mi ser, que Alina había tenido un papel crucial en la muerte de Victoria, aunque no podía expresar esta convicción. Nadie me creería; en elfondo, todos esperaban respuestas que ni yo poseía.
Una noche, mientras pensaba en ella, escuché un crujido proveniente de fuera de mi habitación. Intrigado y temeroso, me levanté y caminé por el pasillo, dirigiéndome hacia la habitación más cercana para investigar el origen de aquel sonido inquietante, ya que me encontraba solo en casa.
Observé detenidamente desde la entrada hasta que mis ojos se posaron en un espejo ubicado en una esquina de la habitación.
De repente, mi corazón dio un vuelco. Una figura espectral y horrible se reflejaba en el cristal. Con el pulso acelerado, me escondí bajo las sombras del pasillo, aturdido. No podía creer que Alina se hubiera convertido en semejante monstruosidad. Reconocía el vestido beige que portaba, un vestido aún ensangrentado y desgarrado, que confirmaba su identidad en mis pensamientos aterrorizados.
Desesperado, corrí hacia mi habitación, angustiado y atemorizado. No hallaba una explicación racional de cómo ella podía reflejarse allí, especialmente después de haber destruido su espejo.
André, ¿eres tú?. Escuché una voz fantasmal que resonaba en el aire, casi como un susurro de ultratumba.
Tomé mis sábanas y me arropé completamente, el sudor empapando mi frente debido a los nervios. El latido acelerado de mi corazón era ensordecedor, como si estuviese en el clímax de una película de terror. En medio de las luces titilantes de mi habitación, una sombra gélida se paseaba inquietantemente, y comprendí con horror que ella me había encontrado.
La atmósfera era densa y opresiva, la sensación de que estaba siendo observador había acondicionado cada fibra de mi ser. El frío se apoderaba de la habitación, y una mezcla de miedo y fascinación se apoderó de mi mente, atrapándome entre un deseo de enfrentar a la entidad y la imperiosa necesidad de escapar de aquella presencia que amenazaba con devorarme.
Fue entonces cuando su voz; suave, aterciopelada, pero cargada de una ominosa determinación, retumbó en mis oídos.
"Te encontré..." susurró.
Me convertí en un grito desgarrador que atravesó las paredes de mi habitación resonando como un eco de pesadilla, culminando en un horror que me consumió por completo.
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