No pude reaccionar a tiempo; la realidad se desmoronó ante mis ojos. El espejo de mi habitación desapareció y el llanto brotó de mí como jamás lo había hecho. Me sentía atrapada en un pequeño aposento de desesperación, donde mis días se convirtieron en una condenainterminable. Estaba presa en una lucha que había comenzado, un ciclo de dolor y venganza que había guionado mi vida.

La oscuridad se cerraba sobre mí, apretándome el corazón mientras me preguntaba si alguna vez podría escapar de esta tormenta y encontrar el camino de regreso hacia la luz. Esa búsqueda de claridad se convirtió en mi mantra, un grito desesperado en medio del caos.

Probablemente este era mi lugar de descanso eterno, pero en mi corazón aún sentía esa necesidad de salir del espejo. Ese espejo que ya hacía mucho no estaba, pero que seguía presente en mi mente, como un recuerdo que se negaba a desvanecerse. Era por culpa de mi avaricia que no podía dejarlo ir tan fácilmente, un reflejo de una vida que podía haber sido diferente, pero que había quedado atrapada en un laberinto de decisiones irreversibles.

De repente, una luz intensa me cegó, interrumpiendo mis pensamientos sombríos. Quedé postrada en el suelo, asustada y desorientada. Poco a poco, me acerqué de rodillas, reconociendo la fuente de aquella luz deslumbrante.

— Alina —dijo ella.

Mi conmoción no podía compararse a nada hasta ahora, ella me había salvado. Por fin podía salir del espejo. Así que, introduje mi mano a través de él pero un dolor intenso me detuvo. Era la primera vez desde que había muerto que sentía un dolor "físico".

Sangre... me dije así misma al ver mi mano herida. El espejo me había rasgado la mano y me ardía como si el fuego consumiera cada fibra de mi ser.Entré en desesperación, quería salir pero no podía, ella aún estaba allí... esperándome.

—Alina, ¿estás ahí? Reconstruí el espejo para ti— me dijo con sus ojos brillosos.—Si —respondí con desánimo y la impotencia de no poderme escuchar.

Mi espíritu empezó a apagarse, debilitándose con cada instante, y decidí dejarla ir, que se desvaneciera en el aire. Era mejor que estuviera lejos de mí. Esa conexión, aunque anhelada, sentía que solo traería más dolor.

La figura de Brela se desdibujaba en el espejo, el brillo en sus ojos empezaba a apagarse y con ello mi esperanza. No podía permitirme ser un juguete en la trama de la venganza que había tejido. Al dejarla partir, sentí como si una parte de mí se separara también de la atmósfera densa que me llevaba hacia lo más oscuro.

Me quedé en el silencio, abrazando el vacío nuevamente, un vacío que, aunque aterrador, me prometía un respiro del dolor que había creado.

Quizás, en algún rincón del universo, existía la posibilidad de redención y de reencuentro, pero ese día no era este.