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CONFESIONES PELIGROSAS

El verano estaba llegando a su fin, y con él, se cumplía uno de mis más profundos temores. André y Victoria pasaban cada vez más tiempo juntos, colaborando en su proyecto artístico, una cooperación que resultaba desalentadora para mí. La atención de André se había desviado por completo, como si yo hubiera dejado de existir en su mundo.

—Está quedando muy bien... Tienes un gran talento —comentó él, observando el trabajo de Victoria con admiración.

—Gracias... Tu ayuda ha sido crucial; tal vez no hubiera llegado ni a la mitad sin ti —replicó ella, su rostro iluminado por una sonrisa que, a mi pesar, resultaba encantadora.

—No me des créditos, tú eres la verdadera artista aquí —respondió André, mientras ambos compartían sonrisas cómplices, creando una tensión palpable que afianzaba sus miradas de manera inquietante.


El silencio se instaló en la habitación, creando un ambiente cargado de tensión mientras los cuerpos de André y Victoria se acercaban lentamente, guiados por un impulso casi inevitable. Ella posó su brazo sobre él y mis celos se intensificaron, como una sombra oscura que se cernía sobre mí. Estaban a pocos milímetros de rozar sus labios cuando, de repente, una explosión protagonizada por esa obra de arte que estaban creando, resonó con fuerza, estallando en mil pedazos. Fue como si un fenómeno sobrenatural o probablemente impulsado por mis propias emociones, hubiera decidido interrumpir el momento.

El estruendo resonó en la habitación, un eco caótico que rompió la atmósfera cargada de tensión. Los trozos de cerámica, pintura y madera se dispersaron por el suelo, como si el "universo" hubiera decidido interrumpir su inminente beso. Cuando el polvo se asentó, ambos se levantaron con sus miradas cargadas de confusión y sorpresa.

—¿Qué... qué ha pasado? —preguntó André, su voz teñida de incredulidad.

Mis ojos se encontraron con Victoria y aunque su expresión era de sorpresa, también había una chispa de frustración. La admiración que acababa de observar en André por ella se había transformado en preocupación, y eso, en su esencia, me hizo sentir triunfante, aunque el regusto de mis celos seguía retrayendo mi corazón.

—No tengo idea —respondió ella —Tal vez la presión del aire... o algo así. —terminó diciendo aun confundida.

André se agachó para recoger los fragmentos, pero Victoria lo detuvo con un gesto suave.

—Es solo una obra, podemos hacer otra —dijo, tratando de restarle importancia, aunque la decepción era palpable en su tono.—Esto no me parece normal —exclamó André mientras se sacudía el polvo de su ropa.—Descuida, tal vez algo se calló encima de la obra y por ello se rompió — dijo ella, con un tono que intentaba ser tranquilizador. Pero no pude dejar de notar la tensión en su voz—. Solo fue un accidente.

La atmósfera se volvió densa, tenia el presentimiento que André sabía que mi presencia estaba inmiscuida en la situación, no pasaría mucho tiempo para que sus preguntas llegaran a mi.

Cuando el silencio de la noche se instaló y todos dormían cómodamente, noté una luz intermitente en el pasillo. Provenía de la biblioteca. Con cautela, me acerqué y allí lo encontré, sumido en la lectura de un libro. Junto a él, una taza de té de canela que embalsamaba el aire con su dulce aroma, creando un entorno acogedor, aunque al mismo tiempo distante.

—Alina... —dijo André, alzando la vista hacia mí—. ¿A qué se debe tu visita en esta hora tan tardía?

—He venido a pedirte que te alejes de Victoria.

Su expresión cambió radicalmente, de estar sereno a estar realmente enojado. 


A nuestro alrededor, el silencio se volvió denso, como si el aire mismo se hubiera congelado y solo nuestras miradas se mantenían fijas en un duelo silencioso.

— Fuiste tú, ¿cierto? —comenzó, con una voz que ya no poseía la calidez que solía caracterizarla. — Lo del taller lo hiciste tú... —me dijo juzgándome con sus ojos fijos en mi.—Existe un límite claro entre tú y yo que debes respetar. Además, Victoria es parte de esta familia y es un vínculo que no se disolverá —dijo, volviendo a centrarse en su lectura, como si mi presencia se hubiera vuelto irrelevante.

Sus palabras me atravesaron como dagas afiladas, destruyendo cualquier esperanza que aún pudiera albergar. Ya no tenía nada más que agregar, así que me di la vuelta, dejando a mi paso un viento gélido que reflejaba el frío que se había apoderado de mi corazón.

En el fondo, él tenía razón, y eso era lo que más me irritaba. Existía una brecha insalvable entre su mundo y el mío, un abismo que, por la naturaleza de nuestras relaciones y circunstancias, se revelaba inmutable. Era una realidad ineludible que sabía que no podía evitar, pero que a pesar de ello, me resultaba profundamente dolorosa.

A pesar de la penosa verdad que posaba en mis hombros, volví en dirección a la biblioteca.

—André —decidí intentar una vez más —lo que siento por ti es real, simplemente no puedo ignorar lo que vivo en mi interior.

Él me miró, y por un instante, creí que podría haber un destello de comprensión en sus ojos, pero rápidamente lo ocultó tras una muralla.

—No estoy pidiendo que elijas entre nosotras, sino que comprendas que mis sentimientos son reales y merecen ser reconocidos.—Lo sé —respondió, y su tono fue un atisbo de suavidad, aunque aún lleno de firmeza—. Sin embargo, lo que estas pidiendo es algo ilógico, el amor implica de dos personas tangibles. Y en este caso, tu solo eres el fantasma en el espejo.


El silencio volvió a apoderarse de la biblioteca y me sentí atrapada entre la bruma de mis sentimientos y la claridad de su determinación. Así, antes de alejarme definitivamente, dejé caer unas últimas palabras.


—Entiendo tu posición. Solo espero que algún día puedas ver más allá de lo natural.

 Con el corazón pesado, me retiré, sabiendo que había expresado lo que llevaba dentro, pero también con la amarga certeza de que a pesar de mis esfuerzos, el abismo entre nosotros seguía inalterable.

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