Mi cuerpo agotado, descansaba en las sutiles sábanas de mi lecho, invitando a los sueños a arrebatarme por completo. La madrugada era fresca y una pequeña luciérnaga pululaba en la habitación como un diminuto faro en la penumbra, suavizando la atmósfera con su tenue luz.

En aquel momento, mi mente solo tenía a Alina ocupando gran parte de mis pensamientos, como un eco persistente que reverberaba en cada rincón de mi ser.

Los recuerdos de mi estancia en la biblioteca fueron algo mágico; la manera en que sus ojos brillaban cuando hablaba de sus pasiones, cómo su risa chispeante llenaba el aire de una energía contagiosa. Su voz era un susurro delicado, como si estuviera recitando un poema oculto en las estrellas, mientras su esencia, tan radiante y pura, me envolvía en un abrazo etéreo. Era como tener a Cassiopeia misma a mi alcance, no solo como una figura astronómica, sino como una presencia tangible que despertaba en mí emociones que nunca creí posibles.Sin embargo, me encontraba atrapado en un torbellino de dudas.

¿Realmente estaba en mis cabales? ¿O todo esto era un producto de mi imaginación, una alucinación provocada por mi fervor por las estrellas y los universos lejanos? Alina era algo extraordinario, un fenómeno celestial en sí misma, y decírmelo a mí mismo me hacía sentir estúpido, como si hablara de amores de novela en lugar de una posible realidad.

Como yo, un discípulo de la astronomía, debería ceñirme a los hechos, a las certezas y a la lógica de las constelaciones. Sin embargo, cuando la contemplaba, su belleza era tan resplandeciente como Sirius posado en este cielo nocturno, un destello que hacía que todo lo demás se desvaneciera en la oscuridad.

Todo lo que había aprendido sobre planetas y galaxias se tornaba insignificante en comparación con la inmensa curiosidad que sentía por ella.

Las horas en la biblioteca se convirtieron en un laberinto donde me perdía, buscando entre los tomos polvorientos y las estanterías repletas de conocimiento, una forma de entender el enigma que representaba Alina.

Aun no puedo creer que ella sea real, que este encuentro fugaz marcara la trayectoria de mi existencia. Me giré, ansioso por capturar el eco de su risa, pero la luciérnaga continuaba danzando suavemente en la oscuridad, como si también ella ansiara un poco de claridad en mis pensamientos confusos. En esa penumbra, mi mente comenzaba a trazar puentes entre la realidad y lo etéreo, entre la lógica de las estrellas y la magia de lo que podía sucedercuando las almas se encontraban. ¿Quizás era hora de permitir que el destino se mostrara en su forma más críptica y maravillosa?