Había pasado muchas noches sin ver a Brela, aunque ella insistía en llamarme, me había privado de salir de mi espejo ya que mi alma estaba débil últimamente. Sin embargo, al recuperarme salí a la habitación, no había nadie más, salvo por mi presencia. Me senté en la cama y recordé cuando yo estaba aquí... latente.

—¿Quién eres? —preguntó una voz exaltada y entrecortada por el asombro. Me paralicé por un momento y volteé, esperando lo peor.

André sostenía una lámpara en la mano, que tambaleaba sin cesar, revelando su mirada alterada. Intenté huir, pero no tenía escapatoria y solo me enfrenté a él, acercándome lentamente.

Esto no ayudó mucho, ya que me veía más aterradora en las sombras de la lámpara.

Su rostro se tensó aún más; no podía creer que estaba viendo un espectro. De repente, su mirada se desvaneció y cayó al suelo, apagando la luz de la lámpara. Entré en pánico y corrí torpemente hacia el espejo, segura de que vendrían por él en cualquier momento.

Unos pasos rápidos invadieron el lugar; era el padre de André junto a su esposa.

— André... despierta —escuché el eco de la voz de su padre. Me asomé e inmediatamente su padre lo sujetó en sus brazos mientras su madre los guiaba fuera de la habitación.