ABISMO
Pasé una semana sin noticias sobre Victoria, y la inquietud se tornó en desesperación cuando un familiar cercano decidió hacer una visita. Cuando entró, su rostro reflejaba una gravedad que hizo que mi corazón se acelerara.
—Victoria está en un estado vulnerable; por ahora, la dejarán un par de semanas más —anunció con un tono cargado de preocupación.
En ese momento, las lágrimas fluyeron de mis ojos sin previo aviso.
—¿Pero qué ha sucedido? Ella estaba bien —exclamé entre sollozos, sin poder comprender cómo había llegado a esta situación tan crítica.—Presenta síntomas de demencia... dice que algo la persigue, que escucha voces y pasos, está paranoica —respondió con un tono compasivo, pero cada palabra me golpeaba como un martillo en el pecho.
Mi rostro se endureció al escuchar aquellas palabras. Un torrente de emociones me invadió, y en el fondo de mi ser, sabía que la causa de su desgracia era algo más oscuro y siniestro. Algo que me atormentaba y que, aunque no podía decirlo en voz alta, me pesaba en el alma.
Aquella noche, me encontraba en mi habitación, venía de un lugar de profundo sufrimiento y las lágrimas brotaban de mis ojos mientras pensaba en todo lo que Victoria estaba viviendo. Era una agonía indescriptible saber que estaba sufriendo. En ese momento, el aire se volvió gélido, como si una presencia densa me rodeara.
—André, no estés más triste; te cuidaré en tu desesperación —susurró una voz que reverberó en mis oídos, y antes de que pudiera procesar la realidad, sentí cómo su aura fría se acomodaba a mi lado en la cama.
—¡Aléjate! —respondí, sintiéndome visiblemente enfadado, incapaz de contener el rencor—. Tú fuiste. Eres la culpable de esto —susurré entre lágrimas, saturado de emociones que no sabía cómo manejar.—No digas eso. Yo te amo... de verdad. Tú me devolviste a la vida — exclamó con su voz cargada de angustia.—Mentirosa, eres más que una egoísta. No quiero verte más —declaré, levantándome enérgicamente, como si huir de su presencia pudiera borrar el dolor que había causado en mi.
Me dirigí a la habitación donde estaba el espejo, mientras su presencia me rodeaba.
—Por favor, perdóname —exclamó con compasión.
— Entra al espejo... es lo único que te pido —musité, no quería escucharla un segundo más.
Mis emociones se agolpaban en mi pecho mientras contemplaba mi rostro enrojecido por el llanto. Alina sin decirme otra palabra, teniendo compasión de mi condición, entró al espejo como le indiqué.
Mis ojos, una vez llenos de vida, estaban hinchados y profundos como pozos de tristeza.
Alina, tienes que irte para siempre... pensé.
Apartando cada sentimiento y recuerdo que nos unía, incluso obviando lo que mi hermana Brela pudiera sentir.
En seguida tomé un cofre y lo arrojé hacia el espejo, rompiéndolo en mil pedazos.
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