EXTRA I
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"'Cause we're the masters of our own fate
We're the captains of our own souls
There's no way for us to come away
'Cause boy we're gold, boy we're gold"
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Extra III: Hunter y sus centímetros.
—No recuerdo mi primera vez—confiesa la muchacha de labios gruesos y mirada almendrada—. Estaba borracha, bueno los dos lo estábamos. Tengo la esperanza de que lo disfruté, pero la fórmula de inexpertos, borrachos y primera vez, no me ayuda a mantenerla.
Sus amigos le observan aguantándose las carcajadas, y ella al verles las caras, no le queda más que echarse a reír también. La habitación se transforma en un concierto de risas de toda clase, finas, gruesas, afónicas. A los vecinos, sobre todo a la del primer piso, les parece un suplicio. Pero a ellos, tan borrachos que no se enteran de lo que ocurre detrás de esa puerta, escuchar la sinfonía dispareja les haces reír con mayor energía.
—Amor, tienes mucha suerte—apostilla el chico de cabello ensortijado, empinándose la botella de algo llamado Cacique que el hermano de Sol guardaba bajo llave en su habitación—. La mía fue un asco, y recuerdo cada detalle. Pero, ¿saben qué? Lo dejé caminando de lado por una semana.
Sol tuerce los labios incrédula. Hunter enarca una ceja ofendido, riendo por lo bajo.
—Mentiroso, ¿cómo sabías qué hacer si era tu primera vez?—contradice Hera, la rubiecilla que paro de crecer a los diez años.
Hunter rueda los ojos, pasándole la botella.
—¿Si ubicas internet?—repone, profiriendo una risotada contagiosa—. Mucha información al alcance de un click.
—A mi me parece que lo dejaste así porque tu tampoco sabías que hacer—insinúa Lulú, mirándole con falso desdén. Esas dos largas trenzas que Hera con tanto esfuerzo se esmeró en hacerle, ahora son un desastre de cabellos enmarañados.
Para Hunter esas palabras llevan escrito un reto implícito, y él, conocido por tomar cada desafío que la vida le presente, explaya una sonrisa que le roza las orejas. Le encanta demostrarle a la gente que cuándo se trata de él, siempre están equivocados. También era claro que sus reinas, como él les llama, buscan una reacción de su parte, las conoce muy bien, a cada una de ellas.
Sin embargo, tomará cualquier oportunidad para demostrar que fue bendecido por la naturaleza.
Se pone de pie de un salto. Si no fuese dueño de una excelente condición física, el alcohol le hubiese batido de regreso al suelo. Las muchachas se miran entre ellas confundidas, ven al chico caminar con paso altanero y orgulloso al baño, celular en mano.
A un paso de ingresar al baño, se da la vuelta y les dice:
—Busquen una regla, despertaré a la bestia.
De inmediato Sol se hace con la suya, la que mantiene entre el resto de artículos escolares en su escritorio. Para ellas no cabía duda de las intenciones de Hunter, porque él es así, extrovertido y muy, pero muy pretencioso. Cualidades que a muchos les repele, pero a ellas les fascina.
Y si que lo hacen. No por nada Sol y Hera, al conocerle, quedaron encandiladas por su presencia. ¿Y quién no? Es atractivo, número uno en la cancha y en el corazón de las chicas, divertido y por añadidura, ese toquecito picante en todo lo que hace que le añade gusto a tratar con él.
Sol se pierde en recuerdos, su mente se transporta al primer día que ella y Hera llegaron a Varsity, y Hunter se ofreció a darles un recorrido por la institución, siendo el chico amable que es. La baba se les salía, no podían dejar de sonreír e incluso creyó ver corazones escapando de los ojos de Hera, y con pena asume que de los suyos también.
Porque si, tan distinto a lo que Sol esperaba, su primera desilusión amorosa no lleva por nombre Giovanni Franco, si no, Hunter Collins. El mismo chico que ha salido del baño caminando como pingüino porque lleva los pantalones en los tobillos y una erección en la mano.
—¡Rápido que se me baja!
Sol y Hera gritan eufóricas, les resulta impactante tener el pene de su mejor amigo a la vista. Para Lulú, que lleva cinco años de amistad con Hunter y que lo conoce al derecho y al revés, no es más que otro día de su amigo alardeando sobre su miembro. Por supuesto, se ríe de las expresiones de las chicas, que aplauden, se carcajean y le piden que se aproxime.
La rubia y la castaña se arrodillan delante de él. Ese estruendo hecho de risas nunca las abandonan.
—¡Agárralo Sol!—indica Hera.
Y Sol obedece. Es una sensación extraña e incluso graciosa, ha tenido uno de esos dentro de ella, pero jamás lo había tocado con las manos. No que ella recuerde. Hera enseguida posiciona la regla dónde Hunter le indica. Lulú coge un marcador y allí donde Hera señala, pasa una línea.
Sol y Hera levantan la mirada a su amiga, esperando por el resultado.
—Veintiún centímetros con tres milímetros—anuncia Lulú, mostrándoles la raya negra a sus amigas que abren los ojos impresionadas.
—¡Animalón!—grita Hera, rodeándolo con la mano justo encima de donde Sol tiene la suya.
—¡Tren de carne!—añade Sol.
—¡Qué bien come Tom!
Hunter mueve de arriba abajo las cejas, el ego le ha inflado el pecho. Como le gusta recibir halagos, le gusta incluso más que su recién novio Tom.
—Me encanta cerrar bocas.
Hera aprieta un dedo encima de la punta rosa, su mirada clavada allí.
—Hunter, con esto en frente la boca se me abre sola.
Sol se cubre los labios con la mano libre, las risas le han puesto la cara tan roja como el cabello de su madre..
—¡Hera!—exclama Lulú con el semblante enrojecido.
—Hay que inmortalizar este momento—concreta Hera, tomando la cámara instantánea—. Lu, pon tu mano aquí también, ay Dios ¡Si Eros se entera de esto...!
Lulú se apresura a completar el extrañísimo cuadro. Hunter de pie, con las manos en la cadera, y las tres chicas de rodillas delante de él, sosteniendo su erección como si de un bate se tratara. La tres exhiben sonrisas gigantes, y tan pronto Hera presiona el botón, la imagen se imprime. Sol la toma y la pone junto al resto encima del escritorio, a la espera de que la tinta seque.
—Bueno ya—habla Hunter—. Que es pene no pelota anti estrés.
Se sacude las manos de las chicas, sacándoles risitas sugestivas. Vuelven a sus puestos, Hunter se deja la bragueta abajo porque le da un aire liberador, no lleva camisa y al sentirse tan relajado algo le empieza a hacer falta.
Un cigarro.
Sol no se molesta en abrir la ventana, ya lo estaba de hace mucho.
—No lo digo yo, lo dice la ciencia. Si continuas fumando tus pulmones no serán los únicos afectados—comenta Hera mirándose las uñas—. Ese regalo divino también, y para que lo sepas, mientras más grande, más rápido se muere.
Hunter se ahoga el humo, se palma el pecho con rudeza innecesaria, aplacando la tos.
—Claro que no.
—Oh, claro que sí. Porque la sangre no le llegará.
Le lanza una mirada agria. No se lo cree, no quiere hacerlo.
—¿Cómo sabes eso?
Hera se encoje de hombros, toma un trago de la botella y contesta con simpleza:
—Escuche que se lo decían a mi hermano.
Sol levanta la cabeza del suelo, mirando a su amiga rubia con notable interés.
—¿Es vergudo?
—No lo sé, ¿le preguntarías por mi? es que me da asco.
La de sombrero rosado ladea la cabeza y arroja un guiño descuidado a su amiga.
—Te prometo que lo averiguaré.
Sol lo pudo haber dicho en broma, pero el destino es caprichoso. Y a pesar de no recordar esa promesa debido a su mente obnubilada por el alcohol. La cumplió.
Lo averiguó y Hera se enteró.
La mañana siguiente, después de una madrugada dónde el vomito les hizo pasar penurias. Sol, limpiando el desastre que habían dejado, dio con la insólita imagen debajo de su cama. Asustada de que su hermano la consiguiera, pero sin el corazón para desecharla, la esconde en medio de sus libros, y allí queda, olvidada.
Y una tarde meses después, cuándo Eros esperaba a que Sol despertase de dormitar entre las sábanas que hace menos de una hora se encargaron de desarreglar, un título en el librero de la muchacha llamó su atención, y al sacar el libro, la foto indecorosa cae a sus pies.
Esperaba encontrarse con cualquier cosa, menos con eso. Su hermana, su novia y su amiga la obsesionada con mariposas usando sombreros de vaquero le han manoseado la verga al imbécil que nunca se peina y se siente superior a él porque se cree intocable. La cara se le torna roja y una combinación de cólera y disgusto le revuelve el estómago. Retrocede un paso, sin poder creer lo que sostiene.
Y antes de siquiera pensar, se acerca a la muchacha y la zarandea del hombro. Ella se queja, se remueve más no le hace caso. Pero Eros no dejaría las cosas así, más que querer, necesitaba saber la razón de esa imagen insólita.
Le arranca la sábana a Sol de encima, y ella enojada por la interrupción de su descanso, abre los ojos enojada.
—¡¿Qué?!
Eros le pone la foto en la cara, tensando la mandíbula.
—¿Esto qué es?
Sol, volviendo a echarse la tela encima, le contesta:
—¡Un pene muy grande! ¡¿Qué no ves?!
Holi.😇
Este es el extra favorito creo yo, es que obvio, es Hunter el prota duh.🙄
Esto me pasó a mi en la vida real, pero a mi amigo le medía 23cm. Nadie le creía así que le dije que lo demostrara y fue al baño y cuando volvió pues... lo confirmamos 👁👄👁 JAJAJA.
Yo por ahí NO paso😳
Mañana vuelvo con el último de los que ya tenía escrito, el de Hera en Bremen.
Espero traer noticias del final pronto, mientras diré que me falta muy poquito para terminar el capítulo 54.😅
Nos leemos pronto (sigo esperando),
Mar.
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