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"59"

Un sonido agudo es lo primero que percibo.

Un ruido constante, desaparece un segundo, pero no por siempre. En medio del letargo, de permanecer sumida bajo una sábana de penumbras, el molesto pitio regresa y se convierte en incordio.

Contraigo los párpados cuando el primera contacto a contra luz me traspasa la cabeza como una flecha en llamas. Trato de mover la cabeza, huyendo del encandilamiento, pero el dolor en la nuca me obliga a permanecer inmóvil.

Algo anda mal, lo presiento, aunque seguro soy yo el defecto en la situación.

Pronto los aleteos de mi corazón se trasladan a mi cabeza, acentuándose a cada segundo, como la ahora inevitable claridad. Trato de hablar, de pedir que, por lo que más quieran, apaguen la luz, pero una molestia nueva aparece: el ardor en la garganta y los labios rotos de resequedad.

Murmullos incomprensibles llegan a mis oídos como ráfagas de viento, erizándome los vellos y como si mi cuerpo volviese a construirse cual juguete desarmable, los sentidos regresan sin apuro. La textura suave de una cobija gruesa y cálida, el intenso aroma a alcohol infestándome la nariz, saboreo un rastro de medicina, oigo pisadas, pero fallo al intentar abrir los ojos, los párpados no ceden.

—Se está moviendo—oigo en  la lejanía la fina voz de una mujer.

—Voy a buscar al doctor—le contesta un hombre a quién reconozco Hunter, y todos mis sentidos vuelven por completo de un santiamén, y peor, agudizados al extremo.

—Infórmale a Eros, por favor.

Abro los ojos de golpe y el aluvión de recuerdos me arrastra consigo.

Eros besándome, Hera discutiendo con su padre, el champán, el ruido del cristal estrellándose en pedacitos contra el piso, los disparos, la sangre, Franziska...

El pitido incrementa, el aire me falta, me cuesta enfocar la vista en un único sitio, veo a todos lados, arriba, abajo, a los lados, temiendo dar con un arma negra, y cabellos blancos. El miedo me corroe los nervios, el dolor se acentúa como hogueras en mi brazo y hombro cuando intento sentarme. La conmoción me supera y un sollozo me raspa las cuerdas vocales al sentir unos dedos anillarse alrededor de mi muñeca.

—Mi niña, no te muevas, te lastimarás.

Levanto la cara, la mirada lacrimosa y enmarcada por pozos sombríos de Agnes me observan con pesar, abriendo un agujero negro que se devora mis emociones, dejándome vacía, en medio de lo ahora reconozco, la habitación de un hospital.

El sonido proveniente de la máquina a mi lado se me clava en el cerebro como agujas, me siento la garganta rasposa, la boca deshidratada, adolorida como la mierda y con un enorme peso en el pecho.

—¿Todo eso pasó... en serio?—cuestiono con ronquera, anhelando desde lo más profundo de mi corazón una negativa.

Pero el destino es incierto, la vida injusta y lo compruebo en el instante que Agnes afirma con un movimiento débil de la cabeza.

—Sí.

Muevo la mirada a mi hombro, un poco más abajo, oculto tras la bata blanca que me han puesto, vendas cubren la piel malherida y me impresiona encontrar otra enrollada en el antebrazo.

Verlo es otra macabra confirmación.

Trato de pensar a través del griterío en mi cabeza, de las imágenes sin secuencia y la confusión. Dos revólveres, ojos vacíos...

—¿Y los demás?

—Hera, Lulú y Hunter están bien—susurra, comprimiendo los labios temblorosos.

Guarda silencio y la ansiedad de no escuchar sus nombres, escala a proporciones inaguantables.

—¿Y Eros?—pregunto con el corazón acelerado—. ¿Y Franziska?

Entonces cierra los ojos y se infla las mejillas con la bocanada de aire que toma. Quiero gritarle que hable de una buena vez, pero me he quedado sin habla a causa de la tensión que me domina.

—Eros se encuentra bien, le han retirado la bala del brazo sin necesidad de cirugía, está en la habitación contigua—murmura y su voz se rompe en un sollozo repentino—. Pero Franziska no sobrevivió.

El dolor que me cruza el alma rompe la barrera de lo físico, siento mi corazón retorcerse de la forma más dolorosa que hasta este momento he experimentado. El ardor abrazado a mi pecho se extiende por el resto de mi cuerpo, adormeciendo todo a su paso.

La impresión de saberlo, de entender que esas horripilantes imágenes en mi cabeza son ciertas, me han dejado de piedra, ignorante de cómo afrontar una situación como esta, con el corazón astillado y el alma hecha jirones.

Estoy en ese punto dónde es tantísimo lo que siento, que no siento nada. No tengo lágrimas, no tengo ni un ínfimo pensamiento, porque no quiero aceptar que nunca más escucharé ninguno de sus comentarios cargados de burla, sus frases llenas de sabiduría, su risa estrafalaria siempre que consumía más de una copa de su vino favorito.

Me niego aceptar que Franziska, la abuela parlanchina y llena de vida que a quién sea le sacaba una sonrisa así sea a regaños o insultos, se ha ido, y que la última imagen que tuve de ella, fue de su rostro cubierto de sangre.

Un gimoteo me alcanza y a ese le suceden una avalancha más, los ojos se me atiborran de lágrimas espesas que no puedo ni quiero contener. La habitación fría se torna gélida, y cuando la mano de Agnes me aprieta la muñeca buscando consuelo, el llanto se me descontrola y las sacudidas de mi cuerpo me lastiman las heridas. Cierro los ojos deseando un milagro, una máquina del tiempo, lo que sea... pero el pensar en cosas absurdas lo único que hace es presionar la galla en mi corazón.

Querer escapar de la realidad y luego entender que no es posible huir de ella, solo me hace más débil ante la misma.

—Mi mamá—murmuro, porque no sé que más decir que pedir por ella.

Las  lágrimas pesadas resbalando por mi barbilla, mojando la venda en mi clavícula. Con los ojos húmedos afincados en las vendas. Necesito a mi mamá.

—Tus padres vienen en camino, llegarán por la noche—informa Agnes, y lloro todavía más al toparme con la disyuntiva de no saber si eso calma o empeora mi situación—. Estuviste en cirugía por horas, la bala rozo una arteria importante, al salir te tuvieron sedada por otras horas más. Perdiste mucha, mucha sangre, por suerte Lulú pudo donarte, ella está con Hera en el hotel bajo resguardo acompañadas por Helsen, Hunter no quiso moverse de aquí. Sol—suelta el aire, batiendo las pestañas para aminorar el llanto—, fueron dos disparos, estuviste muerta varios minutos, pensamos que, Eros creyó que...

El llanto le prohíbe continuar. El pitido de la máquina sube la secuencia, mi corazón amenaza con escaparse por mi boca. No me interesa lo que haya pasado antes, no me importa nada más que verlo y comprobar con mis propios ojos que está a salvo.

—¿Puedo verlo ahora?—pido en un susurro ansioso.

Agnes levanta la cara, debajo del manto cristalino en su mirada rota, el dolor profundo que padece se refleja en sus pupilas como un espejo directo del alma.

—Sol, Zane falleció—enuncia—. Eros se encuentra bajo vigilancia policial por homicidio.

Agito la cabeza negando, porque si le creo, perdería la razón.

—No.

No puede volver allí, no puedo permanecer encerrado lejos de su madre embarazada, de su hermana que aunque no le quiera cerca, sé que esta noticia le va afectar. Lejos de Lulú que necesita del helado que él le compra después de las terapias, lejos de Hunter y los cigarros que se comparten a regañadientes, lejos de mi....

La presión de los dedos tibios de la mujer en mi brazo me hace sentir peor. Debería ser al contrario, debería ser yo quien le brinde consuela a ella, es su hijo quién está metido en esto, su suegra que era más una madre para ella, ha fallecido. Más no encuentro la fortaleza para hacerlo, el llanto me ha dejado sin fuerzas.

—Andrea viene en camino, él lo solucionará, verás que si—decreta, con la voz sumida en una profunda tristeza—. Todo estará bien.

Sacudo la cabeza en un asentimiento. Quiero confiar en su palabra aunque ni ella misma se lo creo del todo, porque no tengo a dónde más aferrarme.

—Todo estará bien.

   

~

La enfermera coloca la última tira encima del nuevo vendaje, sin abrir la boca ni para respirar, recoge con una velocidad impresionante lo que ha traído y sale de la habitación empujando el carrito detrás de ella.

Hunter me ayudó a darme un baño, el más incómodo de mi vida. Sentada desnuda frente a él, mientras me esparcía jabón y agua. Lloré por sentirme una completa inútil, quise hacerlo por mi misma y acabé haciendo un mal movimiento que me abrió la herida de la clavícula.

El mediodía ya pasó, lo sé porque me han hecho comer un caldo desabrido y sin color. El tiempo transcurre con una lentitud agonizante, estar encerrada en esta habitación inmensa sin mi celular, porque nadie ha podido ingresar a la casa más que los agentes de la policía. Hunter encendió la tv mientras me ayudaba a tragar el mejunje de verduras machacadas que no quise probar luego de ver la casa de Franziska rodeada de cinta amarilla, camarógrafos y coches de la policía.

La noticia ha explotado a lo largo y ancho del país, y si antes los tenían en la mira, ahora los persiguen como buitres hambrientos.

Nos han mantenido aislados del resto del mundo, Hunter me ha dicho que la única habitación en este piso ocupada aparte de esta, es la de Eros. Saberlo cerca de mí y sin tener posibilidad de verlo, es un suplicio. Le pedí a Hunter que me llevara hasta allá, pero se ha negado alegando que para entrar de un cuarto al otro, hay que pasar por un estricto chequeo de seguridad.

No he tenido comunicación con nadie más que con Hunter, Agnes, el doctor y la enfermera de turno.

—Esa imagen nunca la olvidaré—habla Hunter luego de pasar un buen rato en silencio. Se pasa una mano por el cabello desordenado, mordiéndose el labio—. Un segundo la tenía a mi lado, al siguiente tenía mi camisa empapada de su sangre, la camisa que ella me regaló.

Se le quiebra la voz con esa última oración, se cubre el rostro con las manos, tragándose el llanto. Hace tanto que no le veía tan desgastado, ni siquiera cuándo el problema con Cruz estalló en Varsity. Estos hechos nos han tirado por la borda del barco en plena tormenta y sin salvavidas, no queda de otra más que apoyarnos entre nosotros para no hundirnos en el oleaje.

—No recuerdo más que eso, ¿q-qué pasó después?

Aparta las manos de la cara, formando un mohín.

—Todo se volvió un caos de repente. La gente corriendo, tropezando, los gritos, empujones, luego Eros gritándole a los guardaespaldas contigo en brazos, tratando de detener tu sangrado —acerca la silla a la camilla, una vez a menos de un metro de mi, se hace con mi mano, ofreciéndome el calor reconfortante que la suya despide—. Sol, en el auto estabas muerta, yo estaba ahí, yo te vi, Eros no paraba de gritar que hicieran algo, creí que tendríamos un accidente de lo velocidad que llevaba la furgoneta. No te conseguían pulso y yo creí perdía el mío.

Hace una pausa repentina y se inclina hacia abajo, descansando la frente sobre la unión de nuestras manos. Escucharle sollozar bajito me abnega la vista de lágrimas, nadie me creería que me jode más ver a mi amigo llorar que escuchar que estuve sin vida varios minutos, pero es que lo hace. Me muevo a acariciarle el cabello, pero es ese mismo brazo el herido, la punzada me obliga a retraerme.

—Lo siento—mascullo, pestañeando deprisa para alejar las lágrimas

Sube la cabeza, aspirando con rudeza para tragarse los mocos.

—Te adoro, Sol—dice, apretujando mi mano en la suya.

—Yo a ti—contesto sin pensarlo.

Dos toques en la puerta nos hacen mover los ojos hasta allá después miramos extrañados, puesto que no hace minutos me hicieron la cura correspondiente y la próxima revisión del doctor es en la noche, antes de la llegada prevista de mamá y papá.

—Pase—habla Hunter, la puerta se abre lentamente, por ella ingresa Eros vistiendo un conjunto deportivo negro.

Y unas esposas en las muñecas.

Pasa revista de mi cuerpo, lo poco que la bata y cobija le permiten ver. La emoción de verlo al fin, ligada a la incertidumbre del futuro, forman una bola que se deja caer sin reparos en mi estómago. Había creído que de tanto llorar a lo largo del día, ya no me quedaban lágrimas. Resulta que el metal alrededor de sus manos, me demuestran que siempre se puede moquear un poco más.

El guardia no pone ni un pie dentro, y tampoco le quita las esposas.

Drei Minuten—espeta el sujeto.

«Tres minutos»

A Hunter le toma seis pasos desplazarse de la puerta a la camilla, se los he contado. Eros llega a mi lado en tres.

—Vuelvo pronto—avisa Hunter, me besa en la frente antes de encaminarse a la puerta en silencio.

No entiendo porqué tengo la necesidad de bajar el rostro, de huir de sus ojos. Me siento avergonzada, apenada de verme en este estado enfermizo, con el cabello sucio, los labios partidos y con olor a medicamento.

Sentirlo cerca revoluciona las sensaciones, no puedo decir que los recuerdos vuelven porque nunca se fueron. Franziska ensangrentada se ha quedado incrustado delante del resto de memorias.

—Eros—gimoteo con el cuello torcido hacia abajo—, tu abuela...

Las mejillas se me inunda en cuestión de segundos, la garganta me arde y me raspa al proferir los sollozos. Eros sujeta mi rostro y me hace subir la cara. Me pregunto si habrá tomado algo helado antes de entrar, porque nunca le había sentido el tacto tan frío.

—Lo sé, lo sé—murmura, apoyando su frente en la mía.

Acaricia mis pómulos con prudencia, como temiendo dañarme. Aspiro y el aroma de su perfume me acaricia los sentidos, sin embargo, no oler la combinación del mío y el suyo solo me es contraproducente. Se supone que eso nos une, se supone que juntos somos más fuertes, pero esto parece una señal que me advierte que nada de eso pasará.

—Lo lamento tanto.

Respirar se me dificulta, tengo las vías plagadas de mocos. Eros me quita el rastro de humedad de las mejillas, besándome en la comisura de los labios después de apartarse.

—No digas eso, no tienes la culpa de nada—rebate, reforzando los dedos en mi piel—. Toda la culpa es de ellos.

Inhalo hondo, estabilizando la voz. Tensa la mandíbula, hundiendo el ceño.

—¿De quién?

Sella los labios, su mirada desciende por mi cuello, la vergüenza me choca de frente cuando se le ocurre bajar la prenda y las vendas con un punto de sangre en el centro saltan a la vista. Me muerdo el labio percibiendo el semblante llamear. Eros traslada la vista a mis ojos, aparto la mirada recostando la mejilla en el hombro sano.

—No me quites la mirada—reprende, envolviéndome el mentón con sus dedos, girándome el rostro. Me concentro en sus ojos iracundos, obligada por él—. Maldición, Sol, nunca más me vuelvas asustar de ese modo, prefiero que me mates primero.

Atestiguar la fractura en su voz por primera vez me rompe el corazón en pedacitos. Me toma del rostro de nuevo, besándome de lleno en los labios, mentón, en las mejillas y dónde sea que su boca alcance. Queriendo sentir la suavidad de su piel, elevo la mano del brazo sin vendas al suyo, la punta de mis dedos tropiezan con el metal que le enjaula las muñecas, y lo que me restaba de resistencia huye despavorida.

—Te van a separar de tu familia, de mí...

—No—replica con amargura—. Eso no va a pasar.

La firmeza impresa en su voz me regala un aliento de esperanza, y aunque lo quisiera, no sería capaz de desecharlo. No me encuentro en la posición de alejar lo que sea que pueda darme un respiro.

—¿Cómo puedes estar tan seguro?—cuestiono, hundida en el azul de sus ojos.

Percibo la tensión de su cuerpo que me transmite a través del agarre en mi rostro.

—Confía en mí, yo no doy pasos en falso y eso tú lo sabes—reafirma, endureciendo la expresión—. No tengo tiempo para explicarte lo que está pasando, pero no podía irme sin decirte en persona que hasta no resolver esta mierda, no puedo estar cerca de ti sin conseguir la manera, ¿recuerdas? La nuestra.

Sus palabras barren con mis sentimientos, arrojándolos al suelo, pasándoles por encima cuando decide soltarme.

—¿Por qué dices eso?

Se moja los labios, exhalando con la vista en el techo.

—Han despachado un arreglo de flores negras hace un par de horas aquí, adentro venía una nota que decía 'quién lo hace una vez, lo hace dos más'—expresa con la voz parda—. Mira lo que te pasó, dónde estás. Mira dónde ha quedado mi abuela—sacude la cabeza, cerrando la mirada un suspiro antes de hundirla impetuosa de regreso a mi—. Esta gente no quiere verme completo, no voy arriesgarte otra vez.

Lo que dicho ha sido explícito, no es una vía de doble sentido, o guarda un mensaje oculto. Comprenderle ha sido otro golpe a mis sentimientos magullados, porque de todas las posibilidades, que me eche a un lado como única opción cuándo siempre tuve la convicción de que haría lo contrario, me ha calado como un puñal en el pecho.

Todos hablan de las maravillas del amor, de los innumerables sentimientos y emociones, de la fantasía que es amar y ser amado, y sí, es extraordinario saberte correspondido y deseado, de tener una columna más que te brinda estabilidad; pero nadie habla sobre esto, nadie te advierte lo que conlleva una separación, del duelo de verte sin nada, cuando lo tuviste todo, del dolor furioso de sentir que te partes en dos.

Eros no es mi única fuente de felicidad, pero en este momento, cuando no sé que nos depare cuando desaparezca detrás de la puerta, se siente exactamente como eso.

—¿Estás—trago en seco, colocando una mano en el pecho dónde el dolor es más fuerte que las heridas físicas—, terminando conmigo?

Articula una risa inaudible que me sabe agria.

—Mi amor, te lo dije ayer, te lo repito hoy—enuncia, subiendo el cuello de la bata, tapando el hombro descubierto—. Tú y yo ya estamos unidos y no me interesa si me odias, si maldices mi nombre o me niegas, saber que no estarás desprotegida en este lapso, lo vale—desciende el dedo por mi brazos, con la precaución de no tocar las vendas, se adueña de mi mano brindándole un apretón delicado—. Estoy tomando la distancia necesaria, por el momento.

Inclino la cabeza a un costado, sin hallarle sentido a lo que ha dicho.

—¿De qué me estás hablando?—sondeo, la duda se cierne en sus ojos, pero cierra la boca por el estruendo de dos golpes en la puerta.

Die Zeitistum, draußen.

«El tiempo terminó, afuera»

Eros gira la cabeza a la salida tragando saliva. La puerta se abre y el guardia le hace una seña con la mano para que salga. Mi peso aumenta veinte kilos más, estar en mi piel me resulta embarazoso y atosigante, ¿en qué momento me convertí en esto? En un ser que no se cree capaz de respirar sin el otro, en necesitar constante contacto, en no querer que se aleje de mí porque se lleva el aire de mis pulmones, y las ganas de recuperarlo.

Sé que no siempre es así, sé que la necesidad de tener su compañía, de querer embriagarme en el confort de sus brazos y la fortaleza de su pecho, es producto de lo ocurrido, pero, maldita sea, no sé cómo hacer para que deje de doler.

—Comunícate con Andrea, él te dará esa respuesta—asevera, retrocediendo un paso.

El nudo en mi garganta se aprieta más y más.

—No te vayas, no me dejes sola—sollozo, sin poder verle por el empaño en mis ojos.

La piel de la cara me quema, el frío de sus manos mengua el ardor cuando abandona un sólido beso en mi boca. Empuño la tela que lo cubre, atrayéndolo hacia mí. Él me devuelve el beso que pierde el sabor a nicotina y menta como él, sabe a despedida y a mis lágrimas saladas.

—Promete que me vas a escuchar—pide, a milímetros de mi boca.

—Eros.

El hombre ya no tiene paciencia, pega un golpazo a la puerta instándole a salir.

Draußen, jetzt.

«Afuera, ahora»

—Promételo, Sol—insiste apremiante, con la estela de una súplica atada a su mirada.

Te lo juro.

Abandona un último beso en mis labios resecos antes de darse la vuelta y salir de la habitación sin mirar atrás, dejándome empapada en llanto, con dos heridas en la piel y una todavía más dolorosa que no sabría como sanar, en el corazón.

~

—No tengo hambre, en serio.

Lulú baja la cuchara al plato, bufando.

—Tienes que comer para reponer energía—dice a modo de regaño, pero parece una ardilla enfadada.

Tuerzo la boca, negando con la cabeza. El montón de medicamentos me han quitado las ganas de probar bocado. Eso, y que la situación no se ha esclarecido, no me dicen que pasa fuera de estas paredes, han desconectado la tv porque, por lo que me ha dicho Lulú, la noticia de Eros enfrentando un juicio por homicidio, ha creado un revuelo que ha escalado a dimensiones internacionales.

Hace horas, perdí la cuenta de cuántas, que Eros se ha ido. Sigo pensando en lo que me ha dicho, y por más vueltas que le dé, no tengo una definitiva. Hablar con Andrea por ahora no es opción, ha llegado de Nueva York y ha estado inmiscuido en su totalidad en el caso de Eros.

Como mis papás hace una hora. Los nervios de encontrarme con Isis por esto luego de meses sin vernos, me han cerrado el estómago.

—Lu, de veritas, no tengo hambre—repito, hundiéndome entre las almohadas, arrugando la expresión al percibir la punzada en el hombro.

—Tienes mi sangre, eso nos hace familia, y como tu hermana te pido que comas cinco bocados más.

Acerca la cucharilla con caldo y un pedazo de verdura, frunzo los labios ladeando la cara. Ella baja los hombros, lanzándome una mirada irritada inusual en ella.

—Eros me ha dicho que no puede estar conmigo—digo, y el agujero en mi tórax se expande unos centímetros más.

Eso le hace bajar el cubierto, manteniendo los labios entreabiertos. Se me queda viendo entre sorprendida y descolocada, con una leve arruga en medio de las cejas.

—Es Eros, siempre tiene una solución que lo respalde—menciona un tiempo después—. Confía en él.

Me quedo callada, tragándome el llanto.

—No quiero regresar a Nueva York sin él.

La voz me sale como un lamento. Lulú deja la comida sobre la mesa, su mano viaja a enredarse en la mía. Si su meta era sacarme una sonrisa, con el beso que le ha dado al dorso de mi mano, la ha alcanzado.

—Es Eros—reitera, remarcando su nombre—. No se lo deja fácil a nadie.

Pisadas rápidas y murmullos ásperos se oyen desde el pasillo, una voz femenina sobresale del resto, reconocimiento me hiela la sangre. Lulú me mira a mí, pero toda mi concentración va a la puerta, y es cuándo esta se abre que mamá aparece en escena, que el corazón se me esconde de los nervios y se lleva los latidos con el.

Isis rastrilla la recámara con la mirada, ceñuda y con una mueca violenta en la boca. De no tener pulso, los desgraciados reaparecen con toda la intención de romperme las venas por el ímpetu que ejerce en ellas, en el segundo que los ojos de mamá se topan con los míos.

Vestida de pies a cabeza con ropa de invierno de distintos tonos, se toma el tiempo de examinarme desde la entrada. Isis puede medir menos de un metro sesenta, pero esa expresión hosca que lleva impresa siempre, le hace ver más imponente que papá, que le gana por dos cabezas.

Lulú nota el cambio en el ambiente, sin decir nada y solo saludar a mis progenitores con un ligero asentimiento, sale de la habitación cerrando la puerta. La tensión me cae pesada en los hombros, no los puedo mantener firme como me lo ha pedido el doctor.

—¿Tu no pides la bendición?—inquiere, tensión encapsulada en la voz.

Las manos me sudan, los dedos me tiemblan. Que no comience a gritarme acusaciones directamente a la cara me advierte de que la situación es peor.

—¿Bendición?

Mamá profiere un gruñido colérico contra su mano, la cara se le colorea de rojo intenso antes de encaminarse a la camilla con los ojos vidriosos. Se pone una mano en la cadera y con la otra me señala.

Sol Herrera, ¿cómo me haces esto?—exclama, acusándome con el dedo—. Si lo que quieres es matarme pídele una pistola a ese novio tuyo y hazlo rápido, no tienes que hacer que viaje doce horas con el Jesús en la boca, pensando en que cuando aterrice, me dirán que no vengo a ver a mi hija herida, ¡si no a recoger su cadáver!

Bajo la cara, no puedo verle a la cara. Se supone que no daría problemas, se supone que ellos tuvieron la confianza de darme el permiso para pasarla bien, sabiendo que ellos, incluso Martín, tienden a ser sobre protectores. Y aquí estoy, en un tercer país, a un día de vivir la peor noche de mi vida.

Lo siento mucho—gimoteo, la irritación en mis ojos se torna peor al sentir la nueva oleada de lágrimas.

Levanta la cara—demanda.

Isis, cálmate por favor—pide papá, empiezo a temblequear por el choque entre el frío y el nerviosismo.

—¡No me digas qué hacer! ¡Mírala! ¡Parece muerta en vida! ¡Te di permiso de venir a disfrutar, no a recibir dos balazos!

No fue su culpa—rebate papá entre dientes.

No, fue mía por cederle el permiso.

Mamá...

Por favor, no hables, te vas a llenar de gases—exige, echándome la cara a un lado con suavidad para examinar el estado de las vendas.

Desata la bata, mi pecho desnudo queda expuesto. Ha pasado tantas veces en este día, que ya no siento la necesidad de cubrirme del inicio. Me examina de cerca, un punto de sangre manchando la venda, se estira para leer el antibiótico, y de repente, se echa a llorar a moco suelto.

Le dije que te mantuviera lejos de las armas y acabas herida por una—gimotea, limpiándose el rastro de lágrimas—. Casi te me mueres, Sol.

El ronquido de dolor de su voz, añade una fractura a mi corazón.

Estoy gotada, con el corazón echo trocitos, adolorida física, mental y sentimentalmente, tan avergonzada que me cuesta mirar a la gente a los ojos, y dejada de lado. Todo eso hace mella, me inunda los ojos de lágrimas que sacan las que me esforzaba en no derramar, solo digo con la voz afónica:

Estoy bien—mascullo, cerrando los ojos cuando toca la piel próxima a la herida.

Chasquea la lengua, pasando a revisar el brazo.

Si tú sabías todo esto, ¿por qué no me lo dijiste? ¿Por qué pones tu vida en riesgo por un momento de diversión? ¿Por qué?

Papá se acerca a mirar de cerca, luego de acariciarme el cabello, le pide a mamá que se haga a un lado.

Acaba de salir de una operación, no es momento de reprimendas—matiza, subiendo la tela cubriendo mi desnudez—. Eso lo hablaremos después, ¿no es cierto?

No me queda de otra más que asentir.

Papá se para a mi costado, pasa un brazo precavido por detrás de mis hombros, recostando el contorno de su cara en la cima de mi cabeza después de dejar un beso en ella y regalarme un apretón en el hombro correcto, que me transmite una profunda calma.

Que susto nos diste, Sol—dice con las voz bajísima.

Me muerdo el labio que no para de temblar, soltando unos jadeos en busca de un poco de aire.

Papá, Franziska murió.

Los sollozos son incontenibles. Rememoro los hechos, la sangre, el ruido, los gritos... me pregunto si algún día podré olvidarme de todo eso, pero para ser honesta conmigo misma, sé que eso no pasará. Nadie tiene tanta suerte en la vida.

Lo sabemos, Agnes ha conversado con nosotros. Fueron amables en brindarnos el transporte y alojamiento—menciona en un susurro, acariciándome el brazo.

El calorcito y aroma de papá funcionan como relajante y protector de la radiación de mamá que mamá transmite. Se desplaza de un lado a otro como fiera enjaulada, temo que me salte encima y me zarandee hasta liberar toda su ira.

Y Eros está preso por homicidio—decreta, empleando un tono amargo.

Sabía que se agarraría de eso para despotricar contra él. Si antes no le caía del todo bien, con esto lo querrá, a kilómetros de mí.

Lo que hizo, lo hizo por protegernos—expreso, sin parar de temblar.

Ya lo sé—sentencia—. No puedes seguir con esto y no es un consejo.

Por él estoy aquí.

Ella niega con la cabeza, suspirando con fuerza, como si unas cuerdas invisibles la liberaran. Toma la sopa y la revuelve con esmero, aplastando las verduras hasta deshacerlas.

Exactamente, por él es que estás aquí—reitera, subrayando cada palabra—. Come, por favor, mañana hablaremos cuando salga el sol.

Quise decirle que aquí, el sol es un espejismo, pero no encontré fuerzas para abrir la boca.

Si me dio tristeza😭

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