"48"
Veinte minutos han transcurrido, cuarenta veces he revisado la hora. Los minutos se han sentido como horas. Ninguno se ha atrevido a romper el extraño silencio desde que Rox y Francis atraparon al tal Zane y lo bajaron esposado hasta aquí, el sótano del centro comercial.
La reacción que tuvieron fue tan veloz y lenta a la vez, no me decido por una definición. Primero, porque no debieron permitir que se acercara a Hera, a pesar de eso, el hombre no tuvo oportunidad de tener un respiro más cuando ya tenía a los hombres de seguridad pisándole la nuca.
Zane no se opuso al arresto improvisado, incluso puedo afirmar que se lo esperaba. Se dejó arrastrar, enmudecido, con la cabeza gacha y el semblante inexpresivo, sumindo en una especie de trance.
Mis ojos viajan de vez en cuando a Hera, posicionada a metros detrás de mí, pegada al costado de Hunter. Realiza un esfuerzo sobre humano en evitar el temblor del cuerpo, pretendiendo lucir ajena, desentendida, pero a leguas para quien le conoce, nota que la vida está llena de vicisitudes y ella no es inmune.
Aunque todo este tiempo han retenido a Zane dentro del auto con Caleb y Ronnie, ella no le ha quitado los ojos al vehículo, como si esperase que saliera y fuera a por ella.
Lulú no se despega de mi brazo, ambas quedamos en medio de los dos vehículos, el de Hunter y el de Rox y Francis. He querido abrir esa puerta y preguntarle la razón. ¿Por qué ser partícipe de algo tan aberrante? ¿Por qué no hizo nada para detenerlo? ¿No le bastó con el daño que le infringió? ¿Qué más quiere de una chica a la que tanto daño causó?
Las preguntas se disipan de mi mente al ver a Eros caminar a nuestra posición a un paso que deja huella en el concreto, y justo detrás de él, Helsen susurrándole palabras, asumo tranquilizantes.
Por supuesto que no surten ningún efecto.
Llegan en cuestión de segundos. Helsen se acerca a Hera que por ningún motivo deja de apretar el brazo de Hunter, le susurra unas cosas, el hombre de aspecto incisivo irradia preocupación y algo más que no descifro por centrar la atención en Eros.
Sin perder tiempo a mirarnos, abre la puerta del carro, su rostro cincelado en una mueca beligerante. Mi corazón se remueve nervioso al ver a Caleb salir, permitiéndole tomar a Zane del cuello del abrigo y sacarlo a tropezones. Lulú hinca las uñas en mi antebrazo, de no ser por el abrigo, hace mucho estaría sangrando.
Un escalofrío me recorre las extremidades al oír el sonido quiebra huesos que produce el golpazo provocado por Eros al estampar a Zane contra el auto. Helsen al darse por vencido en cuanto a recibir comunicación de su sobrina, nos adelanta y pide retroceder con un movimiento del brazo.
—¿Se encuentran bien?—inquiere, atento.
Ambas negamos, con los ojos clavados en la escena disputándose frente a nosotras.
—La policía viene en camino—anuncia Francia.
Eros niega, toma al individuo por el cuello y le obliga a ponerse de puntillas para respirar.
—No—sisea en alemán—, primera me vas a decir quién demonios te envió y que quiere de mi familia—refuerza el agarre, cortando por completo la respiración del hombre—. Habla, porque tengo años acumulando las ganas de mandarte con tu maldito hermano.
Un grupo de chicos caminan despacio por detrás de los vehículos, ojeando lo que pasa sin disimular ni un poco. No les culpo, yo también lo hago y dejaré de hacer porque me irritan que se inmiscuyan donde no les han llamado.
Es Hunter quien levanta un brazo y chasquea los dedos, exigiéndoles que sigan su camino.
—¿Qué le ha dicho?—pregunto a Helsen.
—Le pide razones.
—Hera—habla Zane con la voz gangosa.
Intenta girar el rostro a ella, Eros corta el movimiento soltándole un manotón que le estrella la cara contra la puerta. Aprieto la mandíbula al ver el auto balancearse por la brutalidad del movimiento.
—Abstente de nombrarla, siquiera mirarla.
Zane niega, rebuscando aire con bocanadas forzadas.
—No soy quién buscas.
El brazo de Eros que le presiona la garganta se eleva, como lo haga unos pocos centímetros más, los pies de Zane dejarán de tocar el suelo. Helsen toma un paso precavido, más no hace ni el amago de impedirlo.
—Explícame como sabes que busco a alguien.
Estoy que exploto de la frustración que me da no comprender ni media palabra, como aquella vez que Eros atrapó a Jansen.
—Porque esa persona me sacó de prisión.
El agarre de Eros se vuelve demasiado peligroso, el semblante del tipo se torna más y más azul con cada intento de respiro que toma. Presiono una palma en mi pecho, como si eso fuese a calmar los latidos erráticos allí dentro.
—Permite que hable—habla Helsen, enfocando la mirada recelosa en Zane. Eros aparta el brazo, el hombre tose, se toca la garganta y toma varias inhalaciones—. ¿Quién pagó tu fianza?
—No lo sé, cuando salí me dieron un celular viejo—comunica, tocándose la garganta—. Me llamó esa noche, no puedo afirmar si es hombre o mujer porque usaba un distorsionador de voz. Me encomendó venir hasta acá, a seguirlas y enviar esas notas. Acepté por el dinero, pero hace una semana me pidió... me pidió que buscara un arma y
No soporto mirarle, un segundo más y me echaría a llorar y lo que menos necesita Hera, es que me aparezca a su lado vuelta un mar de lágrimas. Busco el brazo de Lulú y juntas caminamos donde Hunter y Hera se encuentran.
El solo pensar en Hera, indefensa gritando por ayuda y que él solo cerrara los ojos y volteara la cara e ignorara los pedidos de auxilio, me colma la vista de lágrimas hechas del resentimiento y repugnancia. Hera entorna los ojos en Zane. Ha dejado de lado esa postura que le aporta distinción, el peso de volver a ver a uno de los malditos que tanto daño le causó recae encima de sus hombros, caídos como el aura luminosa que siempre le acompaña.
Helsen se aclara la garganta, llevo la vista a él; ceñudo y sin pizca de aceptar desacatos, recuesta una mano en lo alto del carro y descansa la otra en la cadera. Gesto pasivo que calma la turbulencia de Eros.
—Las fotos, ¿no las tomaste tú?
—Notas, solo notas—responde Zane—. Quiero dejar en claro que no hago parte de esto, no quiero que mi familia se vea afectada.
Eros repite el movimiento de antes, es tan repentino que me saca un brinco. Lo aplasta contra el carro como si pesara lo mismo que una almohada y levanta del cuello de la camisa.
—¿Tú crees que me importa tu familia, después de lo que mi hermana padeció por la tuya?—ruge entre dientes.
Pese a no saber lo que ha dicho, por la inflexión baja que opaca sus palabras, asumo que nada que roce lo simpático. Zane se ayuda con las manos y se impulsa hacia arriba, los ojos se le van a salir de los orbes como Eros siga apretándole así.
—Estoy aquí para aceptar las consecuencias, mi familia no tiene nada que ver en esto y ellos los vigilan siempre lo hacen...
Zane aprieta los brazos de Eros, intenta quitarse las manos este no cede. Contengo la respiración, oscilando la vista entre el rostro ahora púrpura del individuo y la expresión iracunda de Eros. Todos miran, nadie mueve ni un músculo para detenerlo. Es entonces que pasos se oyen a mi espalda, asustada, tuerzo el cuello lo necesario para ver al trío de uniformados y un único hombre vestido de traje aparecer en el sitio.
Vuelvo los ojos a Eros, Helsen le suelta un par de palmadas en el hombro.
—Permite que las autoridades se encarguen de él—manifiesta, como si le pesara decirlo.
Eros estrecha una última vez antes de soltarle. El enclenque cae de golpe en el suelo, tosiendo y tomando sorbos de aire de vez en cuando. Lulú se ha girado, bordea mi costado, observando cómo dos de los policías levantan sin cuidado a Zane y el tercero le coloca las esposas.
No obstante, el que esté a cargo de las autoridades no me trae paz que esperé. Tengo ese mismo malestar de cuando abandono algo por la mitad. Me falta algo por completar.
Los Tiedemann cruzan palabras con el hombre trajeado, apuntan a Zane, a nosotros, a los chicos de seguridad y por último, Eros da palmadas furiosas en la muñeca que tiene el reloj, levanta la voz y se toca la frente con un dedo varias veces, como un insulto a lo que supongo es el detective del caso, quién asiente y le hace una seña para que se tranquilice.
Eros le dice unas cuantas palabras más, quejándose de lo tardío del asunto, el caballero asiente una última vez y se gira sobre sus talones con dirección a la salida. Sus subalternos le siguen, llevando a Zane con ellos.
—Una última cosa—brama Helsen. La comitiva detiene sus pasos, el detective le contempla a la espera, pero Helsen tiene los ojos puestos en Zane—. ¿Ellos mencionaron por qué se toman tantas incomodidades?
Expulsa el aire que retenía, negando con movimientos endebles.
—La presencia de Eros les molesta, nada más.
Helsen truena una carcajada que me toma desprevenida. Es la primera vez que le oigo articular un sonido de esa naturaleza que se escuche autentico, bastante raro dado que el contexto no es el adecuado.
—Eso nos abre un abanico de posibles sospechosos—espeta con mofa, cruzándose de brazos—. En concreto, una jauría de maridos con sed de venganza.
Me pierdo, ¿qué ha pasado? ¿Qué le ha preguntado? Eros rueda los ojos, le ignora y se va directo hacia su hermana.
Helsen hace una seña con la mano para que se lleven a Zane, contengo la respiración cuando le pasan por un lado a los hermanos y el susodicho direcciona la mirada a ellos, en específico, a la rubia que tiembla ante el amago de tomar un paso hacia ella. Paso cortado por Eros a la vez que Helsen le da un empujón que le hace trastabillar hacia atrás.
Los oficiales le arrastran a la salida, antes de alejarse un metro más, clama en un sollozo:
—Entschuldigen Sie.
《Perdóname》
Hera jamás desvía la mirada, la mantiene en alto, imperante, hasta que el sujeto desaparece en manos de las autoridades.
El amasijo de sensaciones saturándome me arranca un suspiro cansino. Bien, se ha ido, se lo han llevado, perfecto, ¿por qué no siento ni un gramo de alivio?
El graznido antecesor al llanto quiebra el silencio, donde todos continúan procesando lo que acaba de ocurrir. Hera hunde la cabeza en el pecho de su hermano, él la cubre con sus brazos y le susurra unas cuantas cosas que debido a la cercanía soy capaz de oír, pero no entiendo. Escondida del mundo en los brazos de quien ella considera, su sitio seguro, Hera se permite desechar todo lo que contenía, en sollozos de rabia y dolor que se llevan un pedazo de mi corazón maltratado.
La imagen es mucho para mí. La vista se me cristaliza y una sensación de ahogo me obstruye la garganta. La mirada apabullante de Eros se incrusta en mi cara, logrando desbocar mis pulsaciones de por sí erráticas.
Enarca las cejas y pregunta en un murmuro escurridizo:
—¿Estás bien?
Contesto con un asentimiento. Él sabe que miento, más no me lleva la contraria porque entiende que no es momento para interrogatorios.
Refriego los ojos soltando un resoplido, sin Zane acá, el dolor de mis pies regresa. Exhausta, recargo el hombro en el carro, tratando de formar una hipótesis coherente. Si Zane no tomó las fotos, ni Jansen tampoco, ¿quién lo hizo?
Que me gustan los misterios, coño, siempre que no me involucren a que conozca ni a mí en ellos.
—No hay nada que hacer aquí—decreta Helsen, entrelazando los brazos en el pecho. Entorna los ojos en Eros y añade—. Llévala a casa, yo me aseguro de acercar a las chicas en las suyas.
Eros no luce ni un poco contento con el arreglo.
—Yo llevo a mi novia, Hunter no tiene problema con Lulú es su novia y viven juntos.
En mi cabeza ocurre un cortocircuito. Ha mentido con tanta soltura que casi me convence. Hera se limpia las mejillas con el dorso de sus manos, escociendo a su hermano con la mirada. De reojo atisbo la boca de Lulú abrirse pasmada, niega deprisa, como si le acusaran de algo terrible.
—Hunter no...
—Lulú—interrumpe el chico de rizos, tomándole del brazo—. Hera necesita descansar, dale un abrazo y sube al auto, ¿sí?
Me han dejado echa piedra. No le he visto compartir ni una mirada de un segundo y aún así se siguen las mentiras cual libreto. Helsen inclina la cabeza profundizando la vista en Lulú que desvía los ojos al piso.
Imposible que actúen como unos idiotas cuando todavía se siente la agria presencia de Zane.
—Lulú es su novia, ¡pero tú si le fuiste infiel a Bertha! ¡Aghh! ¡Tenías un trabajo y no lo supiste hacer! ¡Confié en ti y quedé como una estúpida defendiéndote!—los reclamos de Hera fractura la tensión—. ¡Todo lo que tu madre sufrió a costa de Jörg Tiedemann y terminas siendo la misma porquería de hombre que él!
Suelta todo aquello como si lo estuviese atascado en la garganta. Se abanica la cara con las manos articulando un gruñido rabioso. Helsen retrae un paso, no le quita los ojos a su sobrina y por su por cara compungida, se nota que las palabras le han impactado con la fuerza de un puñetazo.
Abre la boca pero de ella no sale nada.
—¿No piensas defenderte?—continúa Hera, limpiando el rastro de lágrimas con rabia.
Helsen no aparta la mirada.
—¿Tengo derecho a hacerlo?
Me cuesta no rodar los ojos. Reverendo imbécil.
Hera profiere un bufido por lo bajo, salteando la vista de de Eros a Helsen.
—¡Mírense! Misma altura, mismos ojos, misma actitud de mierda. Comienzo a entender porque Bertha se acostó con los dos, se confundía muy fácil—su voz sufre una fractura, pese a eso, levanta el mentón sorbiendo aire por la nariz—. Me quedaré en casa de Sol, nos vemos cuando me dé la gana.
Gira sobre su eje e ingresa con gracia y soltura impoluta al carro de Rox que le espera con la puerta abierta. Lulú se despide con una mirada antes de seguirle, lo que me deja a mí con tres pares de ojos encima. Eros introduce las manos en los bolsillos del pantalón, ladea la cabeza esperando a que me decida si ir con él o con las chicas.
La duda era suya, yo ya sabía en qué auto entrar.
Me encojo de hombros y hago un ademán para que sepa que le escribiré, doy media vuelta y me uno a las chicas. Me acomodo en el asiento estirando las piernas, el cansancio me ha entumecido las articulaciones. Un momento antes de que Rox cierre la puerta oigo a Hunter decir:
—Si es mi novia, lo que pasa es que es muy tímida.
Dumd and Dumber tienen nuevos nombres, Hunter y Eros.
Agacho la cabeza y la dejo caer encima del hombro de Lulú. Rox y Francis ocupan sus puestos, encienden el auto y los párpados se me cierran solos. Junto al plácido bamboleo del vehículo y el aroma a lavanda de Lulú, me sumerjo en un sueño que dura el resto del camino.
~
—Ayer conocí al hijo de Zuly, vino a la casa de la mamá a pasar unos días, aproveché y conocí al bebé—Isis no ha parado de parlotear desde que recibió la videollamada, me hace feliz escucharla hablar de todo y de nada, perder el hilo de lo que decía porque recordó un chisme nuevo y según su criterio, es más importante que el que contaba—. Curiosito el niño, se llama Matheo... Mathias, no me acuerdo.
Río, mirándole beber un sorbo de café de la taza que le regalé hace tantísimos años un día de las madres, ya no queda vestigios del poema que decoraba la cerámica. Recuerdo que se la entregué una noche antes del día del recital porque la emoción no me cabía en el cuerpo. Adentro tenía una orquídea echa de materiales reciclables y que ella conserva como el tesoro más preciado de la casa.
—¿Cómo que curiosito?
—Como Jorge, el monito.
Me inclino fuera de la cámara reventando en carcajadas. Mamá me corea las risas, mi corazón brinca alebrestado en el pecho, jubiloso de oírle. Retomo la postura frente a la laptop, eliminando las gotas que de la esquina de los ojos, producto de la risa.
Isis espera a que se me pase la pendejada sonriendo de oreja a oreja.
—Ay mamá, no seas así, es un bebé.
Chasquea la lengua, tomando otro buche de café. Me castañean los dientes del frío y maldigo una y mil veces al conserje por no darle el mantenimiento que requiere a la calefacción, ah, pero ahí está aporreando la puerta siempre que necesita que le cuidan al gato. No me queda más que envolverme con la manta como un tabaco.
—No puedo decir mucho. Cuando naciste eras bien fea, parecías una pasa, morada y arrugada.
La pantalla se congela un instante, el internet en casa sigue teniendo la misma calidad deplorable de siempre.
—Pero así me quisiste.
—Que más le queda a uno—dice, y su sonrisa se evapora. Seguido, un carraspeo que anuncia que se viene eso que llevo esperando hace una hora. Trago en seco, refregando las manos bajo la manta—. Ayer hablé con Agnes, bueno, con la traductora que contrató. Una muchacha de Barquisimeto que trabaja en su empresa, ¿sabías que es diseñadora? Claro que sí, no vives bajo una piedra—mueve la mano espantando la mosca que le acecha desde hace un buen rato. Presiono las palmas en los muslos, apaciguando los nervios—. Hablamos de ustedes, de su relación y lo que esperamos de ella. Me aseguró que no tenía de qué preocuparme de nada, que ellos se harán cargo de ti, estarás bien cuidada y siempre vigilada. Luego de conversarlo con tu papá, con la almohada y con la bruja de la esquina, decidí—se masajea la sien, soplando con fuerza. Un nudo ansioso se aprieta en mi garganta, acrecentando las ganas de arrancarme la piel—, concederte el permiso.
Guardo silencio, asimilando la última frase. Clavo las uñas en las rodillas, mordiendo el interior de mi mejilla, reteniendo el grito que rasga la garganta.
Ha dicho que sí. Pasaré mi cumpleaños en Alemania.
—¿En serio?—balbuceo.
—¿Bueno pero tú estás sorda?
El grito se resbala fuera de mi boca por fin, mis pies tocan el piso y la silla junto a ellos. El pecho me va a explotar de emoción, los brincos que doy me traerán problemas con los vecinos de abajo, pero no me importa, no ahora.
—¡Gracias mami!—exclamo agachándome delante de la pantalla—. Si te tuviese en frente te diera besos, pero como no, beso la pantalla—pego los labios a la cámara una y otra vez, con sus respectivos sonidos. Isis gruñe una grosería en medio de una carcajada—. ¡No lo puedo creer!
—Yo tampoco—declara preocupada—. Sol, acepte porque te lo mereces. El esfuerzo que le echas a los estudios lo veo reflejado en tus notas y en el hecho que de que asistas a un bufete de tamaña categoría sin haberte graduado del colegio, y sabiendo que premiarte con un regalo de esta magnitud esta fuera de nuestras posibilidades por ahora, quitarte la oportunidad sería injusto—ni la mala calidad de la imagen me prohíben de admirar el brillo en sus ojos verdosas y la diminuta sonrisa de medio lado—. No puedo ser injusta contigo, ¿qué clase de ejemplo le estaría dando a la futura abogada de la familia?
Inflo el pecho al oírle nombrarme de esa manera. Es la primera vez que lo hace y que sea en este momento me revuelve los sentimientos llenándome la vista de lágrimas. No tengo nada, pero si lo tuviese, lo daría todo por darle estrecharla entre mis brazos.
—Prometo portarme bien y cumplir con lo que me pidas.
—Sobre eso, Sol Verónica—me apunta con un dedo, achicando la mirada—. Cuidadito usted me regresa preñada.
Bufo, arrugando las facciones. Ya se viene el sermón de siempre.
—Ay mamá no vayas a empezar.
—Ay mamá un coño—replica alterada—. Mosca con una vaina, que te lo digo yo que parí a los diecinueve por culpa de un viajecito de esos con tu papá.
—Tranquila, que la irresponsabilidad no es genética—bromeo, pero ese ceño fruncido no se le mueve.
—La putería sí.
Abro la boca fingiendo que me ha ofendido. Ella ni se inmuta, esa miradita entre perspicaz e indagatoria me quita otra carcajada estridente.
—Lo has dicho tú, ojo—advierto con matiz burlón, sacudiendo el cabello estorboso lejos de mi boca—. No pensé que aceptarías, no sé qué decir.
—No lo iba hacer—suspira, apartando la mirada de la pantalla. La expresión nostálgica que ha tomado su rostro pecoso coloca en pausa la exaltación del momento—. Pero me puse a recordar que cuando estabas pequeñita, me prometí que estaría en todos tus cumpleaños y este es el tercero que incumplo. Me hace pensar que no estoy siendo la madre que necesitas. Debería estar a tu lado guiándote y más ahora que estás en una etapa de madurez, debería poder pagarte la universidad porque para eso tu papá y yo trabajamos—su voz se fractura, y con dificultad añade—. Y ni siquiera tengo para comprarte el boleto de avión.
Un carbón caliente ha usurpado el lugar de mi corazón. Se me contrae el tórax y mis ojos se colman de lágrimas espesas. Ver a tu madre llorar debe considerarse una tortura, porque así es como se siente. Arrodillada frente a la laptop, aspiro con fuerza asomando el intento de una sonrisa.
—Mami, ¿se te olvidó la clase de educación que nos diste? La distancia no borra lecciones. Aún separadas recuerdo tus regaños cada vez que pienso hacer algo que ni jugando aceptarías—inhalo hondo—. Fíjate dónde vivo, en Nueva York, la capital del mundo, ¿a costa de qué? De los turnos dobles que papá y tú tomaban, de las vez que prescindieron de comprar la casa de sus sueños, los carros último modelo y pagar esos viajes a Margarita y Mérida, lo más lejos que llegábamos era Miranda, porque todo iba a esa cuenta destinada para los estudios de Martín, que ahora rinden frutos, tiene un buen trabajo y no nos falta nada—con la mano en el corazón y las mejillas húmedas, me atrevo a decirle eso que hace mucho debí—. No eres una madre ausente, eres una que por encima de sus intereses, está el futuro de sus hijos, y te amo y admiro por eso.
Cinco segundos pasan y mamá rompe en llanto. Isis se caracteriza por ser de temple de acero, una mujer que demuestra pocos sentimientos. Rectitud y valores predominan en su forma de crianza, en casa, ella era la mano dura y papá el corazón que le brindaba calor al hogar. Verle llorar porque no se siente suficiente me parte el corazón en diminutos pedacitos imposible de reconstruir.
—Te amo, Sol, estoy muy orgullosa de ti.
Las rodillas me duelen, los dedos me hormiguean por quitarle el llanto de la cara. Esa frase se graba en mi corazón y mente, hace años que no me lo decía, dudaba que fuese así. Gotas gruesas brotan de mis cuencas. Tiritando de frío porque la manta ha caído al piso, diviso el rostro de mamá contraerse, tratando de parar el llanto.
Nos quedamos en silencio un minuto, reduciendo lágrimas que se convierten en risas. La puerta de la habitación se abre, Martín ingresa con la barbilla elevada, escaneando al rededor en busca de algo. Sus ojos se centran en mi, en dos zancadas se acerca a la pantalla.
—¿Por qué lloran? ¿Quién se murió?—inquiere, levantando la silla del piso.
—Mis ganas de cocinar esta noche—contesto con la voz grumosa.
Me agarra del suéter y me aparta de en medio soltándome en el piso. Sello los labios para no discutir con él delante de mamá, al menos. Toma asiento frente a la laptop, quitándose la corbata.
—Pide pizza, yo pago—dice sin mirarme. Carraspea, llamando la atención de mamá—. ¿Qué pasó? ¿Le dijiste que si?
—Así es.
De su boca sale un sonido entre resoplido y risa irónica, voltea a verme arqueando una ceja.
—Te vas a ir de mantenida una semana, no pues que alegría.
Tecleo el número de la pizzería rápido antes de que se arrepienta. Tendría que pedir dos familiares y una mediana, Hera no tarda en volver de su cita con Maxwell y aunque me ha dicho que le provoca cenar arepa, esta oportunidad no me la pienso perder.
Ha pasado casi una semana, y ella todavía se niega a volver con Eros o Helsen. A este paso, terminará aceptando la propuesta de irse a vivir con Maxwell.
—Y me lo voy a disfrutar.
Aproveche mija, quisiera Martín esos regalitos🤨
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