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"47"

—¿Es de tu agrado?

Contemplo a Hera a través del espejo, espera sin paciencia una respuesta, pero mis dedos no pueden parar de tocar la tela, es una caricia a la piel. Ajustado en la cintura, con una abertura que expone mi pierna y un escote que nunca me aventuré a usar por vergüenza, el vestido que Hera ha diseñado y confeccionado para mí me ha dejado sin aliento.

Hace dos semanas me pidió que me desnudara para tomarme las medidas, cuando le pregunté para que, me dijo que Helsen cumple treinta años y harán una gran celebración con gente de la alta alcurnia y sus millonarias ramificaciones. Recordando que la última celebración de cumpleaños no terminó bien, pensé en negarme, sin embargo, Hera no aceptó un no y menos si le ha puesto tantas ganas y tiempo en prendas para las tres.

—Por supuesto, es el vestido más bonito que he usado—respondo, buscando las palabras adecuadas—. Pasa que, bueno, nunca uso escotes y este es muy pronunciado, ¿no te parece?

Lulú deja un lado el nintendo, se pone de pie y en tres pasos ocupa mi costado libre. Al estar de pie sobre una especie de banco, la frente de ambas quedan a la altura de mis hombros. Las dos toquetean el vestido, Hera en la abertura que comienza en lo alto de mi muslo, Lulú en los pliegues de la cintura.

—Tienes el cuello largo, hombros esbeltos y pechos pequeños. Eres como esas modelo de pasarela, muy elegante.

Hera asiente, soltando un chillido eufórico.

—Y con una gargantilla de diamantes te robarás todas las miradas.

Examino mi cuerpo de pies a cabeza, mirando con ojos de lupa la zona del pecho. Si es incómodo andar en la calle con los hombros al descubierto, ¿cómo será estar rodeada de toda esa gente con esto? Sin dudas Hera tiene manos talentosas y capacitadas, ojalá pudiese trabajar con ellas en mi fracturada seguridad.

—Tus pechos son del tamaño perfecto—la voz de Eros se oye desde metros atrás—. Me entran completos en la boca.

Bajo la cara al sentir el calor de un sonrojo transportándose a mis cachetes. Por el rabillo del ojo atrapo a los suyos deambulando por mi extensión, se detiene en mi rostro, esbozando una media sonrisa que me alborota las hormonas.

—¡Fuera de aquí!

Eros sacude la cabeza en una negativa que enerva todavía más a su hermana.

—Que Sol venga conmigo.

Hera profiere un bufido malhumorado, volviendo a concentrarse en el vestido.

—No hemos terminado.

Jala la cinta métrica alrededor de su cuello y retoma su trabajo. Me siento como una muñeca de trapo, no de mala manera, me agrada saber que se esfuerza en lo que hace, cuidando cada costura, cada detalle. Desde que le ordenó a Eros sacar todo de lo que alguna vez fue la habitación de Franziska, pasa las tardes encerrada aquí, escuchando música, bebiendo té, plasmando sus ideas en bocetos que más tarde convierte en pequeñas prendas que visten los maniquís de menos de un metro desperdigados por toda la estancia.

El piso cubierto por una delicada alfombra gris, estantes blancos cargados de telas, máquinas de coser y un montón de implementos cuyos nombres no conozco. Hera ha creado su propio espacio de diseño.

—Se comportan como unos mocosos—espeto, el pinchazo de una aguja me saca un brinco.

Hera ríe por lo bajo, le miro ceñuda y enseguida fuerza un puchero.

—¿Qué le gustaría a tu tío de regalo?—pregunta Lulú a media voz.

Bueno, eso no me lo he preguntado. ¿Qué se le puede dar a un hombre que lo tiene todo? Si ya me rompo la cabeza pensando que regalarle a mi hermano, con Eros y Helsen me la quito.

—Considerando como te miró, dale un beso y estará más que feliz.

Los ojos se me van a escapar de las cuencas.

—¡Eros!

Ignora los gritos, continúa arrojando arpones a la pelinegra cuyos ojos le han tomado la cara. Hera, roja de furia, toma dos pasos hacia él con las manos en la cadera.

—¿Qué te pasa?—gruñe entre dientes demasiado beligerante—. ¿Te caíste de la cama esta mañana?

Pero él no le presta atención a los reclamos de Hera, observa a Lulú unos segundos antes de apuntarle con un dedo.

—Doce años, Lulú—espeta—. No confiaría en un hombre que mira de esa manera a una muchacha de tu edad, considerando los treinta años que tiene encima.

Ella se rasca la sien.

—Y-yo no...

—¿Quién te crees que eres?—bajo del banco posicionándome a un lado de ella. Eros desvía la vista a mí, manteniendo la expresión precavida—. Déjala en paz, la asustas sin razón.

Hera toma el otro costado de Lulú, como una mamá osa que intuye el peligro que acecha a su cría.

—No haces más que vomitar estupideces, ¡ya te dije que nos dejaras solas!

Eros no cede, observo con los ojos bien abiertos el velo sospechoso que se levanta en sus pupilas.

—Esta es una conversación entre Lucrecia y yo—concreta con firmeza. Ladea la cabeza, asomando una sonrisa sin gracia—. Helsen no es el tipo bueno aquí, ¿ustedes creen que Bertha estuvo conmigo por qué? ¿Por qué era el mejor partido? Ella le devolvía lo que él le hizo primero, múltiples veces.

Que ese nombre salga de su boca me retuerce el hígado. Como veneno en mis venas se extiende por mi sistema, provocándome un mal genio y amargura poco común en mí. Me siento como la mayor estúpida al sentirme así.

—Helsen jamás le fue infiel a Bertha—contradice Hera.

La tensión de la conversación trae consigo calor. Doy media vuelta apartando la atención de Eros, mis ojos caen en Lulú y su puchero. Le hago una seña para que pase de él, ella sorbe por la nariz, volviendo a la silla donde el nintendo le espera.

La carcajada de Eros se incrusta en mis oídos como un punzón.

—Llámalo y pregúntale por  Adria Weber, Danae Bullrich, Farah Strauss y Hebe Pauls. Las que recuerdo de la interminable lista—decreta, como si esperase recibir méritos por eso—. Lo que yo hacía en público él lo repetía en privado, porque yo era soltero y él muy comprometido. Aquí no hay buenos o malos, aquí todos somos culpables, no solo yo.

Giro sobre mis talones, conteniendo las ganas de lanzarle un zapato.

—Imagino que las recuerdas muy bien, porque hasta los apellidos conoces—espeto, tocando el límite de mi paciencia—. Además, si querías hacerle un favor a Bertha, ¿qué haces aquí? Vete con ella y termina el trabajo.

Soné como una loca celosa y no me importa, bastante que me aguanté sus reclamos por mierdas que ni al caso. Regreso a verme en el espejo, con los cachetes rosados y el ceño fruncido, intento acomodar los pechos para que resalten más. Hera articula ruido disgustado, es cuando levanto los ojos que doy la figura de Eros parado a mi espalda, sonriendo de oreja a oreja.

Si en su altura normal me lleva una cabeza, arriba del banco se ve como un gigante fornido.

Entrelaza su mirada a la mía, con su mano escurridiza, aparta el cabello de mi cuello y se dedica a brindarle mimos a la zona sensible. Se cierne sobre mi cabeza y me corona con un beso. Mi corazón retumba con furia al verme absorta por esa forma de mirarme que tiene que induce al resto del mundo en penumbra, creando un espacio cálido y lleno de un azul precioso solo para los dos.

Baja del banquito, bordea mis costados con sus brazos gruesos, estrechándome contra él. Su respiración me eriza los vellos de la nuca y en mi vientre, el enjambre de avispas que allí habitan pierden control.

—Una vez escuché en una película que los celos llevan a la pasión, ¿por qué no vamos y me demuestras esa teoría?

Qué cínico que es. Todavía tengo espasmos de lo que hicimos hace una hora. Me muerdo el interior de la boca tratando de reprimir la sonrisa que me invade las facciones traicioneras, que a duras penas continúan revelando la desazón que él mismo me infundo segundos atrás.

—¿Qué película será esa? Porque en los documentales que yo veo, los celos conducen a homicidios.

El beso que deja en mi hombro me estremece de pies a cabeza. La energía sexual que emana me atrapa como a presa débil, y yo, demasiado obnubilada por él, ignoro la presencia de su hermana y Lulú, y me dejo hacer recostando la cabeza en su pecho, llenándome los pulmones del aroma de su perfume.

Eros me ensortija el cuello con su mano, con los dedos bajo mi mentón, levanta mi rostro buscando mi boca. Pero no recibo el contacto porque el pequeño cuerpo de Hera se ha metido de cabeza en medio de nosotros.

Me golpea las costillas, pese a que me dolió, es una risa lo que articulo y no una maldición. Eros le dice algo en alemán que no sé diferenciar entre el enfado y la forma brusca normal del idioma. Ella le replica de la misma manera, moviendo la nariz como si eso le calmase de un picor y con los ojos que disparan dardos imaginarios, apunta a la puerta y a él negarse, pisa con fuerza.

—Retomando la pregunta de Lulú—rezonga, cruzada de brazos—. Nada. En estas celebraciones, el cumpleañero acostumbra a elegir cierta organización benéfica a la que dirigir sus regalos, Helsen este año escogió un grupo de mujeres que recorren el mundo ofreciendo calidad de vida a niñas y adolescentes víctimas de matrimonios forzados. Con lo que se recolecte construirán una casa hogar donde verán clases y tendrán apoyo emocional, ¿no es genial?

—¿Aceptan donaciones de cincuenta dólares?—cuestiono, escondiendo la pena de no poder ayudar tanto como quisiese detrás de una risa nerviosa.

Hera manotea, chasqueando la lengua.

—Olvídate de eso, nosotros vamos solo por las apariencias.

Me sobo la frente con la cabeza inclinada hacia abajo. ¿Llegar a una fiesta sin regalo? Isis jamás lo permitiría.

—A Eros no le hicieron una fiesta así—expresa Lulú con la voz quejumbrosa.

Gracias al cielo. No voy siquiera a imaginar que hubiese pasado todo aquello con mayor público. De pensarlo me entra un escalofrío terrible.

—Ellos toman los cumpleaños como reunión de negocios y Eros aún no tiene cargo oficial en la compañía—le explica Hera.

Lulú se da golpecitos con el nintendo en la mandíbula.

—¿Por qué vamos nosotros?

Eros toca mi brazo llamando mi atención. Apunta a la puerta invitándome a salir. Sacudo la cabeza de un lado a otro. Su mirada se abre en demasía, incrédulo ante mi negativa.

—Yo quiero lucir el vestido, Hunter porque quiero restregárselo a las mujeres, tú porque ya eres de la familia y Sol porque es novia de Eros, todos se mueren por verlos llegar juntos, es la noticia del año.

Me muerdo la boca, insegura. Eso no me ayuda con los nervios.

Eros finalmente le da un respiro a su hermana, se encamina a la salida, pero antes de poner un pie fuera, dice:

—Por cierto, Jamie está cordialmente invitado a la gala. Te lo comunico, así evitas verte a escondidas con él.

La puerta se estrella tras su espalda, los ojos pasmados de Lulú y míos caen encima del cariz pálido de Hera.

—¡¿Te has visto con él?!—el grito me raspa las cuerdas vocales.

Ella tira la mano sobre su hombro, restándole importancia.

—No quiero oír reclamos, fue una despedida sin importancia, sigue siendo el mismo cobarde, ¡no me dice nada más que nadie se puede enterar!—señala a la puerta, los colores retomando su sitio en su rostro—. Ya lo saben, ¿y qué hace él? Nada, ya me harté, puede hacer con su vida un infierno, no pienso arder con él.

Tengo el reclamo colgando en la punta de la lengua. Hera detesta que le oculten situaciones, pero ella es la primera en hacerlo.

—Muy bien...

Lulú me observa un segundo, es posible que compartamos pensamientos. Y como yo, también decide omitirlo. Espesar el momento no se siente adecuado ahora mismo.

—¿Alguien quiere galletas de chocolate?

Lulú es una mente maestra. Con el estómago lleno y el paladar edulcorado, resultaría más sencillo enfrentarse a la amargura de Hera.

—Todas, todas queremos.

~

—Paren de verme así, joder, estoy bien.

Hunter revuelve el capuchino, hastiado. Lulú y yo desviamos la vista, en cambio Hera, agudiza la suya, reposando el mentón sobre la palma de su mano.

Estiro los pies retorciendo los dedos. Las últimas tres horas no hemos parado de caminar, recorriendo cada tienda que a Hera se le antoje. Compras de última hora para el viaje, ha dicho. Mientras Hunter carga con su batallón de bolsas, yo solo me hice con un suéter y una camisa que estaban en descuento; sin tener una respuesta positiva de Isis, no me causa buena espina adquirir nada más.

La última semana en Varsity ha estado... ajetreada. En la marea de rumores de pasillo, resaltan las comprometedoras imágenes de Eros y mías, nadie se ha atrevido a mencionarlo frente a mí o Eros, al menos, pero se sabe, lo sé, se perciben las risas y repugnantes miradas de doble sentido.

Pero eso queda en segundo plano cuando escucho que Hunter ha sufrido de mal llamadas bromas y chistes en las prácticas, baños, incluso en el último juego disputado, lo llevaron al límite y ahora en su planilla relucen dos strikes, un tercero, lo expulsan del equipo y por consecuencia, pierde la beca deportiva.

Es una porquería que lo acusen a él y no a los imbéciles aquellos.

—Es que no te creo—rebate Hera, entornando la mirada.

Hunter se rastrilla la cabeza con los dedos, blanqueando los ojos. Es el primero en quejarse de la mala manía de Lulú de encerrarse en su propia burbuja, prohibiéndonos de traspasar más allá de lo que esa fachada pueda contarnos. Y es justo lo que está haciendo ahora.

—Se supone que somos amigos de confianza y no hacen más que ocultar y callar cosas—me quejo, recibiendo una mala cara de Hera.

—Eres la menos indicada para decirlo.

—Repítelo contigo, señorita que se ve con Jamie a escondidas.

—Ya por favor, no comiencen—nos silencia Hunter—. Estamos de compras, iremos a Múnich, beberemos jarrones de cerveza y me liaré con un lindo alemán—le cuesta pronunciar. Desvía la mirada de Hera, el corazón se me arruga como una pasa cuando el tinte rojizo que le precede al llanto le invade los ojos—. Tengo vida, salud, comida y a ustedes—respira hondo, trata de estabilizar la voz pero falla al quebrársele cuando añade—. O sea, si me dolió pero...

Y se echa a llorar como un niño, estampando la frente contra la mesa. Los fuertes sollozos le hacen temblar, no espero un segundo más para pasar un brazo encima de sus hombros y apretarme contra su costado, transmitiendo, o eso espero, lo mucho que le quiero en ese abrazo desordenado.

—Habla con nosotras, desahógate—pide Lulú, acariciándole la espalda.

Pasa un minuto donde no le suelto y la vibración de su llanto estimula el mío. Progresivamente, cuando los sollozos pasan a ser sorbidos, le dejo libre. Poco después levanta el rostro, se le ha quedado la nariz rojiza y las pestañas goteando.

—Tienen a un psicópata detrás de ustedes, enfoquémonos en eso—grazna, recibiendo el pañuelo que Hera le ofrece. Limpia la humedad del rostro, mirando a cualquier lado menos a nosotras.

—Hunter, si tú no estás bien, ninguna de nosotras lo estará—le habla Hera, moviendo la silla para quedar a su lado—. ¿Quieres que le diga a los hombres de seguridad que les den una paliza? Será en un callejón oscuro, nadie se enterará.

El chico niega, aprensivo.

—Sé defenderme, puedo hacerlo.

Aprieto los párpados sintiendo una punzada de frustración ligada al coraje. Ese es el problema, que si llega hacerlo, al que le irá peor es a él.

Lulú estira un brazo a la mandíbula del chico que apenas y asoma una frágil sonrisa ante el gesto cariñoso de ella.

—No tienes porque pasar por eso, no te lo mereces—manifiesta intranquila, negando despacio—. Nadie lo merece.

Hera le mira asintiendo de acuerdo con lo que ha dicho. Suspiro, ojeando la mesa de en frente donde una pareja conversa comiendo de una pizza familiar. El estómago me ruge hambriento, la mezcolanza de emociones no hace más que aumentar las ansias por comer.

—No, pero no les daré el gusto—sentencia—. Pase lo que pase les recordaré que este marica les ganó la beca deportiva.

Allí está el Hunter que conozco. Su arrebatadora manera de confrontar las cosas es merecedora del montón de emociones que me llenan la garganta con un grito que reprimo mordiéndome el interior de la mejilla.

—¿Has conversado con Tom?—inquiere Hera, tanteando la superficie de la mesa con una uña.

Las tres le miramos esperando a que conteste, mientras él se hace el que no ha escuchado. Sus ojos viajan por el techo y las paredes hasta caer en la cara de Hera.

.

—Sí.

Y repite la acción anterior.

—¿Qué te dijo?

—Que no quiere saber nada de mí—resopla. Descarga la rabia soltando un puño contra la mesa—. Joder, no es como si quisiera volver con él, simplemente quise aclarar las cosas. Cada quien escogió su camino. Lo que me preocupa es que esto llegue a oídos de papá, me va a matar.

Hank Collins. Hombre conservador de la primera hebra en su cabeza hasta la punta del zapato. Es esa clase repelente de ser que piensa que las mujeres pertenecen a la cocina y los hombres son una maravilla de la naturaleza. Las pocas veces que he pisado su casa, me ha preguntad sobre mi situación legal y ha dejado en claro que su hijo es muy joven para el matrimonio.

A excepción de que quiera tomar ese paso de la mano de Hera, por supuesto.

—No digas eso—murmuro asustada. Él me aprieta la rodilla, y emulo el gesto con su brazo.

—Claro que no—decreta Hera, esbozando una sonrisa ladina teñida de seguridad—. Primero lo mato yo.

Hunter ríe y le aprieta la nariz moviéndole la cabeza a los lados.

—¿Por qué no dejamos este asunto de lado y... nos sumergimos en esa extraña relación que tienes con Jamie?

Hera eleva la mirada sobre mi cabeza. De inmediato volteo creyendo que al fin el pedido ha llegado, pero doy de frente con el pecho un hombre. Retraigo el cuerpo para tener una mejor vista de él. Viste todo de negro, tiene ojos azules como el océano de noche y lleva el cabello negro despeinado. El desconocido mantiene clavado los ojos en mi amiga.

Ceñuda, giro la cara para ver a Hera y con sorpresa atisbo el color esfumarse de su semblante impactado. Ella le regresa la mirada vacía, con la boca a medio abrir. Hunter se pone de pie tan rápido que apenas registro la acción. Toma una postura defensiva, que atrae la mirada del resto de comensales

—Hera—dice el desconocido.

Oscilo la vista de uno a otro, es entonces que esa barba desprolija y la voz grave, trae el recuerdo de aquella vez que me preguntaron la hora y llamaron por mi nombre.

El corazón se me cae al piso. Es el mismo tipo.

—Zane.

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