La algarabía proveniente del patio de la casa, consecuencia de la victoria del equipo de futbol de Varsity contra Elementary no son, ni de cerca, tan tormentosos como aquellos que me gané hace más de una semana.
Mis oídos adolecen al rememorar la reprimenda que Martín me dio al verme salir del edificio con la expresión teñida de susto, ¿cómo no? Si por la misma llamada trasmitía su enfado. Intenté arreglarme usando las cosas de Hera, pero al parecer, que me cambiase de ropa le quito el seguro a la granada que tenía por dentro. No me ofendió, ni mucho menos me levantó una mano, pero sí que sus acusaciones de que no me importa su salud mental y lo que hace por mi me dolieron más que un jalón de cabello. Del poco que me queda.
Eros intervino una única vez, recordándole que si me volvía a gritar le sacaría los dientes, exacerbando la cólera de mi hermano. Luego de un abrazo forzado y unas disculpas mal dichas, se calmó lo suficiente para montarse en el auto y marchar a casa. Me felicité a mi misma por caminar y subir las escaleras sin mostrar ni un síntoma del dolor de huesos. Se notó que tenía semanas sin brindarle alegría al cuerpo.
Por la mañana fue mucho, mucho peor.
Que este aquí es obra del mismísimo Jesucristo. Y de Hunter, que le ha prometido llevarme él mismo a casa.
Apenas salí del bufete, Eros pasó a recogerme, cenamos en un bonito restaurante matando el tiempo en tanto Lulú acababa la jornada laboral. Pasamos por ella, subió a la camioneta cargando un ramo de lavanda. Casi lloré de la alegría cuando me pasó las cuatro rosas rojas que Randall me envió. Me contó que le ha pedido ir a una convención.
Al llegar aquí y conseguirnos una parte del equipo contrincante, con Cruz en especial, me tomo desprevenida. Conté seis, a lo mucho, pocos comparados a la gente de Varsity, sin embargo, mi instinto me pedía a gritos salir de aquí e irme a un sitio lejos de ellos. Me relajé un poco al enterarme que los hombres de seguridad bordearon la zona.
Hunter, siendo el chico amante del protagonismo, disfruta ser el centro de atención. Me costó un mundo acercarme a felicitarlo. Le dejé celebrando con el equipo y ahora estamos aquí, bebiendo cerveza con la ligereza de tener la música y el escándalo de la reunión lejos.
Hera a mi lado cabecea un poco, batallando contra el sueño. Esta mañana llegó a clases ocultando las ojeras tras unos lentes de sol, pero se yergue torciendo el semblante de asco cuando Eros me regala un beso en la mejilla.
—Bah, que asco—escupe, tomando el vaso portable rosa decorado con diminutos cristales que ha traído con ella—. Ahórrense esas escenitas por favor.
—Quítate las orejas—replica Eros tajante, sin mover la cabeza de lugar—. Como me provoca hacer a mí siempre que metes a Maxwell a tu recámara.
Hera se ha puesto furiosamente roja. El vaso a medio camino de su boca, mirada perdida y labios entre abiertos me dicen que esa confesión le ha tomado desprevenida. Traga grueso, bajando el vaso al piso despacio, procesando que contestar.
—No sé de que hablas.
Eros alza la cabeza, soltando una risa irónica.
—¿Me vas a negar que Maxwell estuvo en la casa en la madrugada?—cuestiona Eros, retándola.
Hera frunce la nariz como si algo le oliese mal. La mueve de un lado a otro, desviando la vista al costado opuesto de su hermano.
—Déjame en paz.
Entorno los ojos, escudriñándole el cariz descompuesto en una mueca agraviada. Se fija en mi expresión resentida, profiere un ruidito molesto dejando caer la cabeza en el asiento contiguo.
—Muy bonito doña no quiere que le oculten nada—le pico con un dedo las costillas, ella se remueve quejumbrosa—. Luego no quiero quejas, ¿no?
Patalea, articulando sonidos de fastidio que me hacen rodar los ojos. Se ha rebajado diez años con esa actitud. Le pellizco una pierna, ella me lanza una mirada terrible y le hago una seña para que se siente. Lo hace de mala gana, cruzada de brazos.
—Solo vimos una película, como hacen los amigos normales.
Chasqueo la lengua, entrecerrando la mirada. No le creo ni media palabra.
—Si si, lo que digas—rechisto, inclinándome hacia ella—. Hablamos después.
Eros refuerza al agarre que mantiene alrededor de mis caderas, sentada en la comodidad de su regazo, el calor de su aliento atropella los vellos de mi nuca. Temblequeo, recordando la última vez que hizo lo mismo. Si mis cálculos no fallan, fue hace un par de noches que subió las escaleras de emergencia y se escabulló a mi habitación por la ventana. Martín no le quiere ver ni en pintura.
Me abre una cerveza que Paula me da y usa su camisa para limpiar el borde. Bebo hasta que la garganta me arde, fijándome que el árbol de navidad todavía sigue armado y decorado. No les culpo, en mi casa por flojera los adornos navideños sirvieron de ambientación para mi cumpleaños. De resto, puedo afirmar que la familia de Stella tiene un gusto excepcional, no me cabe en la cabeza como puede prestar su casa para festejar a la partida de borrachos del equipo, aún cuando la fiesta se desarrolla afuera.
Paula regresa junto a Lorena. La sostiene del brazo, echándole aire a la cara con un pedazo de cartón. Lulú le cede el puesto, ayuda a Paula a sentar a la chica que parece va a desmayarse en cualquier momento.
—Creo que voy a vomitar—masculla con la voz grumosa, hasta acá huelo su aliento a cerveza.
Hera sube los pies al mueble, mirándole con desagrado.
—Hazte para allá.
La enferma se cubre la cara con las manos, tomando profundas bocanadas de aire. Paula no para de abanicarla y Lulú, sin saber qué hacer, le pasa un dedo por la cabeza a modo de consuelo. Pasa un minuto entero, el semblante progresivamente recupera sus colores sanos.
—¿Qué fecha es?—cuestiona luego de unos segundos.
—Veinticuatro de febrero—responde Paula. Abre la mirada de golpe, aterrada y le pega con el cartón en la cabeza tomando una pose ofensiva—. ¡¿Estás embarazada?!
Escuchar el término me da escalofríos. Hera se ahoga con la bebida, riéndose a todo pulmón.
—Satanás habita en ti—menciona entre carcajadas, coronándose con la mirada más mortífera de Lorena.
—¡No es eso!—vocifera ofendida—. Lo digo porque en—hace una pausa, contando con los dedos—, tres meses saldremos de Varsity y ya no tendré que verle la cara a ninguno de ustedes.
O a Joaquín.
—Que amable eres—murmura Lulú.
Hera niega, bajando los pies al suelo.
—Menos, recuerda la semana de vacaciones de primavera.
Abro la mirada volteando a ver a Eros, pero él esta ensimismado examinando mis dedos.
¿Cómo es posible que tan pronto finalice el año? Muy bien, entiendo que al ser del último curso terminemos antes, ¿pero ya? ¿Eso fue todo? La idea de ingresar a la universidad más que emocionarme me aterra, Martín me ha dicho que la experiencia no es, ni de cerca, como lo muestran en las películas. Es estresante, agobiante, y agotadora. No sé si me este mintiendo, de igual forma me preparo para ello.
Aunque en palabras de mi hermano, no importa que lo haga, porque no dejará de serlo.
Las facciones colmadas de impacto de Paula me ofrecen un reflejo de lo que deben ser las mías. El suelo le sirve de asiento, junto a las piernas de Lorena. Recuesta la sien en la rodilla de su amiga, permitiéndose un resoplido.
—¿Qué haré con mi vida, Dios mío?
¿Qué haré si en ninguna universidad me otorgan la beca? No es solo la de Nueva York, la de Yeshiva, incluso CUNY. ¿Qué pasaría si mi desempeño en la prueba y notas escolares no son suficiente abrirme un espacio en alguna institución? Mi corazón aplaca el bombeo furioso, de repente, terminar el año no me da la misma alegría que meses atrás.
—Con tu vida no lo sé, pero esa semana de vacaciones a Sol y a mí nos cae como un regalo—habla Hera emocionada. Lorena y Paula le miran sin comprender—. Cumplimos dieciocho y—hace una pausa agregándole dramatismo al asunto—, ¡viajaremos a Múnich!
Me ahogo con la cerveza, toso una y otra vez, canalizando los pensamientos que Hera ha disipado con su grito. Caigo del regazo de Eros al piso, levanto la mirada a la rubia, descolocada hasta la incomprensión.
—¿Ah?
Sacude la cabeza, las hebras doradas cogiendo distintas direcciones.
—Te lo dije hace un año, no puedes decir que no.
Le ensarto la vista, refrenando una carcajada. Ella achica la mirada, da miedo cuando se pone en plan mandona.
—Fue hace un año, Hera, ni siquiera recuerdo lo que desayuné.
Se hace la desentendida, encogiendo los hombros y poniendo su mejor cara de desentendimiento. Muevo los ojos a Lulú, a diferencia de mi esta que se desmaya de la emoción, aplaude en corto y pega diminutos saltitos que le desordenan el cabello.
—Pues eso, iremos a Alemania—reafirma.
Así de fácil. Cuestión de montarse en el avión y nada más disfrutar la aterrorizante vista de las nubes. Bien pudiese ser así, de no ser por el obstáculo que me espera en casa. Nada más pensar en pedirle a Martín que me firme el permiso de viaje me da escalofrío.
—Martín ni se molestará en contestarme—me mofo de mi propia situación—. Se dará la vuelta y me dejará hablando sola.
Le entro por un oído y le salió por el otro. Afuera, un griterío interrumpe la conversación, todos movemos la cabeza a esa dirección, y al no ver más que una montaña de borrachos formando una pirámide, seguimos en lo nuestro.
—No nos importa Martín, tu madre es el objetivo principal.
Me le quedo viendo con el semblante en blanco. En momentos como estos envidio la seguridad con la que Hera se desenvuelve en cada aspecto de su vida. Siempre aprecia la vía despejada, sin importar los miles de obstáculos por delante. Como si estuviese programada a asumir que sin importar lo que se venga, ella saldrá ganadora.
La cabeza se me va a un lado, abstraída en imaginaciones de lugares a los que siempre he querido ir pero jamás he podido. Vivir en Nueva York en si es una grandísima fortuna, como dice Isis, somos bendecimos. Pero la fe no vino con extensión.
—¿Piensas sacar el permiso con mi mamá?—inquiero, pisando la realidad.
—Por supuesto.
Cruzo las piernas colocando el codo encima del muslo, reposo la cara en la mano, sin dejar de mirar a Hera. Se escucha tan absurdo que ni siquiera me atrevo a fantasear con la idea de pasar mi cumpleaños bebiendo cerveza en algún bar alemán. Porque, sin lugar a dudas, eso sería maravilloso...
—¿Y eso como se logra?
La música ha dejado de sonar, sin embargo, estoy tan metida en la conversación que no puedo despegar los ojos de los de Hera. Arroja el cabello hacia atrás, luciendo como una reina de belleza que está a punto de recibir su corona.
—A través de la mía, por supuesto.
Listo, me ha embaucado. Ahora no dejaré de pensar en cerveza, frío y... ¿alemanes? ¿Los Alpes y hermosas praderas que Eros menciona con tanto cariño?
Me pongo de pie en el segundo que Christine ingresa a la sala pálida como la leche, parece que ha visto un fantasma. Intenta hablar, se traba un poco, señala el patio y luego de tomar una inhalación, y antes de gritarle que hable de una vez porque empieza a estresarme, chilla:
—¡Hunter y Cruz!
Mala combinación de nombres. Todas corremos al patio al mismo tiempo, rebotando como pelotas entre nosotras al no caber por la puerta juntas. Hera nos empuja fuera de su camino, le sigue Lulú y luego yo. Tan pronto pongo un pie en la grama mis ojos caen en Hunter, altivo y exhibiendo los dientes en una sonrisa que peca de ser todo menos modesta.
Uno frente al otro, se miran y analizan con tanto desdén que siento que interrumpo una conversación privada y por mucho delicada.
Hera se acerca a Hunter como una fiera, puños apretados y labios torcidos, se detiene junto a él, escrutando a Cruz y sus compinches con un gesto de displicencia y menosprecio grabado en sus facciones. A mi lado llegan Eros, es entonces que ojeo al resto del grupo.
Se han dividido, Varsity a la izquierda, Elementary a la derecha. Parecen una película de los ochenta cuando bandas rivales se encontraban en suelo neutro.
—¡Repito mis felicitaciones, Collins!—exclama Cruz entre aplausos amargos. Le recorre de pies a cabeza, forzando una sonrisa asquerosa. Está borracho, no tanto pero si el alcohol le ha hecho efecto—. Merecido todo el reconocimiento, no cabe duda que el titulo de capitán esta hecho solo para que lo portes tú.
Silbidos y carcajadas de sus amigos no se hacen esperar. Entro en tensión al ver a Drew, Cosbey y Joaquín acercarse a la espalda de Hunter con los mentones en alto y el ceño hundido. Lulú intenta acercarse, pero Lorena le agarra de la camisa.
—Por primera vez en mi vida puedo decir que tienes razón—responde Hunter con inflexión que desborda egocentrismo.
Un chico de cabeza rapada y ceja cortada que reconozco como Elias, perro guardián de Cruz, adelanta un paso. Esa sonrisa cínica me produce náuseas, todos ellos lo hacen.
—Todo un macho en la cancha, pero hembra en la cama—comenta burlón, y mi corazón detiene su andar presuroso.
Hunter toma un paso hacia él, Hera logra que se detenga solo para pararse ella frente al grandulón con los brazos en forma de jarra.
—¿Cuál es tu problema?—ruge, las mejillas vistiéndose de carmesí.
El chico pretende responder, sin embargo, Cruz le pone una mano en el pecho.
—Ninguno, bonita.
Esta vez Hunter completa el paso, quitando a Hera de la vista del grupito de imbéciles. Entres los compañeros de instituto comienzan a cuchichear, trago en seco, pensando en el montón de malos escenarios que pueden salir de este encuentro.
—No, habla—insiste Hunter—. Repite lo que dijiste.
El matiz colérico que ha empleado me pone los pelos de punta. La última vez que lo uso, se metió en una pelea y no salió del todo vencedor de ella. Hago el amago de acercarme, es Eros quien corta mis intenciones tomándome del antebrazo. Alzo la mirada pidiéndole en silencio que me suelte, se niega, haciéndome retroceder otro. Rechisto liberándome pero quedándome en el sitio.
—Hunter—le llamo.
Pero no es él quien voltea a verme, es Cruz, que se lame la boca examinándome como aquella noche que Eros le dejo el tabique como lo tiene justo ahora, desviado. La comida me sube por el esófago, me repugna horrores siquiera sentir su mirada en mí.
—Escuché un rumor que involucra tu nombre y el de Thomas Henderson, ¿qué tan cierto es eso?
Jadeos impactados y risas impresionadas cubren el ambiente. Hunter aprieta los labios, la cerveza que sostenía cae al piso, y mi alma a su lado. Hera se va contra él, un grito se me atora en la garganta cuando lo empuja pero el chico solo la mira sonriendo.
—¿Qué te importa, gran cabrón?
Eros va por ella, de un impulso leve la envía hacia nosotras mientras él se queda parada al costado de Hunter. Los nervios me debilitan las rodillas, tengo que agarrarme de Lulú para conseguir equilibrio.
—¿Por qué tan callado, Collins?—grita Terry con tono burlón desde metros atrás.
Nadie se mueve, excepto Irina que levanta el brazo y le apunta con la cerveza.
—¡Ay cállate, Terry, que ni siquiera sabes lo que es un clítoris!
Se oye una ola de risas, pese a eso, la tensión no disminuye ni un poco.
—¿Cómo no va a ser el mejor?—se carcajea otro acompañante de Cruz—. Si tiene experiencia jugando con pelotas.
Hunter se mueve hacia él, Drew lo sostiene a tiempo. Lulú ahoga un sollozo, temblando, busca mi mano y entrelaza sus dedos a los míos. Stella se mete en medio, gira hacia los individuos y levanta un brazo al estacionamiento.
—¡Largo de mi casa! ¡Fuera! ¡Pero ya!
Los seis le lanzan miradas vomitivas, uno le guiña un ojo, otro un beso. Stella le lanza el vaso, tan rabiosa que poco la falta para que le brote humo de las orejas. Observo ganando un poco de paz mental como se alejan, bromeando entre ellos. Estando a poquísimos metros de distancia, Elias da media vuelta y todo el mundo se sume en silencio cuando dirige la vista a mi amigo.
—Una última cosa—levanta un dedo a su boca, esbozando media sonrisa—. Tengo unas imágenes tuyas enmarcadas en mi habitación, bella Sol, esas donde te tienen bien sujeta del coño, dime, ¿disfrutaste la corrida tanto como se ve en esas fotos?
No hay nada que hacer. Eros se dirige jodidamente furioso hacia Cruz, Hunter se ha escapado del agarre de Drew y se lanza contra el Elias, lo toma del cuello y lo empuja al piso, se le tira encima y descarga la furia con puñetazos en la cara del pobre imbécil que apenas puede cubrirse.
Me cubro la boca cuando Cruz intenta salir de la contundencia de Eros, pero Eros no permite que lo toque, lo toma del cuello y lo lleva al suelo. Los otros cuatro se dividen y van en contra de Eros y Hunter, siento el corazón subirse por mi garganta cuando veo a Cosbey, Drew, Joaquín y hasta el mismo Terry meterse en la pelea pero no para separarlos, si no para lanzar golpes a diestra y siniestra también.
El resto se reparten en gritos de apoyo y otros pocos pidiendo que paren. No sé donde concentrar la mirada, si en Hunter, Lulú, Eros o su hermana que se acerca a gritarle que le pegue con más fuerza, pero la vergüenza me corroe en silencio y las ganas de salir corriendo de la espantosa escena gana fuerza en mi voluntad.
Esas fotos en la noria, joder, cruzaron fronteras y a manos de nadie más que del repelente de Cruz Vega. Ahora Varisty lo sabrá, las buscarán y me verán en esa situación...
Gruñidos y tétricos sonidos de hueso estrellándose contra hueso disgregan los terribles pensamientos un instante.
¡¿Dónde están Rox y Francis?!
El puño descontrolado de Hunter evapora la interrogante. Elias se defiende estampando un golpe en su boca que le abre una herida de la que brota un hilo de sangre. Y luego otro, en el mismo lugar.
—¡Hunter, Dios mío!—grito por fin.
Corro hacia él, o eso intento, porque el bululú de brazos y piernas forman una muralla complicada de traspasar. Busco a Eros en el desastre, lo consigo en el centro arriba de Cruz. Todo pasa tan rápido que apenas registro el golpe que le ha caído a en el pómulo por estar mirándome a mí. El ardor de la garganta sube a mis ojos, volteo a ver a Lulú, al pendiente que este de pie y no el suelo, ahora es Lorena quien usa el cartón con ella.
—¡Eros, ya basta!—chilla Claudine.
Paula brinca animando a su novio, sube y baja las manos como lo haría una porrista.
—¡Pégale Drew! ¡Rómpele la nariz!
—¡Detén esto!—brama Stella hacia Mason, pero él solo ríe y le ignora.
—¡Hunter, ya basta!
Le tomo de la manga de la camisa, lo único que logro con eso es irme hacia adelante con su mano. Planto los talones en la tierra, jalando la tela hacia atrás. Nada pasa, la frustración me gana, le suelto gruñendo una palabrota.
—¡Mi mamá me va a matar!—grita Stella a un paso del colapso.
—¡Cosbey, no!—chilla Christine, tapándose los ojos, ahí es cuando veo a al chico pegándole una patada en la cara a uno de los monigotes de Cruz. Sangre salpiquea por su cara, y con horror observo como escupe un diente.
Retrocedo un paso, con la mente dando vueltas. Sangre, golpes, risas sacadas de una película de terror... todo me congela los músculos, quiero moverme, echarles agua como a los perros cuando pelean, ¡no lo sé! Siento que estoy atestiguando una pesadilla producto de alguien más.
Y cuando creo que nada puede empeorar, alguien grita:
—¡Viene al policía!
~
—No se preocupe, Comisario, me encargaré de que esta situación no se vuelva a repetir—Helsen, portando su porte elegante usual, se despide del oficial con un severo apretón de manos. Nos mira de refilón, la vergüenza me empuja a bajar los ojos a mis pies—. No es necesario hacerle perder su tiempo con cuestiones de críos, la fiesta de todas maneras acabó.
El susto pasó, lo que nos queda es el recuerdo de la pelea del año y la humedad de la celda a la que nos metieron a esperar que llegara un representante a reclamarnos. Ni siquiera recuerdo en qué momento ocurrió todo, un segundo estaba en la sala barajeando la posibilidad de pasar mi cumpleaños conociendo un trozo de Europa, al siguiente, presenciando un barullo de gente sacándose la mierda, al borde del llanto por la filtración de esas fotos y al otro, sentada en el suelo de una celda de cuatro metros con por lo menos quince personas más.
Después de lamentarme, sufrir una crisis porque creí que no saldría de allí, imaginando lo que me diría mi familia y acusando a los chicos de imbéciles, Helsen atendió la llamada de Hera y aceptó de inmediato a venir por nosotros.
Christine, Irina, Paula, Lorena y Drew salen del sitio cabizbajos, siguiendo los pasos de sus respectivos representantes. Solo quedan los de Elementary adentro. Ojalá pasen el resto de la noche allí.
De soslayo, atisbo a Lulú limpiando las heridas de Eros y a Hunter con agua y un paño que Hunter tenía en la cajuela del auto. El chico de rulos no ha abierto la boca ni para respirar, me duele el corazón el imaginar lo expuesto que debe sentirse, de creer que su intimidad ya no es solo suya, sino que pasa de boca en boca por cada uno de los que estuvieron allí escuchando lo que Cruz y los palurdos que lo acompañaban revelaron, como si fuesen dueños de una verdad que ni siquiera a mí, que lo sabía, me pertenece.
Siento un poco de ese sentimiento. Dios, no quiero volver a pisar el instituto nunca más.
Lulú restriega la herida más grave, Hunter se mantiene en sus cavilaciones, los ojos tan vacíos como su semblante. Un cuerpo sin alma. Me debato entre ir y abrazarle o dejarle tranquilo hasta mañana, porque le conozco, y sé que lo último que desea, es consuelo.
—De gracias a Dios que nadie presentó cargos, porque estarían en grandes problemas—refunfuña el señor de barriga prominente, tendiendo la vista por cada uno de nosotros—, no los quiero volver a ver por aquí—vuelve la cabeza a Helsen, asintiendo una vez—. Buenas noches.
Helsen espera a que el señor cierre la puerta, voltea hacia nosotros y se cruza de brazos. El calor de un sonrojo me arropa las mejillas, este hombre es una autoridad para mi, que venga a sacarme de una celda es lo peor que me puede pasar con respecto a él. Además del desastroso beso que me dio, por supuesto.
El frío de la noche me hace encogerme dentro del abrigo de Eros, el mío se ha quedado en casa de Stella.
—¿Alguien me dice qué pasó aquí?
Nadie menciona nada. El ambiente supera en tensión a los segundos que le precedieron a la pelea. Codeo con disimulo a Hera, ella me mira ceñuda, abro los ojos cabeceando hacia su tío, ella resopla dirigiendo la vista hacia él.
—Un idiota y su pandilla se metieron con Hunter y Sol, él se defendió, Eros lo apoyó, luego todos se metieron con todos y—suspira, señalando el edificio a su espalda—, la policía los separó.
Alzo la cara tragándome la pena. Helsen pasa la vista de su sobrina a Eros, recostado contra la camioneta mirándole con los párpados entrecerrados.
—¿Para eso tenías que medio matarlo?
—Sí.
Helsen profiere una risa sin gracia, las solapas del traje se mueven hacia atrás al poner las manos en la cadera, examinando el rostro de su sobrino. Hace una mueca de desaprobación, si alguien me viese así me pondría a llorar, a diferencia de Eros que no parece en lo absoluto aludido.
—Excelente te quedaría este incidente en el historial.
Eros rueda los ojos, saca la caja de cigarros y enciende uno, ignorándolo por completo.
—No le dirás a papá y mamá, ¿verdad?—inquiere Hera temerosa.
Helsen niega y ella se pone una mano en el pecho.
—Esta vez no, pero como tu hermanito no se controle, esta no será la última vez y no voy a cubrirle sus meteduras de pata—reprocha, dando media vuelta hasta quedar delante del perfil de Eros—. Tienes veinte años, compórtate como un hombre, maldita sea.
Eros levanta la mirada al cielo, deja escapar el humo despacio, murmurando una cuenta regresiva. Lulú para de asear a Hunter, levantan la cara y se aproxima a Helsen comprimiendo el paño que antes era blanco y ahora es rosado entre sus dedos delgados.
—No fue su culpa—gruñe, clavando los ojos verdes de tinte enfadosos en la tormenta azul del hombre—. Cruz hace mucho se merecía esos golpes.
Helsen retrocede un paso, la somete a un rápido examen visual, pasando por sus piernas descubiertas, los montículos que sobresalen de su pecho hasta reposar en sus labios. Me pone nerviosa a mí, que conozco el poder que los ojos de un Tiedemann pueden contener. Sin embargo, Lulú no claudica, continúa dando la cara por el chico que observa a su tío frunciendo el ceño.
—Lo vi, ¿crees que es justificable dejarle así?
Lulú afirma sin vacilar. Helsen asoma una pequeña sonrisa de medio lado, escudriñando su rostro blanquecino.
—Claro que si—concreta, acercándose un paso más. Y como ocurrió en la pelea, la sensación de observar una conversación privada me embarga de pies a cabeza. Lulú le apunta con un dedo, arrugando la nariz—. Pasa que usted es un recién llegado. Ese... estúpido se merecía cada uno de esos golpes.
Lulú retuerce la boca, esa palabra le parece una grosería inmensa. Que se exprese con tanta rabia, para ser ella, me dice lo viva de su rabia. Es probable que se haya dado cuenta de que le ha hablado con altanería al tío de su mejor amiga, pues ha bajado la cara, rehuyendo de la mirada intensa de Helsen, quién agranda la sonrisa extasiado por el fuerte sonrojo de la chica.
—Perdona, ¿cómo te llamas?
Ella sube la cara, la diferencia de estatura es mucha, tanta que el cuello le ha quedado expuesto. Tartamudea nerviosa, sella los labios y luego de tomar una bocanada de aire, le contesta:
—Lulú.
La sonrisa de Helsen amenaza con cubrirle la cara, reconocimiento le hallana el cariz. Su mirada viaja por el cuello pálido de Lulú, pasea por el mentón, mejillas y la agudiza en los ojos resplandecientes de la muchacha.
Me siento fuera de contexto, quiero apartar la mirada pero no puedo, no me lo permito.
—Lulú—pronuncia su nombre como quien saborea un dulce. Toma un paso más cerca que me pone en alerta, y agrega—. Tengo una mariposa para ti.
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