Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

"44"

         —Una, dos, tres...—Paula cuenta una a una las botellas que Maxwell despachó hace un momento. Niega en desacuerdo, tanteándose los labios con un dedo—. Moët, moët, y aburrido moët, ¿dónde está el tequila?

Esta mujer tiene un agujero negro donde debería ir el estómago. Desde hace dos horas no ha parado de beber y comer lo que el mesero deja sobre la mesa. Que es para eso, claro, pero Paula se adueña de todo en un santiamén.

Seguro es la envidia hablando por mí, desde la mañana que presenté la prueba no he podido tragar más que té y unos sorbos de sopa de pollo. Los nervios me han cerrado el estómago.

—¿Tú pagaste por algo?—cuestiona Lourdes.

Paula se encoje de hombros, recibiendo la copa que Hera le ofrece.

—Ni lo haré.

Hera ríe, siguiendo conmigo. Rechazo la bebida de inmediato, no beberé ni una gota de alcohol. Tengo los penetrantes ojos de Eros siguiendo cada uno de mis movimientos como halcón, como me vea aceptando un sorbo, me arruina los planes que tengo en mente.

Reprimo una sonrisa y paseo los dedos encima de los muslos cubiertos por las medias de malla que me envió con una de las notas. Estas son dobles a diferencia de las primeras. No las tendría que romper.

La emoción me constriñe el vientre de anticipación. Necesito tocar a voluntad la textura de su piel cálida, volver a sentir la satisfacción de levantarme en las mañanas con las caderas dolidas y los recuerdos bailando en mi cabeza de lo que hice la noche anterior.

—Semanas esperando por esto, ¿y lo rechazas?—increpa Irina, recibiendo la copa por mí.

No le contesto, meto un dedo en un agujero de las medias, ansiosa por salir de aquí. Ya brindamos, hablamos, reímos. Cumplí con los estándares sociales, ahora necesito los privados.

La vibración del celular dentro de mi chaqueta esfuma los recuerdos que le aumentarían el calor corporal a cualquiera. Es Martín, exigiendo que regrese a casa a la hora acordada. Contesto con un ok y devuelvo el aparato al bolsillo.

Paseo la vista por el lugar. Maxwell ha reservado el mismo espacio VIP del evento de Halloween. Sobrio, oscuro y con aislante de sonido para que las conversaciones fluyan sin necesidad de gritarnos a la cara. Si no fuese por él, estaríamos en casa de Joaquín bebiendo cerveza de tres dólares la docena. En ningún otro sitio nos aceptarían, apenas se enteran de nuestra edad, nos cierran las puertas en la cara.

Detengo la vista en el grupo de chicos a metros de nosotras, conversan entre ellos como si fuesen los mejores amigos del mundo. Incluso Eros, que le he visto reírse de algo que Cosbey ha dicho.

Me permito el gusto de examinarlo de pies a cabeza, solo viste una camisa que deja su pecho al descubierto y un pantalón negro, ni siquiera con prendas casuales pierde el garbo innato que lo describe, lo lleva en sus maneras e impreso en el ADN.

¿Cómo carajos que no tirita del frío? Comprendo que aquí dentro la temperatura es regulada, ¿pero y afuera? Lo que quiere es lucirse y no me atreveré a mentir, me encanta que lo haga.

—¿Vas a querer?

Vuelvo la vista al frente.

Hera tiene los ojos clavados en Mandy, ella asiente, como las veces anteriores. Recuerdo que hace días Hera la detuvo en medio del pasillo y le invitó a venir. La sorpresa de Mandy fue tanta que preguntó si era una especie de broma pesada. A pesar de que ella también presentó la prueba esta mañana, no se esperó que la incluyéramos en la celebración.

Saqué provecho de la ocasión e insté a Hera a dejar de una vez por todas esa tirria que le tiene y le encomendé que lo hiciera ella misma.

Y ella me devolvió el reto, sugiriendo que yo tenía que hacer lo mismo con Stella.

La chica me escaneo de pies a cabeza, bufó y se dio la vuelta, arrojando el cabello hacia atrás. Cuatro pasos después, se giró y sonriendo con pesadez, accedió. Me abstuve de tirarle la mochila a la cabeza, nada más le saque la lengua sin que me viera y continué mi camino a la siguiente clase.

No sé dónde anda ahora, pero sí que ha venido.

—¿Han visto a Lorena?—pregunta Paula, sirviéndose ella misma de la botella hasta rebosar la copa. Hera le mira como si hubiese atentado contra su integridad física.

Esa es otra que se ha perdido. ¿Tendrá que ver con que Joaquín tampoco este a la vista?

—Se fue con Joaquín hace mucho—contesta Christine, respondiendo mi muda interrogante. Suelta una carcajada cual bruja de cuento de hadas, llevándose la mirada más cruda que le he visto a Paula en meses—. ¿A rezar? No lo sabemos, pero seguro que acaba de rodillas.

El resto ríe hasta que Paula decide que no es gracioso. Se les queda viendo una a una, centrándose en la rubia que sube un hombro con gran desinterés.

—No seas así—interviene Lulú, poniendo mala cara—. Se sentía mal, eso me dijo.

Irina forma un puchero, ofreciendo rellenarle la copa a Lulú.

—Lo que tienes en tetas lo tienes de ingenua.

Hera le pega un codazo en el brazo, bañándole de champaña el vestido. Irina maldice y Hera le responde con otra grosería. Lulú por su parte, se arregla el escote del vestido, tratando de taparse. Le hago una seña que se lo deje como estaba, no le molestaba hasta que Christine abrió la boca. Se ve magnífica.

—Lorena va a tener que escucharme, no se puede ir así sin decirme nada, ¿quién se cree?—resopla, tomándose de un trago lo que le restaba. Saca el celular de la cartera que comparte con Meredith, pulsa un par de veces en la pantalla y se lleva el aparato a la oreja. Meredith me mira, conteniendo una carcajada con su mano, se le nota en las pupilas dilatadas que las copas han hecho efecto en ella—. Apagado, ¡apagó el celular!

—¡Porque tiene encendida otra cosa!

De repente, todo se ha vuelto un desastre.

Un mechón de cabello rubio ceniza vuela lejos de la cara de Christine debido al golpazo que Paula le ha dado en la cabeza. Meredith se destornilla de la risa, su cabeza cae encima de los muslos de Lourdes que la aparta de un empujón como si la chica de cabello rojo fuego fuese radioactiva. Christine vocifera un insulto al que Paula responde con otro.

—¡Calma, por favor! Que de mal gusto este comportamiento—chilla Hera metiéndose en medio de las Paula y Christine—. Hablemos del viaje a Miami. Necesitamos reservar el vuelo desde ahora, julio es temporada alta, no queremos sorpresas, ¿no?

Paula llena la copa de nuevo, mostrándole el dedo medio a Christine que sonríe de medio lado, bebiendo de su trago. Tiene pintada la misma sonrisa de Cersei Lannister después de volar en pedacitos el septo de Baelor.

—¿Viajarás con el resto?—cuestiona Irina, arreglando el nido de pájaros que tiene su mejor amiga en la cabeza.

Hera arruga el semblante, como si la pregunta fuese un insulto.

—Ni Lulú, ni Hunter, ni Sol ni mucho menos yo subiremos a ese vuelo—concreta, levantando la copa a su boca—. Solo quería que detuvieran su bochornoso espectáculo.

Christine suelta un bufido condescendiente, cruza miradas con Irina profiriendo una risita corta. Abajo, la música cambia a un ritmo más movido y la gente grita encantada. Paula se remueve, haciendo un bailecito que le saca una sonrisa Lulú.

—Uy, perdón, se me olvida que tienes jet privado—se mofa Irina.

Hera resopla y vuelca los ojos, para luego les someterlas a un escaneo de un segundo.

—Dos querida y en ninguno te vas a subir.

Me trago la carcajada que me pulsea la garganta. Al dúo de oro les cuelga la mandíbula, esos semblantes bronceados que se debaten entre reír o lucir agraviadas por el tono tan desdeñoso.

—¿Yo sí puedo subir?—inquiere Paula en tono pausado. Revolotea las pestañas, recostando la mejilla en el hombro de Lulú. La borrachera empezando a surtir efecto en ella.

Hera, haciendo uso de su expresión más arrogante, le contesta:

—¿Tú? ¿La que llena la copa de Moët? ¡Ni loca!—exclama melodramática, antes de voltear hacia Mandy. Temo que le diga algo malintencionado, sostengo la frente con una mano preparada para intervenir, sin embargo bajo todo pronóstico, añade—. ¿Te anotas al viaje?

Suspiro aliviada. No es su cara más amable, pero es un avance. La mirada de Mandy cae un momento en mí, como pidiendo permiso para contestarle. Vuelve la vista nerviosa a Hera, esbozando una pequeña sonrisa superficial.

—Sí, creo.

Hera arquea una delgada ceja, inclinando la cabeza a un lado.

—¿Crees?

Mandy menea la cabeza bastante insegura.

—Tengo que pensarlo.

Hera se esfuerza por sonreír. Siente mis ojos hincados en ella, me mira un segundo que le hace tragar saliva y beber de la champaña.

—Bueno espero que—hace una pausa para coger aire. Mandy se le queda mirando, a la expectativa. La rubia, enfocando a la pared, agrega—, te unas.

Quiero aplaudirle, abrazarle y besarle las mejillas. Conociendo que eso le incomodaría, me abstengo y solo le muestro mi sonrisa más grande. Quiero que sepa lo orgullosa que estoy de que deje a parte su lado maquiavélico, sabiendo como es, esto es un paso inmenso.

Me devuelve la mirada de cordero degollado, intenta hablar pero se atraganta con la bebida, Lulú enseguida le da palmaditas en la espalda en tanto Meredith le sopla a la cara. Hera la aparta disgustada, observo asqueada como se limpia la saliva de la pelirroja del moflete.

—¡Bueno! A levantarse que no vinimos a vernos las caras—brama Irina entre aplausos. Se pone de pie, soltando un largo suspiro—. Volvamos a la pista que la noche es joven y hermosa, pero no más que nosotras.

Sacudo la cabeza, cruzando los brazos. Bailar no está dentro de mis planes.

—Yo me quedo aquí.

Paula asiente, emulando mi expresión decidida.

—Yo también.

Lourdes se palmea los muslos desnudos, retuerce los labios soltando un sonido de molestia.

—¿Y ahora que, aburricienta?

Hago el amago de contestarle, pero Hunter llega en ese momento, lo que me hace cerrar la boca. Nos mira con los párpados entrecerrados, sus labios se curvan en una sonrisa divina que ensancha cuando le correspondo con otra. Recoge una de las botellas de la cubeta repleta de hielo y se va silbando como vino, de la nada.

Lourdes chasquea los dedos frente a mi cara. Deslizo la vista hasta ella, luego la reboto de Hera a Christine e Irina, acabando en Lourdes otra vez.

—Es que no quiero sudar.

Todas me miran sin comprender. Repito la frase en mi mente, la vergüenza me gana y me hace bajar los ojos a los tacones. Los sonidos sugerentes no tardan en aparecer acompañados de risitas y miradas curiosas y de doble intención me taladran el rostro.

Me tapo la cara al quedar en evidencia de esa manera tan estúpida. Debí haber dicho que me dolían los pies, no sé, ¡cualquier otra cosa! pero no, la conciencia me traicionó.

—¡¿Qué acabo de oír?!—grita Hera, alejándose a las escaleras con Lourdes riéndose a todo gañote detrás de ella.

Abro los ojos lo justo para captar a Irina señalar el bolso encima del asiento.

—En la cartera hay condones, déjame tres.

Da media vuelta y se escabulle detrás del resto. Quedo en compañía de Lulú, Paula y Meredith, que yace dormida a lo largo de los puestos y tiene la boca abierta, me provoca apretujar una servilleta y metérsela a la boca por puro ocio.

—No contesta, maldita sea—rezonga Paula, batiendo el celular contra el mullido asiento, este rebota y cae al piso. No lo agarra, yo lo hago por ella, mientras se masajea las sienes intentando calmarse—. Solo espero que sepa lo que está haciendo.

Lulú carraspea, Paula voltea a mirarla con la duda saliendo de sus ojos castaños.

—Lo sabe, fue ella la que le pidió a Joaquín que la sacara de aquí.

Paula abre la mirada al punto que creo, se va a quedar sin ojos, luego la entrecierra, sin creer lo que ha dicho Lulú.

—Mientes—le acusa vilmente.

Lu niega sacudiendo la cabeza deprisa. Casi me río de su viso asustadizo, no quiere recibir uno de los famosos golpes de Paula.

—No, te lo juro.

Paula suelta un gruñido furioso contra las palmas de sus manos. Las facciones se le han endurecido, patalea rabiosa y se va contra la bebida. No pierde tiempo sirviéndose en una copa, no, bebe a sorbos de la botella, como si se tratara de agua.

Lulú y yo le miramos retorciendo la nariz, cuando veo que ya es suficiente, se la quito y la dejo en el piso, lejos de ella.

—Lorena y Drew tienen una competencia. Quieren saber quién me sacará más arrugas antes de los treinta.

—Pero a Drew puedes... dejarlo—pronuncia Lulú con matiz precavido.

Paula resopla, sus ojos cargados de sentimientos brillan bajo la poca luz que nos llega de la planta inferior. El ruido sofocado por los inhibidores, junto las luces azules y purpuras proporcionan un aire nostálgico al momento. Las suaves facciones de Paula se descomponen, angustia y algo más abriéndose paso en su expresión.

Forma un puchero a punto de llorar que me retuerce el corazón.

—Lo dices como si fuese sencillo.

No logro contener la carcajada irónica que me asalta. No quiero entenderla, pero lo hago. Puede que sean situaciones distintas, pero al final del día, ambas relaciones no son, ni de cerca, lo que uno consideraría sano, y es hora de reconocerlo, porque de lo contrario, me hundiría más y eso no me lo puedo permitir.

—Lo es, Paula, lo que pasa es que no terminamos de aceptarlo.

Esquiva mis ojos con toda intención. La mandíbula le tiembla, se muerde el labio conteniendo el llanto.

Verla así, tan dolida en sentimientos me da un golpe de realidad. Sonará muy malo, pero no quiero acabar como ella, no quiero llorar borracha o sobria, como sea, por alguien que no es capaz de ver más allá de su nariz.

—Es que—sorbe por la nariz, limpiándose las diminutas gotas que le cuelgan de las pestañas—, lo amo.

¿Qué tan hipócrita sería si ruedo los ojos? Me tengo que morder el interior de la mejilla para no reírme de mi misma.

—No deberías querer a nadie más si no te antepones a ti misma, podrías desarrollar dependencia emocional—apostilla Lulú, su voz desprendiendo consistencia y razón,. Nota la sonrisa abierta que me cubre la cara, y encuadra los hombros con orgullo—. Me lo dijeron en terapia.

Por los ojitos llorosos de Paula, confirmo que el consejo de Lulú arribó tarde.

Paula arrasa con la humedad pegada a sus ojeras, me siento de lado, cubriéndola de la vista de los chicos. Lo que menos necesita son cinco pares de ojos encima.

—¿Vas a terapia? ¿Por qué?—inquiere con la voz rasposa.

No dejo de ver a Lulú, no puedo. El verde en su mirada es opacado por un velo de aflicción y desconsuelo que me devora el alma.

Lulú es tan cerrada con el tema de las terapias que llegamos a creer que no asistía, al punto que Hunter o el mismo Eros la acompañan y esperan fuera del consultorio cuando pueden. Entendimos que es un proceso que quiere llevar a solas, un duelo. Sí que hemos percibido el cambio, pequeños pasos reflejados en risas contagiosas, planes a futuro y una gran ilusión al hablar de su vida universitaria; sin embargo, es un proceso que toma tiempo y mucho desgaste emocional.

Lu le da un golpecito en la mano, dedicándole una sonrisa efímera.

—Te lo diré cuando decidas ver por ti misma.

Comparten una mirada corta. Paula sin rastro de llanto más que la punta de la nariz roja, y Lulú, retomando de a poco el brillo en sus ojos.

Se supone que esto sería una salida para festejar, y que por el contrario, caímos en un pendiente emocional. Por lo menos no estamos solas en casa con la cara aplastada contra la almohada.

Muevo la mirada al barandal donde Hunter, Eros, Cosbey, Drew y Maxwell hablan y ríen. Hunter saca la caja de cigarros y le pasa uno a Eros y otro a Drew. Mi corazón se hincha al encontrarme con la no tan sorpresa de Eros ya tenía sus ojos puestos en mi.

Enciende el tabaco sin romper el contacto, la punta de mis dedos pica por tocarlo. Una sonrisa ladina delata mis intenciones, me muerdo el labio tratando de borrarla pero causa el efecto contrario. Eros apunta a la salida con la cabeza, insinuación que no tardo en contestar con una afirmación.

Arroja el cigarro a medio fumar al piso, lo aplasta con la punta del zapato llevándose una queja de Hunter, en tanto saca las llaves de la camioneta del bolsillo y me las muestra. La temperatura sube de un tirón, la ansiedad causa estragos en mi vientre, desprendiendo un calor que me hace apretar los muslos con energía.

Me pongo de pie en busca de la cartera de Irina, la abro y un condón salta fuera de ella como si esperase por mí.

—Ni siquiera lo oculta, que desfachatez—masculla Paula a Lulú, ruedo los ojos removiendo a Meredith de encima de mi cartera. Suertuda que no piso el seguro de la navaja, porque estaríamos camino al hospital.

Subo la tira al hombro, volviéndome hacia las chicas para despedirme.

—Cuidado con Hunter, que no maneje borracho, ¿sí?—digo, dejando un beso en la frente de Lulú. Ella asiente, regalándome una sonrisa apretada—. Allí están Rox y Francis, dudo que vayan con nosotros, escríbeme cuando estés en casa.

—Si si, ya ve—dice entre risas—. Cuídate, en todos los sentidos.

—Por favor, Sol, nos avisas como te fue—alude Paula, despidiéndose con un movimiento de la mano—. ¡Y con eso quiero decir que nos tienes que contar los detalles!

Ni loca.

Camino a las escaleras donde Eros espera por mí, esquivo el grupito de chicos sin ni siquiera hacer contacto visual con Hunter. Ninguno dice ni una palabra porque saben cómo acabaría el asunto, en algo sirve la conocida mala actitud que Eros.

Al llegar a él, me ofrece su mano y sin vacilar, la recibo entrelazando nuestros dedos.

No dice nada, baja conmigo los escalones, él adelante, asegurándose que no trastabille por no ver con claridad. Damos de frente con Rox y Francis, Eros les da unas indicaciones que no escucho por el ruido de las bocinas, antes de seguir con el camino a la salida. Ni siquiera me despido de Hera, y no me importa.

Afuera de la discoteca, la brisa gélida nos recibe con una ventolera que me alborota el cabello. Zarandeo la mano que Eros sostiene con la intención de peinarme, pero no me suelta, por el contrario, incrementa el agarre haciendo rebotar mi corazón.

Cinco pasos adelante alcanzamos la camioneta, quita el seguro y abre la puerta para mí.

Espera a que suba primero para darle la vuelta al carro y hacerlo él. Enciende el vehículo y el camino a casa mágicamente me parece eterno.

Salimos del estacionamiento con los nervios revolotean en el estómago, pero ni eso me detiene a besar su mejilla y aventurar mis manos por su pecho, acariciando la piel y más abajo, donde la bragueta del pantalón está a punto de romperse.

Saco el cinturón de la hebilla, recibiendo el cosquilleo de su barba en mis labios. Percibo la suspensión de su respiración cuando desabrocho el pantalón e introduzco la mano en el bóxer, por fin, rodeando su excitación con los dedos. Resopla complacido, echando las caderas hacia adelante.

—¿Me detengo?—inquiero contra su pecho.

Vuelve a mecer las caderas, instándome a continuar. 

Sello de besos su torso, recorriendo pectorales y abdomen fieramente prensados. Bajo el pedazo de tela cubriéndole, los nudos de mi vientre retorciéndose cuando tomo de vuelta la erección turgente en mis dedo.

Desciendo lo suficiente para aplastar un beso sobre la bonita peca.

Circulo la lengua alrededor del glande, tanteando la textura, antes de introducirlo en mi boca hasta cortarme el flujo de aire.

Me tomo un momento así, con su extremo incrustado en las profundidades de mi boca, reteniendo las arcadas, bañándole de mi saliva y tenue calor. Sisea una cosa en alemán, abandona la palanca para enredar los dedos en mi cabello, halando levemente mi cuero cabelludo.

Lo saco cuando respirar se vuelve una necesidad, mi mentón mojado de mis secreciones.

No sabes cuánto te extrañe—susurro en mi idioma con la boca aplastada contra la punta rojiza.

—¿Qué has dicho?

—No te incumbe.

Lo engullo de nueva cuenta, saboreando el vibrar de sus piernas en mi lengua. Soy toda saliva y movimientos pausados, besos y caricias. Hago presión con los dientes cubiertos por los labios, lo siento removerse, lo hundo un poco más y el gemido que medio reprime envía un millar de sensaciones directo a mi intimidad.

—Tócate—exige.

Alzo la cara sin despegarme de él.

—¿Qué?

—Tócate—repite, levantándome la falda hasta la cintura—, como lo haces cuando no estoy yo.

Obligo mi cerebro a despejar el deseo un segundo, para procesar debidamente lo que acaba de pedir.

La atmósfera dentro del auto se torna abrasadora, o puede que sea solo yo, que así me siento por dentro. Continúo los movimientos, probando mi saliva sobre su piel tersa. Eros mueve la tanga a un lado, permitiendo que el aire se inmiscuya entre mis piernas.

Separo los muslos con precaución, la posición no es la más cómoda, un frenazo y caigo al piso como un pilón de mierda.

Arrastro una mano ansiosa a mi sexo, mis pliegues húmedos reciben mis dedos, los acaricio primero, tanteando y jugando con la capa que recubre el clítoris liberando un gemido que su pene intercepta. Introduzco un dedo, lo saco lentamente y comienzo a esparcir la humedad por toda la zona, mis piernas tensas, resintiendo oleada de calor tras oleada, cada una más fuerte y contundente.

Deslizo el dedo por los labios inferiores, como lo hago con la lengua por toda su extensión. La rigidez de su cuerpo aumenta, sus músculos se han convertido en piedra. Ladeo la cabeza pasando la lengua por su costado, mirándole a la cara, podría jurar que las pupilas le han cubierto el iris, del azul no queda nada.

Repito el movimiento de antes, introduciéndolo hasta rasparme la garganta, saco la lengua eliminando las arcadas, salivando en exceso. Adentro el mismo dedo y añado otro hasta que las falanges lo permiten. El  corazón detrás de mis oídos y percibo la vehemencia de los pálpitos en cada rincón de mi piel. Le doy pequeños mordiscos sin fuerza, en tanto el vaivén de mis dedos en mi interior rápidamente construyen una presión titánica en mi vientre, advirtiendo el orgasmo acercarse.

Presiono encima del clítoris y acaricio con celeridad. Mis rodillas ceden y el calor se filtra por cada poro, humedeciendo mi piel.

La estimulación presta y precisa me sube a la cumbre, los pequeños gemidos se ahogan con la invasión de su miembro. Mis rodillas débiles no soportan mi peso, caigo sobre los tobillos con la mano atrapada en medio. Sello los párpados despejando la turbulencia que el orgasmo me causó.

De pronto, el movimiento del auto cesa.

—¿Por qué te detienes?—musito, con la cabeza gacha.

No contesta, apaga el carro y se guarda el pene, pero no se sube la bragueta. Me atrevo a levantar la cabeza y ojear el entorno, sorprendida de avistar el estacionamiento del edificio. Eros sale del auto, lo rodea y antes de que abra mi puerta, tomo el condón que le quité a Irina y me lo guardo dentro del sujetador.

El aire del exterior me toca la entrepierna cuando me quita la tanga y la arroja a los asientos traseros. Sin preocuparse si un vecino o alguien de seguridad pueda vernos, me alza en brazos, cierra la puerta y camina conmigo rodeando su cintura con las piernas al ascensor.

Introduce la llave en el piso correspondiente y dedica su maravillosa atención a brindar pequeños y húmedos besos por todo mi cuello y divagar sus manos curiosas por mi trasero y muslos. Aprieto las piernas, refregándome ansiosa contra la dureza de su pantalón en busca de un poco de alivio, pero nada parece disminuir la efusiva y atroz anticipación.

Sale del elevador cerrando su boca sobre la mía. Sube los escalones tomándose su tiempo, rezo en silencio porque no caiga, pronto se me olvida cuando forja un camino de besos a mi mandíbula, adentrando una mano a mi punto sensible. La intensidad de la caricia me hace hincaler las uñas en los brazos, pensando en cualquier otra cosa menos en los círculos que sus dedos esbozan sobre mi intimidad.

Dentro de su recámara me suelta poco a poco hasta sostener mi peso sobre mis pies. Mi pecho sube y baja acorde a la respiración agitada. Me quito los tacones y hago el ademán de empezar a desnudarme enciende la luz y le levanta una mano.

—Permíteme—el murmuro suena como un pedido.

Dejo caer las manos lánguidas a mis costados, hundiendo los dedos de los pies. Dios, ¿por qué no se apura? Parezco una jodida desesperada y él luce tan plácido y sosegado que me siento ridícula.

Se toma el tiempo de quitarme la camisa, despidiendo dulces besos en la línea de mis hombros, aspirarando como un maniático la piel de mi cuello. La antelación comienza a dolerme cuando baja mi falda y mi desnudez se vuelve carnada para su mirada. La instintiva necesidad de esconderme se evapora cuando desabrocha el sujetador, este cae el piso con el condón encima de la copa.

Arqueo levemente la espalda cuando roza mis pezones con sus nudillos, endurecidos ante el frío de los anillos.

—Podría decirte todo lo que imaginaba las veces que tuve que tomarme unos minutos de soledad para recordarte—atrapa un pezón en medio de sus dedos—. Pero ya te lo he dicho, las palabras no son lo mío, los hechos sí, ¿estás de acuerdo?

La sangre se me acumula en las mejillas cuando arrastra los dedos como olas por mi abdomen, creando sendas ardorosas bajo mi dermis. Un jadeo me asalta al contacto de sus anillos en mi sexo, mi clítoris robando la frialdad del material, logrando que retuerza las caderas hacia atrás.

—Joder, sí—espeto, él sonríe ante la evidente urgencia en mi voz.

No sé cómo demonios puede actuar tan sosegado, le divierte verme angustiada por alcanzar la culminación, si no fuese por la silueta de su erección en el pantalón, dudaría de si verdaderamente me desea tanto como yo a él.

Se desnuda en segundos, su mirada siempre en mi figura como si quisiera asegurarse que soy yo, realmente yo. Se aproxima a mí, una de sus manos entorno a su pene, la otra bajo el elástico de las mallas.

—Muy bonitas—menciona, estirándole.

Busco su mirada.

—¿Me las quito?

Fue como escupirle una grosería.

—Inténtalo.

Su examen visual me pone los nervios de punta, temo que vea algo que no le agrade y acabe fracturando la seguridad que hasta hace un instante tenía. Se detiene detrás de mí, los vellos de mi nuca reaccionan cuando hinca la punta de un solitario dedo en medio de mis omóplatos y lo desplaza hacia abajo, siguiendo la vía de mi columna vertebral. El reflejo de la sensación puntiaguda me hace encorvar la espalda, arqueando los pies y prensando fuertemente la quijada y cada músculo de la espalda.

Desciende hasta perderse entre mis glúteos y más allá, sumergido en mis fluidos, navegando entre mis pliegues hasta desembarcar en mi clítoris hinchado, bordeándole, oprimiendo, complaciendo.

Un resollido de la más tormentosa necesidad se escabulle entre mis dientes apretados y la tensión supera mi altura al sentir el anhelado asalto de dos de sus dedos en mi interior.

—Cuando te metes los dedos, ¿piensas en lo que hicimos o lo que deseas hacer?—murmura, profundizando el asedio hasta el final de sus falanges.

Emito un suspiro, mis pies retorciéndose, ansiosa por tocarlo otra vez.

—Agoté todos los recuerdos, por favor, comencemos a crear nuevos.

Profiere una breve risa áspera y me deja sin el placer de sus dedos. Me toma con ellos de las muñecas y guía a la cama.

—Ponte de rodillas—ordena—, lo vamos a retomar dónde lo dejamos la última vez.

Obedezco en silencio. El colchón se hunde bajo mis rodillas. Su mano libre impulsa mi cabeza contra las sábanas blancas, arqueo la espalda  y el latigazo de vergüenza al encontrarme tan expuesta me hace ahogar una risa entre las cobijas. Le siento agacharse y un momento después, el plácido paso de su lengua por mis pliegues, probándome y asegurándose que este lista para recibirlo.

Presiono el costado de la cara en el colchón, mi respiración filtrándose a través del cabello. Desde mi postura le observo aplastar el pie en el borde de la cama, un calor dentro del vientre me coacciona a separar más las rodillas, consiguiendo estabilidad. Un estremecimiento me recorre entera cuando frota la punta de su miembro en mi entrada, despacio y en círculos que me hacen remover las caderas, apremiándole a que lo haga de una buena vez.

No da más largas, me llena por completo en una estocada que me roba gruñir. No importa lo mojada que este, ni la preparación previa que tenga, la primera siempre me dolerá.

Percibo la dilatación de mi sexo torno a él y los vasos sanguíneos del rostro a punto de estallar. Sí, sí, sí...

—Joder...

Su gemido se enlaza al mío, una cadena de sensaciones ardientes y tormentosamente intensas viajan a tempo vertiginoso bajo mi dermis, concentrándose donde su cuerpo y el mío se vuelven uno. Un atisbo de miedo me asedia con el primer movimiento de caderas, lo siento todo, cada relieve y prominencia, todo encajado completamente en mi interior. Repite el balanceo, un dolor punzante en el vientre me saca un sonido cercano a un lamento, pero las ganas de más me impelen a encorvar la espalda y adaptarme a él.

La delicadeza de las cautas embestidas despierta la memoria de mi cuerpo, y vuelvo a sentirme como esa vez, en mi lugar seguro, en el sitio que me hace olvidar el mundo y los problemas. Somos él, yo y lo que podemos crear, tener y disfrutar.

Le aplasto el culo con la planta de mis pies, impulsándole hacia mí, más, como si fuese físicamente posible. Comienza a moverse más seguro, más firme, más sólido y definido, forjando una cadencia exquisita, cáustica y más allá de lo alucinante. Me meto un puñado de sábana en la boca y le hinco los dientes, levemente aturdida por la fuerza despiadada de las acometidas, la tensión acumulándose en mi sexo y el ruido del estrelle de nuestra piel.

La ligereza de un dolor me cubre los hombros, se extiende a las muñecas y rodillas, todo eso pasa a segundo plano cuando suelta mis brazos y me toma del cabello, incorporándome sin dejar de arremeter fieramente, golpeando en el lugar correcto. Apenas registro la expresión de intensa atención y placer ceñida a su rostro, como si no se contuviese, ciñe con hosquedad los dedos en mi mandíbula y pega nuestras bocas.

Sus labios son pura impetuosidad, furia y algo más que le daba un toque sublime a la deliciosa violencia de su boca.

Estaba cerca, excesivamente cerca. La pericia de sus besos, su ingle chocando contra mi trasero, el aroma a él, a nosotros y sus sonidos guturales, eran el inicio del fin que marcó la pérfida danza de sus huellas sobre mi clítoris.

Unas agudas ganas de orinar me acechan, abro los ojos aterrada, la inesperada presión de mis músculos disipan la extraña sensación, y atrapada en los toques incesantes de las huellas de Eros, el orgasmo me atropella los sentidos, su mano presionando mi garganta ataja mis gimoteos.

Uno, dos y tres certeras estocadas, besa mi cabello y me suelta lentamente, permitiendo que caiga sobre las sábanas entre respiraciones, sudoración y contracciones involuntarias en la entrepierna. Le escucho moverse por la habitación. Cierro las piernas pero las vuelvo abrir al instante al tener los muslos pegajosos.

Me siento sobre el desastre con dificultad, los espasmos en mis piernas no me dan tregua. Dirijo la vista al piso, tratando de detener el mareo post clímax. Eros se detiene frente a mí, abre la gaveta de noche y saca una caja de condones y otra de cigarros.

—¿Te encuentras bien?

Estrecho la mirada, prestando especial atención a la caja negra. El gusanillo de los celos comiéndome los sesos.

—¿Te acostaste con alguien más?—me cuesta pronunciar.

Enciende un cigarro, mirándome como si me hubiese salido una cabeza extra.

—Mentalmente contigo, tantas veces que seguro lo habrás sentido.

Una lástima la desaparición de Jacobo Grinberg, esto sería un excelente estudio sobre la conexión mental a tantos kilómetros, pues estoy segura que sí lo sentí.

—Hablo en serio.

De su boca sale el sonido más bonito que le he escuchado, un puesto debajo de los gemidos que articula: una risa auténtica. Se arrodilla frente a mí, casi igualando la altura de mi cabeza, y mi corazón retumba exaltado.

—No he tenido tiempo, y si lo tuviese, necesitaría las ganas, y si contara con ellas, no haría nada, porque me faltarías tú.

Aprieto la mandíbula y le sostengo la mirada. ¿Tiene que acertar siempre, maldita sea? Disipa mi enojo como si lo bateara fuera de mi cuerpo como un homerun. Tiene la misma puntería al disparara que al hablar.

La mayor parte del tiempo, al menos.

No respondo nada más. Él oculta la mano bajo la cama, me deja pasmada al sacar de ahí un sombrero rosa, el de vaquero con plumas y piedras brillantes que usé en la pijamada de despedida antes de partir a Venezuela por vacaciones. Le miro interrogante, con una carcajada raspándome las cuerdas vocales.

—Móntame, vaquera.

Me carcajeo tocando las plumas. Siguen tan suaves como esa noche, todas en su lugar.

Me lo pone en la cabeza y como si de verdad esperase que lo use, dispone una almohada sobre otra contra el espaldar de la cama y se echa sobre el pilón, a medio sentar, lanzando las cenizas en el pocillo junto a la lámpara. Mi vientre se contrae ante la excitante escena de su pene erguido pasándole el ombligo. No puedo evitar admirar los pequeños cambios en su cuerpo, ha estado ejercitándose más a menudo, asumo, los músculos de su abdomen resaltan más definidos, el grosor perfecto de sus brazos robándose mi atención.

Debo tener un fetiche por sus brazos, porque me ha puesto como una caldera de solo verlos.

Gateo a su posición con la mirada clavada en el falo que destila unas gotas de líquido traslúcido. Se me hace agua la boca, no me inhibo a pasarle la lengua del tallo a la punta con sabor a mí, antes de subirme a su regazo, tomar un condón y cubrirlo con el.

—¿De dónde sacaste esto?—pregunto con la voz grumosa. La sensación que me da tenerlo bajo de mi articulando soniditos placenteros promete sacarme el corazón del pecho.

—Lo conseguí en el armario de Hera.

Su mano traviesa palpa la zona de mi vientre, asciende pasando por mi ombligo hasta detenerse en la senda entre mis senos.

—Pasas mucho tiempo allí, empiezas a preocuparme.

No pierdo de vista ningún gesto de su rostro cuando le guío a mi interior y lleno de él de un sentón. Sus facciones marcadas se contorsionan exquisitamente a causa del placer. Muevo de atrás adelante las caderas solo para verle hundir más el ceño y acentuar el hueso de la mandíbula.

La sensación que me brinda la posición es poderosa y sobrecogedora. Mi pelvis vibra ante mis movimientos sobre la suya, paulatinos, coordinados. Siento un río de mis fluidos escapar para bañarle sobre el condón. Afirmo las manos en sus pectorales y ondeo la cintura con solo un poco más de ímpetu. El balanceo me resulta delicioso, escalofríos se disparan desde mi columna a mi entrepierna, dónde rebotan y se extienden en mi vientre.

La forma apabullante de sus ojos gravitar por mi semblante revolotea el sinfín de sentimientos que tengo grabado en cada partícula que me compone por él, no es solo deseo incrustado en sus ojos, es... no lo sé, no puedo pensar en eso cuando su boca expulsa el humo y mis caderas se remueven con esmero.

Mirándole a los ojos, subo los pies a sus piernas, duras como hierro, subiendo y bajando sobre él. Olvida el cigarro en el cenicero y afianza las manos en torno a mis caderas. Levanta el torso para llegar a mis senos y engullirlo con hambre, circundar un pezón con la lengua, frenético, salteando la atención de un pecho a otro, repitiendo el exquisito proceso.

Un jadeo se desprende de mi boca, el sombrero estorba, Eros me lo quita y lo arroja lejos. Desciende la boca desparramando besos por mi cuello, un gemido crece en mi garganta cuando regresa a mis pechos, los besa, presiona y lame las areolas.

Meine Frau.

《Mi mujer》

Mis dedos tocan los huesos bajo su pecho, hundidos en su piel mientras refuerzo las rodillas en la cama y bailo sobre su pelvis. Una capa de sudor baña mi espalda, mis brazos tiemblan ante la tremenda sensación de su boca comiéndome las tetas y sus manos amasando mi trasero.

La sobrecarga de sentimientos avasallantes me apuñalan. Emociones que junto al sentir de su piel y el dulzor de su aroma, del sexo y el tabaco me golpean y empujan al tercer orgasmo.

Sus brazos me empujan contra su pecho, ahogo un gemido mordisqueándole el hombro y arañando su espalda. No me detengo, alargo la sensación al máximo, ignorando la hipersensibilidad de mi clítoris. Continúo los movimientos hasta escucharle gruñir barbaridades y sentirle tensarse bajo mi toque.

Presiona los tobillos en la cama y se arrastra hacia abajo, su espalda pegada por completo en el colchón. El movimiento repentino roba un jadeo entrecortado por un gemido cuando me levanta unos centímetros por la cintura y me deja caer sobre él, en tanto sube las caderas, chocando contra el interior de mis muslos.

Lo hace una vez más y otra, encarnándose dentro de mí con fuerza y vigor, se desliza dentro de mí sin problemas, tan fácil que me resulta impresionante.

Mi cuerpo pedía descanso, mis piernas acalambradas apenas podían seguir la cadencia de hace minutos, pero eso a él no parece molestarle, sale de mí, gruñendo, se pone de pie tambaleante y me señala el piso.

—Arrodíllate.

Movilizarme a las prisas es siniestro, las articulaciones arden y los huesos me crujen, pero apoyar las rodillas en el suelo, subir el rostro y verle masturbarse tan cerca de mí, borran por segundos las dolencias.

—Abre la boca.

En cuanto lo hago, el primero chorro espeso me cae en la lengua, el segundo en la mejilla y un tercero dentro de la nariz donde me atacan las cosquillas. Me tengo que quitar para rascarme allí y soplar para poder respirar.

Todo el ambiente repleto de hormonas y tensión sexual se esfuma a cada carcajada.

Escupo el que tengo en la boca, riendo por las cosquillas y el pensar que eso ha arruinado un auténtico final de oro. Eros me pasa su camisa, no tardo en quitarme el que me cuelga de la mejilla.

—Me entro en la nariz—le digo al verle arquear una ceja.

Caigo sentada de culo en el piso, escupiendo los restos.

—Un hoyo más conquistado.

Un ardor irrumpe mis mejillas, otras horda de carcajadas me asaltan.

—¡Por Dios, no digas eso!

Sin parar de reír, me pongo de pie con trabajo, recolectando la ropa tirada por el suelo. Las rodillas me tiemblan, hago mi mayor esfuerzo en no parecer tan afectada, pero es tarea de expertos cuando de pies a cabeza sufro espasmos.

Tengo el sostén, la camisa, la chaqueta, la falda... me falta algo.

—Sol.

Rebusco entre las sábanas por la tanga, lo único que consigo es el poso de fluidos que dejé. Le lanzo la cobija encima, quitándolo de mi vista.

—Dime.

Donde estará... ¡en la camioneta! Allí me la quito. ¿Qué hora serán?

—¿Te quedarás esta noche?

El sonido de un celular, el mío en específico, rompe la burbuja que habíamos creado. Sigo el ruido de la llamada hasta dar con el en la alfombra, lo levanto y palidezco al ver el nombre de mi hermano en la pantalla.

Apunto a Eros con el aparato.

—Es Martín, como digas una palabra...

Contesto y pego el celular a la oreja, esperando que hable primero.

—Hace media hora se terminó tu permiso, estoy afuera de la discoteca. Sal.

El aire se me va. Abro los ojos sentándome en la cama con el corazón en la boca. Trato de aplacar la nube de frizz y nudos en mi cabeza, un nudo más grande y doloroso nace en mi garganta al arrastrar cabello y más cabello enrollado en mis dedos.

Mierda, carajo, ¿en qué momento...?

Eros se acerca, trato de ocultar la masacre de hebras pero su mano toma mi muñeca y revisa el embrollo de cerca, la preocupación y conmoción presentes en la claridad de su mirada.

—No, no, espera—digo asustada—. No estoy allí.

Transcurren segundos de atosigante mutismo. Jalo mi brazo, conteniendo el llanto a rayo.

Me estoy pudriendo por dentro.

—¿Dónde se supone que está la niña?

Paso saliva aminorando el escozor.

—La niña—río, tratando de aligerar los nervios—, la niña está en casa de Eros.

Nada que agregar

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro