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"38"

Isis intuía que algo ocurría, esas miradas sospechosas de ceño fruncido y labios torcidos no me pasaban desapercibidas. La mañana siguiente de dejar la casa de Eros, me levanté a desayunar con el aspecto y ánimo de un alma en pena. Le dije que la menstruación me bajó antes de tiempo, por supuesto, siempre es una buena idea mentirle a tu madre ginecóloga sobre esos temas, jamás se daría cuenta.

Fingió creerme y lo pasó por alto, hasta que esa misma tarde luego de visitar el corazón de la ciudad, con los pies hinchados de caminar y el frío perenne arraigado a los huesos, cuando me encontraba en mi habitación teniendo una rabieta en privado porque Eros no se preocupó ni siquiera en llamarme, el primer ramo de rosas blancas y rosadas junto a una bolsa de regalo llegó.

Quise ocultar lo que había pasado, le huí a los cuestionamientos, lo intenté con todas mis fuerzas, esa fachada de altanería se desplomó al leer la primera línea de la nota en medio de las rosas; las emocionas me ganaron y acabe batiéndolo contra el piso, a los pies de Isis, que se quedó con la grosería a medio camino porque me encerré en la habitación, donde leí:

'Me ofreces tu risa,            

Desafinada, afónica o el susurro de una eufonía, el sonido de tu felicidad encabeza los puestos de mis melodías favoritas.'

Pd: que hice no se arregla con flores ni con un simple perdóname, pero por favor, no me arrebates la oportunidad de intentarlo.

Pd2: conseguí este libro con mil chistes malos, de esos que te gustan tanto, para que rías hasta que te duela el estómago.

Miraba el papel con su firma bajo las iniciales como si esperase que me saliera fuego de los ojos y la incinerara. Escondí la bolsa en el clóset y salí como si nada hubiese pasado, con la pretensión de regalar el ramo, pero mamá ya tenía preparada la jarra con agua dónde las metió y ahora son parte de la decoración de la casa.

Esa tarde pensé, analicé y divagué mis sentimientos, ¿podría perdonarle? Por supuesto, ese no era el problema, lo era que ya no confío en lo que salga de su boca o lo que escriban sus dedos, me era difícil imaginar volver a lo que fuimos hace dos días, la incertidumbre de saber si miente o no seguiría ahí, siempre presente.

Ese día Isis me exigió que dejara de comportarme como una malcriada y que le contara qué había pasado. No pude. Lo mentí, le dije que habíamos tenido una discrepancia respecto a Hera, porque él no apoya su relación inexistente y yo sí.

Me creyó. O eso es lo que me hizo creer ella a mí.

El segundo día, antes de salir a pasear por allí, otro ramo, este de rosas lilas y amarillas junto a otra bolsa de regalo, apareció frente a mi puerta.

'Me ofreces tu mirada, y el gusto de tener, tus ojos favoritos.

Odio decirte esto (no tanto) pero no te das cuenta de mi tremendo gusto por tus preciosos ojos curiosos, porque te la pasas embelesada por los míos.'

Pd: ¿En Venezuela existe una comunidad alemana y no me lo dijiste?

Pd2: te mando anteojos con forma de corazón, porque así se te miran cuando soy el centro de tu atención.'

Es un egocéntrico con razón. Escondí las gafas dentro de la bolsa con el libro.

Isis lo tomó como un gesto de cariño tan bonito que llegó a enternecerla. Me reservé las ganas de hacer lo mismo con ese que con el anterior, pude controlarme. Ese forma parte del inmobiliario de la cocina.

Al día siguiente, uno con rosas blancas y azules me recibió en el comedor. Enseguida busqué la nota dentro.

'Puedo mencionar todo lo que tus manos sedosas me ofrecen, pero deseo mantener estas confesiones a raya de lo impuro.

Pd: esta marca de cremas para manos me la recomendó mamá, no sabía cual aroma podría gustarte, así que te envío el paquete con todas las opciones.'

Me costó tanto no aspirar el aroma de las cremas, pero tuvieron el mismo destino que los lentes y el libro.

Al cuarto día me maldije al emocionarme cuando el timbre sonó a la misma hora del despacho de las flores anteriores. Corrí como una tonta a su encuentro, me dije que no era por la nota, que era por saber qué clase de flores eran esta vez. Eran unas rosas lilas y unas pocas blancas.

Toda esa fachada se fue en un cohete a la luna cuando lo primero que hice fue buscar el papel entre los pétalos y no aspirar en el aroma que desprendían ni en la bolsa que traía.

'Me ofreces tus labios, que si te lo propones, conquistas el mundo ofreciendo besos a la gente indicada'

Pd: No lo hagas por favor. No manejo bien los celos.

Pd2: Estoy trabajando en ello.

Pd3: protector de labios, el que más te gusta usar y a mí probar.

Al quito día procuré salir del salón de belleza lo más rápido posible. Isis se antojó de irnos a cortar el cabello, es luna creciente, me dijo y no me pude negar. Volvimos al mismo tiempo que el repartidor y aunque traté de calmar el pulso errático, al tener el ramo de rosas rojas y girasoles arrumado en el pecho, el descontrol me robó la respiración.

'Me ofreces tus caderas, bajo su diabólico andar, me tienen pidiéndole a entes divinos por un retraso, a cada movimiento tuyo, más difícil de alcanzar.'

Pd: no te lo he dicho antes, pero adoro esas faldas que usas en la compañía, se ajustan a tus caderas de manera exquisita, así que te envío un par.'

Papá asumió que Eros no aparecía por casa porque al igual que yo quería disfrutar de su familia, le adjudicó a ese hecho el que la casa estuviese repleta de flores. Verlas no me traía nada ni remotamente agradable, apreciarles es un recordatorio de sus palabras.

Quise romper las notas, me faltó voluntad para hacerlo.

En los días al estar ocupada con mamá, caminando, conociendo o estudiando, no me pesaba tanto su falta. Cuando caía la noche y mi cabeza toca la almohada, era otro canto. Interrogantes que iban desde hasta cuánto le durarían las ganas de volver conmigo, o hasta cuándo me durarían a mí las ganas de no llamarle y decirle que sí, que podíamos volverlo a intentar, me atormentaban.

Un momento sentía esto algo tan absurdo, no le veía razón de estar tan desmotivada y decaída porque un intento de relación no se desarrolló como esperaba. No importa, el mundo no se acaba, me repetía, pero los sentimientos lastimados no se iban y que tratase de pasarles por encima sin darle oportunidad de sanar, me hacía el doble de daño.

Es que no se puede ser fuerte con alguien que se convirtió en tu debilidad, pero tampoco ser condescendiente con quién te demostró que siempre que él obtenga lo que busca, no le importa por encima de quién tenga que pasar.

Al sexto día, a Isis se le ocurrió llevar las flores al cementerio y adornar las tumbas de niños que llevan un siglo enterrados. Terminé consolándola después de leerle la primera dedicatoria de una bebé que abandonó este mundo a los seis meses de edad.

Volvimos a casa a tiempo para recibir el sexto ramo.

'Me ofreces tus piernas, largo camino que conducen a...

Tú lo sabes, yo lo sé.'

Pd: Escuché de Hera que te cortaste el cabello y que eso significa que soy ciclo cerrado.

Pd2: Los ciclos se repiten, ¿nadie te lo dijo?

Pd3: mallas como compensación a las que te rompí. Espero que estas tengan el mismo destino. Conmigo, claramente.'

La semana se cumplió y otro ramo llegó.

'Me ofreces tus brazos, tan versátiles, me pueden acurrucar como un bebé y apretarme con desespero contra tu cuerpo'

Pd: Si te digo que enviaré al mejor sicario tras Nicolás Maduro, ¿me contesta una llamada?

Pd: No lo hagas por mí, hazlo por tu país, con el mío nadie tuvo esa indulgencia.

Pd3: una docena de ropa interior de algodón, porque no pienso devolverte las que me has dado.'

¿Qué le he dado? ¡Las que me ha quitado!

Sí que me hacen falta, de igual manera se unieron a la montaña de regalos oculta en el guardarropa.

Las notas me hacían daño y no porque doliera leerlas, más bien porque me encantaba releerlas una y otra y otra vez durante el día. Llegué a sentirme cómoda con ellas, al punto que actuaba como si nada hubiese pasado, me encontré varias veces esperando que el timbre sonara y él estuviese detrás de la puerta. Así que para evitar que siguiese jugando con mi cabeza, ramo que llegaba, ramo que regalaba a la vecina, al conserje, o a quién quisiera sorprender a su madre o novia.

Con respecto a las notas, las deseché dentro de las bolsas de los regalos, amontonados con el resto.

Esos días los pasé recorriendo la ciudad, mantenía la energía focalizada en mi familia, en conocer lugares que no había pisado. Turistear en Nueva York es un reto, hacerlo en invierno, una tortura, de esas que de cierta manera disfrutas.

Me hacía tanta falta calor de mis papás, tenerlos a mi lado hicieron el frío llevadero.

Hoy, treinta y uno de diciembre, once días después de su cumpleaños, me opuse a trenzar el cabello, pero al atisbar cabello a donde sea que vaya, incluso dentro del refrigerador, comenzaba a creer que había sido una idea pésima.

Giovanni y papá tratan de completar el rompecabezas de cinco mil piezas que Martín se ganó en un intercambio en el trabajo, llevan más de dos horas encorvados sobre la mesa y ni la cuarta parte de la cuarta parte armada. En la casa se oyen dos cosas: las gaitas y la voz de mamá conversando por videollamada con su familia en Colombia. Pasé varias veces frente a la cámara, hace tanto que no charlaba con nadie de allá que se me olvidó que mamá tiene familia propia y no es parte de la de papá.

Si lo pienso bien, eso sería demasiado extraño.

Me miro en el espejo en el recibidor una vez más. Martín se ha burlado de mi vestido, ha dicho que le ha faltado tela solo porque tiene una manga y el otro brazo lo deja al descubierto y aunado a eso, por el color verde pino con brillos, que parezco familia del arbolito de un metro que pusimos hace días.

La realidad es que me veo muy bien, me atreví a maquillar los labios de rojo, pude cubrir las marcas de los granos que me salieron en la barbilla y el delineado ha quedado tan bien que pensar en quitármelo me causa una úlcera. Una lástima por Martín porque vuelvo a confirmar, los buenos gustos no son algo de lo que puede alardear.

Respondo los mensajes del grupo, Hunter ha saturado el chat con fotos suyas frente a un espejo y junto a su madre y abuela, Lulú ha enviado unas con su papá. Me pregunto si algún día pasaremos fin de año juntos, por lo pronto, cada uno aterriza en su nido.

El sonido del timbre apenas se oye sobre la música, volteo a buscar a Martín pensando que él abriría, pero sale de la cocina con un delantal y las manos mojadas.

Abre mija—demanda, apuntando a la puerta con el mentón.

Si es otra vez la señora Claire la haré pasar a la cocina para que trate directamente con él, estoy harta de ser la intermediara de sus indecentes insinuaciones. Ya ha venido en la tarde a traer galletas de jengibre y suero de leche, ¿qué más quiere?

Abro la puerta preparada para fingir un desborde de amabilidad, pero la máscara cede al vislumbrar la figura de Hera ataviada en un vestido crema, un abrigo rosa claro y botas hasta las rodillas del mismo color. Una silueta hace sombra sobre ella, los pálpitos de mi corazón me ensordecen en un suspiro al chocar con Eros, vistiendo pantalón negro y suéter cuello alto negro, cargando dos botellas en los brazos.

El impacto de tenerle en frente sin aviso ni preparación luego de más de una semana sin contemplarle ni tener contacto directo, aglomera cientos de emociones en mi tórax en cuestión de milisegundos, solo para dejarles caer al suelo.

Su mirada me atrae con vehemencia magnética, llenándome de calor las mejillas y de férreos latidos el corazón. Trato de evadir la conexión concentrándome en Hera y su sonrisa de millón de dólares. 

—Pasamos a saludar y traer vino—dice y casi suena a un canto de campanas—. Te ves hermosa, te dije que si te quedaría bien.

Empujo la puerta permitiéndoles el paso, rígida como la misma madera.

—Y tú te decidiste por la última opción—comento, haciéndome a un lado—. Estás preciosa siempre, con lo que sea.

—¿Quién es?—exclama mamá detrás de mí, escucho sus pasos aproximarse, seguido de un jadeo de sorpresa—. Pasen, pasen, ¿qué tal? ¿Cómo les va?—los recibe con una sonrisa, Hera se apura a llegar a su lado—, ¿quieren chocolate caliente? Lo acabo de hacer, Sol le pone esos algodoncitos dulces que sabe bien sabroso.

Los hermanos se miran entre ellos sin saber que decir.

Mamá—le llamo—, no te entienden.

Se tapa la boca con las manos.

Ah, es cierto, búscame el aparatico ese, dale, ve rapidito.

Corro en la punta de los pies a mi habitación donde seguro lo ha dejado, cuando regreso, papá saluda a Eros con un apretón de manos, Martín recibe las botellas, la música ya no ensordece y me siento a kilómetros del contexto, como si todos vivieran en un cuento navideño y yo fuese la representación del Grinch.

Ese sentimiento desolado se evapora con el sonido de las risas, sería una reverenda idiota de inhibirme a disfrutar de todo esto por la sombra de lo que ocurrió.

Me acerco lentamente, apreciando los semblantes iluminados por la alegría que atrae la noche. Creo que todavía me cuesta comprender que no pasaré la velada a solas con Martín, considerando que Maddie se ha ido con sus papás y él repele las convivencias de su trabajo.

El vino fue recibido, las gracias dadas y mamá esperó para hacernos posar junto al pequeño arbolito, diminuto al lado de Eros, gigante respecto a Hera. La rubia se metió en medio, cortando la tensión de no saber posar. Ya me imagino las caras que debí poner.

Hera menciona que se quedaran un rato más para beberse el chocolate, Giovanni la invita al rompecabezas y yo me quedo junto a ellos, estática, percibiendo la presencia de Eros extremadamente cerca de mi espalda.

—¿Podemos hablar—susurra, su aliento chocando con la cumbre de mi cabeza—, a solas?

El corazón me vibra y da un salto, de repente, los nervios como hormigas sin dirección se proliferan bajo mi piel y recorren los brazos hasta asentarse en mi cara. Ladeo el rostro, ojeándole de soslayo después de lanzarle un vistazo a los demás, metidos de cabeza en el desorden de piezas.

Tenemos que hablar sin la euforia del momento, sin los tragos encima, sin los sentimientos jugándonos en contra, eso lo sé, pero no deja de causarme un cosquilleo extraño en el estómago y unas ganas inusitadas de abrazarme a mi misma como lo haría con un bebé sin consuelo.

Asiento y le indico el camino a la puerta. Mamá regresa con cuatro tazas, nos mira caminar a la salida, no nos dice nada.

Afuera, el viento helado se cuela desde la terraza, le agradezco al imbécil que no haya cerrado la puerta, me ha dado la excusa perfecta para justificar los temblores, producto de los insistentes nervios.

Eros siquiera me permite cerrar la puerta cuando me dice sin titubeos:

—Me iré a Múnich el martes.

No me ha dado una bofetada, pero así se ha sentido.

Tardo unos segundos en comprender el trasfondo de la afirmación, pasmada, mi cuerpo entrando en suspenso. Pesadumbre e impotencia disputando en mi interior, halándose mutuamente para hacerse más espacio. Parpadeo a tempo lento, la mano cubriendo el pomo con dureza.

¿Se irá? ¿Así sin más?

No tengo derecho a argumentarle, no somos nada, puede hacer con su vida lo que quiera sin tener que consultármelo, pero, mierda, ¿por qué estas punzadas en el pecho ante la idea de no verle? ¿No era eso lo que quería? No me entiendo, no sé qué es lo que quiero y a falta de respuesta, lo mejor es morderme la lengua y actuar como si no me clavara agujas en el corazón.

—Pero—trago en seco, sin mirarle—, ¿y las clases?

Era eso, romper la rutina sería devastador, me había acostumbrado a él, a los almuerzos juntos, a las tardes de sexo, charlas y café, ¿y ahora no las tendría? Ni siquiera pensé en eso estos días, me la he pasado absorta en mi familia, que ese detalle jamás me atravesó la mente.

—Terminaré el año en una academia en línea.

Sigo sin poder moverme, sin soltar la manilla, era mi punto de apoyo. Estrecho la mirada, aturdida por la excesivamente fulgente luz del pasillo y la sensación demoledora que el eco de su voz en mi cabeza ha originado.

—Ah, que te vaya bien—es lo que en mi estupor puedo articular.

No se puede llamar silencio a la ausencia de respuesta, porque sus palabras se siguen repitiendo en mi mente.

—¿No dirás nada más?

No te vayas...

—Bueno, me ha tomado por sorpresa, no sé...

—Volveré a finales de enero—me corta, cierro de un portazo, soltando el aire entre los dientes.

—¡¿Y por qué lo dices así?! ¡¿Cómo si no volvieras nunca más?!—grito furiosa, enfrentándole.

Y él sonríe, ¡sonríe!

—Quería mirar tu cara—contesta con dejo burlón—. ¿Cómo has estado?

Decepcionada, dolida y encolerizada por tus mentiras, por jugar con mis sentimientos como si no tuviese valor, y altamente urgida de sentir el cosquilleo de tu barba en mis muslos.

Aspiro por aire, mucho aire helado. Necesito otra taza de chocolate para pacificar la molestia de... sentir. Se ha vuelto en un horrendo fastidio ser tan receptiva y sensible.

—Muy bien, la verdad—respondo indiferente.

Ciñe los párpados e indaga en mi expresión con avasallante interés, pasándose los dedos por la barba, pensativo.

—¿Leíste las notas?—sondea, distingo un tenue matiz tímido en su voz—. Porque estoy orgulloso de ellas.

Me encojo de hombros, revisándome las uñas.

—Como dos.

Profiere una risa ligera, que por poco me hace sonreír a mí.

—¿No crees que deberíamos cerrar el año con un beso?

La sugerencia me atrapa como carnada fácil, pues sus labios pasarían como deseo de año nuevo.

Pero, ¿cómo me sentiría después? Que me he fallado a mí misma, por unos segundos de su placentera boca. No estoy en posición de dejarme vencer por mis deseos de piel, cuando mis sentimientos demacrados y ego herido exigen que me dé la vuelta y entre a casa.

Era insano dejarme llevar por esa vocecita que me indica que no hay motivo para negarme, ya se ha disculpado, ¿no? ¿No es suficiente las rosas, esas notas y los regalos?

Pues no, porque me conozco en esto, y puedo aceptar sus disculpas y aparentar que nada ocurrió, pero cada vez que me diga algo, lo que sea, lo pondré en duda y la convivencia se convertiría en un martirio emocional.

—No.

Adelanta un paso, su aroma irrumpiendo en mis fosas nasales, trayéndome recuerdos de esas veces que podía aspirarlo directo de la curva de su cuello.

—¿Te niegas a besar a tu novio el último día del año?

Es mi turno de reír.

—Me niego a besar a mi ex, el mentiroso.

Suspira derrotado.

—¿Estamos medianamente bien, al menos?—cuestiona, sin quitarme los ojos vehementes de encima.

Esa es, en esencia, una excelente pregunta. La respondo, sin divagaciones mentales, con lo primero que escupe mi mente.

—No lo sé, creo que sí. Me dolió, sigue doliendo, no sé cuando pueda recuperar la confianza por ti, sobre ti—bisbiseo, aplicando círculos con la punta del dedo en mi sien—. No sé si sea estúpido, o exagerado, pero así es como me siento y no pienso ignorarlo por mi deseo a ti—pauso la declaración, conectando nuestras miradas—. No quiero que te vayas, pero la distancia es lo mejor en este momento, dudo de mi capacidad en curar una herida si la sigo tocando.

Él relaja la postura, afirmando con rebotes leves de la cabeza

Vomitar todo aquello fue como liberarme de una carga que desconocía, portaba sobre los hombros. A mediados de febrero tengo que presentar la prueba del SAT, estas semanas de intermedio me consumirán el alma, puedo sentirlo desde ahora. Me enfocaré en eso, en reforzar lo aprendido, añadirle una segunda pared de ladrillos.

¿Y sí conoce a alguien allá qué le haga olvidarme? ¿Estará con esas chicas que en la web me maldecían? La tórrida y maliciosa inseguridad expandiéndose como parásitos en mi sistema.

—De los dos, eres la sensata—pronuncia a media voz.

—¿Vas a estar con otras chicas allá?—eso ha sonado más una acusación que pregunta, así me apuro en añadir—. Digo, por tema de higiene, sabes que soy muy cuidadosa con eso.

Una sonrisa pretenciosa se alza en sus labios, desbordando mi pecho de una sublime sensación ardiente. Qué difícil es, Dios, no brincar, enrollarle los brazos en el cuello y comerme su boca a besos que no dejen dudas de la falta que me han hecho.

—Es decir, que me permitirás volver a tocarte.

Tuerzo la boca, ¿no es obvio?

No, Sol, no lo hagas tan obvio.

—No es lo que quise de...

—Preocúpate por la subida de impuestos, no de eso, porque para tu gran placer, estoy seguro que no reacciono a nadie más que a ti—decreta.

Tengo que morder el interior de la mejilla para interceptar la maldita sonrisa de satisfacción, lo cual es irremediablemente estúpido, porque no confío en él.

Seguro miente por la mismas razones, que yo le guarde el mismo respeto, porque de ahí nacen sus malditas mentiras ponzoñosas, de ese complejo corrosivo de posesión sin sentido que siente sobre mí, por una foto que robó mientras estaba recluido en prisión.

Es que si lo cuento sin los buenos momentos, suena a uno de esos casos sin resolver que miro en la tv.

—¿Me vas a extrañar, Sol Herrera?

—¿Tú me vas a extrañar a mí?—replico, enarcando una ceja.

Otro paso más cerca, interrumpiendo la corriente de aire entre los dos.

—Ya lo hago y te tengo frente a mí—susurra, descendiendo el rostro hacia el mío—. Feliz año nuevo, Süß.

Despide un beso en mi mejilla, y luego en la otra, sellando un pacto tácito entre los dos.

No quiero sentir esta abismal esperanza que nace en mi pecho y baja de golpe, entumeciéndome los músculos del vientre, sin embargo, no me haré la poderosa, la que tiene todo bajo control porque no es así. La última vez que dije que no dejaría que Eros jugara conmigo, terminó pasando exactamente eso.

Nos quiero juntos, pero primero, me quiero bien, así que no iré contra mis emociones, ni le dejaré la puerta abierta. Estaré allí, existiendo, si viene bien, si no, entonces no me perdí de nada bueno.

Le lloraría unas horas, como despedida, e invitaría a Mandy a tomarnos unas cuantas cervezas en ese bar de dudosa reputación al que Tom nos llevó, la semana que le conocí.

Aunque algo me dice que no será tan fácil como decirlo. Pero soy una chica de fe, en mi misma.

Ya sabré reponerme.

—Feliz año nuevo, Eros.

🎇Feliz Año Nuevo🎇

*estamos a mediados de octubre*

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