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"35"

          La expresión ilusionada de la mujer cae y se levanta al instante en una mueca de desprecio irascible y trastocado. No se esperaba el rechazo y yo ciertamente, no prevenía una irrupciónde esta manera.

En mi memoria no hay ni un recuerdo que incluya su nombre, lo que me deja dos teorías: o tiene tan poca importancia que pasaron de ella, o tiene tantísima, que se abstienen de nombrarla para evitarse el malestar, porque sé de Guida, no de... Bertha, la mujer de divina figura que me sentencia a muerte con la vehemencia perniciosa de su mirada.

La puerta se abre un poco más, Hera ingresa impetuosa y altanera a la habitación empujándole del brazo. En sus manos carga mi abrigo, en su rostro, el severo del incordio endureciendo sus facciones. 

—Eso me gustaría saberlo también—repone Hera, acercándose a mí con la intención de ayudarme a cubrir mi dignidad.

Más allá de ella, Hunter y Lulú ocupan el pasillo como unos muñecos de videojuego esperando recibir instrucciones. Eros tranca la puerta en la cara de la mujer, busca mi mirada pero Hera lo impide, ayudándome a recoger mi ropa dispersa por el piso. No podía explicar cuando desafortunado y embarazoso es el escenario, Hera extendiéndome mi ropa interior y Eros trasladándose al baño con la suya en la mano, todo, desencadenándose frente a los ojos de su hermana.

Ninguno pronuncia nada, en la habitación no se oye ni el amago de un suspiro, todos tratamos de comprender la visita inesperada, quiero creer.

La ausencia de sonido se rasga con lo que suena una exigencia de Bertha. Abrocho el botón del pantalón en el instante que Eros sale del baño vestido, secándose el rostro. Me observa unos segundos, unos que me saben a cuestionamientos y dudas, él hace el intento de decirme algo y yo de lo mismo, pero que el ruido de otro golpe en la puerta nos interrumpe vilmente.

Sello los labios y procedo a meter los pies en los zapatos, con la ayuda de Hera para trenzarlos el doble de rápido y apretado, cortándome la circulación de la sangre, aunque desde el primer golpe a la madera que me encuentro sumida en un lapsus de analgesia.

—Ya se irá, ya lo verás—me murmura, finalizando el segundo nudo.

No consigo mi voz, la extravié en el intento de beso de la mujer en el cuello de Eros.

Mis zapatos tocan el suelo soportando el peso duplicado de mi figura. La rozadura entre mis muslos y el desastre de fluidos que no pude limpiar hacen de toda la atmósfera tensa una situación engorrosa. Tendría que esperar a llegar a casa para asearme cómodamente, pensar en eso me hace enfurecer de manera desmedida, ¿por qué tengo que esperar yo? ¿Por qué no espera ella? No sé quién es, qué hace aquí, pero esos trozos de coincidencias que dejé de hurgar hace meses recobran el sentido, y no sé qué tanta paz me atraiga confirmarlo.

No se trata de un asunto que me involucre pero que venga acá a guindarse como un mono contento al cuello de quien resulta ser mi recién proclamado novio, me da el derecho indiscutible de averiguar quién demonios es.

Eros permite que su hermana acomode el abrigo sobre mis hombros, otro impacto sacude la puerta, el grito de la mujer queda suspendido cuando él quita el seguro y  la enfrenta, tomando el gesto más burdo e indolente que le he conocido.

—¿Qué se supone que haces aquí?—interroga, su mano tomando el margen de la puerta con el brazo estirado, cortando cualquier intento de salida o entrada de la habitación.

Ella permanece inmóvil, su postura rígida como una vara y puños ferozmente prensados sus costados, vuelven físico el resentimiento e indignación que promulga su mirada.

—No te comunicaste ni un día conmigo después que abandonaste Bremen, ¿y así me recibes?—expresa a la defensiva. Sus ojos caen en mí y el pecho me arde furioso al compartir contacto visual con ella por un segundo intenso. Su cara se transforma en una mueca violenta y soez que no se esfuerza en ocultar—. Hace meses desperté y miré el país entero empapelado con tu cara y la de esta, pensé que era algún tipo de movimiento publicitario—rechista, volviendo la cabeza a Eros—, qué estúpida fui.

—Pues sí—concuerda Hera desdeñosa.

Bertha la traspasa con la mirada, sin embargo, se reserva la respuesta.

—¿Qué haces aquí?—repite Eros incisivo, resaltando cada palabra.

Afinco los dientes en el labio evitando inmiscuirme y exigirle que hable de una buena vez.

—¿Quién es ella?—recrimina, apuntando a mi posición, su tono tan afilado como su uña, punzando materia sensible en mi interior.

Cruzo los brazos protegiéndome del ataque iracundo de sus ojos. Eros sigue la mirada de la mujer, enseguida sus pupilas se dilatan y recubren por un manto de adoración que Bertha advierte, empeorando su situación. Si hace un instante lucía completamente furiosa, ahora un espectro demoniaco toma posesión absoluta de su semblante.

Su tremendo agravio me indica que sus sentimientos por Eros son profundos y no un simple capricho, que algo tuvo que pasar entre ellos, algo más que un par de noches aleatorias.

—Mi novia—decreta, aminorando la ansiedad aprisionándome el corazón.

Bertha toma un paso agresivo en mi dirección, el primer y único pensamiento es desear que mantenga las garras lejos de mi rostro. Le miro impávida, lo opuesto a ella que me promete un designio más cruel que la muerte, conexión que se acaba al Eros posicionarse frente a mí, logrando que se detenga, de nuevo, a tiempo.

—¿Novia? ¡¿Novia?!—vocifera, abriendo tanto la mirada que temo los ojos le cuelguen de las cuencas. Me señala de nueva cuenta, moviendo la mano de arriba abajo —. ¿Desde cuándo los coños blancos dejaron de parecerte aburridos?

Cristo redentor, ella de verdad ha dicho eso y tiene el descaro de elevar los hombros como un jodido pavorreal. La furia fundiéndose en mi sangre me hace querer arrancarle las plumas una por una y luego volver a clavárselas, ¿yo qué culpa tengo de las decisiones de Eros? ¡Ni siquiera sé que se supone que le reclama!

No alcanzo a replicar, Hera toma un puñado del cabello de la mujer y lo estira hacia abajo con las dos manos, separando un mechón bastante gordo. Bertha grita, su viso contraído de dolor. Esperaba ver sangre mancharle el blazer beige, pero ha sido parte de las extensiones. Hera no se rinde y va por una segunda arremetida, me muerdo el interior de la boca prohibiéndome reír, la escena es demasiado cómica: Hera de no más de metro cincuenta y cinco de estatura, casi balanceándose de los largos mechones de Bertha como Tarzán en una liana.

El lapso de tiempo que Eros se toma para calmarse con apretones en el puente de la nariz y probablemente una cuenta regresiva mental, Hunter lo aprovecha para intentar de separarlas, lo consigue con esfuerza, Hera se niega a dejarla ir.

—Suéltame, ¡suéltame!—chilla Hera batallando contra Hunter. La rojez en sus pómulos se desplega por el resto de su semblante airoso—. ¡La voy a matar! ¡Suéltame!

Hera despotrica contra Bertha en alemán, ella le contesta también en su idioma, ambas señalándose, acusándose y sin dudas, arrojándose cuanta palabra despectiva manejen en su vocabulario. Los brazos de Hunter continúan alrededor de la cintura de Hera, él me lanza una mirada desconcertada, copia de la mía, perdido en tiempo y espacio.

Lulú, pasmada por el alboroto, se acerca a Hera, le saca el cabello de entre los dedos y se los devuelve a la invasora.

Eros pasa de todos, de mí, los gritos, Hera, Bertha y camina a las escaleras, dejándonos quietos y enmudecidos. Rápidamente le seguimos, Bertha liderando la carrera, presiento que se doblará un tobillo con el tamaño de esos tacones estilizados e innecesarios en el día más frío del año, pero baja los escalones como si flotara sobre ellos.

Eros se desplaza al ascensor como si no cargase una comitiva detrás, mis latidos desaparecen tres segundos cuando presiona el botón y las puertas plateadas se abren de inmediato, me cruza la cabeza que escapará y nos dejará con ella aquí, me dejará sin decir nada, el temor latente se desvanece cuando clava la vista en Bertha y ella le regresa la mirada con el mentón temblando y las orbes cristalinas.

—Lárgate—demanda entre dientes, comprimiendo la mandíbula.

No se dirige a mí, y aun así, un pinchazo me adolece el corazón. Tanta rabia contenida en su voz acrecienta la duda de quién o qué hizo esta mujer, para que esa sea su reacción.

Bertha sacude la cabeza, una firme y reacia negativa. Hera gruñe una palabrota y Hunter le susurra al oído otras que actúan como calmante.

—Tenemos que hablar.

¡¿Pero sobre qué?! Me muero por conocer el origen del problema y me exaspera a niveles extra dimensionales que no hagan más que apuñalarse con ofensas. Quizá estoy siendo egoísta, pero quedar en medio de una situación cuya raíz ignoro, no es cómodo, en lo absoluto.

—Helsen vive a tres cuadras—replica Eros apuntando al elevador—. Ve con él.

—No me voy a ir—pronuncia afónica, una solitaria lágrima escapando de su mirada—, ¡tú y yo tenemos una relación desde hace años!

El impacto de esas palabras me hace retrae un paso, insegura de haber escuchado correctamente, o tan solo estupefacta. Mis ceden a la presión, mi corazón cae a mis pies. Espero a que Eros le contradiga, pero se muestra tan liviano e incluso divertido por ese hecho, que me alerta más su actitud que lo que Bertha ha dicho en sí.

—¡¿Qué relación?!—brama Hera—. ¡Usabas el anillo de tu prometido mientras cogías con su sobrino, zorra descarada!

Una avalancha de piezas de un mismo rompe cabeza se unen en mi cabeza, consiguiéndole, finalmente, una respuesta a las dudas.

Bertha estuvo en una relación con Helsen y le fue infiel con Eros.

Lo intuía, incluso era mi hipótesis más pesada pero jamás tuve pruebas, todas apuntaban a una única cuestión: la disputa por la compañía. Barajeé la posibilidad de que una chica estuviese involucrada, que a Eros le gustase y Helsen se involucrara con ella, o al revés, no lo percibía como lo que se me presenta, una situación remarcable en sus vidas.

Por supuesto que mi punto es erróneo y para refutarme, tengo frente a mí a una mujer desbordando de llanto e indignación.

Pero, ¿su prometida? ¿Y por años? Esto rompe los principios morales de cualquiera, y no es hasta que observo la sonrisa egoísta de Eros, que entiendo que él no carga con ninguno.

—Bendito Dios—masculla Hunter atolondrado, tocándose la frente.

—¡Qué sabes tú, mocosa de mierda!—grita Bertha.

—¡Qué no debo acostarme con nadie más que mi prometido, asquerosa!

Quiero tener la voluntad de mover mis pies y meterme en ese ascensor, ir a casa y pararme bajo la regadera con agua hirviendo; que se lleve toda inseguridad y me permita ordenar cada una de mis cavilaciones. Pero mis piernas no responden a ninguno de mis mandatos. Estoy atrapada en mi cuerpo, atestiguando en silencio el altercado sin voz ni voto.

Las puertas del ascensor tratan de cerrarse, la mano de Eros lo impide.

—Lárgate. Ahora.

Su rabia es casi tangible, como la vena que le cruza la frente. Bertha no mueve ni un cabello, le observa con el cariz más desamparado que he visto en mucho tiempo.

Y ni así puedo sentir pena por ella, no se lo merece. Ninguno.

—Me prometiste un futuro juntos, ¿y qué obtengo? ¡El trato de una cualquiera! ¡Te di dos años de mi vida, dos y para ti vale...

—¿Te lo dije o te lo imaginaste en uno de tus delirios?—replica Eros mordaz.

Un silencio se asienta en la sala. La frialdad de su voz detiene mis latidos por un instante que se me hace eterno, mi mano viaja al brazalete que adorna mi muñeca, lo percibo con veinte kilos demás.

—Fui la única que estuvo ahí para ti cada semana, cuándo te hundías en el fango, fui la que escuchó tus penas, la que curó cada golpe, cada herida, ¡cuándo ni tu familia veía por ti!—reprime un sollozo, sus ojos vidriosos colmados de la más baja decepción—. Me dijiste que me buscarías, me lo dijiste mirándome a los ojos.

Eros ladea la cabeza, trazando una sonrisa abierta que me sabe a cinismo.

—¿Y me creíste?                         

Y me duele, me rasguña y hace trozos mi integridad sentimental que luzca tan cínico, tan despreocupado. Bertha reprime un gruñido en su mano, retrocediendo un paso tambaleante.

—Eres un—se interrumpe al apretar los dientes—, ¿cómo puedes ser tan cruel conmigo, qué te lo di todo?

Eros rueda los ojos, recostando una mano en la pared y otra en la cadera.

—Porque tú así lo quisiste—repone impasible—, yo no te lo pedí.

—¿Y Helsen qué?—interviene Hera a gritos—. Te puso el mundo a los pies, todo lo que tu maldito culo codicioso quiso te lo dio, ¡y le pagas con esta basura!

—Cállate, no sabes nada, ¡no tienes idea de nada!

La cabeza me palpita. De tenerle recelo a Bertha, una inmensa rabia es la que me embarga.

—Me manipulaste—asevera, tratando de excusarse.

Eros profiere una risita irónica. Niega con la cabeza, apartándose de la pared para acercarse a mí. Entro en tensión, los vellos de mis brazos se erizan y el corazón me bombea dolorosamente. Estoy sobrando en esta discusión; si, me tenía que enterar de esto, pero no así, al estilo granada que estalla en mi cara.

—Dime lo que te hizo acceder, dilo en voz alta, puede que te aclare la mente—reta Eros, ella sacude la cabeza.

—Me hiciste creer que... que...—la disonancia de sollozos no le permiten continuar.

Eros arruga la nariz, mirándole como si intentara leer un libro en un idioma desconocido.

—Me llevas seis años, Bertha, no seas ridícula—discrepa, tomando mi muñeca—. Te confirmé lo que tú ya sabías.

Algo me lleva a soltarme del agarre con disimulo, no obstante, Eros lo nota, me contempla ceñudo, pero no me vuelve a tocar.

—¿Por qué? ¿Por qué usarme? Dame una razón para entender tu actuar.

Y todavía pide razones, cuándo incluso yo que me acabo de enterar lo reconozco.

—Las dos neuronas que te quedan no hicieron sinapsis, por lo visto—increpa Hera—. ¿Cómo es posible que nunca te lo preguntaras, conociendo el historial que llevan? ¡El sentido común lo dejaste abandonado en las sábanas equivocadas!

Bertha gimotea con la cara enterrada en las manos.

Ich weiß nicht...

《No lo sé》

El aroma de Eros me inunda los pulmones, recuerdo de lo que dejamos a medias, recuerdo que no me produce más que una emoción ruin. Todo en conjunto forma una mezcolanza agria, se supone que este día sería bonito, de esos que dejan recuerdos para toda la vida. Y vaya que si los dejará, pero no por las razones que me gustarían.

El nudo en mi garganta tira con fuerza, pestañeo alejando las lágrimas que amenazan con empañarme la vista. Solo quería un día especial, como los que de las películas románticas de bajo presupuesto; nunca quise uno hasta que Eros apareció en mi vida, y cuándo por fin creo tenerlo, se me escabulle de las manos. Se arruina por completo.

—Te lo vuelvo a pedir con la poca paciencia que me queda, te aseguro que no habrá próxima vez—advierte Eros, señalando al ascensor, sus ojos dominados por una agresividad acongojante—. Fuera de mi casa.

La expresión desdichada de Bertha se disipa tan pronto Eros camina y se detiene a mi lado.

Repulsión se asoma en las facciones divinas de Bertha, atisbo un brillo violento en sus ojos marrones al ejercer fuerza al contraer la mandíbula, ocasionando un temblor en las mejillas. Oscila la vista de Eros a mí, los celos ganan terreno en su cara, regalándole un aire de villana de telenovela.

—Me arruinaste la vida, me usaste y saliste como siempre, ganador—su voz sufre un quiebre a media oración. Toma una bocanada de aire, fijando la vista en él—. Pero te diré una cosa; a mí nadie me jode y se va absuelto. Te lo juro.

Tras una última corta y fulminante mirada a Eros, se encamina al elevador.

A un paso de entrar, Hera decida hablar.

—Ni pienses en ir a casa de Helsen, porque te saco a...

—¿A golpecitos, princesita?

Hera sacude la cabeza.

—A balazos, puta.

El insulto me hace ruido, todavía más la sonrisa de Bertha, por supuesto, ni de cerca, un gesto feliz. Es la definición del peligro, me impresiona que mute de expresión tan rápido, hace un instante lloraba profundamente herida, y si no fuese por la indiscutible rojez de su mirada, pensaría que eran lágrimas de escenario, pues de esa mujer desecha no queda rastro.

—Ten cuidado, quién lo hace una, lo repite dos y tres veces—ingresa al ascensor, su vista jamás abandona la mía—. No digas que no te lo advertí, Sonne.

Las puertas del elevador se cierran, Bertha desaparece de mi vista, pero el peso titánico constriñendo mi pecho no se esfuma con ella.

Desvelado el misterio, ¿qué viene después? Me hallo de pie sobre la franja que divide mi disyuntiva: ¿tengo derecho a reclamarle por no habérmelo contado antes, o no? Me estrujo los sesos tratando de seguir la corriente de una, pero el caudal de la otra me arrastra con el mismo ímpetu.

Ni siquiera nos conocíamos, y soy devota creyente de que lo que haya hecho o no antes de mí, en relación a intereses románticos o sexuales, no tendría que ofenderme o incomodarme si no me acarrea ningún inconveniente, desde esa perspectiva no tendría porque cuestionar su silencio, pero desde el punto de vista que sí me ocasiona un daño, no preguntarle no es una alternativa.

Entiendo que la única mujer ajena a su familia con quien tuvo comunicación en su tiempo en prisión fue con ella, y por lo que le ha gritado, fue más que simple contacto sexual, aún con algo tan grande como un compromiso con Helsen en medio, ella se enamoró, ¿no?¿Por qué no cortó su relación? ¿Esperaba la liberación de Eros para oficializar... lo que sea que se desarrolló entre ellos?¿Y por qué aparece justo en este momento? ¿Por qué no lo hizo cuándo recién Eros probaba la libertad?

—¿Dos años? ¿Qué tienes en la cabeza?—Hera pone los brazos en jarra y cierra los ojos un segundo, negando—. Una cosa es una aventura con la meta de causarle daño a Helsen, y otra plantar ilusiones que nunca te interesaste en cultivar.

Eros contrae el semblante.

—¿Comprarle ropa y un par de aretes es darle alas a sus fantasías?—cuestiona incrédulo.

Hunter profiere un sonido escandalizado. Ya ni sé cómo actuar.

—¿Qué excusa de mierda es esa?—replica perdiendo los estribos—. Solo espero que Helsen no se entere que apareció por aquí, llega en el momento que empieza a recuperarse.

—Una verdadera lástima—dice Eros por lo bajo—. ¿Cuándo llegan?

Habla de sus padres porque Hera recupera energía.

—En la madrugada.

—¿Cuándo sale tu vuelo?—le pregunta a Lulú.

—A las once de la noche—responde ella.

Eros asiente, como si hace unos segundos una mujer no le estuviese reclamando el quiebre de su corazón.

—A las nueve salimos al aeropuerto.

Lulú sonríe, pasará festividades en California con su papá.

—¿Cómo el Krampus no te llevó, niño malo?—Hera pega un golpe en el brazo de su hermano a modo de juego. Señala a las cajas de tamaño gigante, que apenas reparo en ellas, cerca de la chimenea—. Necesito que ayudes a Hunter a armar el árbol allí, junto a la ventana, al final me decidí a colocarlo—desliza la vista a mí, estirando todavía más las esquinas de sus labios—, ¿me acompañas a decorarlo?

Cuatro pares de ojos se enfocan en mí. Se ve tan entusiasmada por eso... pero por hoy seré egoísta. Lo que mi cuerpo y mente piden, es beber una taza de chocolate hecho por mamá y escabullirme debajo de las mantas térmicas.

Necesito respirar y limpiar mi mente del polvo que el encuentro imprevisto me ha dejado.

—Mi permiso está por terminar—mascullo con voz queda, viendo a la pared.

Abre los labios para replicar pero los cierra de inmediato, no estoy para que me lleve la contraria, él lo sabe muy bien porque asiente contrariado, palpándose los bolsillos.



La nieve amontonada en la vía, la ausencia del sol, la carencia de diálogo y el silencio hacinado entre los dos, perpetúan la nostalgia de haber perdido un día que comenzó prometiendo alegría y acabó siendo lo contrario.

Bertha esperó en las sombras más de cuatro meses, ¡cuatro meses! ¿Y no pudo extenderlo una semana más? Trato de calzarme sus zapatos y está bien, que lástima, se enamoró y esperaba una comunicación que jamás obtuvo, pero si me pasara algo remotamente parecido, tomaría esa falta de contacto como una señal y con más razón lo haría si viese a esa persona con otra.

La verdad no puedo comprenderla del todo, no sé de qué manera reaccionaría porque no sé lo que se siente ser ignorado por la persona que amas y deseo jamás saberlo en piel propia, prefiero tomar consejos a costa de los fracasos ajenos.

Jugueteo con el pequeño zafiro del brazalete, desde que partimos de su casa me lo quité con el más sutil de los disimulos, para eludir los molestos radares que Isis tiene instalados detrás de los ojos. Las recriminaciones de hace minutos pululan como moscas alrededor, esperé y esperé más, pero labios continúan tan sellados como la biblioteca del Vaticano.

Guardaba la esperanza de obtener una explicación, dentro de mí acogía la esperanza de escuchar su parte de la historia sin verme orillada a arrancársela con preguntas que a los dos nos resultarían engorrosas; más es este vasto y denso mutismo lo que recibo.

Un suspiro desalentador me abandona, la tensión mortificante se cuela en mi sentir y se vuelve insufrible, ocasionando que las palabras atoradas en mis cuerdas vocales se rebelan y escapen de mis labios.

—Eso era lo que no me quisiste decir, es por eso que no quieres que siquiera le dirija la palabra a Helsen—me giro, enfrentando su perfil—. Porque te acostabas con su prometida y temes que te pase lo mismo.

Se remueve ansioso, transpirando exasperación.

—No era yo quién le debía respeto, ella era su prometida.

—Y tu su sobrino—concreto aprensiva.

Comprime los dientes, exhalando profundo.

—Helsen no es...

—Es tu tío, te guste o no. Que quieras que las cosas sean distintas no les exime su naturaleza—asevero, frunce el ceño receloso pero no me responde—. ¿Cómo puedes convivir con una mujer por dos años, usarla contra tu familia y luego desecharla como si fuese nada?

Deja salir una risa sarcástica que me enciende las venas en fuego.

—Porque eso es lo que significa para mi, nada—concreta intentando tocar mi muslo—. A Bertha le dejé en claro las cosas desde el inicio, no pretendía nada más fuera de esas cuatro paredes, no me culpes por algo que se escapa de mis manos, jamás quise que desarrollara sentimientos.

Le contemplo impasible, mis labios apretados, examinando a profundidad la limitada vista de su expresión.

Aunque mi propósito es expeler el suplicio de imaginar que pude toparme con una farsa, que esto sea una nada más que una estructura de naipes cuando lo creí—y siento—de sólido concreto, prolifera una dolencia ardiente en mi pecho, a travesándome las venas como bacterias.

No supe que decir por un buen rato, la obstinada incertidumbre batiéndose en duelo contra el recuerdo idílico de hace una hora. Quiero dejar de sobre analizar, quiero abandonar mi mente por un día completo, retroceder y recuperar el hilo dónde el filo del desasosiego ha cortado, pero no puedo simplemente ignorar la bomba de emociones empotrándose en el pecho.

No sé controlar mis sentimientos, no puedo, nadie tiene tanto poder para hacerlo. Son insurgentes e indomables, parte esencial de la que no conocemos ni tenemos dominio. Bertha me ha dado cátedra de eso.

—Una vez te pregunté si habías tenido una relación y me respondiste que no, pero te acompañó dos años, visitas continuas dónde pasaba más que simple sexo—empuño las manos, el zafiro incrustándose en mi palma—, ¿eso para ti no cuenta como una?

—No, no se puede sostener una relación cuando el interés es unilateral y la otra persona ya tiene un anillo en el dedo, Sol—su tono salpicado de amargura—. Mi primera relación comenzó hace una hora, contigo, no se te olvidó, ¿o sí?

El problema es que se te olvide a ti.

—¿Tú crees que hablo desde los celos?—apostillo, plasmando en mi voz ese sinnúmero de sentimientos desagradables que me aquejan—.  Lo hago desde el impacto de saber que no te pesa ni medio gramo en la conciencia lo que has hecho.

Mi pulso incrementa y maldigo en mi mente cuando el nudo en mi garganta regresa. Una arruga nace en su nariz, indicativo de que su paciencia se agotó.

—¿Qué demonios necesitas escuchar para olvidar el asunto? ¿Qué me arrepiento?—gruñe entre dientes. Atisbo sus nudillos blanquearse, toda su rabia la sufre el volante.

—No, porque se nota a kilómetros que no es así—los latidos manifestándose en mi garganta—. Si gozas a costa del sufrimiento de tu familia, que quedará para el resto de la población, que me depara a mí.

Lo dije, lo solté, me quité el peso del mundo del pecho, pero se me regresa el de la galaxia entera al oír su respuesta.

—Bertha me garantizó la caída de Helsen, ¿tú qué podrías ofrecerme?

Y se siente como una daga enterrándose en mi corazón.

Dejo de verle con claridad, lágrimas me atestan y enseguida se desbordan como un río de agresivo caudal, humedeciéndome las mejillas en un respiro arrancado a las fuerzas de mis pulmones. Y él no me ve; o no es consciente de lo que ha dicho, o no le interesa en lo más mínimo el daño que esas palabras me han causado.

Y no puedo decidir ahora mismo cuál opción duele más.

Mi pecho arde y la garganta adolece a cada pulsación, pero nada es capaz de opacar la desolación arraigada en el núcleo de mi cuerpo como cordeles de púas y agujas clavándose cada segundo que transcurre y él sigue ajeno a mí.

Intento encontrar un balance. Tal vez no lo quiso decir, quizá no lo filtró, es probable que lo haya pronunciado con la intención de callarme, lo justifico como un detonante suyo al encontrarse de nuevo con ella, culpo al trastorno por poner frases en su boca que jamás me imaginé que diría enviaría como dardos venenosos a mí.

Pero no menguo el aleteo rabioso ni la molestia entrelazada al desconsuelo.

Lo dijo, lo soltó, y seguro se quitó el peso de su mundo del pecho.

La luz del semáforo cambia a rojo, el auto se detiene y al parecer cae en cuenta de la mierda que ha soltado, pues voltea a verme alterado con el rostro embaucado por la pesadumbre y al atisbo del arrepentimiento ceñido a sus orbes.

—Sol...

—Nada—le interrumpo, mi voz es un graznido—. No tengo ni un busto como el suyo, ni un cuerpo curvilíneo, ni su piel—cojo las tiras de mi mochila, tragándome el llanto que amenaza con empeorar—, no hay nada que mi coño blanco y de clase media pueda ofrecerte.

Abro la puerta y planto los pies en el piso, Eros intenta llegar a mí, rápido arrojo el brazalete a su regazo, eso le distrae lo suficiente para poder cerrar de un portazo y trotar lejos de la camioneta.

El semáforo cambia a verde el segundo que piso la acera, desbordando en llanto y muerta de frío porque el gorro y los guantes los dejé en el auto, a un lado de mi corazón.

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