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"30"



    —Yo me sé una canción, se llama 'Himno de Victoria', tiene una parte rápida que se sentía como rap, ¿quieres escucharla?—pregunto a Lorena, ella asiente por compromiso, aún así me aclaro la garganta para empezar a entonar—. Iba así: cada vez que el mar rojo tú tengas que pasar, llama siempre a ese hombre que te va a ayudar, en la hora más difícil es cuándo él te ve...

—No hace falta que la cantes, la buscaré después—me interrumpe malhumorada.

—Me has dicho que la quieres oír...

Ella me mira como si me hubiese escapado de un sanatorio mental.

—Sí, pero tu voz es horrible—masculla, entonces deja de leer y se centra en mi rostro—. Es irrespetuoso que creas que por servir a Dios no escucho nada más que música religiosa, ¿sabes? Estoy harta de ese estereotipo, veo series también, y tengo crushes en famosos, como tú, como cualquiera.

Abro la boca, pero nada sale.

—Así que deja de tratarme como si perteneciera a una secta—continúa hablando—, me gusta Lana Del Rey, One Direction, Grey's Anatomy y Mean Girls como a ti.

Me toco el cuello, el peso de las miradas comienza a afectarme físicamente, ya es extraño verme sentada con Lorena, lo es más aún que intercambiemos palabras, pero el silencio sepulcral entre las dos comenzaba a estrecharme el pecho y acelerarme el corazón de forma enfermiza.

Necesito hablar para despejar la mente.

Ha pasado un día y medio desde el viaje a Albany y Hera no ha querido saber nada de mí. No se molestó en recibir ninguna llamada, de ningún celular, Hunter, Lulú y Eros trataron de hacerle entender la situación, de intervenir en su berrinche sinsentido, pero al parecer, perdió la audición, pues no escuchó a nadie.

Anoche luego de tratar de resolver las cosas enviándole correos electrónicos, me sentí culpable por callar, incluso creí que acompañar a Mandy fue un error, la errónea reflexión duró una exhalación.

Debí mencionarle sobre el viaje, no la razón, debí darle la misma mentira que a Martín, el problema es que anticipaba su reacción y temía por eso, ¿pero por qué tenía que ser así? ¿Qué poder tiene sobre mí? Podía estar en desacuerdo, pero no prohibirme nada. Mi error fue ocultar información por su propia actitud de mierda, pero adoro a Hera, no sabía la importancia tan pesada que tiene en mi vida, hasta que me vi extrañando sus mensajes en el chat grupal, sus comentarios sobre esa serie que vemos a la par, atiborrarnos de comida chatarra en su casa los domingos mientras vemos una película...

Es que, ¿por qué tengo qué ser tan cobarde y ella tan... ella?

Lorena enarca las cejas, esperando una respuesta a su monólogo.

—A ver, si eso es cierto, ¿cuál es tu álbum favorito de Lana?—cuestiono, cruzándome de brazos.

Honeymoon.

—Se nota.

—Tú apestas a Ultraviolence—replica, abro la boca ofendida a pesar de que atinó.

—Es Born To Die—miento.

Claaaro—arrastra las palabras, mirándome escéptica.

—¿Irás al viajecito ese? Sale el miércoles—pregunto antes de que suelte la conversación—. De ahí en adelante vacaciones decembrinas, Lorena, ¿no te emociona?

—Me emociona saber que no los veré hasta enero—replica desdeñosa, cerrando el libro.

El timbre anuncia la culminación de las clases, ella se encoge de hombros dando por terminada la conversación. Enseguida el alboroto de libros y cierres opacan el susurro de las voces. Tomo una larga bocanada de aire y comienzo a recoger mis cosas. En unos minutos tengo reunión con el consejero escolar para charlar sobre la universidad, y mis ánimos de hacerlo van en declive.

Quiero ir a casa, dormir, y seguir durmiendo... quiero lo más parecido a un descanso eterno, pero con vida.

Salgo del aula apretujada entre la rehala de gente liderada por McCleym, me quedo a un costado de la puerta como guardia de seguridad esperando la figura de la rubia, mi idea es atajarla y pedirle una conversación decente. El primero del grupo en salir es Eros, pasó la clase sentado junto a Lulú, no quise tener contacto con ninguno hasta acabar el tema del todo, en palabras coloquiales, matar la culebra por la cabeza. 

Me mira detallándome a fondo, avistando mis usuales ojeras, la trenza desprolija bordeando mi rostro y la visible herida en mi boca de estar arrancándome la piel muerta. Se me ha olvidado sacar el humectante de la mochila de viaje, tengo que ir por allí con los labios resecos.

—Dale un par de días, se le pasará—se rasca la cabeza visiblemente incómodo, y como no, ha quedado atrapado en medio de las dos.

Cambio el peso de pie, ladeando la cabeza.

—No conoces a tu hermana, ¿verdad?—interpelo, riendo sin gracia.

Su sonrisa desprende calidez, transmitiéndome el apoyo que necesitaba para liberar de a poco la tirantez fastidiosa de mis hombros.

—La conozco mejor que a ella misma, sé porque te lo digo.

El consuelo que me dio esa frase, la misma Hera me lo arrebata. Sale del aula con la frente en alto y un libro fuertemente presionado contra el pecho. Va tan pulcra como siempre, maquillaje perfecto, cada hebra de cabello dorado oscuro en su sitio, ataviada en uno de sus conjuntos de diseñador de falda y blazer a cuadros lila y crema y medias a las rodillas dentro de sus zapatos de charol y poco tacón, como si el invierno no le afectara.

Y por supuesto, esa expresión de desabor a la vida adherida a las delgadas facciones.

Lulú y Hunter son los últimos en salir, se acercan a nosotros portando los semblantes más neutros que les he visto en un bien tiempo.

—¿Nos vamos?—la pregunta suena a un mandato hacia su hermano.

Calculo que a menos de cinco metros sigue presenta un grupo de siete compañeros, hablan entre ellos a media voz, solo una de las chicas tira un vistazo a nuestra posición con un destello curioso en la mirada. Me gustan los chismes, no ser parte de ellos, y si eso me hace la hipócrita más grande del mundo, sin dudas acepto el título.

—Para con esta actitud de malcriada, comienzas a fastidiarme—replica, copiando la tonada de su hermana, encendiéndole la mirada de un sentimiento peligroso. 

Doy un paso al frente, su mirada me sigue como un imán.

—¿Podemos hablar un segundo?

Ella nunca cambia el semblante.

—¿Me dirás qué hacías con ella allá?

Mi cuerpo retumba a causa de los martillazos erráticos de mi corazón. Me quedo callada, no por falta de respuesta, si no porque no concibo el meollo de todo esto, es ridículamente absurdo, una nimiedad se transformó en una bestia problemática descontrolada. La ausencia de réplica cae en medio de nosotras, como un puto asteroide, creando una brecha reflejada en punzadas en mi pecho.

Hera aprieta los párpados e inhala lento, calmándose.

—Cuando descifres a quién le debes tu lealtad y en caso de que seamos nosotros, porque contigo ya no lo sé, podremos conversar—abre los ojos, clavando esa mirada decepcionada en mi expresión vacía—. De lo contrario, mantén la distancia.

Sus palabras son cuchillas, de las más filosas. Siento una bola de fuego en mi garganta que no me permite respirar, Eros toma mi brazo, apartándome de su hermana. Hera nos mira recelosa, una arruga apareciendo en su nariz respingona.

—Hera, estás siendo injusta—recrimina Hunter—. Muy injusta, considerando situaciones de tu parte, y tú sabes de lo que hablo.

El incendio escarlata en sus mofletes irradia resentimiento, las manos empuñadas, exacerbada frustración. Es posible que sea por abstenerse de arrojarme el libro que sostiene con fervor o gritarme un conjuro, pero esto ya comienza a calarme los nervios, no puedo sostener un problema más, siento cinco toneladas sobre mis hombros, ya no puedo con un gramo más.

—Puedo tener una vida fuera de ustedes, Hera—digo, con la mente sofocada—. ¡Tú la tienes con...!

Me retracto a tiempo con un pellizco de los dientes en la lengua, joder, estuve a punto de soltar el nombre de Jamie dentro de un contexto poco apropiado frente a Eros, el enojo y cansancio me ha nublado el juicio. La mirada de Hera se cristaliza, rebasada de rabia y decepción; adelanto un paso para pedirle que pare, que lo conversemos después calmadas, con la cabeza ordenada y las emociones apagadas, pero ella se adelanta.

—¡Te has pasado Sol Herrera!—exclama, apuntándome con un dedo tembloroso—. Continúa con tu vida, ¡no me interesa!—da media vuelta, empuñando el suéter de Eros tratando de llevárselo a rastras—, y otra cosa, ¡no metas a mi hermano en tus misterios!

La acusación firme en el grito me descoloca y hace desvariar. No me importa quién nos mire, o lo que dirán luego de esto, mi enfoque se dirige a ese recuerdo de Guida, su falta hacia Hera por sus momentos con Eros y la entiendo, puedo comprender el origen de esta reacción desproporcionada suya, pero su manera tan orgullosa de enfrentarme y tratar de doblegarme,  ha pasado la línea de la víctima a ejecutor.

—¿Por qué lo dices cómo si te lo estuviese robando?—me atrevo a preguntar, aún teniendo la respuesta.

Eros se restriega la cara. Abre los labios para hablar, pero su hermana lo calla con un grito estridente.

—¡Porque es lo qué has estado haciendo!

—Cierra la jodida boca—le gruñe Eros.

Me ha dejado en blanco. Quiero creer que es un movimiento defensivo de mi cerebro, o simplemente hice cortocircuito y me he apagado debido a la sobrecarga de emociones, pero pierdo el interés por conocer el viso de las caras entorno a mí, suelto todo enlace con este problema, si es lo que cree, que lo siga creyendo, esto no es lo que necesito ahora, ni en un buen rato, me ocuparé después, cuando me dé la gana y mi cuerpo se recomponga.

~

—Sin dudas, es usted una alumna excepcional—reconoce el señor Raymond, ojeando repetidas veces el folio de mi record estudiantil. Mis pulsaciones recobran fuerza, una estela de emoción me cruza el pecho. Por fin, una buena noticia el día de hoy—. Sin embargo, ¿servirá eso para ingresar a la Universidad de Nueva York con una beca? No.

Sí, eso ya lo sé, para eso estoy aquí, señor.

Me arranco la piel del labio de un tirón, enseguida succiono percibiendo el sabor da la sangre. ¿Por qué no habla? ¿Por qué se queda callado? Me obligo apretar las manos entre los muslos, escondiendo el temblor. No me queda de otra que aplicar la técnica de calma sugerida por Eros.

Examino cada detalle que puedo de la oficina, desesperada por mantener a raya el ardor en la garganta y la necesidad de morderme las uñas.

Paseo la vista por la estantería, leyendo los títulos en el lomo, los que alcanzo a ver, busco cosas que comiencen por las vocales. La estatua del águila en la cima del estante, el espejo pequeño en la pared, la impresora en la esquina, la maqueta de un ojo junto al águila, la cartelera de información sobre UFO's...

Y el hombre sigue absorto en los papeles.

—¿Qué podría hacer para aumentar las probabilidades?—decido preguntar, sin poder contenerme.

El susodicho se toma un siglo en cerrar la carpeta y colocar las manos encima de ella. Me contempla con fastidiosa compasión, como quién mira a un perrito con una patita fracturada, como si estuviese vacilando porque no sabe de qué manera dármela mala noticia. Esa expresión que acaricia la lástima me llena el cuerpo de pesadumbre.

No quiero que me vea así, no quiero que nadie nunca me mire así, como si no me tuviesen confianza, parece que me ha perdido la esperanza.

—Podrías unirte a un grupo de debate, las actividades extracurriculares tienen mucha relevancia en las solicitudes—sugiere, luego de soltar un suspiro denso.

Asiento, sopesando en qué club podría sobresalir.

El club de las tontas, quizá, pero no tenemos de esos por aquí.

—¿Ser aprendiz de un abogado contaría?—interpelo.

Andrea me lo ha ofrecido, quedamos que al finalizar las horas en la compañía me recibirá por las tardes en su despacho privado. El inconveniente sería que tendría que dejar de trabajar, porque los horarios chocan y ahora que sé lo que es ganar tu propio dinero, no me veo viviendo sin ello.

Afirma con la cabeza, dando un golpecito en la madera.

—Si, por supuesto. Lo añadirías al folio—ratifica—. Redacta una carta con tus aspiraciones, tus metas a largo plazo, el porqué has decidido esa universidad en específico y lo mucho que te complacería como estudiante ser parte del estudiantado. Derrama tus sentimientos en esa hoja, que quién la lea se perciba en tus zapatos, ¿comprendes lo qué digo?

Soy buena redactando, puedo hacerlo.

—Puedo hacer eso, sí.

Raymond regresa esa mirada que me transmite displicencia. Siento un remolino revolver mis emociones, mal momento ahora, que las tengo a flor de piel.

—Señorita Herrera, no quiero desmotivarla, pero—allí el maldito pero. Comprimo la mandíbula, preparándome para lo que dirá—, podría enviar solicitudes a universidades comunitarias en el interior del país, o los collages en esta ciudad, como segunda opción. Siempre es bueno tener un plan B.

Yo sé que sueño no en grande, en gigante. Sé que vivo en un país de alta demanda y también soy demasiado consciente de lo difícil que es ganarse una beca en una universidad de esa categoría, reconozco que ser extranjera me envía por un embudo todavía más estrecho. Pero si Martín lo logró, ¿por qué yo no?

La parte coherente de mi mente me dice que él tiene razón, debo expandir mis opciones, Berkeley Collage, Sarah Lawrence Collage, SUNY son opciones asequibles si me aprueban al menos el cincuenta por ciento de la beca, y lo haré, tomaré esas posibilidades, pero en esto soy ambiciosa, no quiero conformarme con lo que me toca, quiero pisar lo que yo deseo, por mí, por la niña que soñaba en su habitación de seis metros en Caracas, proponiéndose seguir los pasos de su hermano, su figura de admiración.

Vine a esta sesión en busca de la motivación y guía que necesito, y termino con las ilusiones hechas trocitos.

—Señor, mis posibilidades no me permiten salir del área de Nueva York—digo con la voz quebradiza.

Raymond suspira, diría que harto de mi parloteo.

—Comprendo—se pone de pie, ofreciéndome una mano—. Le deseo suerte, y recuerde que la peor diligencia es la que no se hace.

Salgo del lugar en busca de un baño lejano. Agradezco que a esta hora estén vacíos los pasillos, no me siento apta para lidiar con nadie.

Entro al espacio de olores corrosivos y cierro con seguro, me acuclillo con la espalda pegada al frío metal. La pelota de fuego atravesada en la garganta aumenta su grosor, al punto de inhibirme respirar, dejándome con una única forma de deshacerme de el, llorando.

Pienso en Mandy, en lo que pasó. Pienso en Hera y su maldita forma de querer; pienso en Lulú y en lo desecha que se encuentra por quedar en medio de una batalla que no debe luchar. Pienso en Hunter, y en las noches que trepó a mi habitación porque no quería dormir solo, y lloró y lloró por Tom hasta que Morfeo lo reclamó.

Pienso en Eros, en lo mucho que me gustaría que este conmigo, abrazándome, ahuyentando el temor.

Y pienso en mí, porque a pesar de confiar en mis capacidades, no confío en el sistema, y temo volverme una carga para mi hermano. Lloro hasta secarme, sollozo hasta que el cuerpo me ruega por un vaso de agua, hasta que el ardor en la garganta no me permite articular ni un resollido más.

Yo sé que puedo, cuando lo consiga, me voy a reír de esto, será mi turno de burlarme del miedo.

En cuánto recupero mi voz, saco el celular del bolsillo. Un sinfín de mensajes y llamadas perdidas abarrotan las notificaciones, pese a eso, paso de ellas y marco el contacto de la única voz que me mi corazón reclama oír.

Un tono, dos y tres, y Francisco Herrera me recibe la llamada.

—Sol, hija, te acabo de enviar video de un lorito cantando La Macarena, ¿lo viste?

Un sollozo me corta las palabras, tirando por la borda mi intento de mantener la calma. El otro lado de la línea se queda en silencio unos segundos.

—Sol, ¿estás bien?

Muerdo la manga del abrigo apaciguando el contundente tsunami de sentimientos que percibo llegar. Cojo una gran bocanada de aire, colmándome los pulmones hasta que arde, para devolver el celular a mi oreja.

—Sí, todo bien, solo quería escuchar tu voz—hablo con la voz estable y recatada.

La risa de papá me alcanza y se vuelve la sombrilla sobre mi cabeza que me cubre del torrente de lluvia, proveyéndome de una inusitada y cálida alegría cuando una sonrisa me irrumpe el rostro, y con la humedad del llanto abarcándome las mejillas, podría decir que me río de la tristeza, todavía no del temor, pero no soy de adelantarme a los hechos, aún cuando intuyo la certeza de ellos.

Catorce de diciembre, fecha idónea a percepción de Nelson para traer la navidad al local. Se le ha olvidado igual que en octubre, pero prefiere cortarse el meñique que aceptarlo.

Entre los cuatro logramos armar el diminuto arbolito lleno de arreglos no muy bonitos, Nelson ha traído lo que le ha sobrado a su abuela, por lo visto, la señora lleva un siglo sin actualizar su extenso arsenal.

No he sabido nada de Hera desde esta mañana y por mucho que trate de sacarme el problema de la cabeza, es imposible, lo tengo incrustado como una astilla en el ojo. Me he aguantado la urgencia de escribirle y preguntarle si se encuentra mejor, si le ha disminuido las terribles ansias de disputa y puede entablar una conversación sin señalamientos ni griteríos.

Pero recuerdo lo que me ha gritado a mitad de pasillo, recriminándome sobre su hermano, y las ganas de ceder se desvanecen como un fumarada de tabaco.

No comprendo, he pasado el día rememorando situaciones dónde Hera pudo sentirse apartada o dejada de lado o algún vestigio de disconformidad que pasé por alto, pero nada toma sentido, nada resalta en los últimos meses, ella ha pasado los almuerzos con Lulú, a veces, si no tiene practica en el instituto, con Hunter.

Quizá le ha disgustado que pase mis tardes con su hermano, ¿pero por qué no me lo dijo? ¿No es lo que acordamos? ¿Qué querrá después de esto? ¿Qué deje de salir con Eros? Es lo más probable, puedo afirmarlo después del espectáculo lamentable de esta mañana.

¿Tendría qué cortar relación con Eros? ¿Esa es la conclusión? No, me jode pensarlo, es frustrante sopesar esa idea cuando le quiero en mis mañanas, algunas tardes y el resto de las noches, así sea para hablar sobre la nada, lo capacidad del espacio y la inexistencia del tiempo.

No podía simplemente exigirme que me aparte cuando me siento adherida a una piel que no es mía, pero que comienza a sentirse como un rincón libre de penas.

La realidad es que puedo, claro que puedo, pero no quiero, y según dicen, el querer es más fuerte que el poder.

~

Frente a mi nariz aparece un ramo pequeño de margaritas, detrás de ellas se asoman las puntas del cabello verde de Randall.

¿En qué momento las compró? Cuando llegamos no las vi por ningún sitio.

—Para que mejores esa cara de Zombie—se mofa, entregándome las florecitas.

Olisqueo por encima, saturándome los pulmones del aroma primaveral. En un invierno tan severo como el neoyorquino, cualquier mínima cosa que me recuerde al calor es bien recibida.

—Gracias—musito, asomando una sonrisa afable—. Están preciosas.

Reclina la espalda en la vitrina y se dedica, como yo, a observar a Nelson tirar las última línea de guirnaldas a la cabeza de Shirley, siento la apremiante necesidad de gritarles 'niños, cálmense', pero no quiero arruinarles el momento feliz. 

Dejo las flores al costado de la caja registradora y descanso el mentón en mi puño, soltando un suspiro afligido.

—¿Qué pasa por esa cabezota tuya?

Viro hacia él, descansando una mano en la cintura.

—Mi mejor amiga no me quiere cerca de ella, cree que le estoy robando a su hermano, quizá no entre a la universidad, Nicolás Maduro continúa en la presidencia y—inhalo y cierro los ojos un milisegundo—, esta noche me toca preparar la cena, Randall, ¡no quiero hacer de cenar hoy!

Shirley golpea a Nelson devuelta pero con más fuerza, las pelotas caen y ruedan al piso, él profiere un quejido que a ella le hace soltar una carcajada jubilosa. Como quisiera que fuese una guirnalda lo que me golpeara y no la incertidumbre de un futuro incierto.

—¿No eres la que repite como loro qué todo tiene solución menos la muerte?—expresa, ceñudo.

Inclino la cabeza a un lado, fijando una mirada solemne en su rostro de gesto obnubilado.

—Sí, pero merezco tener mis momentos oscuros, ¿no crees?

Retuerce los labios y rebota la cabeza despacio de acuerdo conmigo. Nelson pide ayuda y Randall se acerca, en el momento que salgo detrás de la vitrina, mi celular suena. Lo saco del abrigo y al revisar la bandeja de entrada, detengo los pasos.

'Lulú sufrió un ataque de pánico, algo que ver con Henry, la abuela está con ella'- Hunter.

Una sensación acongojada me subleva por completo, la presión se reduce a cero, como si entrase en un estado de reposo y solo percibiera mis latidos. Todo alrededor desaparece, y solo la sensación vehemente de mortificación y terror me ata los pies al piso y pone el alma en un vilo. Soy incapaz de apartar los ojos de la pantalla, enseguida, otro texto entra al chat.

'Eros, ven por mí a casa'- Hera.

Si no estuviese conmocionada y preocupada hasta los huesos por Lulú, le contestaría con un 'te lo devuelvo, ni estuvo bueno el trato' solo por escupir el veneno disperso en mis papilas. Ingresa un nuevo mensaje de Hunter que dice: 'Sol, tu hombre irá por ti' arrugo el ceño, a ese le sigue otro más 'O sea, yo'.

En medio del caos, Hunter me arrebata una sonrisa.

Recojo las flores, morral y abrigo. Me apresuro a salir detrás de la vitrina, tres pares de ojos voltean a verme con interés, pese a eso, me enfoco en la mirada del jefe, formando un visaje desesperado.

—Nelson, tengo un problema.

~

—Recapitulemos—habla Hunter, tomando asiento junto a Jazmín. Ella le regala un apretujón a la rodilla del chico—. Henry estuvo rondando la casa de los Penderghast, Lulú claramente no quiso hablarle, él se torno agresivo, los vecinos intervinieron, Lulú se puso mal y la trajeron hasta acá.

Jazmín le mira apretando los labios, paciencia entremezclada con perplejidad. Después de rogarle a Nelson que me dejara irme antes de tiempo—después de faltar un día entero—, Hunter pasó por mí, con los rizos pegados en la frente con el sudor que le dejó la práctica de la que tuvo que salir apresurado. Estuvimos a nada de estrellarnos contra un semáforo, por suerte lo esquivó a tiempo y llegamos a casa de su abuela a salvo.

Hera y su hermano ya estaban aquí, Jazmín balbuceaba de los nervios, explicándoles a los hermanos lo qué había pasado. Hera se movió al extremo del sitio dónde decidí quedarme de pie y Eros, ignorando la mirada intimidante de Hera, engarzó los dedos en mi barbilla y me estampó un beso en los labios.

En este momento no necesito los besos pasionales de Eros. Necesito los abrazos compasivos de mi amiga.

—Sí, eso es lo que he dicho—reitera Jazmín.

—Necesita interponer una orden de alejamiento—interviene Eros, cruzado de brazos a metros detrás de mí.

Hunter saca la caja de cigarro, le extiende uno a Eros y se acomoda otro en la boca. Ambos encienden su respectivo tabaco a la vez, tomando una calada larga que parece recargarles energía.

Contraigo el cariz, sintiendo los primeros retazos de humo llegar a mí.

—Lulú tiene la pésima costumbre de rebajarle importancia a sus asuntos, ¿crees que aceptará?—menciona Hunter, expulsando humo al compás de sus palabras.

Eso es exactamente lo que cruzaba por mi mente, si este inconveniente no hubiese abarcado casas vecinas, Lulú jamás lo nombraría. Esta actitud no es de ahora, viene de años atrás, consecuencia del abandono y ausencia de protección de su propia madre, Lulú se ha aferrado a esta maldita idea de que sus problemas son una molestia para los demás, incluso para nosotros, aunque tratemos de darle confianza, ella actúa como si no importara y se cierra en ella misma.

Jazmín aletea una mano delante de la cara, dispersando la nube de humo gris. Hunter se apresura a darle un beso en la frente, ponerse de pie y pararse junto a Eros.

—No le daremos opciones—proclamo Eros con voz rotunda.

Suelto el aire tratando de liberar los nudos de tensión, pero los malditos se prensan más, si me toco los hombros, seguro sentiría los bultos bajo la piel.

—¿Cómo consiguió esta dirección?—cuestiono entre dientes—. ¿Cómo supo dónde trabaja?

Jazmín  niega con la cabeza lentamente.

—No supo decirme, la pobre estaba muy alterada, no tenía color en la cara—contesta con pesadumbre—. Esperemos que nos diga cuando despierte.

—Esta situación me da escalofríos—musita Hera, mordiéndose el labio—. Henry no se quedará tranquilo, tiene que haber una manera de encerrarlo.

Pasar saliva con la tensión en el contexto se siente como tragar alfileres.

—Puede denunciarlo, el problema es que sin pruebas del abuso ni del acoso, ningún fiscal querrá proceder—comunico, ella bufa refregándose los brazos.

—Pero algo se podrá hacer con lo de hoy, los vecinos podrían testificar, ¿no?

Ojalá fuese así de sencillo. Estas leyes de porquería parecen creadas para dificultar el proceso a las víctimas.

—Habrá que preguntarle a Lulú si ha recibido mensajes, correos o algún tipo de amenaza—comenta Jazmín, optimista—. Aunque ya lo hubiese dicho, ¿no creen?

Hunter suspira indeciso, soltando otra calada de humo.

—Lulú tiende a guardarse muchas cosas, hay que acorrarla para sacarle información—acota—. No me gusta tener que hacerlo, pero esto se está saliendo de control.

—Me recuerda a alguien que no habla—asevera Hera, clavando sus perlas azules en mi, arrojándome dardos invisibles—. ¿Qué haces aquí, de todos modos?

La prepotencia que desborda su postura me enciende las venas. ¿Tiene qué comportarse así ahora? Esto no es sobre nosotras, es sobre Lulú, que duerme en su habitación con las venas llenas de calmantes, ajena a esta reunión.

—Hera, no es momento—reprende Hunter.

—Debería estar con esa zorra.

La miré un largo lapso de tiempo, sus palabras resonando en el fondo de mi mente.

Es suficiente.

—Mandy necesitaba compañía para someterse a la interrupción de un embarazo ni planeado ni mucho menos deseado—revelo con inflexión mordaz, devolviéndole la mirada—. No quería que pasara en Brooklyn, no quería que nadie se enterase, no tenía a nadie más a quién recurrir por ayuda, y ahora por tu jodida insistencia, porque no puedo tener un momento de paz si sigo en esta contiendo contigo, te lo tengo que decir porque tu jamás bajarías la cabeza como yo sí lo hago por ti—inhalo el aire desprendido en el monólogo, recobrando la postura—. Confío en que esto no saldrá de aquí, no es nuestro problema por contar, espero que tú más que nadie lo comprenda, Hera.

Me miró impasiva, mi revelación le otorgó un ligero cambio a su rostro, ya no se apretaba en esa mueca rabiosa, reposaba neutral.

—Debiste decírmelo.

—No, no debí porque no es tu puto problema—replico, mandando la paciencia por un caño.

Ella a punta a su hermano furiosa.

—¡Le dijiste a Eros!

—Porque estaba allí cuándo la chica llegó echa un mar de lágrimas a casa. Necesitábamos movilidad, y era la solución más rápida—me levanto tambaleante—. Y si vamos a decirnos las cosas, fuiste tú quién tuvo que decirme desde el primer momento que no te sentías cómoda con el tiempo que paso con tu hermano, ¡no escupírmelo a la cara en medio de todo el mundo!

—No tengo nada que...—trata de intervenir Eros.

—¡No te metas!—exclamamos al unísono.

Nos miramos furiosas una con la otra, su pecho subiendo y bajando a cada respiración.

—No es porque siento que me lo quites—confiesa con voz rota, sorbiendo por la nariz—. ¡Es qué siento qué él te aparta de mí!

¡¿Y por qué carajos no habla?! ¡¿Por qué se permite acumular toda esa mierda?! Le miro ardida, con la respiración agitada, sintiendo el flujo de sangre en la vena que me atraviesa la frente. Hera se muerde el labio, retrocediendo un paso.

—Si no hablas, ¿cómo me entero de las cosas? ¡No soy adivina!

—¡Qué sé yo!

—¡Estás loca, loca!

—Van a despertar a Lulú—sermonea Jazmín.

Le dedico una corta y furibunda mirada a Hera antes de bajar la mirada a mis zapatos, mareada por la sangre agolpada en la cabeza.

—Lo siento—digo a media voz.

Le oigo sisear enfadada.

—Actúan como niñas de kínder. Lulú las necesita unidas, no apuñalándose entre ustedes—manifiesta Jazmín indignada.

La vergüenza no me deja llevarle contrario, ¿con qué cara? No podría. Hace tanto no perdía el control de esta manera, detesto que sea contra Hera, odio todavía más que ocurriera en estas circunstancias.

Hoy no es un buen día.

—No diremos nada, ¿no es cierto, Hera?—interviene Hunter, levanto la mirada a ella quién asiente firmemente—. Puedes estar tranquila.

—No espero menos—farfullo, encaminándome a la salida—. ¿Me llevas a casa?

Eros es quién toma la delantera, extrae la llave del bolsillo trasero, ofreciéndome una mano.

—Vamos.

Levanto un brazo, deteniendo sus pasos. Para conversar con Lulú necesito despejar la cabeza y apaciguar la marea de emociones, tratar con ella empeoraría sus nervios, no deseo molestar con la palpable tensión sin resolver entre Hera y yo, no es justo para ella.

—Quédate, porque tolero que me llamen mala amiga, pero no ladrona—suspiro cansada—. Conversaremos después.

Salgo de la casa pisando fuerte, con Hunter caminando detrás de mí, la vista distorsionada por un puñado de lágrimas y una melancolía que me fractura el corazón

🫥🫥🫥🫥

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