"27"
My pussy taste like Pepsi cola...
Tenía un ritual marcado cada vez que me sentía rebasada de problemas, tontos o no, acaban afectándome en distintos grados y de cierta manera repercute en mis pocas horas de sueño, alargando las insanas noches de insomnio.
My eyes are wide like cherry pies...
Y es colocar música a todo volumen, encender el agua caliente y prender una vela aromática dentro del baño; me topé con la desagradable sorpresa de encontrar la última de cereza a la mitad, de un paquete de seis, señal de los bajones emocionales que he estado experimentando desde el comienzo del año escolar.
Me suelto el cabello y desenredo con los dedos los nudos, muevo la perilla y enseguida entro al pequeño cuadro, sumiendo el cuerpo en el vapor. Percibo cada poro en mi piel aflorar al entrar en contacto con el agua, tan caliente que podría preparar café con ella, pero así me agrada.
I got a sweet taste for men who are older...
Mi idea es despejar la mente, tener un momento a solas, incluso sin el picoteo irritante de mis cavilaciones, pero al parecer también fallaría en eso, el deseo de querer saber que estará haciendo Eros continúa apegado a mi conciencia. Almorzar a solas luego de más de un mes me hizo darme cuento lo acostumbrada que estoy de su compañía, de su voz quejumbrosa por lo mucho que detesta estar bajo el mando de su tío, de sus deseos de cambiar de vehículo, de lo extrañas que son algunas costumbres de este país, del suyo, del mío.
Lo extraño y me asusta sentirme así, pues no ha pasado tanto desde la última vez que le besé.
It's always been so it's no surprise...
Me restriego la piel con jabón, intercalando zonas para evitar quemarme con la temperatura. Después del escándalo en clase de deporte, Eros no se apareció por clases de francés. Pero sé por Hera que como yo no pisó detención, me exoneraron cuando oyeron mi relato a diferencia del escape de él, la institución necesita unos arreglos y siendo el ser caritativo que ha demostrado ser, se ofreció a cubrir los gastos.
No se me olvida la ayuda a las amigas unidas. Me refriego hasta que duele, inesperadamente molesta por esa nimiedad.
Come on baby, let's ride...
—¡We can scape to the great sunshine!—mi voz se fractura a medio canto—. I know your wife and she wouldn't mind...
La piel me arde, a través de las gotas en mis pestañas, diviso la piel tintada de rojo por manchones en las zonas donde el agua chocaba directamente. El vapor empieza asfixiarme, pero no es suficiente, todavía tengo el peso de los problemas sobre los hombros y esa estúpida creencia de que el agua caliente podría disolverlos.
Tanteo a ciegas entre los productos por el champú, aún bajo el chorro de agua, al tomarlo, la botella resbala de mi mano, más no consigo agacharme a recogerla, una corriente helada se cuela en la ducha y menos de un segundo después, la cortina se abre de golpe, sacándome un grito aterrador.
Quito el agua de mis ojos con el dorso de las manos, pensando que mi hermano me conseguirá muerta y desnuda en la ducha, me doy la vuelta temiendo lo peor de las situaciones, pero el corazón me cae a los pies de lo pesado que se ha vuelto al advertir la imagen frente a mí.
Eros vestido con nada más que su cadena, se sostiene la polla erecta apuntando al techo. La inesperada intervención me hace retroceder un paso, sintiendo mi boca llenarse de saliva al atisbar su manera de contemplarme, con necesidad y una exuberante cantidad de deseo atrapada en su sólida mirada. Sus ojos divagan por mi desnudez, su intenso escrutinio me avergüenza, le atino a cubrirme el pecho con los brazos, retrocediendo un paso extra. El agua cae cual cascada por mi rostro, tapando la erótica vista que Eros me está regalando.
Tanto que decirle, cientos de preguntas amontonadas en mi boca, pero las palabras, o coherencia de las mismas, se desvanecen como gotas en mi piel.
—Te equivocaste de casa—murmuro, pasando saliva con dificultad.
Sonríe a medias, desplazando la mano aferrada a su longitud de arriba abajo con delicada lentitud. Es completamente cautivador, más allá de lo indecoroso. Deseo se aglomera en mi vientre, las manos me pican por ser yo quién repose los dedos en él, por sentir su piel tersa y caliente deslizarse contra la palma de mi mano.
—No—niega, acercándose en un paso los dos que retrocedí. Mis latidos se disparan, una leve sacudida me toma los hombros al percibir la tensión en mis músculos—. Estoy más que seguro que aquí vive Sol. Una chica obstinada, no muy alta, de labios gruesos, y pechos preciosos que se empeña en ocultar aun cuando son la razón número uno de mis pajas matutinas.
El agua ya no es problema, Eros se cierne sobre mí, la lluvia de vapor bordeando mis costados un par de segundos, puesto que Eros corta el flujo de agua.
La vehemencia de su mirada me hace claudicar, me mira con profundo anhelo resquebrajando mi voluntad. Contengo el aire cuando una de sus manos se apodera de mi barbilla, levanta mi cara y pega la vista en mi boca sedienta por la suya, por instinto me paro de puntillas, capto su sonrisa antes de deshacerla cuando su boca toca la mía. Coloco las manos en torno a sus brazos buscando el equilibrio que la fuerza de sus labios me ha robado, estrujándole ansiosa, deseando que escurra el agua de mi cuerpo con caricias de sus manos.
Mi corazón tiembla emocionado por sentirlo, por apreciar el aroma de su piel, los vellos de su barba contra mi piel.
Su boca me toma con decisión, succionando mis labios con rudeza, me sentía devorada de la mejor manera posible, como si estuviese reteniendo las ganas estos días justo como yo había hecho. El tiempo pierde importancia cuando su lengua toca la mía y mi cerebro se desconecta cediéndole el mando a mis sentidos. Tomada por la imperiosa urgencia de sentirle más cerca, de aprenderme cada espacio de su piel como un mapa plagado de rutas, de guardar en mi memoria cada zona de su cuerpo, acaricio con mis uñas su abdomen duro, provocándole cosquillas que me sacan una sonrisa apretada contra su boca, asciendo por su pecho, en medio de sus pectorales, tanteando la cadena y textura suave de su piel, finalizo el recorrido colocando una mano en su nuca y apretándome contra su pecho, respirándole de cerca, sin espacio entre los dos, temblando al reconocer el frío de su cadena en mi garganta.
Creí que las piernas me fallarían al sentirle rozar mis costados con sus huellas, con sutileza embriagante, causándome escalofríos de pies a cabeza, y puede que me haga teorías tontas, pero esa forma de tocarme con tanto anhelo que me resulta apabullante, me hace sentir que sus deseos, no son distintos a los míos.
De un momento a otro olvida los apretones en mis nalgas, me empuja contra la pared, el frío me hace curvar la espalda la protesta muere en mi boca cuando pasa a enredar una mano en la base de mi nuca para apartarme de su boca los centímetros necesarios que le permitan pasear los labios por mi barbilla, morderme allí, y más abajo, provocándome un sinfín de contracciones en los músculos del vientre. Susurra una palabra, ese mote que me ha puesto en alemán, descendiendo la boca por mi garganta, sus dedos posicionados en mi vientre bajo emulan el trazo, mientras lame su camino a mis pechos, sus dedos buscan el espacio en medio de mis piernas con tortuosa lentitud. Me remuevo ansiando el toque, percibiendo el empalme contra mi estómago. Continúa el recorrido despacio, tomándose el tiempo de erizar cada vello incrustado en mi dermis. La expectativa me desespera, me quema dolorosamente por dentro, a un latido de proferir una exigencia, su boca tibia y mojada cubre un pezón a la vez que arrastra los dedos en la humedad de mi sexo.
El placer me calcina los nervios y por mero impulso pego la cabeza contra la pared, mordiéndome con fuerza el labio evitando liberar el gemido construido en mi garganta al sentirle rodear la aureola sensible, toqueteando la punta con la lengua sin firmeza, como el deliciosos vaivén de sus dedos en mi intimidad.
Succiona sin pudor mis pechos, intercalando por breves momentos su atención en ellos. Las rodillas me tiemblan, me cuesta un mundo mantenerme firme cuando me siento hecha un despojo de nervios y sensaciones tórridas, intensificándose con el peso de su dedo formando círculos sobre mi clítoris hinchado, y las mordidas y chupetones sublimes en mis senos.
Y solo cuando uno de sus dedos largos se hunde en mi interior, una punzada en el vientre me advierte del pequeño inconveniente que olvidé.
Recuperando un breve lapso de lucidez, le doy un par de palmaditas en el hombro, él enseguida se aparta de mis pechos y abandona mi interior. Levanta el rostro mirando con una interrogante en toda la cara. Inhalo un suspiro, encontrando mi voz perdida en los gemidos.
—Mi periodo está por venir—digo en un susurro avergonzado—. Si hacemos esto, te mancharé.
Pese a mi advertencia, Eros profiere una risa ronca, acariciando la punta de mi seno con el calor de su aliento.
—Soy descendiente de teutones, sería un honor manchar mi espada con tu sangre.
Me ha dejado sin habla.
No sé si reír por lo macabro que me ha sonado el estúpido chiste o besarle porque ha sido una idea muy extraña para quitarme la vergüenza, pero ha funcionado.
—Eso se ha escuchado muy cruel—digo en un murmuro agitado.
No se mueve, tampoco yo. Su mirada me cala hondo, desvío la vista a la cortina percibiendo el flujo de sangre atestar mis cachetes y el retumbar apenado de mi corazón.
—¿Entones?—sondea, como si le hablase a mis senos—. ¿Puedo proseguir?
¿Qué no es obvio? Quiero gritarle. Me limito a asentir débilmente, experimentando un estremezón de cuerpo entero cuando su boca retoma las caricias en la cúspide de mi pecho, y sus dedos repiten las delicadas circunferencias encima de mi sexo.
A tempo pausado de disfrute máximo, la estimulación continua, acompasada y ardiente consigue elevarme a ese punto de desespero y necesidad demencial de antes, dónde la proximidad nunca es suficiente, los toques faltan y la sensación de desenfreno es parte de ser. Me despoja de todo pensamientos al volver a penetrarme con un dedo, hundiéndole más hondo, acariciando el punto que me hace blanquear los ojos y afincar las uñas en su piel, gesto que le hace ondear la muñeca, creando una presión divina dentro de mí. Por reflejo mis músculos se tensan y mi pecho le queda pequeño a mi corazón inflado, mi piel se eriza y me veo obligada a contener el aire para no gemir cuando los movimientos cobran ímpetu, aspiro con pesadez cuando hinca los dientes sin fuerza en la piel de mis pechos, guiada por el fuerte instinto carnal, empujo su cabeza contra esa parte de mi anatomía que él complace sin parar el empuje contra mi sexo.
Adentro. Afuera. Adentro. Afuera. Pierdo el sentido de la conciencia, como si mi cuerpo se redujese a esas únicas dos partes que se llevan la absoluta atención de Eros. Adoraría tomar su miembro y probar su dureza en mis dedos, pero la tensión apenas me permite moverme, menos, cuando la arrolladora mezcla de sensaciones me saca de mis límites, y la vehemencia de un orgasmo me acoge de sorpresa, arrancándome un gemido ahogado.
Besos en mis mejillas, besos en mi barbilla, besos en mi cuello... Apenas siento lo que ocurre, la consciencia regresa con paulatinamente, acompañada de más besos fervorosos contra mi piel. Temiendo perder la fuerza de las piernas, me abrazo a él, maravillándome de la dureza y temperatura de su cuerpo, tan caliente como el mío. La sensación es indescriptible.
Abro la mirada de repente cuando levanta mi pierna al colocar un brazo bajo mi rodilla. Su mano me toma del culo impulsándome hacia arriba, pegándome contra él. Mi cuerpo vibra ante el roce de su polla contra mi coño expuesto, él repite el tacto bajando las caderas levemente, piel caliente contra piel mojada. Nada nunca superaría esto, el poder que me da sus caricias, y la gloria que saboreo al mirarle directo a los ojos y confirmar que compartimos sentimientos. Eros mese de nueva cuenta las caderas, el deseo se abre paso en una hilera de fuego de mi pecho al vientre, urgida por sentirle por completo, vuelvo a pararme de puntillas, reforzando el agarre en sus brazos para buscar la manera de poderle recibir sin caernos al piso y acoplarnos el uno al otro.
Soltando todo el aire acumulado en sus pulmones, apoya la barbilla en mi sien, y sube la mano que sostiene mi pierna al muslo, presionándome más contra él. La lluvia de pecas adornando sus hombros queda justo frente a mi cara, sin pensarlo, escurro una mano desde su brazo, tocando las fibras bajo su piel, hasta alcanzarlas. Divago la punta de un dedo encima de ellas, pinchando las que pueda con la uña, hasta sentir como retira las caderas. Subo la mano a su nuca y estiro mi cuerpo a lo que da, mientras sus dedos se hacen con un puñado de mi cabello y me hala la cabeza hacia atrás, en el momento que devuelve las caderas adelante y yo desciendo lo suficiente para tomarlo de una estocada.
Aferrada a su brazo, anhelando fundirme en su piel, percibiendo cada vena contra mi carne caliente y un deseo apabullante empañándome el juicio, reconozco que el paraíso no es un lugar, es un momento. Este momento.
Las paredes de mi sexo se contraen entorno a su grosor. Él espera a que me adapte, pero el fervor se une a la desesperación, me aprieto contra él, removiéndome como puedo. Me disfruto el dolor inicial sabiendo que lo resentiría luego en las caderas. Sin darme largas, se hunde por completo en mí, comenzando el suave bamboleo de sus caderas. La posición es cruda, le siento tan profundo que el dolor se convierte en algo exquisito al estar tan llena de él. Sus embates son fuertes, hacia arriba, logrando que su pubis roce el mío en cada encuentro. Se me escapa su nombre en un gemido, él jadea, echando mi cabeza hacia atrás, exponiendo mi cuello. De esa forma su rostro entra en mi campo de vista, mejillas rojas, labios húmedos, mirada brillante.
Tan hermoso, tan...
Una dura embestida difumina mis pensamientos y obliga a sellar los párpados. Joder. Me muerdo el labio reteniendo la sarta de groserías orilladas en la lengua. Cada estocada me provoca un dolorcito que el placer de su pubis contra mi clítoris desvanece. De un momento a otro el baño se inunda del sonido de mi piel estrellándose contra la suya, el chapoteo de mi lubricación empapándole el falo, de mis jadeos entrecortados sin poder huir de mi boca cerrada. Cada terminación nerviosa de mi cuerpo exigía sentirlo a plenitud. Comandada por mis propios deseos, me abrazo a su cuello recibiendo los choques hoscos atravesarme sin medidas, algo se remueve dentro de mi vientre al oír un gemido suyo en cuanto muevo sutilmente las caderas encontrando ese punto exacto que me lleva al borde.
—Mierda, Sol—gruñe con voz baja y gruesa, acelerando el ritmo de sus caderas.
Apenas advierto que suelta mi cabello y se apoya en la pared, apretujando sin decoro la piel bajo la mano que sostiene mi piernas, con mayor libertad de movimiento sin el temor de resbalar y caer al piso, el encuentro de nuestros cuerpos se vuelve brutal, casi fantasioso, arrancándome sonidos que al recordar me harían querer meter la cabeza bajo la almohada. Sin más, mi cuerpo busca su propia liberación, concentrado en rozar el clítoris contra él en cada estocada. Pierdo pedazos de sentido común en cada embestida, solo soy consciente de la sensación originada en medio de nosotros, expandiéndose como olas de calor y energía por cada parte de mi cuerpo.
Cuando percibía un calambre acecharme la pierna en alto que me hace parar el movimiento, Eros consigue introducir la mano antes apoyada en la pared en medio de nosotros antes de que me alcance la frustración. Ralentizando los embates, me toca el clítoris con cuidado, al ritmo correcto, y llena de él, con el contacto de sus dedos en mi zona más sensible, me corro por segunda vez.
Tuve que tomarme con más fuerza de sus hombros para no caer al suelo en cuanto libera mi pierna. El hueso de la cadera me cruje en el instante que mi pie adormecido toca el piso. Entonces, el fluir espeso fuera de mi vagina me hace sacudir la cabeza saliendo del estupor post orgasmo, para revisar lo que parece, una puta escena del crimen.
La ingle, polla y bolas de Eros bañadas en sangre, como mis muslos.
Mi cuerpo no soporta tanta vergüenza, soy una hormiga soportando el peso de una galaxia de pena. No quiero verle a la cara ni allí, quiero salir corriendo y evadirlo hasta que se olvide de mí.
—Yo te dije...
—Está bien, solo es sangre, se quita con agua, tú me lo has dicho—repone, besando mi sien—. No pasa nada.
Evoco el recuerdo de esa madrugada el día que nos conocimos, cuando me pidió que le limpiara la herida y yo le respondí eso mismo, que no era nada.
La vergüenza se construye como una muralla de mármol y piedra sobre mi pecho cuando se atreve a untarse la punta de los dedos de mi menstruación, los acerca a mis pechos humedecidos de su saliva y gotas de agua y traza un corazón rojo alrededor de mis areolas erguidas.
Repite la misma atención con el segundo, adornando mis senos pequeñas con corazones sangrientos.
—Sol Herrera, eres dueña del par de tetas más hermosas y estimulantes de la población entera.
—Para afirmarlo tienes que haber visto el resto.
Emite una breve risa ronca.
—Cualquier estadística te la llevas tú
El agua me cae de llena en la cabeza, me estremezco al sentir de nuevo la temperatura alta contra mi cuero cabelludo. Trato de no pensar en más que sus palabras, está bien, no le importa, me atrevo a subir el rostro esperando una mueca de desagrado, pero doy con su preciosa sonrisa que podría definir como natural, nada forzada, salida del alma.
Y con un bonito sentimiento indescifrable abarrotándome por completo, tomo un puñado de agua y se la arrojo al pene. Él contento por eso, acerca su cuerpo un paso más, instándome a que le tome entre mis manos.
—Ayer te fuiste sin dejarme explicar—menciona, mirando el trabajo de mis manos sobre su piel caliente—. Hace mucho no perdía una noche de sueño, Sol.
Restriego con suma delicadeza, aunque el agua desvanece la sangre en segundos. Para asegurarme, aprieto la punta sacándole una gota de líquido preseminal que la misma ducha se roba.
—No pensé que eras de los que pierde la tranquilidad por una chica—barboteo, yendo por sus bolas.
Profiere un resoplido en cuando le tomo abajo sin menguar el movimiento en la polla, esta vez, con otras intenciones. Unas más entretenidas.
Toma la iniciativa de limpiarme a mí, pero al tocarme en los labios hinchados, se olvida de su tarea, el contacto pasa a ser meramente de índole sexual. Mi corazón se agita de emoción, mi piel responde al contacto de inmediato. Siento mis pechos rígidos y los nudos de mi vientre tensarse al ritmo insano de sus caricias. De un momento a otro, corta el correr del agua y me toma del brazo obligándome a dar media vuelta. Me hace apoyar las palmas contra la pared, me levanta de las caderas bruscamente, por instinto arqueo la espalda y me paro en la punta de mis pies, más que preparada para darle la segunda bienvenida del día.
Se toma un momento para restregarme la polla en el coño, erizándome los vellos de la nuca, no me queda más que presionar los labios con fuerza evitando gemir en respuesta.
Me toma del cabello y me echa la cabeza en un ángulo doloroso un instante para besarme de lleno en los labios y susurrar sobre ellos:
—Yo tampoco.
~
El sonido de la música interviene prudente en el silencio entre los dos, desde que le permití ingresar de nuevo a la habitación luego de vestirme, como si minutos atrás no me hubiese embarrado las tetas de mi sangre.
Voy de un lado a otro recogiendo las cremas y el cepillo, echándolos a la cama mientras termino de escurrir la mayor cantidad de agua del cabello en la toalla de pie en diagonal a él, contando las cerámicas del piso. Sus ojos siguen cautelosos los movimientos de mi mano, cruza un pie sobre otro y oigo como se rasca la nuca. Puedo percibir que como yo, no sabe cómo iniciar la conversación.
Si, tuvimos sexo, la experiencia fue magnífica no esperaba menos, lo sigo pensando incluso ahora, resintiendo el dolor punzante en el vientre y el ardor de las caderas cada vez que doy un paso, pero eso no aclara el problema, solo nos quita energía para discutir por la mínima alteración.
Y de la nada, una risa escapa de mis labios, interrumpiendo el mutismo.
No puedo parar de repetir en mi mente las palabras de Eros al terminar de ducharnos. 'Se sintió como tocar el cielo mientras ardes en las llamas del infierno'. Lo observé por un rato esperando que se riera, pero al parecer su peculiar comparación era en serio, la seriedad en su semblante fue el explosivo de mis carcajadas, que me duraron poco, pues al moverme, el dolor se tornaba más y más intenso. Mi cuerpo no está acostumbrado a clase de intromisión en sus días más sensible.
Eros me mira extrañado, sigue sin mencionar nada. Se revisa los anillos, mira al piso, a la pared. Su nerviosismo es casi físico, asumiendo que no comenzará la charla, arrojo la toalla en la silla frente al escritorio, recuesto la cadera en el filo, cruzándome de brazos para mantener el corazón allí dentro.
—¿Qué le has dicho?—interrogo, despejando la voz de la amargura repentina—. Y quiero la verdad, sabré si me mientes.
No, no lo sabré, pero eso él no tiene porque saberlo.
—Le dije que iría con el director y le mostraría los mensajes que me estuvo enviando—suelta con voz sólida.
Esa respuesta me deja colgando en un hilo.
—¿Mensajes? ¿Te escribes con ella?—medio grito, con las manos salvajemente comprimidas.
El pecho me arde y mi respiración desvaría en su ritmo. Cuando aceptamos esta 'pre-relación', incluía un acuerdo de exclusividad, él lo dijo, las dos únicas cosas que sabe de una relación, es fidelidad y poder follar sin condón, aunque lo hacemos a veces, como hoy, otras no, ¿no? ¿Ha estado con otras personas? Arrugo el rostro, asqueada totalmente por la posibilidad.
—Ella me escribía, yo la ignoraba—aclara con dejo aburrido. Saca su celular del bolsillo y comienza a teclear en la pantalla—. ¿Quieres ver?
Si. Pienso, pero niego con la cabeza.
—No, Eros, quiero creerte sin verme en la necesidad de revisar nada—tomo una inhalación hasta inflarme el pecho, una estela helada de alivio cruzándome las venas—. Es difícil y no me gusta sentirme así. No me gusta para nada.
Estoy llena de inseguridades que trato de ocultar incluso de mí, pero esta situación ha hecho que salgan a flote.
Antes de Eros tenía inseguridades que en estas semanas él se ha encargado de borrar con cada toque de sus dedos, besos y caricias; como ser híper consciente de mi cuerpo, mis cicatrices, las líneas pálidas en mis caderas y aunque son pequeños, me cubren los pechos como raíces saliendo de mis pezones oscuros, las manchas de esos granos que no supe tratar, la textura de mi piel... que me trate como lo hace en la intimidad, que no le importe nada más que la urgencia de brindarme placer, devorándome con la mirada, besando, lamiendo, mordiendo cada centímetro con hambre de mí, aún más allá de esos gestos físicos, la certidumbre de que disfruta de mi compañía enteramente, como yo de la suya, volvió casi nula esa vacilación sobre mí y mi sexualidad.
Pero al parecer, al irse esas inseguridades, dejaron suficiente espacio para que otras nuevas tomen su lugar. Unas que nunca había experimentado.
Cuando Eros está junto a mi todo parece ir de maravilla, me hace sentir en la cima del mundo, se siente correcto. Pero esas veces que le miro darme la espalda al irse, y esas veces, cuando estoy a punto de dormirme, me cuestiono qué es eso que vio en mí que le incitó a tomar la decisión de querer involucrarse en una relación conmigo, si genuinamente le gusto o es cosa de un momento. Me pregunto cuánto tiempo nos quedará hasta que se aburra de mí, o se dé cuenta que en realidad no está hecho para una relación, porque lo suyo es probar aquí y allá.
Me ahogo en dudas que no puedo contestar por temor a preguntar.
Un nudo en mi garganta me hace apartar la mirada de la suya.
—La primera noche que pase aquí en la ciudad salí con Jamie a un bar cercano a su residencia—empieza a relatar con voz átona y los ojos fijos en mi perfil—. Tenía poco más de un mes de salir de prisión, ciertamente quería disfrutar mi libertad. Una mujer me interceptó, charlamos un momento, me contó sobre la infidelidad de su novio, no rechacé la invitación a su apartamento. Desconocía que me acostaba con la que sería mi profesora y menos que al encontrarla en Varsity se volvería una lunática.
Vuelvo el rostro al frente, entornando los ojos.
—¿Se volvió una lunática o la volviste una?
Ni una mueca en su cara. Nada.
—Era insistente, pero no puedo joder las cosas en clases, créeme, lo que menos quiero es repetir año—aclara apresuradamente—. No creí que se atreviera hacer algo, ella tiene todas las de perder.
Ignoraba que tanto anhelaba una explicación hasta que al escucharla, un peso astronómico vuela lejos de mis hombros. Me siento liviana, sin núcleo de gravedad, con los pulmones colmados de aire. Con esto tendría que quitar de la definición de Arletta cuan inteligente es, porque es más que obvio que una persona con dos dedos de frente no haría tal estupidez. Sería una tortura seguir el resto del año escolar mirándole a la cara, no por su momento con Eros, si no por la desfachatez que me hizo.
De una manera u otra, los números se vuelven en mi contra.
Eros se pone de pie, recordándome lo alto que es. Lleva la bragueta abajo, el bulto escondido bajo el bóxer negro resaltando. Uno, dos y tres pasos y lo tengo delante de mí, lo percibo como un gigante, más que intimidarme, me entran ganas de escalarle como si fuese un árbol. Me quedo sin habla, la sangre me recorre las venas a ritmo acelerado, tengo que contraer el vientre y sentir una puntada de dolor para juntar los labios y dejar que las ganas de volver a la ducha pasen de largo.
—¿Dónde estuviste ayer?—susurra la pregunta, acunando mi rostro en sus manos—. Te busqué por todas partes,
Blanqueo los ojos, la piel de la cara me cosquillea ante la caricia de sus pulgares.
—No es tu problema.
Chasquea la lengua, la risa que profiere me eleva la comisura de los labios.
—Si desapareces luego de una discusión conmigo, es de mi entera incumbencia, Sol—reprocha, en su mirada brilla la duda—. Pasé por tu trabajo, ninguno de tus compañeros sabían de tu paradero, o eso me dijeron, porque no le creí ni media palabra a la mujer.
Una risita se me escabulle y él enarca una ceja. Me impresiona que Shirley se haya quedado callada, conociendo sus constantes meteduras de pata. Él agudiza la mirada, un ardor nacido en mi rostro se desplaza a ese lugar dónde sus huellas reposan.
—Estuve en casa de Shirley, pasé la tarde con Ben. Comimos helado, miramos películas y dormimos acurrucados hasta que llegó la noche—finalmente digo, pestañeando deprisa—. Es un buen chico.
Creí que eso le quitaría la cara de amargura, pero no, resulta que se le ha afianzado. Retrocede un paso bajando los brazos como si el contacto le causara daño.
—¿Quién demonios es Ben?—escupe el nombre del niño, rabioso, llevo mis manos a la cara en un ademán cansado.
—Benjamín, Eros, el hijo de siete años de Shirley—asevero, obsequiándole una mirada irritada. Su actitud defensiva se esfuma, al igual que la tensión en sus hombros—. Por cierto, te pedí un diez y me diste un ocho.
Su boca se extiende mostrando una sonrisa más irónica que divertida.
—Tienes dos ejercicios incorrectos—objeta—. Soy justiciero no mago.
La mandíbula me cuelga desbordando un puñado de carcajadas incontenibles. Pierdo su mirada en el fluir de la risa, pero siento el calor de sus manos arropar las mías, elevar la unión y plantar un dulce beso en mis nudillos. El gesto me alebresta los latidos y saca una corta exhalación, es que, ¿cómo puede pasar de lucir rudo a tener estos ademanes tan tiernos? Sin dudas es de mis cualidades favoritas de él.
Vuelve a besar mis nudillos, muevo la vista hasta allí y es cuando la rojez de los suyos captura mi completa atención. Atraigo las manos todavía unidas examinándoles más de cerca, pues no lo había notado antes, en la ducha, me sorprende porque se mira a simple vista.
—¿Qué...?
Un tercer beso es dejado en mis dedos, con el corazón atorado en la garganta, diviso la malicia aplastada en su sonrisa.
—Le hice pagar lo que te hizo.
La cara de Patrick aparece en mi cabeza.
Hago el ademán de cuestionarle que fue lo que hizo, pero el ruido del timbre me congela cual cubo de hielo. La idea de que sea mi hermano me acelera los latidos, luego del regaño monumental, que encuentre a Eros aquí sería mi sentencia final.
Rápidamente disperso la idea, Martín no necesita anunciarse, en caso de faltarle las llaves, primero me llama para asegurarse que esté en casa. Hera, Lulú y Hunter tampoco, no recuerdo una vez que hayan tocado el timbre, un mensaje avisándome que ha llegado es lo acostumbrado.
Apunto al baño pidiéndole que entre allí, él arquea una ceja y frunce los labios, el timbre resuena un montón de veces seguidas, la bulla y negación de Eros a esconderse rebasan mi paciencia. Insisto con firmeza y sin opción a reclamos, él revira los ojos pero obedece.
Al verle entrar, corro al recibir directo a la puerta, me estiro para poder echar una ojeada a través de la mirilla, y el encontrarme con la imagen de Mandy, con los ojos rojos y brotados, señal de que ha estado llorando, me dejan postrada en un limbo del que ella misma me saca cuando vuelve a presionar el maldito timbre con insistencia, es lo que me impulsa abrir la puerta de golpe, no la evidencia de llanto.
Ella no espera a mi invitación, ingresa como si le hubiesen empujado de una patada, tropezando con mi pie. Allí reviso que no tenga una herida visible, la idea de Mason desterrándola del carro con la misma brutalidad es en lo primero que pienso, pero no tiene nada más que su mochila, una bolsa blanca fieramente apretada en la mano y una tragedia abnegándole el semblante.
Abro la boca para preguntarle que carajos le pasa, pero ella se echa a llorar a moco suelto, caminando al sofá dando pisotones como malcriada. La puerta de mi habitación se abre, Eros sale de allí con el torso cubierto, bosquejando una mueca de desconcierto al atisbar a la chica, ella mueve le mira y llora con más fuerza tapándose la cara.
—¿Qué hace aquí?—cuestiona Eros.
—No lo sé—contesto, aproximándome a la chica. La remuevo con un dedo, ella no hace ni el amago de mirarme—. Hey, Mandy, ¿qué pasó?
En realidad me encantaría preguntarle como consiguió mi dirección, pero dudo que sea el momento adecuado para eso. Eros suelta un suspiro y por fin, la morena levanta la mirada y me dice:
—Dile que se vaya.
Eros rechista, enlazando los brazos en su pecho. Ambos me miran fijamente, esperando a que diga algo.
Reboto la vista de uno al otro, rememorando aquella vez que los tres estuvimos a solas, en condiciones poco comunes. El recuerdo de los talones de Mandy hundidos en el trasero de Eros, empujándole más de cerca, no me genera disgusto, si no una risa que me cuesta mantener en la boca. Desvío la vista al techo al percibir la sensación de ahogo bajo el peso de la mirada de Eros.
—Bueno, a ver—hablo por fin, mirando a Eros—. Espera aquí, nosotras iremos un segundo a la habitación.
Por la arruga en su nariz, sé que no está de acuerdo con la decisión, pero no me contradice, se limita a asentir y se encamina a la cocina. Le muestro a Mandy el camino a la recámara y ella se deja guiar, escurriéndose los mocos con la bufanda que lleva atada al cuello. Cierro la puerta detrás de mí y ella se sienta en la cama. Evalúo la habitación asegurándome que no haya nada que ella no debería de ver, pero todo sorpresivamente está en su sitio.
—Estoy embarazada—anuncia de repente, cortando de tajo el barrido. Escarba en la bolsa y de allí extrae un sinfín de pruebas de farmacia, algunas caen al piso, otras se esparcen por la cama. Mínimo debe haber una docena—. Me cuidé, nos cuidamos y...—sus palabras son interrumpidas por otro sollozo, su cara se descompone y yo no puede hacer más que mirar las pruebas procesando la cuestión—, no sé qué paso.
Repito la frase al menos tres veces más, ojeando el desastre de exámenes entorno a ella. Me acuclillo y comienza a examinar cada tubo, uno por uno, dando con dos rayas marcadas, y otras con la palabra 'embarazada' en la pantalla. No hay ni una negativa. Me rasco la cabeza con una sensación de frío recorriéndome de pies a cabeza al oír el aumento de los sollozos, gimoteos y llanto que suena como una sinfonía rota desde lo más profundo de su interior.
Estas noticias deberían traer alegría, un festín agradable de sentimientos, pero al ver el rostro dolorosamente compungido de la chica, el miedo en su voz quebradiza, me causa una grandísima pena por ella, y por quien sea que pase lo mismo.
Tengo la garganta seca y la mente revuelta. ¿Qué debo decir? ¿Felicidades? Por supuesto que no, si no ha parado de llorar. ¿La echo de casa? Lo que pase con ella no es mi problema, a menos que...
—¿Es de Eros?—pregunto en suspenso.
Ella deja de gimotear para verme, ceñuda y ojos tan rojos e hinchados como tomates.
—¡No!—exclama a la defensiva.
Levanto las manos soltando la prueba que sostenía.
—Oye, vienes aquí llorando, me pides que lo corra de casa, ¿qué crees que puedo pensar?—me excuso.
Mandy me observa como si me faltase un tornillo.
—Eros ni se ha quitado la ropa cuando ya tiene el condón puesto, ¿cómo no sabes eso?
—Bueno, ¡no lo sé!—exclamo a la defensiva—. ¿Qué no tienes amigas?
Ella me observó dolida, la rara sensación de pena por ella se asienta en mi estómago, me muerdo el labio llamando a la calma, ella alterada, yo igual, dudo que Eros sirva de mediador...
—No tengo, Sol, no todas contamos con tu suerte—brama, limpiándose el recorrido de lágrimas con el extremo de la bufanda—. Vine hasta aquí porque me ayudaste aquella vez, el día de lluvia—hace una pausa para coger aire—, no puedo tenerlo.
Entiendo de inmediato sus palabras, y pese a no ser prejuiciosa—o eso quiero creer—, no me atrevería a juzgar a nadie por su decisión sobre un tema tan delicado y personal. Sin embargo, eso no exonera la impresión de tener a una chica echa un océano de lágrimas, sentada en mi cama rodeada de pruebas de embarazo positivas.
Y es que pensarlo es una cosa, claro, tu mente de inmediato toma un decisión que confías es definitiva porque no vives la presión angustiante del momento. Pero Mandy, que parece firme ante lo que quiere, de igual manera sufre, porque nadie busca experimentar una situación que sencillo, te lleva a un decaimiento emocional.
El miedo a no saber ayudarle como espera me hace sentir repentinamente agotada.
Me hago un espacio a su lado, derrumbando tres pruebas arrumadas en el borde del colchón.
—¿Cuándo lo supiste?—inquiero recelosa.
—Hace casi una hora.
Hace nada.
—¿Estás completamente segura?
Asiente una y otra vez, y otra vez. Otro grupo de lágrimas gruesas desbordándose de sus orbes verdosos.
Siento la garganta apretada, por instinto abro la boca para inhalar hasta sentirme los pulmones repletos, pero la entrada de aire me arde en el pecho. Veo las pruebas de nuevo, un sentimiento confuso me embarga, no tengo ni la menor idea de cómo actuar, carezca de inteligencia emotiva, no sé como consolar a nadie, menos a ella puesto que no somos cercanas, pero me obligo a permanecer con el semblante libre de emociones.
Ella se limpia el llanto con la pobre tela alrededor de su cuello. Aspira repetidas veces, tratando de estabilizar la voz antes de hablar.
—No puede ser aquí en Brooklyn, ni ningún distrito cerca. Alguien puede verme y Sol—clava sus ojos enrojecidos en lo míos, por un momento deja de verse lamentable para lucir amenazadora. Un aire helado me recorre de pies a cabeza—. Nadie, nadie puede enterarse de esto. Porque me aseguraré de que lo pagues.
Ahora soy yo la que le mira de mala manera. ¿Quién se ha creído?
—Fíjate dónde estás sentada y con quien hablas antes de soltar amenazas, chica—replico hostil. Ella pone los ojos en blanco y baja la mirada al piso—. ¿Qué piensas hacer entonces?
—Iremos hasta Albany, ya he llamado y he sacado cita, saldremos el sábado en la madrugada, descansaré unas horas en la tarde y regresaremos esa misma noche. Solo nece...
—Espera, espera—detengo su retahíla—. Me perdí en iremos.
Ella me dedica una mirada obvia.
—Tú y yo iremos, no puedo estar sola. Necesitaré ayuda luego de... del procedimiento.
Expando la mirada, procesando la información. ¿Esta chica me está imponiendo ir con ella hasta allá? Porque ni me lo ha consultado. Asume que así será.
—Es que no puedo, Mandy. Mi hermano no me dejará, estoy castigada.
Hasta nuevo aviso, como siempre.
Ella es renuente, niega con fervor, como si escucharme le doliese.
—Tienes que poder—presiona su mano en mi muñeca, lastimándome con sus picudas uñas pintadas de negro—. Tienes que poder.
—Primero, suéltame que me lastimas—aviso, quitándole la mano—. Segundo, no lo sé. Quiero ayudarte pero mi hermano es un cabeza dura.
Más lágrimas espesan se cuelan fuera de sus ojos. ¿Qué hago? ¿Le servirán palmaditas en la espalda? Probablemente me quite la mano de un arañazo. La bufanda vuelve a ser víctima del llanto, estoy por levantarme y buscarle el papel higiénico, pero estoy congelada, con los músculos tiesos sin poder hacer nada más que observarla vivir una colación de emociones.
—Tienes que poder—repite con la voz ahogada—. No tengo a nadie más, Sol.
Me le quedo mirando un buen rato, trazando un plan para que esto funcione para las dos. Si vino hasta aquí a pedirme algo tan delicado como privado, a mí, que ni nos llevamos del todo bien, es porque dice la verdad y no tiene a nadie más. Pensar en cómo pedirle permiso a Martín anula mi deseo de ayudarle, pero por otra parte, mi sensibilidad como mujer me impulsan a avanzar con esto.
Ni una respuesta razonable llega a mi cabeza, Martín continúa furioso por mi desacato, pedirle esto sería como, no lo sé, pellizcarle una bola con un alicate, qué se yo.
—¿Y Mason?—hago la pregunta obvia.
Niega entre gimoteos.
—Mason querrá avanzar con esto, en el momento que le diga que no deseo continuarlo, le dirá a mi madre, no puedo arriesgarme—musita, mirándose las manos—. Usamos condón siempre, no entiendo, no lo entiendo.
Me rasco la cabeza, frunciendo los labios. Si es difícil estar en mi lugar, pensar estar en el suyo me causa estragos terribles en el estómago.
—Ningún método es cien por ciento efectivo, Mandy—mascullo—. Mi papá ha atendido montones casos de mujeres que deciden esterilizarse luego de tener varios hijos, suele ser el método 'sin vuelta atrás', pero con el paso de los años muchas quedan embarazadas. Miles de mujeres que se ha sometido a la ligadura de trompas quedan embarazada tiempo después.
Mandy no se lo puede creer, como yo cuando oí ese cuento real de terror.
Lloriquea un poco más, el maquillaje que llevaba se le ha quedado estampado en las mangas del suéter, y ni su cara inflada ni los mofletes con restos de rímel le restan la belleza natural que posee. Un puyazo de envidia me hace querer ir al baño y maquillarme para ocultar las ojeras y las marcas de los últimos granos que me brotaron en la frente.
—Odio este planeta, los odio a todos—brama con matiz pesado. Resolla y niega con la cabeza—. Pero, ¿sabes algo? No puedo sentir tristeza por mi cuando tengo opciones, cuando muchas otras no.
¿Está bromeando?
—¿Y por qué mierda lloras?
Gruñe, golpeándose el muslo con un puño.
—Porque estoy indignada, Sol, ¡Dios! que insensible puedes llegar a ser—proclama con dejo agresivo—. ¿Hablarás con tu hermano?
Es más testadura que yo y eso es decir mucho.
—Lo haré, pero no prometo nada—acepto, masajeándome las sienes.
Una vocecita dentro de mi cabeza me dice que esto me traerá problemas, que la deje a la buena de Dios, ella encontrará una solución... pero va contra de mis principios, y para dormir en la noche libre de remordimientos, 'lo intentaré' bastará.
—¿Sabes manejar?—pregunta, recogiendo las pruebas para meterlas de vuelta a la bolsa—. Yo manejaría de ida y tú de regreso, Albany está a tres horas de aquí.
—No.
Cierra el nudo de la bolsa, observándome apática.
—¿Cómo no sabes manejar? Pero que inútil eres.
Le agarro de la coleta que lleva, apretando su espesa cabellera en un puño, ella suelta un gritito agudo, tambaleando al moverle la cabeza a un lado.
—Te estás ganando un buen arrastrón, Mandy.
Quita mi mano de su cabello, arrojándolo al otro hombro. Carraspea, regresando a la cama.
—En ese caso necesitaremos un chofer—puntualiza, visiblemente más tranquila.
—Hunter podría...
Levanta la mano, callándome.
—Ni siquiera tus amigos pueden enterarse de esto, ¿comprendes?—recalca, usando el mismo tono amenazante de hace unos momentos—. Decido confiar en ti, no porque me pareces la chica más agradable, porque no lo eres, pero si alguien confiable. Y eso lo respeto.
¿Fue un insulto o halago? Estoy confundida.
—No puedo ocultarles dónde estaré, se enojarán—musito.
—No tengo amigos, no sé cómo funcionan las amistades. Las sinceras, digo—masculla con deje rencoroso, esbozando media sonrisa rota—, pero si puedes ocultarles con quién y haciendo qué, son tus amigos, no tus padres—sacude la cabeza como si eliminara pensamientos intrusivos, y su gesto desabrido se desvanece—. Tomar el tren sería una tortura, ¿qué se te ocurre?
Miro a los lados, no soy buena improvisando.
—¿Contratar un taxi?
Farfulla una palabra ininteligible por lo bajo, arqueando una ceja con tintes burlescos.
—¿Tienes novio rico y ya crees que los demás tenemos ese estatus? Ilusa.
Tomo aire sonoramente por la nariz, inflándome el pecho. Mandy no tiene ni un gramo de tacto o siquiera modales básicos. Puedo darme cuenta.
—Sigue por ese camino y te aseguro que adelanto el trabajo.
Ignora mi comentario.
—¿Opciones?
Guardamos silencio, cada una metida en sus propias cavilaciones. Preguntas como flechas llueven en mi mente. ¿De verdad pienso hacer esto? ¿Le haré de cuidadora a chica que me llamó zorra? ¿Pienso ocultarles esto a los chicos? ¿Y qué le diré Martín?
Necesito que alguien, quien sea, me envíe una señal.
Dos golpes en la puerta parecen ser mi respuesta. Eros no pregunta, ingresa a la habitación con el mismo gesto furibundo de antes.
—¿Acabaste con tus penas? Necesito a mi novia de regreso.
La voz teñida de aburrimiento de Eros es esa luz al final del túnel, esa mano que te saca del fango, ese empujón que necesitas en los momentos de mayor que tienes la seguridad y certeza de hacer algo, pero no la valentía necesaria o los medios para lograrlo. Mandy y yo nos miramos un instante, y ya teníamos una respuesta a la interrogante de mayor peso. Ella arquea una ceja, moviendo ligeramente la cabeza hacia él. Afirmo como si sellara un pacto tácito entre nosotras, lentamente me pongo de pie, aclarándome la garganta.
Pero no sé como plantear el problema. ¿Ir directo? ¿Ofrecerle algo a cambio ahora o esperar a que lo pida? La mirada apremiante de la chica me lleva la ansiedad a su punto álgido, al ver los ojos repletos de extrañeza de Eros, la presión se dispara.
—Mandy está embarazada de ti y necesita que le respondas—digo en un palabrerío atropellado—. Digo, no...
Mandy me come viva con los ojos, miro sus manos agazapadas como las garras de un gato a punto de atacar, el nerviosismo me corta el habla, y menos ganas tengo de expresarme al ojear el viso tenso e inexpresivo de Eros.
—¡¿Sol?!—grita ella fuera de sí, a nada de echarse a llorar.
—¡No sé qué quieres que le diga!—exclamo de vuelta, creo que al borde del llanto también.
Eros chasquea los dientes, apoyando el hombro en la pared al tiempo que forma un mohín despreocupado. Esa actitud me vuela la cabeza, no sé que me esperaba, ciertamente esto no. No debí decir esa mierda, es claro, pero no puedo evadir la exasperación y desconcierto en cantidades preocupantes que luzca tan desligado a una noticia de esta magnitud, pero, ¿qué...
—Usé condón todo el tiempo y si mal no recuerdo, ni siquiera eyaculé por tu interrupción—objeta sin emoción en la voz, mirándome un momento antes de clavarle la vista a Mandy, quién se encoge en su posición—. Si estás embarazada, de mi no es.
Es decir, ¿qué solo tuvieron un encuentro? ¿Por esa follada a la mitad en la que incluso la llamaron por otro nombre, me reclamó esa vez?
Es que hay que ser muy... no, no pienso gastar una cavilación más en eso, no valió la pena en su momento, menos ahora, aunque saber que les jodí el polvo me causa gracia, pero ya la he cagado lo suficiente como para echarme a reír. El deseo de hacerlo es tan fuerte que tengo que juntar los labios y apretarlos con tanta fuerza que duele al hincarme los dientes.
Mandy aspira los mocos, mirándome sobrecargada de emociones.
—Ya lo sé, no sé qué demonios le pasa—replica ella mirándome a mí—. ¿Entonces?
—¿Entonces qué?—cuestiono, señalando a Eros con una mano—. Ya está aquí, dile tú.
Ella aprieta los puños, soltando lágrimas prominentes de nuevo.
—¡Sol!
Esto se torció a mitad de camino, pero podía intentar enderezarlo. Inhalo profundo, enlazando miradas con el chico cuya expresión se mantiene imperturbable. De fondo, los sollozos de Mandy me remueven algo por dentro, el corazón creo, sigo muda de sentimientos.
Puede ser Lulú, puede ser Hera, puedo ser yo. Y lo último que quisiera en un momento como este, es toparme con alguien como, bueno, yo.
Le ayudaría, iría con ella, así Eros se niegue. No sabría que mentira coherente y lo suficientemente fuerte decirle a Martín para darle una justificación de mi desaparición el sábado por la mañana, pero algo se me ocurriría, o no, pero de verdad lo intentaría. Eros enarca una ceja interrogante, tuerzo los labios, todavía sin ideas, pero solo atino a decir:
—¿Tienes planes para el sábado? Mandy necesita ayuda.
Romance sangriento🥰
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