"23"
Eros
En el momento que me retiro del elevador, dos asuntos capturan mi atención.
El montonal de servilletas usadas sobre el escritorio de Catherine y a ella misma, llorando a moco suelto encima del desastre.
Ella nota mi presencia, barre con la basura al tacho a su costado, pretendiendo pasar desapercibida. No me muevo un paso más, le daré la oportunidad de secarse las lágrimas y actuar como si nada ha pasado, no por que piense que lo merezca, sencillamente no tengo el ánimo de lidiar con sus asuntos que bien tendría que resolver fuera del horario de trabajo.
—¿Helsen se encuentra su oficina?—inquiero frente a la penosa escena de sus ojos de brotados de venas.
Sorbe por la nariz, el sonido de su constipación calándome la creciente tirantes.
—Sí, señor—contesta con la voz gangosa.
—¿Y por qué no atiende la maldito celular?—empieza a irritarme la vista de su nariz roja—. Lo necesitan con carácter de urgencia en almacén.
—Le he dicho que está en una reunión.
—No me has dicho con quién.
El vistazo enardecido que arroja a la puerta de la oficina me ha dado la respuesta. Con ningún socio, directivo o posible inversionista se encuentra encerrado, manejo la misma agenda, tiene la tarde libre. Dos pasos tomo, Catherine se pone de pie de un brinco, otros tres más y la mujer se las arregla para obstaculizar la entrada. Agudizo la mirada en sus orbes oscuros, manchados de nerviosismo.
—Señor, ha pedido que no le interrumpan.
No gasto energía en quitarla del camino, un empujón sobre su cabeza y el material cede sin esfuerzo.
La vomitiva vista del rostro distorsionada de placer del imbécil me termina de cagar el día. Tan hundido en el asunto se encuentra que no escucha la puerta, es lo que quiero creer. Arrodillada frente a él, atragantada hasta los malos pensamientos, reconozco el culo desnudo de Hebe Pauls, lo recuerdo con exagerada exactitud de esa vez que se propuso partirme la verga en dos a costa de rebotes encima de mi regazo.
Ella continúa maniobrando en la polla de Helsen sin percatarse de la irrupción, ansiosa por rasparse las entrañas, al parecer.
Tomo una larga calada de aire acercándome a la escena, dejo la puerta abierta de par en par, no pretendo seguir contemplando el espectáculo más de diez segundos. Él oye mis pasos, por fin, abre los ojos sin menguar el agarre en el cabello de la mujer.
—¿Para qué te preocupas en venir a trabajar si haces de todo menos eso?—cuestiono entre dientes.
Hebe se sacude del susto, sacándose la polla envuelta en saliva.
—Hola—balbucea con timidez risible, limpiándose la boca lustrosa con el dorso de la mano.
Cabello desprolijo por los agarrones de Helsen, mejillas rojas, mirada tan húmeda como el camino bajo su barbilla. Me pregunto cómo lucirá Sol en la misma posición, conmigo hundido en su boca, mi mano sosteniendo su bonito cabello revuelto, empapándome las bolas de saliva mientras se golpea el fondo de la garganta con la punta de... la imagen que se me ha creado detona dentro de mis pantalones, la presión que sentía en los hombros baja como un flechazo directo a la polla que se remueve con el mínimo pensamiento de la muchacha de mirada almendrada y labios gruesos.
—Hola, querida—profiero, apartando la mirada de ella.
—No te detengas—exige Helsen—, él ya se va.
Ella suelta una risa y sin dilatar el siguiente encuentro, lo regresa a la boca con ánimo, su cabeza sube y baja, movimientos constantes desenfrenados. Le encanta la situación, como no, si Hebe es conocida por algo, es por ese gusto porque le miren entregar placer.
—¿Qué ocurre?—inquiere Helsen, recostado como un rey perezoso en su trono.
Se ha acostumbrado a que todo se le entregue como eso, como lo que se siente y dista de ser, un rey.
—Problemas con el número de lote, necesitas firmar el nuevo permiso de salida—informo, concentrándome en el número de inscripción en la hoja y no en la boca de Sol alrededor de mi pene.
—Ahora bajo—repone con desdén, jamás he querido algo tanto como que Hebe le pegue un mordisco tan fuerte que le saque un tajo de piel.
—No te preocupes—replico, lanzándole la carpeta al escritorio—, te traigo el trabajo a la mesa.
Estira el brazo para abrir la carpeta y tomar la pluma, sacándole una arcada a la muchacha. Lee línea por línea, repite párrafo por párrafo. Al verificar que sea el documento correcto, sella el final de la hoja con su ostentosa insignia, desliza la carpeta de vuelta a mí, volviendo a reclinarse contra la silla, disfrutando de la pequeña boca de la mujer con toda su disposición, pasando de mi, como ha acostumbrado toda su vida, como si yo fuese el extraño en la familia, el engendro que no debió ser.
Cada burla contra mí, cada susurro que sí pude oír, cada gesto desdeñoso desde que tengo uso de razón a espalda de Ulrich, mamá, la abuela por una situación de la que yo fui resultado, se me queda grabado en la memoria como inscrito con el filo de un bisturí. Para Helsen, soy eso que no tuvo que ser, lo que tuvo que disolverse. Simplemente no pudo aceptar que no era el niño mimado por todos, ni el centro de atención y cuidado.
Había creído que al pasar el tiempo maduraría, no ocurrió. Cada vez que evoco un momento de él insultándome por mi peso cuando era un crío, empujándome al lago a mediados del invierno o tumbándome al lodo porque según él ahí pertenecían los cerdos y yo era el más grande, rememoro enseguida las veces que hice que su prometida gimiera mi nombre y no el suyo.
Recojo la carpeta, una sensación amarga escalándome el esófago cual garras. Debía probar un poco de dulce para sacarme el sabor que los recuerdos me han dejado.
—Hebe—me despido, esbozando una sonrisa—. Siempre dando lo mejor de ti.
Detiene el contacto solo para reírse a gusto.
—Idiota.
Salgo del sitio, sintiendo cientos de tentáculos invisibles aprisionarme el torso. Cierro la puerta, clavando la mirada en la mujer que todavía continúa embarcada en su inútil intento por aminorar el llanto.
—Lleva esto al almacén y entrégaselo a Dietrich—ordeno, colocando las hojas lejos de la otra ronda de servilletas. Ella asiente, mirada concentrada en el piso—. En sus manos, Catherine.
Ella afirma una vez, levantándose del puesto sin dignarse a verme.
—Sí señor.
Se apresura a botar los desechos cuando otra ronda de gotas espesas le nacen en la mirada. Comienza a exasperarme, como detesto que estas mierdas ocurran aquí, demuestra ineficiencia e insensatez, no sé cuál de los dos me encabrona más. Solo a ella se le ocurre la semejante idea de descargar esperanzas en el ser más adepto a las mujeres en este planeta, no se merece tanto respeto, no cuando él no lo ofrece.
Quizá estoy siendo injusto, culpándole de una situación tan incontrolable como la atracción, pero no deja de fastidiarme que permita que le afecte en el horario que se le paga por cumplir funciones en las que llorar por un amor no correspondido no se encuentra enlistada.
Quizá estoy siendo más un hipócrita que injusto, en este momento dónde creí empezar por una cosa y en cuestión de días me ha cambiado la perspectiva, comienzo a creer que nunca fue por esa razón, yo mismo quería engañarme y acabé metiendo los pies en arenas movedizas, preso de una tetra dónde mientras más empeño le pongo en escapar, con más fuerza me atrapa y hunde lentamente, y solo me queda esperar a que me engulla por completo.
Y yo ya no pondría esfuerzo contra ello.
Camino a las escaleras, una inesperada ansiedad me aprieta el pecho, una que pide aspirar la fragancia a cerezas directo del cuello de Sol, sentir el erizar de su piel a causa del toque de la punta de mis dedos escabulléndose bajo la bonita falda que viste hoy. Esa, como las otras, le resalta las caderas de manera que con un vistazo, mis manos adolecen por estrujárselas con hosquedad, buscando perpetuar mis huellas, como a ella tanto le gusta.
Un sollozo que pretende convertirse en alarido me detiene de tocar el primer escalón. Volteo prohibiéndole joderme la reciente fantasía aferrada a mis deseos.
—Catherine—le llamo con la mandíbula prensada, ella voltea, la estela de la vergüenza pasando por su mirada—. ¿Se te paga por llorar o trabajar?
Ella hace el ademán de contestar, pero no tengo el humor de escuchar los mocos adheridos a su voz, continúo mi camino al piso inferior, ese al que tengo expresamente prohibido entrar, pero al que por derecho puedo, no por quién soy, si no por quién reside los viernes aquí.
Cada paso que me acerca a ella, su risa destartalada aumenta de intensad. Un río salvaje me inunda el pecho, celoso de no ser yo quien lo provoque.
Abro la puerta sin preocuparme en tocar antes, fijando de inmediato la vista en ese espacio diagonal a la entrada que el pequeño escritorio de Sol ocupa. Ella se traga la carcajada al no esperarse la entrada repentina, encontrándose con mis ojos. El tenue rosado de sus mejillas se torna más y más rojizo, similar al tono que la piel de sus nalgas luego de un par de azotes.
—¿Terminaste?—sondeo, escuchando el resoplido furioso de Andrea.
—No entiende, Cecil, es idiota—escupe, apuntándome con el bolígrafo, como si le costara contenerse de clavármelo en un ojo.
—Viene por Sol nada más, no seas así—le baja los humos—. Nos vemos la semana que viene, linda.
No he visto ni siquiera de qué color es el atuendo de Cecil, hay cierta magia en la manera sutil que tiene Sol en organizar la pila de libros del más grande al más diminuto, que no me permite desviar la mirada de sus manos, abstraído en la forma de sostener los tomos entre sus dedos con suavidad, moviendo la muñeca con delicada soltura, parecido a esa vez en el auto que me tenía contra la palma de su mano.
Debería preocuparme al sentir tamaña atracción en todo lo que hace Sol, ya roza lo absurdo y vergonzoso. Tengo que recordarme en quitar la vista y no quedarme prendido en ella, contemplando como un imbécil detalles tan simples como verla caminar, descubrirse el hombro cuando el cabello le estorba en la cara, como se truena los dedos después de escribir una hoja entera, o la mordida de labio cuando se concentra demasiado. Debería dejar de hacerlo, pero el sonrojo que le abraza las mejillas siempre que percibe mi mirada es incluso más adictivo que el hecho de admirarla.
Introduce el último resaltador en la mochila antes de echársela al hombro.
—Hasta luego, señor—masculla, ondeando una mano al viejo.
—Cuídate, hija—contesta, sin el dejo ácido que usa para referirse a mí—. Llévate esos libros, son tuyos.
Abre los ojos sin mesura, toda la timidez que la acompañaba se le esfuma sin dejar un ínfimo rastro. Retrocede dos pasos, regresando por la pila de libros que dejaba atrás. Cuento siete, tres de esos de al menos diez centímetros de grueso, se las apaña muy bien para salir, dudo en ofrecerme, las veces que lo hago me observa como si de la nada me creciera una antena en medio de las cejas y le da por ignorarme, pero al verle inflarse los cachetes de aire del esfuerzo al salir de la oficina, la consternación por sus brazos puede más que el castigo de su mirada.
—Dámelos—pido, colocando las manos debajo de las suyas.
Niega con la cabeza cual terca, devolviéndose un paso.
—Está bien, yo puedo—reniega. Sus ojos dan con los míos, la mirada que esperaba distinguir no está, es una ligera confusión lo que advierto en ellos—. ¿Estás enfadado?
Eso me saca de balance. ¿Tan mal luzco? Descarto la idea tan pronto se me ocurre, todo ese esfuerzo suyo en no recorrerme de pies a cabeza lo concentra en mantener la vista abierta y enfocada en mi rostro, dos semanas me ha tomado para adaptarme a sus gestos, por muy pequeños que fuesen, Sol tiene un rostro demasiado evidente. Comprendo que no debo aparentar ser ese tipo con el que entablarías una conversación un minuto en la estación de gasolina, pero tampoco tengo pinta de ser un jodido gorila.
Llevándole la contraria, le saco el bulto de los brazos, mientras ella se halla perdida en alguna nebulosa.
—No contigo—respondo, apuntando al ascensor con una sacudida de cabeza.
—Con tu tío—devuelve fingiendo que no le interesa, cuando es todo lo contrario.
Desconocer si le interesa el asunto o él, me está costando mucho más de lo debido. Detesto, odio que se refiera a él, así sea por ese término que no termino de encajar en su descripción; solo pensar que ha pasado por su mente me provoca un enrevesado vórtice de emociones ásperas que no puedo controlar, se me escapan de las manos, sobre todo esa, de la que trataba de rehuir cada jodida vez que la sentía incrustarse en mi pecho.
Ingreso al elevador después de ella, evocando el recuerdo de esa tarde, en el jardín de la casa, cuando a Ulrich le pareció que era hora de charlar sobre mujeres, a pesar de que seguro, a los quince años, ya sabía más que él. Me esperaba cualquier tema sexual que planeaba eludir con mencionar que ya conocía como ponerme un condón y conseguir el clítoris son causar daño, pero no, me quiso guiar sobre como reconocer el exacto momento en el que una chica te gusta más de la cuenta.
Luego de irse por cursilerías que en su tiempo me hice de oídos sordos y hoy tiene tanto sentido que me irrita excesivamente aceptar que tuvo razón; Ulrich mencionó a media voz para que mamá no escuchase, el primer indicativo, aunque con lo enfermo que me siento alrededor de Sol, tendría más peso llamarlo síntoma.
Los celos.
'¿Te sientes de ese modo al ver a una de las chicas que besaste hacer lo mismo con otro?' me cuestionó. Me importa más la caía del producto interno bruto del país que esa nimiedad, le había contestado.
'¿Si te enterases que la chica con la que estuviste días antes, se acuesta con otro, te dolería física y mentalmente?' Me molestaría no haberlo visto, le respondí.
'¿Cuando sientas una presión en el pecho que duela, arda y te adormezca los brazos de las ganas de sacarle los dientes a cualquiera que mire, toque o siquiera se tome el atrevimiento descarado de respirar cerca de la chica que te guste, entonces esa es tu señal, comprendes? No la dejes ir' recuerdo sentirme tan confundido que solo atiné a preguntarle porque me decía eso, y le recuerdo a él contestarme, que estaba aburrido y nada más.
Con Sol me siento peor, exageradamente peor que esa escueta descripción que Ulrich me escupió.
Podría irme por lo obvio y culpar al trastorno, claro que sí, sin embargo, desearla, pensarla y codiciarla de la manera que lo hago, con la misma vehemencia que los malditos celos usan para empañarme la razón, me dice que no es solo mi desvarío biológico, que va más allá de un gusto que se limita vivirse en la piel y me aterra empezar a perderle el terror a ese nuevo sentir.
—No quiero hablar de él—me limito a decir, enlazando su mirada a través del espejo—, ¿tu sí?
Sacude la cabeza bruscamente, torciendo los labios. Si no llevase los libros encima, probablemente le hubiese arrebatado la mueca de un beso.
—No, lo que quería saber ya lo averigüé.
La observo por unos segundos, identificando disgusto o algo similar en su bonito rostro. ¿Hera le habrá comentado lo que pasó con...?
—¿El qué?—indago, la interrogante se oyó a la defensiva, ella hunde el entrecejo, confusión atestándole las facciones.
—Tú me lo dijiste, que no es hijo del matrimonio de tus abuelos...
Cierro los ojos un milisegundo, dejando al borde de mis facciones el alivio que me atraviesa. Ella no lo sabe.
—Cierto—murmuro, levantando el mentón—. ¿Vamos al restaurante o...?
—A mi casa—me interrumpe, esbozando una sonrisa preciosa—. ¿O te da miedo comer recalentado?
Jamás he probado comida de más de tres horas hecha. A conciencia, por lo menos. La idea no es del todo de mi agrado, pero que venga de las manos de Sol, lo hace un poco más atractivo.
—No.
Suspicacia le salpica las pupilas.
—Yo sé como recalentar la comida, tengo una técnica milenaria, quita esa cara—me empuja suavemente con la cadera, sonrío sin planearlo—. Oye, ayer me dijiste ayer que me ibas a ayudar con matemáticas, con esa mierda de números y letras, no se te ha olvidado, ¿o sí? No importa, te lo acabo de recordar.
La presión del declive de pisos se vuelve nada comparado a la tensión pululando en medio de los dos. Podía sentir los vellos de la nuca erizarse, cercano en similitud a esas veces que el recuerdo de sus labios invade mi impasibilidad, como un recuerdo de que aquello que me propuse tener, lo obtuve y lo mantengo.
El dulce sabor de la libertad que su boca me da.
—Después de comer lo que sea que vayas hacer—respondo con dejo incrédulo, ella abre los labios simulando que le he ofendido.
—Si lo dices así no te doy nada—advierte.
Sonrío de pura ironía.
—Siempre que dices eso, acabas dándome todo.
Sus ojos se colman de una emoción indefinible. El ascensor de detiene en el momento justo, ella, luego de escrutarme de pies a cabeza lo que dura un respiro, sale del cubículo arrojando el manto de cabello castaño a su diminuta espalda.
La brisa que provoca el movimiento me acerca su dulce aroma a manzana, encendiendo en cuestión de segundos cada fibra bajo mi dermis.
~
—Escuché a unas muchachas en el piso diez mencionar que debes hacerle honor a tu nombre y cito: 'debe ser un Dios en la cama'.
Sol a segundos de que ocurra, me salva de caer en un profundo letargo.
No me encuentro en la mejor condición para nada, ni pensar, hablar, si quiera respirar si no es en automático. Luego de comer y repetir una comida de nombre extraño pero que sin espacio a la duda, era muy apetecible, ella decidió pasar el atracón acostados en la cama.
Nunca había compartido cama con una mujer ajena a mi familia que no conlleve un motivo sexual, no obstante aquí me encuentro, repleto hasta la coronilla como el más grande holgazán, satisfecho en otra circunstancia, y demasiado cómodo con la situación, demasiado contento con la idea de girarme y atraerla a mis brazos para obtener un poco de su calor y embriagarme en aroma dulzón.
Me sentía extremadamente tranquilo con solo abrazarle hasta pasar el malestar, este, y los que vengan. Sabría reponerme a velocidad inaudita, consigo paz en su calma.
—¿Y tú que les dijiste?—cuestiono aún con los ojos cerrados.
Advierto un ligero temblor en la cama, abro un ojo solo para verle reírse con la mano en la boca.
—Que estaba bien pero podrías mejorar—se mofa y el amago de una sonrisa me toma los labios.
—Te he dicho que no me agradan las mentirosas—comento, arrastrando las palabras.
Le oigo chasquear la lengua antes de soltar una risita.
—Es que yo no te agrado, Eros, yo te gusto.
Capto de inmediato la frase. Enfoco la mirada en la suya, ella me contempla en completo silencio, trasmitiéndome una sensación apacible con su semblante sosegado que fácil me convierte en presa del encanto de su mirada. Le otorgo al menos cuatro tonalidades marrones a sus ojos y una noche de insomnio si me propongo a buscar ojos más bonitos que los suyos.
Sol es una descarada, cree que puede mirarme de esa manera y salir ilesa.
Abandono cualquier vestigio de pereza cerniéndome sobre su cuerpo cuidando de no lastimarla, ella suelta un grito de susto ocasionado por el repentino movimiento, ligado a una carcajada estruendosa por lo mismo. No se cohíbe en abrir las piernas brindándome el espacio necesario para ubicarme en la posición que se ha convertido en mi favorita, apretado por la fuerza de sus muslos de piel caliente y textura tersa.
Hinco los codos en el colchón bordeando su rostro, pequeño comparado al tamaño de mis manos, delicado al tacto, precioso a la vista. Es inconcebible para mí, creer y aceptar con tanta simpleza que he cumplido cuatro meses con la misma mujer ocupando mi mente, opacando sin ser consciente de ello, mi entusiasmo por conocer texturas de nuevas pieles, y en el peor de los casos, no podría decir que con la suya tengo suficiente, no es así.
Cada día me siento más ansioso, anhelante por obtener más y más de una cosa a la que no puedo colocarle nombre, porque no comprendo que es. Solo tengo este instinto de necesidad sensorial por ella, su aroma, su risa, su voz.
Me había aferrado a esa imagen de ella refundido en medio de cuatro paredes, quise culpar a mi pobre estado mental en ese tiempo que no le veía fin, vacío de metas cuando me considero un hombre de muchas de ellas, que el proponerme conocerle y explorar lo que escondía debajo de la ropa, lo que me hizo un obstinado con respecto a ella. A fin de cuentas, Sol era el primero objetivo que me impuse luego de pasar años sin ninguno.
Y lo cumplí, y me gustó y me empeciné y aquí estoy, sucumbiendo a la sobre carga de hormonas y la determinante concupiscencia impresa en cada célula de mi anatomía, alterada por la suya. Las manos me cosquillean por palpar la tierna piel de su coño, por sentir la humedad prendida a sus pliegues y hundir los dedos en el río caliente dentro de ella, me prohíbo dejarme dominar por el impetuoso deseo, me permito encontrarme con su boca, roja, deliciosa, hinchada por naturaleza.
Ancla las piernas a mis muslos mientras me corresponde el beso con la misma avidez. Absorto en el gusto tremendo del sentir de sus labios, sumerjo la lengua en su boca, impulsando las caderas hacia ella, regocijándome del suave gemido que profiere y yo engullo, resintiendo el firme balanceo de caderas que empieza, frotándose suavemente contra mí. Me ha puesto como piedra, succiono su labio inferior antes de repartir besos por su pómulo, viajando hasta la parte baja de su oreja, desciendo más, aspirando el aroma impregnado en su piel. Ella ladea el rostro brindándome acceso al costado de su cuello, succiono allí, causándole un estremecimiento que me lleva al borde y empuja el limitado control que sostenía, fuera de mi cuerpo.
Podía sentir la polla bombear tanta sangre que temí me explotaría. El deseo se torna calcinador, como si llevase un infierno por dentro. Sol con pretensiones que distan de apegarse al decoro, mese de nueva cuenta las caderas, regalándome un millar de sensaciones, desplazándose directo y sin dilataciones a mi ingle. Me lleno los pulmones de su aroma, quería grabarme cada centímetro de piel, quería memorizar cada espacio de su cuerpo, quería estudiar cada reacción a mis caricias, cada gemido, cada mordida de labio, pero la necesidad de contacto no es para los pacientes, nunca lo fui, y lo reafirmo al cabrearme por no poder sacar los botones de su camisa, el desespero me supera, termino rasgando la tela, los botones vuelan a alguna parte de la cama. Sol grita una grosería que convierto en gemido al bajar el sujetador y prenderme de su seno con hambre, testeando la piel rugosa de la aureola, mordiendo ligeramente la punta erecta.
—Mi camisa—jadea, hincándome las uñas en el antebrazo.
—Te compraré una puta tienda entera—le contesto, lamiendo la cima de su pecho, ella arquea la espalda, dándome todo el acceso que requiero.
Succiono con fuerza antes de darle toda mi atención al otro, juego con la punta firme, mojándolo de saliva, mientras tomaba el primero con la mano, apretujando la piel que enseguida toma color, circundando el pulgar por la aureola. Ella podía morderse la lengua para evitar gemir, conozco sus trucos, pero jamás dejaría de moverse contra mi pantalón. Guiado por el instinto carnal, recorro con la punta de los dedos su estómago, jactándome de la innegable agitación de su cuerpo bajo mi tacto, memorizando la manera que su piel de estremece. Continúo mi descenso en su cuerpo, levantando la falda, por fin, concretando los pensamientos amontonados desde esta mañana, que la miré con ella.
A tempo delirante, logro despegarme centímetros de su cuerpo. Paseo los dedos por el interior del muslo, y lamiendo con celo el camino en medio de sus tetas, alcanzo el pedazo de tela húmedo. Le siento contener la respiración y botarla de golpe cuando presiono el pulgar allí, en ese espacio en medio de sus pliegues dónde se concentran sus nervios, mis favoritos. Lo dejo allí, subo la mirada para atajar el momento en el que la exasperación le tome el cariz.
Vine aquí con intenciones sanas, enseñarle álgebra, robarle uno que otro beso, pero con Sol se pierde el sentido de la palabra.
Ella gruñe removiéndose contra mis dedos, al no obtener respuesta, me clava las uñas en los hombros sin reparar en la presión que ejerce. Libero su seno, luego de darle una larga lamida, recorro sus alrededores con el mentón, acariciándole con los vellos de la barba.
El contacto es recibido por un resoplido placentero. Repite el ondeo de caderas con más ahínco, esta vez obedezco su pedido mudo, moviendo el dedo en círculos paulatinos, compensados por una un jadeo que me engrosa las venas de la verga.
La tela se empapa en segundos, atraído por la vista de sus tetas bañadas de mí, retomo el enlace acezante, ella me premia con un sonoro gemido que me imposibilita dilatar el momento. De un jalón descubro su coño y en el instante que mis dedos se encuentran con su abundante humedad, pierdo el sentido de la razón.
El gemido torturado que escupe no contiene ni un gramo de timidez. La miro por un momento, extasiado la arruga en medio de sus cejas y la respiración forzosa a través de la boca. Deslizo dos dedos en medio de sus labios menores, explorando como si fuese la primera vez, reconociendo piel tersa y el espeso rocío de su excitación. Mantengo el tacto a cadencia despreocupada, procurando trastornarla tanto como ella me tiene a mí. Palpo la extensión de su sexo de arriba abajo, con delicadeza, disfrutando de la infinita suavidad de su piel mojada.
Cuando creo que hemos tenido suficiente, abandono su seno, enlazando mis ojos a los suyos. Tanteo lentamente su entrada, tácita advertencia a lo que procuro hacer. Ella me responde levantando las caderas, de inmediato bajo la mano a su encuentro, sumergiendo dos dedos en su bonito, chorreante y ardiente coño.
Ensarta las uñas filosas en mis hombros, como si buscase robarme un tajo de piel, empiezo el dócil vaivén de mi mano, dentro fuera, dentro fuera, arrastra los dedos más abajo, desgarrándome mínimamente la piel. Comprimo la mandíbula soportando el sutil ardor, incrementando las acometidas, hundiendo los dedos más profundo, pesquisando por esa zona rugosa aliada en lo que deseo cumplir, doy con ella, el pecho se me colma de egocentrismo en su estado más puro al verle blanquear los ojos y echar la cabeza hacia atrás, perdida en las sensaciones. Adhiero las yemas de los dedos en el punto exacto, posicionando el pulgar en su clítoris hinchad, adelanto y retraigo la muñeca, contemplando con la boca seca las perlas de sudor adornando su frente, admirando el fuerte sonrojo en su rostro.
La polla se me prensa tanto que temo correrme como un jodido precoz. Cierro los ojos imaginando malditos arcoíris y flores de colores al sentir la rigidez de sus piernas y las sublimes contracciones de su vagina alrededor de mis dedos. De sus labios entreabiertos se escabulle un gemido ronco, las ganas de arrancarle la boca a besos consigue terreno dentro de mí, no me cohíbo en ir por su boca estampando en la errática conexión todo aquello que me expandía el pecho y aceleraba de manera insana los latidos del corazón.
Puedo escuchar la sangre correr acelerada detrás de las orejas, con la mente sumida en un letargo de placer, reparo en el temblor de sus rodillas, me aparto solo escasos centímetros de su boca para interceptar la ola de gemidos, lamiendo el borde de sus labios con pericia, al tiempo que me apresuro a hundir el codo del brazo que mantengo anclado a una de sus tetas, consiguiendo la estabilidad necesaria para concentrar los embates en el punto dentro de ella. Uno, dos , tres y cuatro, contemplo con la mirada oscurecida resultado de la tremenda satisfacción que se agarra a mí cual grilletes, como aplasta la cabeza en el colchón y empuja las caderas contra mi mano un momento antes de apartarse de golpe, dejando mis dedos llenos de sus fluidos a la intemperie.
Le doy el tiempo que me toma bajarle las bragas, abrirme la bragueta, tomarme la polla caliente y acomodarme en medio de sus piernas para que vuelva en sí y me confirme que pueda continuar. Reparto besos en sus hombros, clavículas, garganta, mentón hasta finalizar en su boca, misma que toma mi trato sosegado, distinto al que mis deseos claman, pero el que ella necesita. Aprieto las sábanas en puños, aminorando la imperiosa exigencia de mi cuerpo de tomarla por las caderas, sumergirme en su interior de una estocada y hacerla brincar en mi regazo al ritmo y fuerza justo para inundar la habitación del delicioso sonido de su piel estrellándose contra la mía. Bañado en osadía, me atrevo a rozar su sexo con el mío, sus piernas sufren una sacudida instantánea, dejándome saber lo sensible que todavía se encuentra.
Persisto con la avalancha de besos diseminados allá dónde mi boca cae, apretando los dientes como si pudiese disminuir la apabullante mezcla homogénea de emociones y sensaciones causando estragos en mi interior.
Mantengo el pecho unido al suyo, absorbiendo los latidos raudos de su corazón en perfecta consonancia con el mío. Es ella la que inicia el contacto, subiendo una mano a mi nuca, atrayéndome hacia su boca. Me regalo el lujo de saborear sus labios, aferrando una mano a su nuca, bajando la otra a su pierna con leves roces a la piel de vellos erizados. Muevo las caderas arrastrando la polla entre sus pliegues, ansioso como la mierda. Toma todo de mi encontrar el control que había perdido, eludiendo la necesidad de sumirme en su interior. Desplazo los labios por su mentón, resintiendo la cercanía de sus pezones en mis pectorales, entonces, se le ocurre introducir una mano en medio de nuestros pechos, miro hacia allá, fascinado por la idea de mirarla tocarse, pero lo que hace me roba el aliento y tenso cada jodido músculo de la espalda.
Me toma el miembro, guiándome directo a su sexo.
—Hazlo—pide en un susurro, y yo, débil ante sus pedidos, cumplo, enterrándome en ella de una embestida que nos roba un gemido a los dos.
Su húmeda estrechez me da la bienvenida, abriéndose paso lentamente, adaptándose a mí alrededor. No me muevo, permitiéndole ceder entorno a mí. Segundo a segundo la sensación de presión pasa a convertirse en una tersa calidez cautivadora. Mi mente no da para pensar en otra cosa que no sea lo bien que se siente estar dentro de ella. No doy con las palabras que le hagan justicia para definir las descargas de placer que mi cuerpo recibe cada maldita vez que nos vinculamos de esta manera.
Me hundo un poco más, y otro más, alcanzando niveles que desvanecen toda lógica y sentido. Piel, huesos y sensaciones, no somos más que eso.
Menciona mi nombre en un gemido inaudible cuando sacudo las caderas encajándome en su carne ardiente. Perdido en el placer sin ánimos de ser encontrado, empujo su rodilla contra el colchón, exponiendo su sexo, abriéndome camino al último confín de su interior que me sobra por descubrir.
Un maldito paraíso.
Ella hace el amago de retirar la mano, niega con denuedo, soltando su rodilla un momento para mostrarle lo que me apetece.
—Así—le indico, anillando sus dedos pulgar e índice en mi polla, la punta de sus dedos apenas se rozan entre sí—. Presiona duro.
Detrás del velo del deleite plasmado en sus orbes, atisbo un vestigio de confusión. Lo disipo tan pronto retomo su rodilla contra las sábanas, buscando abrirla por completo para mi disfrute, y el suyo, al comenzar el necesitado desliz en su interior con deliciosa fluidez. Presiono contra ella con fuerza, perdiendo el control al percibir las paredes de su vagina apretarme con gusto. Bato las caderas con brusquedad, soltando los lazos que me mantenían cuerdo, es entonces que sus dedos posicionados entre su entrada y mi verga le rozan el clítoris que comprende la razón de mi petición.
Agarro con fuerza su cabeza, presionándole los dedos en el cráneo, el antebrazo ajustado al colchón y el otro sosteniendo el muslo extendido. Me inclino a su boca rozando el labio inferior con la punta de la lengua, ella me confiere acceso, engarzo la lengua a la suya con maña, paladeando su gusto, reforzando la expedición en su interior cada vez más dispuesto a mis embates. Siento la presión de sus dedos en medio de nuestros sexos, la tensión cae sobre mis hombros como un manto pesado, Sol consigue aligerarlo al descender con pericia la mano que me aruñaba el hombro a la cadera, exigencia sigilosa que acato enseguida, cumpliendo con sus caprichos entremezclados en la profundidad de sus deseos.
—Es que te juro...—lloriquea, corto la oración con un choque violento, las piernas le tiemblan y me siento arder de pies a cabeza.
—¿Me juras qué?—sondeo, manteniendo el ritmo agresivo que sabía, la empujaban al límite sin retorno.
Niega, lejos de encontrar su voz, raspándome la piel de la espalda baja con el filo de sus uñas. Sella la mirada y tensa los labios, resistiendo lo inevitable. Mis pulmones padecen la falta de aire, se me va en el movimiento que la tiene saltando sobre mis muslos, aumentando el sonido de su lubricación interceptando mi piel, mojándome las bolas. La vista de su rostro distorsiono en esa maldita mueca de satisfacción me obliga a cerrar los ojos rehuyendo de la ola de deleite que me deja pendiendo de un hilo fino. Me siento como un cobarde al postrar el mentón sobre su cabeza, huyendo de esa vista. No funciona del todo al percibir el calor de su respiración agitada cubrirme la garganta, menos cuando todo su cuerpo se pone rígido, anunciando la inminente llegada del orgasmo que disfruto como mío, sintiendo las palpitaciones urgidas de su coño y el apretón de sus dedos atascadas a mi alrededor.
Un segundo me dura la intención de detenerme, el sonido rasposo que brota de sus labios me incita a continuar, imprimiendo desenfreno en el choque de su piel y la mí. Libero su rodilla y flanqueo su cuello con mis codos firmes contra la cama, enlazando los dedos en la cúspide de su cabeza, aminorando sus brincos, permitiendo que pueda estrellarme con mayor fervor contra su sexo.
Ella me rodea la cadera con los brazos y hunde los talones en mi trasero, empujándome contra ella con ansias. Su sudor mezclado con el mío me conceden el desliz contra sus pechos turgentes, y esa área en su entrepierna que no tarda en llevarla al borde, de nuevo, y aunque sienta la tortura de un maldito calambre aproximarse, no varío la cadencia de los embates, consiguiendo por tercera vez el gozo de percibir las contracciones de su sexo ardiente ceñirse en torno a mí.
Bajo el rostro presionando mi frente en su sien, irradiando tanto que calor que podíamos servir de calefacción al resto de la casa. Me hundo en ella sin consideraciones, escuchando el murmuro de mi nombre como un clamor casi religioso. Ella permanece estática, piernas extendidas cediéndome mayor movilidad, uñas encajadas en los huesos de mis caderas. Azorado por el cúmulo de emociones golpeteándome el pecho, me abrazo a su cabeza y abandono un beso en la cumbre de ella sobre sus cabellos, percibiendo el auge de sensaciones agudizarse en su descenso ardiente a mi ingle. Rápidamente salgo de ella, arrastrando mi extensión sobre sus labios inflamados repetidas veces, gruñendo entre dientes al profanar su bonito estómago con el desparrame espeso de mi eyaculación.
Permanezco en la misma postura, recobrando la consciencia, sorbiendo la sólida frecuencia de latidos acompasados. De la misma forma que mente desvanece cualquier estela del rimero de sensaciones algo más que lúbricas, el peso de la comida regresa, como el molesto dolor en las líneas causadas por las uñas de la chica que sostengo se agudiza. No creo sentir nada más placentero que el dolor de sus marcas en mi piel.
—Necesito ir al baño—menciona con un hilo de voz, casi gruño de frustración, no quiero separarme de su cuerpo, quería sentir cada espasmo de su cuerpo sensitivo.
—Si me permites entrar contigo—le desafío, ella niega, removiéndose bajo de mí.
—NO—exclama, apartando la cabeza de mis manos, a la vez que esboza una sonrisa producto de la vergüenza y timidez.
Adoro como después de tener clavado más que mis dedos dentro de ella, tiene la osadía de querer esconder su cuerpo de mis ojos, a mí, que no hay curva que no he palpado, extremidad que no he conocido, piel que no he saboreado.
Me cuestiono si su falta de seguridad se debe a mí pobre demostración de afecto, si no muestro lo enfermo que me siento siempre que su aroma me alcanza. Declino esa idea tan pronto me cruza la mente, se lo he dicho y probado usando más que palabras y gestos, asumiré que simplemente no desea ese tipo de intimidad.
Pero yo sí, y ese pensamiento me saca de mi propio contexto. Deseo ser quien le restriegue la piel y le quite lo que yo mismo provoqué.
Trata de arrastrarse fuera de la prisión de mis brazos, la aplasto contra mí, recibiendo mi descarga en el abdomen. Ella profiere un chillido en medio de carcajadas, por reflejo, le acompaño en las risas, despidiendo un beso en su cabello húmedo de sudor solo porque sí.
—Te complicas la vida, Süß, mira cómo estás, temblando de pies a cabeza—mascullo, trazando un camino por su pómulo a su mentón, embelesado por la plenitud atiborrándome el pecho—, tienes que aceptar que tu cuerpo ya no es exclusivo para ti.
—¿Cómo es Múnich?—la pregunta de Sol me hace quitar la vista de la calle y llevarla a su rostro contorsionado en una mueca de dolor, persistente en quitarse los nudos del cabello sin perder la mitad de las hebras—. Dime las tres primeras palabras que se te ocurran cuando piensas en la ciudad.
Podría decirlo lo primero que me cruza la mente, que no podía pensar en eso ahora, porque todavía tengo la cabeza ocupada reviviendo lo que acabamos de hacer, menos, cuando no se quita la toalla y la vista de su piel bañada en diminutas gotas solo me invitan a recoger cada una con la lengua, pero no quería sonar como un completo imbécil.
Me quito el cigarro de entre los labios, pensando en una respuesta que nos pueda complacer a los dos.
—Verde, longevo, monótono—contesto, ella detiene lo que hace, presionando los labios en confusión.
—¿Monótono?
Afirmo, soltando las cenizas por el balcón.
—Así lo percibo—su mirada brilla con notorio interés en ella—. Casa, clases, las mismas caras que esperan más de ti y te sonríen tratando de ocultarlo, las mismas personas con las mismas intenciones—aplasto la colilla contra el metal de las escaleras antes de voltear hacia ella y cerrar la ventana, cortando el flujo de aire fresco—. Monótono, no ves el final, te acostumbras a eso, a un círculo eterno. Alemania en general es pragmática, la gente lo es, todo se maneja por exactitud, no puedes fallar, no puedes cometes errores o siquiera tener un simple atraso. No se te permite ser espontáneo, no encajarías porque el resto vive bajo la misma tiránica organización.
Montones con quiénes estar, ninguno con quién ser y no me importó, me apegué a esa rutina porque era lo que servía para mí, me sentía acorde yendo a la par del resto, siguiendo la corriente. Fue ese tiempo en prisión lo que afectó el cambio de perspectiva. Ya no deseaba salir por las noches en busca de algo o alguien para pasar el rato, me hastié de lo mismo, me cansé del bullicio, me harté de ese círculo.
El problema es que aquí recaí, volví a lo mismo. Al no tener guía o siquiera una remota idea de saber que buscaba, porque eso pasaba, no sabía que buscaba algo, hasta dar con ello, y eso me adentró en una espiral de negativas y bloqueos, contradiciéndome de manera perversa, y no solo para mí, también a la chica que me observa pensativa, con la que no sabía si ser completamente sincero o continuar con ello, como si nada hubiese pasado.
A fin de cuentas, la evasión no afecta a nadie más que a mí.
A fin de cuentas, hoy decido quedarme a consumir ese café y si ella no me lo ofrece, se lo pediré.
—Algunas rutinas son buenas, no me veo viviendo la vida a lo que salga—dice, absorbiendo las puntas mojadas del cabello en la toalla.
—Te doy la razón—menciono, reprimiendo la sonrisa que sentía acercarse—, pero hay que romperla de vez en cuando o te va a comer en vida y hay mucho por descubrir.
El rostro se le enciende de alguna emoción indescifrable.
—¿Conseguiste aquí lo que no tenías allá?—inquiere con dejo desinteresado, continuando con su trabajo en la larga cabellera.
Me inclino hacia adelante, apoyando los codos en las rodillas.
—Conseguí lo que no sabía que quería, no tiene relación al estilo de vida—digo lo que se siente como una confesión.
Sus ojos grandes y expresivos se encienden curiosos.
—¿Entonces con qué?
—Conmigo—sonreí, colocando el mentón sobre las manos unidas—. Había adoptado esta rotunda idea de que las cosas son de cierta manera, porque nunca me permití conocer aspectos como...
Callo, porque no puedo entender el concepto de lo que siento con la claridad que me gustaría. No sé de qué manera contar lo que me ocurría, todavía puedo saborear la incongruencia y contradicción de estos últimos meses.
—¿Cómo?—sondea con dejo presuroso.
Me inflo los pulmones con un soplido de aire. Cuan complicado es desnudarse, en el sentido que no implique lo físico.
—Esto, tú y yo—digo por fin, manteniendo su mirada—. Convivir con alguien que me atrae en más allá de lo sexual. No dejé que pasara antes, ahora no tengo razones para que no ocurra, y no sé si soy yo, el momento o simplemente... tú.
Y callé de nuevo. Había dicho demasiado en tan pocas palabras. Sol ataja el significado camuflado en la oración, deseo con todas mis fuerzas que no se le ocurra seguir sus instintos detectivescos, no estoy apto para tratar de estos temas, no hoy, no ahora, no quiero que la sensación de plenitud desaparezca por recuerdos que no tienen ninguna importancia.
Pero es Sol con quien trato, la chica codiciosa por conocimiento que no sabe cuando dejar de preguntar.
—Dices que no dejaste que pasara, es decir, ¿qué si tuviste a alguien que te atraía de esa forma?
El rostro de Guida viene a mi mente, como un recordatorio de que la inmadurez, inexperiencia y estupidez, pueden convertirse en formula corrosiva. Demasiado tontos, demasiado jóvenes. Recuerdo su mirada cristalizada, mencionando con la voz rota que no podía seguir con eso y a mí, petrificado del miedo, cagado hasta la espalda, mirando la prueba de embarazo marcando positivo en mis dedos.
No pudo ser, porque ella así lo decidió.
No puedo decir que la quise, si lo hubiese hecho no dudaría de ello, pero ha sido lo más cercano a apreciar la compañía de alguien para algo más que follar y ni siquiera se acerca, en lo absoluto, a lo que me estoy permitiendo conocer.
—Sí, pero no estaba preparado para eso—mascullo—. Ni ella ni yo.
Capto el manto de dudas cubrir su mirada, sé que se debe morder la lengua para no vomitar la sarta de preguntas que le han surgido y no por mero interés por mí, Sol es curiosa por naturaleza, lo mínimo le genera un hambre por conocer que todavía al que no termino de adecuarme.
No aparto la mía, espero pacientemente a que lance una pregunta, preparado para desviarla. Ese tema ya fue sepultado y puedo ser conocido por mucho, menos por desenterrar lo que considero, tema muerto.
Luego de una brevedad meditando si proseguir o no, inclina la cabeza, terminando con la maraña de enredos en su cabello.
—Pues sí, si somos jóvenes, en ese entonces era como una tontería, ¿no?—repone, mirándome inexpresiva.
Me extraña su falta de cuestionamientos, de todas maneras, asiento una vez con la cabeza.
—Exactamente.
—Como ahora—devuelve de inmediato, inclinando la cabeza a un costado.
Casi me suelto a reír. Joder, se ve preciosa incluso cuando me quiere hacer caer. Ahí está, la frase capciosa que esperaba, no podría culparla, jamás, sobre todo cuando en un principio le hubiese dado la razón.
¿Qué podría contestarle? Sé que es apresurado, hace tres semanas que escalé las escaleras para encontrarla como un ratón asustado tratando de huir de mí, pero decírselo le asustaría, me ha dicho que no me manejo de la misma forma que ella, su cultura es distinta a la mía. Lo suyo es esperar y esperar, y yo detesto hacerlo, lo que quiero, lo quiero al instante, sin darle vueltas, sin divagar. Estoy siendo un cínico de la más baja calaña considerando mis intenciones de hace dos semanas, pero no me da la gana de ser de otra manera, ya no, menos cuando pensar en Sol conlleva algo más que el obvio deseo sexual que tengo por ella, es un gusto que rebasa límites conocidos.
Con Sol Herrera, me estoy brindando el albedrío de conocer tierras extranjeras. En más de un sentido.
—Las cosas, situaciones, tomarán el sentido y valor que tú les des—hablo, bajando el rostro, pero manteniendo mis ojos conectados a los suyos—. Será una tontería al final si lo percibes así desde el inicio.
Enarca una ceja, dubitativa.
— ¿Tomas tus propios consejos, Eros?
Una sonrisa pequeña le abraza el semblante y me siento aficionado de ella, de su mirada brillando en picardía y el desafío implícito en esa pregunta.
—Justo ahora, sí—contesto, levantando el mentón—. Como justo ahora, me encantaría insertarme en otras cuestiones más profundas que esta charla y viajar a otra dimensión en la que estoy seguro, me pedirás piedad.
Expandiendo el bonito gesto de su rostro, me apunta con el cepillo antes de bajar el brazo a la cama.
— ¿A cuál? Si se puede saber, claro.
Me pongo de pie, el pantalón con la bragueta abajo se me baja a las caderas. Disfruto del peso de su mirada destellante en mi abdomen, del tenue sonrojo abarcándole los pómulos y de la tensión de su cuerpo al inclinarme sobre ella, lo necesario para tomar la libreta olvidada a su espalda.
Le siento encogerse al brindarle un beso en el hombro, recogiendo las gotas que ansiaba por probar, y me alejo sin ganas de hacerlo, con la promesa de continuar la recolección de gotas después.
Ella me observa ceñuda, levanto el cuaderno delante de su rostro.
—A la de funciones trigonométricas, Süß—proclamo, señalando a la muda de ropa en la cama—. Vístete, necesito concentrarme y tú también, tienes una beca que conseguir.
~
Me quedé sin ideas.
No tengo ni un borrador, ni apuntes, ni un minúsculo boceto de que hacer a continuación. He dejado a Sol en su casa luego de su trabajo, y no pude darle más que un maldito pollo frito, porque no sé que se hacen en las malditas citas. Solo se me ocurre follar en su cama, en la mía, en el escritorio, en el piso, en...
Me siento como un imbécil, un bueno para nada, un puto mediocre. He pisado el fondo, este es mi fondo: no saber cómo mantener entretenida a una chica fuera de las sábanas.
No, ese no es el inconveniente, lo es el que decarto una idea enseguida se me ocurre, porque no lo considero suficiente para ella. Todo me parece insulso, o demasiado infantil. Debe haber algo que marque la diferencia, eso que recuerde para toda la vida, que le saque una sonrisa cada vez que escuche mi nombre. Algo con significado, sin que resulte empalagoso porque Sol detesta esas mierdas, pero que pruebe que por lo menos, lo pensé más de un minuto.
Nada me viene a la mente, y me frusta más que el maldito ruido de la música proveniente de la planta de arriba.
Suelto las llaves en el platillo de cerámica encima del mueble al costado del elevador, me dirijo a la habitación de Hera con dos propósitos. Que apague la música y me diga que hacer, no puedo permitir que Sol se aburra de mí, cosa que de acuerdo a mi trato y a sus reacciones, resultaría imposible, pero con ella nunca doy nada por sentado.
—Hera—le llamo, tocando la madera con los nudillos.
Espero unos segundos. Nada. Repito el llamado dos veces más, no se oye más que el mismo ruido ensordecedor. Empiezo a dudar de si está sola, o si algo le habrá pasado, si se calló en la ducha, o se quedó dormida en la tina. Miedo me azota y adormece los músculos, toco una vez más, con el corazón en pausa, al no obtener respuesta, muevo la manilla pretendiendo abrirla, pero tiene el seguro pasado.
—¡Hera!—grito, perdiendo el último aliento de tolerancia.
La ansiedad ligada al temor me sobrepasa, acabo pegándole una patada a la puerta, esta se abre, pero mi hermana no está a la vista. Camino al baño sacando el celular del bolsillo, tenso hasta los tuétanos, pero al empujar la puerta del baño de sopetón, el grito de terror de ella me devuelve los estímulos al cuerpo.
—¡¿Qué mierdas te pasa?!?
Sumergida hasta el cuello en un baño de espuma, con mierda verde aplastada en el rostro y el cabello recogido en rollos, Hera me aniquila con la mirada, después de quitarse las bolsas de té de los párpados. Luce como una verdadera pesadilla.
—Estoy harto de decirte que no escuches mierdas a ese volumen si estás sola en casa—digo entre dientes, enviando la puerta contra la pared, tomando una bocanada de aire.
Ella refunfuña una cosa por lo bajo que no alcanzo a escuchar. Acerca la tableta sobre la silla junto a ella, disminuyendo el volumen.
—Estoy en mi momento de relajación, te he dicho que no me interrumpas—profiere de la misma manera, mirándome de reojo con algo de resentimiento—. Además, con los gorilas que me han impuesto, no pensé que hiciese falta.
Se ha dado cuenta y no me impresiona. Hera no es tonta, probablemente sea el miembro más inteligente de la familia y la más caprichosa también, pero es resultado del sinnúmero de atenciones de Ulrich, cede a todo lo que pide como si se tratarse de una orden expresa, y a consecuencia de la poca voluntad de él, Hera acostumbra a obtener lo que desee con solo el esfuerzo de extender la mano.
¿Quién soy yo para crucificarla por eso? Peco de lo mismo, pero por mamá. Y soy feliz con eso.
—Conmigo nunca hay discusiones, solo decisiones, ya lo sé—replica con dejo rabioso, me escruta un instante antes de fruncir el ceño—. ¿Qué te pasa?
Trago duro. ¿De verdad haré esto? ¿Le pediré consejos a mi hermana sobre qué pasos dar con su mejor amiga? ¿Tan mal me encuentro? Maldita sea, jamás había sentido tanta pena por mi mismo como ahora. Y regresa el motín de dudas. Si tanto me cuesta desarrollarlo, ¿por qué no lo dejo y ya está? Sol me gusta, pero, ¿tanto? ¿A este nivel? Ulrich me ha dicho que no se debe forzar a nada, las cosas si deben ser, lo serán por si solas, y con esto siento que es lo que estoy cometiendo.
Ahí, en el baño de mi hermana, caigo en cuenta que el problema no es Sol, soy yo que no tengo idea de cómo interactuar en estos casos, y me dejo guiar por expectativas ficticias, que no me producen comodidad, cuando pasar el rato con ella haciendo nada, me produce más satisfacción que cenar en un restaurante cinco estrellas.
Estoy fluyendo y no me doy cuenta, porque continúo poniéndome trabas innecesarias, por las mismas cuestiones que hace un buen rato creí, había vencido.
Podía demostrar que lo tenía todo bajo control, lleno de seguridad, rebosante de confianza. Oculto debajo de esa fachada que si, muchas veces es certera, se halla un pedazo de mí, un terreno inmenso, en el que estoy cagado de miedo. Me aterra sentir al tocar piel, me inquieta el pálpito de mi corazón al adentrarme en ella. Conozco la historia de un chico que comenzó de la misma manera, siendo un año más joven que yo. Chico que acabó atado a una mujer que nunca le perdonó su error, pero no tuvieron la valentía de tomar caminos separados y terminaron siendo, pero a medias.
Yo no quiero nada a medias, si lo voy a tener, lo que sea, lo quiero entero, completo, y exclusivo para mí.
—Nada—mascullo, girando a la salida.
—¿Qué le hiciste a Sol?
La pregunta más que el tono despectivo me hacen voltear de vuelta a Hera, arqueando ambas cejas.
—¿Por qué tuve que hacerle algo?—cuestiono, una sensación de amargura ciñéndose a mi pecho.
Ella enarca una ceja, soltando una risita irónica.
—¿Tu pregunta va en serio?
Mi estómago se comprime, como me gustaría llevarle la contraria, pero no le quito la razón de sentirse amenazada, reacción originada de la más pura lógica. Me encantaría argumentarle de vuelta, no tengo nada con que defenderme.
Niego, tomando el pomo de la puerta.
—No le subas más, que no vives sola. Necesito silencio.
Salgo de la recámara desordenándome el cabello, necesitado de una ducha de agua hirviendo.
Entro a la alcoba, sopesando más de una interrogante a la vez, preguntas extrañas, otras sin coherencia, pero que de una loca y descabellada manera, todas las respuestas, buena y no tanto, desembocan en la misma chica de mirada almendrada y nombre de astro rey.
Eros astrofílico😐
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