"22"
—Según internet, esta es la dirección—dice Lulú con la voz vibrante de emoción, salteando la vista entre la apretada anchura de la antigua librería y el celular.
Echo una ojeada al cartel colgado en la manilla de la puerta, dejando escapar un resoplido de frustración detallando la información. Llevamos dos horas caminando por las alteradas calles de Nueva York, evitando grupos de turistas, zigzagueando entre oficinistas y gente con el ánimo de un perro rabioso. Lulú quiso empezar a buscar trabajo y me pidió que le acompañara. Había tenido dos entrevistas express y rechazada en otras tres más.
Esta librería es la última opción de la tarde, pronto tengo que ingresar a mi trabajo.
—Están en hora de almuerzo, regresan...—menciono, captando la hora en el celular—. En media hora y algo más, ¿quieres ir por un café mientras esperamos?
Esperar esos minutos en medio de la calle recibiendo el odioso frío que te hiela los huesos y paraliza los músculos, no es una situación que me gustaría atravesar. Lulú acepta, sus ojos a veces verdes, a veces de matices azules iluminados bajo la escasa luz solar que la ciudad se permite. Vuelvo a unir nuestros brazos, encaminándonos a la cafetería que pasamos cuadras abajo.
Allí, Lulú busca una mesa con vista a la calle y toma asiento de frente a la puerta. Una de las tantas medidas de seguridad que Eros nos recomendó tomar. Mientras me acerco a la mesa con los dos mocachinos y un pedazo de torta de chocolate para ella, observo con pesar el respingo que da, ha estado tan absorta en su propio mundo, que no se ha percatado que he sido yo. Parece que se encuentra en estado de alerta permanente, como si se sintiese acechada, la idea me genera un sinfín de dolorosos retorcijones al corazón.
Ella me agradece con una sonrisa y en un santiamén se encarga de engullir el postre.
—¿Crees que me acepten? Todavía sigo siendo menor de edad—habla con la boca llena, tapándose los labios con una mano. Sus mofletes rosados por naturaleza le cambian la expresión asustadiza a una relajada.
Se ha hecho costumbre verla de esa manera. Asustada, alarmada por cualquier mínima situación y persona que se le acerque, incluso he notado como se eriza ante cualquier sonido molesto. Ella trata de ocultar las señales, pero el trauma lo tiene tan marcado que se mira como una reacción intrínseca y el solo pensar en que se ha convertido en parte de su vida, duele profundamente.
—Yo creo que sí. Digo, a mi me aceptaron y en cinco meses es que cumpliré los dieciocho.
Lulú mueve la cabeza de arriba abajo, tragándose el pedazo gigante de pastel que se acaba de llevar a la boca.
—Gracias por acompañarme—dice en un murmuro, asomando una diminuta sonrisa confortable que me mima el alma—. Hera no es de caminar mucho por la ciudad y Hunter prácticas, no quise interrumpir sus planes.
Tomo un sorbo del mocachino antes de responderle. Está tan caliente que me deja la lengua áspera e irritada, lo dejo a un lado, quitándole la tapa para que se enfríe deprisa.
—La idea es esa, que no vayas sola a ningún sitio. No es por querer atosigarte, es por tu seguridad.
Lulú me ofrece un trozo de torta pero lo rechazo con una mueca en los labios. No he almorzado, si consumo algo más dulce que el café me dará migraña.
—Lo sé, en mi interior me agrada que se preocupen por mí—revela, escondiendo detrás de la taza la sonrisa genuina que embellece en exceso su rostro de muñeca—. No acostumbro a ese tipo de trato.
Pese a que ella ostenta un cariz de felicidad, en su mirada hay restos de la zozobra de la que fue víctima estos años que vivió con su mal llamada familia. Cuando una persona tan cercana a ti pasa por esto y tú te enteras de la peor forma, es imposible no sentirse culpable por no haber hecho más en su debido tiempo.
¿Por qué no lo vi antes? ¿Por qué no nos dijo? Interrogantes que necesitan respuesta, pero que no te atreves a hacer por miedo a expandir la herida.
—Lo siento, Lu, esto debió pasar antes—mi voz desvaría y por poco sufre un quiebre cuando Lulú toma mi mano enguantada y le da un apretón afectuoso.
—No te sientas mal por cosas que escapan de tus manos—susurra, batiendo sus pestañas—- No debemos cargar con peso de acciones ajenas, Sol, terminarán por hundirnos.
No separa la mirada de la mía, pasan segundos donde me sumerjo en los colores cálidos que componen su iris, tan hermosos, tan dañados.
—¿Lo haces tú? ¿Te está hundiendo?—me siento osada a preguntar, sin embargo, ella suelta un suspiro, volviendo a tasajear el pastel.
—A veces creo tener el control—menciona con voz trémula, sorbiendo por la nariz—. Tengo días demasiado buenos, otros no tanto. A veces, cuando cae la noche y me voy a dormir, todavía cargo con ese miedo de que él venga detrás de mí.
Mi corazón se fractura al oír el terror en sus palabras. Lulú en el colegio, en las noches de comida colectiva y las charlas sobre nimiedades entre clases actúa como si no importara, pero sé que es una fachada. Ella no quiero demostrar que tanto le ha afectado, una manera de escudarse del dolor, no lo sé, aunque trato de manejarme con cuidado con ella, es complicado tratar de hacerle hablar, sacar todo lo que guarda por dentro sin convertirme en una intrusa contra sus sentimientos.
—No volverá a ponerte un dedo encima, te lo prometo. Todos cuidaremos de ti ahora. Hunter, Hera, Eros, yo. Todos estaremos a tu lado—declaro imprimiendo toda seguridad a mi voz, tomando su mano en la mía, trasmitiéndole eso que no puedo transformar en palabras. Sus ojos se empañan de lágrimas que no derrama, pero que me gritan cuánto valora escucharlo—. ¿Has pensado en ir con... algún profesional?
De inmediato regresa la atención al pastel, esquivando mis ojos.
—No creo que sea necesario.
No le ha gustado la sugerencia, su ceño fruncido y sus labios encorvados hablan por ella. Me aclaro la garganta, creando y descartando oraciones en la búsqueda de la adecuada para tratar con ella.
—Lulú, lo que pasaste... fue terrible. Perdóname que lo saque a colación, pero no es nada más echarle tierra y esperar olvidarlo—proclamo a media voz, para que solo ella pueda oírme—. Tienes que sanar tu mente, encontrar paz contigo misma y liberarte de eso que llamas cargas ajenas. No fue tu culpa.
Repite el gesto.
—No estoy loca—reclama como una niña malcriada, cosa que me saca una sonrisa.
—No, claro no—declaro, bajando la cara para encontrarme con su mirada—. Entiendo que es un proceso largo y lento, pero Lulú, no puedes cerrar heridas sin haberlas curado internamente primero.
Toma aliento, eliminando cualquier evidencia que las lágrimas pudieron haber dejado. Le paso una servilleta y ella se sopla la nariz sin disimulo, causando que los vecinos de mesa nos miren disgustados.
—Hera... Hera también menciono algo como eso, pero no estoy muy segura—confiesa con voz en cuello. Fija su vista en la mía con ahínco, como si quisiera decirme algo sin necesidad de usar sus palabras—. Sol, tengo miedo.
Acá es dónde me cuestiono mis principios. ¿Es justo que Lulú viva en este encierro mental cuándo Henry vive su vida en completa libertad? Probablemente mi pensamiento sea incorrecto, no lo sabré ahora, no tengo cabeza para nada más que pensar en regir la justicia por la ley del Talión.
Verle al borde del llanto, temblorosa, con la mirada bajo la sombra del pavor, reflejo de lo que siente, me hace sentir como morir lentamente, nunca he pasado por eso, pero esto es lo más cercano a esa experiencia.
—Y por eso necesitas aceptarla ayuda. Te lo decimos porque te amamos y queremos que estés bien y no solo físicamente.
Ella me mira por unos segundos, inmutable, antes de mover la cabeza en un asentimiento flojo.
—Lo pensaré, ¿vale?
Un aire de esperanza me recorre de pies a cabeza.
—Pero bien bien.
Ella sonríe, asintiendo con deje estricto.
—Bien bien.
Se atiborra con el último pedazo de pastel, ayudándose a tragar con un sorbo grande de mocachino. Agarro mi propio vaso y lo pruebo con la punta de la lengua, asegurándome que pueda beberlo sin quemarme.
—Oye, en poco cumples año, ¿qué vas a querer de regalo?—pregunto, alzando la voz. Parece surtir efecto el cambio de conversación, porque levanta la cara, mostrando una expresión curiosa—. ¡Qué suertuda! Cae justo después de mi quincena.
Desparrama una risa, limpiándose el bigote de espuma que le dejó la bebida.
—Lo que quieras está bien para mí.
Enarco las cejas, sonriendo efusiva.
—Que modesta, sé que te mueres por el nuevo juego sangriento ese de los dioses.
He visto a Randall jugarlo, pero mi mente sigue sin recordar el nombre.
—God of War—suelta de manera atropellada.
—¡Ese!—aplaudo con fuerza—. ¿Lo quieres? Yo sé que sí...
Lulú me observa a través de sus pestañas. La respuesta es obvia, pero la he hecho con el propósito de cambiar la conversación.
—Si está dentro de tus posibilidades...
Le pincho el costado con el dedo, ella deja salir una risa, molestando a la pareja de ancianos cerca de nuestra mesa. Deben pensar que somos una pareja lésbica.
Lulú intenta controlar la respiración agitada tomando bocanadas de aire. Cuando lo cree conveniente, termina el último sorbo del café y como ofrenda al término de una charla nutritiva, le extiendo el mío.
~
Al terminar la jornada laboral, me despido de los chicos con la promesa de que al día siguiente compraré café y galletas para todos y me dirijo al aparcamiento con una margarita—regalo de Randall—adornando mi cabello y una bolsa con el regalo de Lulú bien sujeta.
Salgo del local diez minutos después del mensaje que Eros me envió avisándome que espera por mí en la joyería dónde encargué el regalo de Hunter y el segundo de Lulú. Pero para mi sorpresa, me lo encuentro en mi camino hacia allá.
Detengo los pasos abruptamente, revisando su vestimenta de traje sin saco. La vista me causa un ligero escalofrío, no por el indudable atractivo que denota, si no por la desnudes de sus brazos ante el frío de la noche. Parece parte del invierno, no le jode, va por allí como si fuese su familiar más cercano, tan opuesto a mí, con solo oír el fragor del viento los huesos se me endurecen.
Me arrebujo dentro del abrigo de lana grueso, esperando que sea él quien llegue a mi posición.
—¿Por qué tardas tanto?—inquiere una vez me tiene a menos de un metro. Sus ojos me escanean de pies a cabeza, como si se esperase conseguirme algún daño.
—Cobraba mi quincena, mira—le muestro los billetes doblados que saco del bolsillo del abrigo—. Si te portas bien te compraré la cena.
Arquea una ceja, incredulidad situándose en su cariz.
—¿Tu quincena son quinientos dólares?
Se me sale una risotada mientras devuelvo el dinero al bolsillo, asegurándolo con cierre.
—Oye, antes no ganaba nada, esto es un paso grande en mi vida—refuto indignada—. A diferencia de otro que sigue siendo un mantenido...
Una sonrisa significativamente sencilla pero preciosa como ninguna le enmarca los labios.
—Trabajo desde los quince años, Süß—enuncia, trasladando la mirada a la flor en mi cabello—. A diferencia de otra, que espera a los diecisiete...
Un resoplido incrédulo me abandona.
—No mientas.
Agita la cabeza, un mechón rebelde salta a su frente.
—No lo hago, ¿crees qué por nacer con dinero tengo todo lo que deseo?
—Dejando de lado tu estadía en ya sabes dónde, sí—pronuncio con firmeza.
Mi pecho creciendo, henchido de nerviosismo al tiempo que sus pupilas dilatas viajan por cada relieve, curva y mancha de mi fisionomía, paseándose por mi mentón, ascendiendo a mis labios, siguiendo por mi nariz hasta culminar el recorrido en mis ojos.
Si las miradas se pudiesen sentir en la piel, me sostiene a la certeza de que la suya, es la más suave de las caricias.
—Si fuese así, hace mucho que te tendría conmigo.
Mi corazón bombea con fuerza, descontrolado cuando sus labios bajan con deteniendo en busca de los míos, sin importarle las miradas de reojo del resto del mundo. Me regala un beso corto, un roce con más significado dice cualquier oración, un toque dócil, de esos que te incitan a esconder el rostro debido a la concentración masiva de emociones en el simple contacto.
Eros se aleja por solo unos milímetros de mí, los suficientes para permitirme hablar.
—No tienes tanta suerte.
Pronuncia un bufido de toque narcisista que me cosquillea en los labios.
—Sol, te he hecho gemir—otro beso es abandonado en mis labios antes de que decida apartarse por completo—. Tengo toda la suerte del mundo.
Presiono los labios unidos, percibiendo el fulgor de un sonrojo mínimo arroparme las mejillas. La florecita no le pasa desapercibida, le molesta, a leguas se le nota. Sube la mano intentando tomarla, desvío la cabeza retrocediendo un paso, no quiero que me la quite y repita lo mismo de aquella vez.
Él hunde el entrecejo confuso, levanta el brazo mostrándome la palma de la mano, el gesto inocente desentona por completo con su actitud habitual.
—No me mires así, solo quiero arreglarla—menciona en medio de una risa—. Hablo en serio.
Le miro en silencio cinco segundos, emulando su ceño fruncido.
—Quítamela y te prometo que no me vuelves a quitar nada nunca más—advierto, el atisbo de una sonrisa se dibuja en su rostro.
—Entonces no pienso arriesgarme, te lo prometo.
Permito el avance de su mano, no alcanza a tocar la margarita, el sonido del disparador de una cámara unido al resplandor del flash detiene el recorrido. Ambos torcemos el cuello al costado a la vez, a escasos metros de nosotros, un hombre de veinte y muchos y treinta y pocos sostiene una cámara prominente frente a su cara, él se da cuenta de la dirección de nuestras miradas, expande tanto la suya que temo se le caigan de las cuencas y sin más, se lana a correr.
Las piezas no acaban de encajar en mi mente, no comprendo del todo lo que ocurre cuando Eros va tras él y me deja a mi parada como tonta mirándolos jugar al gato y el ratón en pleno centro comercial. La gente se aparta del camino como si pasara una ráfaga de fuego, volviendo las cabezas hasta perderlos de vista. Y es allí fuera de mi campo de visión, regreso en mí, aprieto la bolsa con fuerza antes de lanzarme detrás de ellos, con la respiración agitada y los latidos a ritmo raudo.
Persigo el rastro de caras perplejas y murmullos, doy con ellos en el estacionamiento, entre la marea de carros desolados. El sujeto de cabello castaño grasiento recostado en el piso, Eros con las manos encadenadas en el cuello del abrigo del desconocido, mirándolo desde su posición elevada.
—¿Quién te envió?—brama Eros, con expresión amenazante.
El tipo niega asustado, tratando de quitarse las manos de Eros de encima.
—No entender, no entiendo—repite balbuceante.
Eros lo suelta y el sujeto exhala un suspiro espantado. Miro al rededor, a esta hora este sitio está desierto, toda la gente se aglomera en la feria de comida o simplemente pasean por las tiendas.
—Deutsche?—cuestiona Eros.
《¿Alemán?》
El hombre niega.
—Nederlands.
《Holandés》
—Geluk dat ik spreek ik spreek nederlands—contesta Eros con voz altisonante, arrebatándole la cámara de la mano al tipo—. Wie stuurde je?
《Suerte que yo hablo holandés. ¿Quién te envió?》
El sujeto se levanta del piso y hace el ademán de irse corriendo de nuevo, pero la sola mirada de advertencia que Eros le dedica le obliga a convertir sus pies en concreto.
—Bild.
Eros revisa la pantalla del aparato. Un par de clicks y se vuelve hacia el hombre con el cariz endurecido.
—De pers is er niet geweest, ze hebben me duidelijk gemaakt dat de foto's door iemand anoniem zijn gestuurd. niemand die voor hen werkt—Eros truena la voz, señalando al tipo con un dedo—. Ik zal het je nog een keer vragen en ik hoop dat je me naar waarheid antwoordt. Wie stuurde je?
《La prensa no ha sido, me dejaron en claro que las fotos fueron enviadas de forma anónima. Nadie que trabaje para ellos. Te volveré a preguntar y espero que me respondas con sinceridad. ¿Quién te envió?》
Observo al tipo tragar con dificultad. No contesta, Eros da un paso hacia él haciendo que retroceda con las manos en alto y el rostro ladeado.
—Ik weet niet wie het was. Hij nam contact met me op en vertelde me dat hij me goed zou betalen als ik je overal zou volgen.
《No sé quién fue. Me contactó y me dijo que me pagaría un buen dinero si te seguía a todas partes》
—¿Qué dice?—inquiero a Eros, él me hace una seña con la mano que traduzco como 'espera un momento'.
—Van waar neem ik contact met u op?
《¿Desde dónde te contacto?》
—Belgie.
《Bélgica》
Eros hunde el entrecejo, retrocediendo un paso. Lo que sea que le ha dicho le ha caigo como un balde de agua helada. Guarda silencio un par de segundos antes de volver la vista al hombre y vociferar:
—Geef me alle informatie die je over deze persoon hebt—me extiende la cámara, dándome una mirada calmada—. Telefoonnummer, mail, bankrekening. Alles, begrijp je me?
《Me darás toda información que tengas sobre esta persona. Número de teléfono, correo, cuenta bancaria. Todo, ¿me entiendes?》
Reboto la vista de uno al otro, intentando pobremente entender, aunque sea, un nombre en el intercambio.
—Wat geef je me in ruil?—habla el hombre un poco más confiado.
《¿Qué me darás a cambio?》
Eros lo apuñala con la mirada.
—Een paar stoten in de ballen en ik ben vergevingsgezind—replica mordazmente—. Geef me je identiteitsbewijs.
《Un par de puñetazos en las bolas y estoy siendo indulgente. Dame tu identificación》
El hombre vacila, entonces, se revisa los bolsillos y de su billetera saca una tarjeta. Se la pasa a Eros y él a mí. Examino lo que identifico un documento holandés, a nombre de Frederick Jansen.
—Ik wil geen problemen met je gezin.
《No quiero problemas con tu familia》
—Een beetje laat, vind je niet?—repone Eros—. Het paspoort.
《Un poco tarde, ¿no crees? El pasaporte》
Frederick suspira pesadamente, sacando lo que reconozco como un pasaporte del bolsillo de la chaqueta negra que viste. Si, debe ser turista o el tiempo que pretende pasar en este país es corto, si no, ¿para qué demonios lleva el pasaporte encima? Eros me lo extiende como hizo con la identificación. Reviso que no haya nadie cerca, alerta, el ruido de los vehículos ingresando y saliendo lo único que puedo distinguir.
—Heeft de persoon, je gevraagd om de foto's naar het tijdschrift te sturen?
《La persona, ¿te pidió enviar las fotos a la revista?》
Frederick niega. Como me jode no entender ni media palabra.
—Dat was mijn ding. De persoon wilde gewoon weten wat je in je vrije tijd deed.
《Eso fue cosa mía. La persona solo quería saber que haces en tus ratos libres》
Eros asiente dubitativamente. Y sin previo aviso, le estampa un severo golpe en el pómulo a Frederick, enviándolo de vuelta al piso. Un gritico se me escapa, me acerco a Eros, aunque vacilo en tomarlo del brazo, nunca sé cómo reaccionar a situaciones de esta índole, los nervios me paralizan entera y acabo convirtiéndome en un obstáculo y no ayuda.
—Als je terugkomt om dicht bij mijn zus of mijn vriendin te komen, zal ik ervoor zorgen dat ik je ogen uitsteek en je armen eraf trek—Eros se arregla el cuello de la camisa, gesto que parece apaciguarlo—. Ga weg, ik neem binnen een paar dagen contact met je op.
《Como vuelvas a acercarte a mi hermana o mi novia, me aseguraré de sacarte los ojos y arrancarte los brazos yo mismo. Lárgate, me contactaré contigo en un par de días》
El tipo tras una veloz mirada lanzada a mi dirección, se va corriendo sin mirar atrás, dejándome fuera de contexto, todavía más. Eros lo sigue con la mirada entrecerrada y labios en línea fina hasta que ya no se encuentra a la vista; gira hacia mí, la cólera plegada en su semblante endurecido se desvanece en cuestión de un instante, lo que reconozco como una tenue diversión ocupando sus facciones. Él señala a la cámara, esbozando media sonrisa.
—Tienes cámara nueva, meine Sonne.
《Mi Sol》
Él, fiel conocedor de evidentes intenciones de cuestionarle sobre absolutamente todo, trata de desviar el tema dándome un beso de lleno en los labios, me aparto retrayendo dos pasos antes de que pueda profundizarlo.
—¿Qué ha sido eso?—pregunto con la voz entrecortada.
—Un beso—contesta yendo a por mi boca de nuevo.
Doy un paso al costado, frunciendo el ceño. Como odio que juegue así conmigo, hay que hacer marionetas, rezar tres padre nuestro y un ave maría para sacarle aun tajo de información. No puede guardarse el problema para él, podría asumir que es un fotógrafo de esas revistas alemanas de chisme, pero por el tono del intercambio, las muecas de Eros y la confusión del hombre, no me convencen del todo, dudo que se limite a eso.
Si fuese así, ya me lo hubiese aclarado y le da tantas vueltas al asunto que ya me siento mareada.
—Si no me dices, Eros...
—Lo haré.
—¿Cuándo?
—Después de la cita que tenemos mañana—responde al instante—. ¿Tienes hambre?
Me he quedado colgada al oír sobre la cita. Dos semanas, dos semanas y la idea me sigue pareciendo... extraña. A pesar de matar los ratos libres posibles con él, en mi cabeza no hay espacio a esa pieza conformada por él y el concepto de ser un nosotros.
No porque se siente forzado y he ahí la cuestión, todo avanza a tempo coordinado, adecuado, permitiéndonos adaptarnos el uno al otro, de crear una rutina dónde estemos incluidos, que no concibo una tarde sin comer a su lado, sin la ayuda mutua en clases, sin esa hora eterna de sueño luego de revolver las sábanas de mi cama.
Funcionamos como meros engranajes naturales.
—Pero yo pago la cena—aviso, girando sobre mi eje para volver al centro comercial. Volteo a ver al oír un sonido quejumbroso—. ¿Bien?
Con una mano en la cadera y la otra presionándole las sienes, espeta:
—Solo por esta noche.
Chasqueo la lengua, ondeando una mano para pedirle que me siga de vuelta al interior del mall.
—Vamos, chico que se confunde de chica en la cama.
Eros no se mueve, me contempla profundamente, escondiendo la sonrisa rebelde con una mordida de labio. Oh, se ha puesto rojo otra vez, ¿cuántas veces he tenido el placer de verle sonrojado de vergüenza? Si supiese cómo funciona el aparato que me ha dado, capturaría el momento.
—¿Qué deseas a cambio de borrar esa mierda de esa mentecita brillante tuya?—pregunta con voz grave.
—Qué me digas qué pasa con el tal Jansen—devuelvo.
Tres segundos se lo piensa, tres, para negar y retorcer los labios disconforme con el trato. En dos pasos alcanza mi lado, enlaza el brazo a mi cintura y me impulsa a adentrarnos al establecimiento. No me dirá nada, esta noche no, ya lo sé, pero tenía que intentarlo una última vez antes de jugar mi última carta.
Sigo sus pasos, sintiendo la pesadez en mi vientre tornarse en un escalofrío cuando aprieta su brazo entorno a mí, pegándome a su costado. Revoluciona un hormigueo allí, donde su extremidad reposa en mí y me cuesta no soltar un chillido como una tonta.
—Sigue con las burlas, ya me las cobraré.
Eros sabe usar muchas lenguas🫡
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