"2"
▂▂▂▂▂▂▂▂▂▂▂▂▂
"Playing their guitars, only one of my toys
(Cause I like you a lot)
No holds barred, I've been sent to destroy...
▂▂▂▂▂▂▂▂▂▂▂▂▂
EROS
Maldita Sol Herrera, finalmente de pie frente a mí, con esa boca curva, gruesa y apetitosa, danzando su mirada curiosa sobre mí.
Me cuestiono si los tragos de anoche continúan ensuciando mis venas y perjudicando mi percepción, quizá Ulrich tenía razón y los golpes me han trastocado la cabeza. Es insano e incluso macabro saber que era su rostro de delicadas facciones y ojos perspicaces los que no podía parar de mirar dentro de ese putrefacto lugar.
El insulto de Concordia, Carmina o Cossette, no lo sé, se desvanece en cuanto decido que la mejor manera de presentarme, es sonando como un demente obsesionado y debido a las circunstancias, podría aplicar al puesto sin problema.
Decido reponerme de lo abrumador que es tenerla en frente y cortar la extraña atmósfera ofreciéndole una mano. Es mucho más baja que yo, puedo ver la partición de su cabello, si se acerca a mí, su aliento me tocaría el pecho.
Ella se recompone enseguida de su ensimismamiento y la recibe, firme, borrando cualquier rastro de interés que su rostro profesaba segundos atrás pero que no pasó lejos de mi percepción. No tengo idea en qué idioma está escrito el libro que la representa, pero al atisbar los nervios floreciendo en ella, tengo la fiable seguridad que no me tomará nada aprenderlo.
—Sol Herrera—se presenta, noto el acento extranjero presente en su voz.
Ya lo sé, quise responder, me abstengo, lo último que deseo es que salga corriendo lejos de mí.
La ligera brisa se impregna y atrae el aroma a frutos de su cabello, me pregunto qué tan concentrado estará su perfume en su cuello.
Espero que me cuestione de donde la he visto, detallando su rostro de nariz recta y algo gruesa en la punta, ligero maquillaje y labios humedecidos, pero parece no tomarle importancia. Sonríe con seca cortesía y deja ir mi mano, apartándose de mí, dejando una sensación ígnea en mis dedos.
Los restriego unos con otros, eliminando su rastro.
—Te esperé toda la mañana y me dejas abandonada por follar, ¡esto jamás te lo voy a perdonar!
La queja de Hera me perfora los tímpanos. Saludo a la segunda muchacha con un asentimiento de la cabeza antes de reposar la mirada en Hera, destilando cólera e indignación.
—Podría haber ido por ti de no ser porque una completa desconocida burló el supuesto sistema de seguridad de alta tecnología—replico, sacudiéndome la ropa. Sigo sintiendo las garras de Concordia, Carmina o Cossette en la ropa, tratando de abrirme la camisa.
¿Para qué tantos protocolos, si por una chupada de verga los guardias permiten subir a quien sea?
—No te creo ni una palabra—replica, su semblante sonrojado hasta la raíz del cabello.
Respiro profundo contando hasta diez latidos, serenando el apabullante tirón de temperamento, conteniéndome de contestarle como el impulso me lo exige. No quiero que me estrelle ese puto maletín en la cara y me arruine la nariz.
Salí de una prisión para vivir bajo la vigilancia de un guardia de un metro cincuenta y cinco de estatura que me anote las horas de salida y entrada.
—Pregúntale a Cleo, acabo de llegar de la compañía—respondo, percibiendo mi pulso aminorar—. Y en este momento volveré, nos vemos después.
Doy dos pasos cuando el pataleo de Hera resuena en cada rincón.
—Le diré a papá y a mamá que no me prestas atención, ¡ya verás como...
—Como te envían de regreso a casa—completo, desviando la vista a Sol, parada tan tensa como un trozo de madera contemplando la escena a unos escasos pasos de mí. Al fijarse en mis ojos, su mirada huye de la mía—. Pasemos al comedor, seguro tus amigas tienen hambre, ¿no?
Sol pasa de mí como lo haría con un objeto de poco interés, la otra, la de cabello a la altura de la mandíbula, afirma segura. Sus ojos verdes que podrían resplandecer, se muestran opacos.
—Mucha, sí.
Y se encamina junto a una Hera pronunciando quejas inaudibles al comedor.
Sol les pisa los talones sin regalarme una pobre mirada, no es capaz, esos puños férreamente apretados me dicen lo que le cuesta contenerse. Una sonrisa me jala la boca. Demostrar indiferencia no es lo mío y por lo visto, tampoco lo suyo.
Voy tras ellas analizando los deliciosos olores saliendo de la cocina, complacido hasta los huesos del ligero tono rosáceo de sus mejillas nacido del cruce de miradas.
Hera y las recién llegadas saludan a Cleo, la experimentada chef alemana y a la señora Trinity, la ama de llaves, encargada de que este sitio no aplaste las cabezas, tengamos el clóset lleno de ropa limpia y el estómago repleto a las horas indicadas.
Husmean lo necesario, se sienten como almas en pena. No más que susurros y suaves pisadas.
Tomo asiento junto a Hera, quedando frente a Sol. Pongo atención a la charla entre ellas, especial en mi hermana. Ríen de chistes que se escapan de mi comprensión, sueltan reproches y bufan por otras cuestiones, un misterio para mí, bebiendo a sorbos pequeños del jugo que Trinity les puso en la mesa.
Contemplar en Hera tan expuesta y parlanchina es una grata sorpresa, en esta familia mantenerse huraño provee mayor seguridad que un anillo de guardias retirados de la milicia con una nómina extensa de habilidades.
El celular vibra en mi bolsillo, lo extraigo y leo en el carril de notificaciones la sarta de mensajes de Jamie.
'Tengo la identificación, ¿le das uso esta noche? Conozco un lugar cerca de la universidad'
Aparto los brazos, permitiendo que Dora sirva la comida sin impedimentos y tecleo un breve como digas.
Cuando el sonido de la conversación es ocupado por el ruido de cubiertos, trago el bocado de pasta, ciñendo la mirada en el rostro de la muchacha de ojos huidizos.
—¿De dónde eres?—profiero sin pensar, ella levanta el rostro, tomándome como rehén de sus expresivos ojos grandes—. Tu acento, no lo reconozco.
Una arruga nace en su entrecejo.
—Ya lo sabes, te lo dije allá en...—Hera se interrumpe a tiempo y me lanza una ojeada de advertencia—. En casa.
—Sí, pero quiero oírlo de ella.
Hera rueda los ojos, hastiada y continúa comiendo.
—Venezuela—contesta Sol, conteniendo la tensión en su tono recatado—. Allá hablamos español.
Una sonrisa me curva los labios, bajo la cara, recorriendo cada centímetro de la suya, no puedo parar de hacerlo, me resulta preciosa.
Retira la vista de mí, me pregunto si toco sus mejillas se sentirán tan cálidas como se ven.
—Lo sé, conozco de geografía.
La risita que suelta me cosquillea en el centro del torso.
—Me he conseguido con respuestas bastante pintorescas, prefiero aclararlo desde el principio.
—¿Cómo cuáles?—inquiero, enrollando la pasta en el tenedor sin quitarle los ojos de encima.
Se lo piensa unos pocos segundos antes de contestar.
—'¿Por qué tu piel es clara si eres de Sudamérica?' Esa es la frecuente, otras van desde '¿cómo fue cruzar la frontera? Y '¿también eres mariachi?'—ríe sin gracia, encogiendo los hombros—. Pero está bien, no me molestan.
—También he sufrido de eso—digo, reparando en la incredulidad invadiendo su cariz.
—¿Cómo qué?
—Me han preguntado si todavía masacramos judíos.
Hera me golpea la rodilla con la punta del pie, se le deformó el rostro de disgusto, detesta el tema, se cubre las orejas si lo mencionan cerca de ella.
Sol, por su parte, parece soltar la timidez que le inhibía mirarme.
—¿Y lo hacen?
— ¿Te gustaría averiguarlo?
Una punzada me atenaza el tórax, Sol me contempla como quién desea descubrir tus secretos más íntimos. Ahora soy yo el que tiene la imperiosa necesidad de apartar la mirada, intimidado por la suya.
—Algún día—repone con simpleza.
El ambiente se rompe con el chirreo del cubierto de Hera estrellándose en el plato. Saltea la mirada de su amiga a mí, ceja arqueada y labios torcidos en el reproche.
—¿De verdad están coqueteando en una conversación de nazis y judíos? ¡Enfermos!
La risa de quien conozco como Lucrecia aligera el ambiente denso, le sigue Sol visiblemente nerviosa, sin dejar a Hera más opción que acompañarlas.
~
—Pareces una puta chimenea—Jamie tose y ondea la mano frente a su cara, espantado la humarada que bota el cigarro—. Estoy segura que ni remojando tu culo tres días en una bañera te quitas ese olor asqueroso.
A tu madre le encanta. Quise replicar. Esa pobre mujer podría lamerle las pelotas sudadas y arrugadas como pasas a la escoria de Jörg Tiedemann y seguiría sonriendo durante todo el proceso. Me limito a blanquear los ojos colmándome los pulmones del aire rancio del tabaco, calmante inmediato a mi pulso frenético y la agotadora rigidez de mis músculos.
Las noches en esta ciudad son movidas, álgidas. La música estridente, las luces reverberando en la absurda cantidad de cuerpos con poca ropa, la gente ocupa la pista de baila para algo más que aparearse. Pese a eso, salir a probar nuevos sabores no posee la misma gracia que antes. Solo quiero follar, hundirme en el coño caliente de una mujer con ganas de ser tocada, besada, acariciada, no quiero charlar sobre la falta de maridos en casa, la nula atención que les proveen o la simpleza de unos toques que no les provoca ni un suspiro.
Debo haber envejecido veinte años en esos dos que pasé refundido en prisión y también debo haber dejado caer la razón desde el cielo, no me saco de la cabeza esa boca gruesa y mirada café.
—No lo sé, Jamie, si me pides un consejo, deberías fumarte uno, te sale mejor que esos polvos que esnifas cuando crees que nadie te ve.
Detrás de la nube gris desprendida del tabaco reparo su cara descomponerse.
—¿Recuerdas a Meyer?
—¿El bastardo de Dietrich?—cuestiono, apagando la colilla en el cenicero.
—Escuché de él que comenzaron problemas en la compañía, ¿tiene que ver con tu reciente usurpación?
El término me hace reír con ganas. No me apropio de nada que no me pertenezca, nadie pelea por lo que ya es suyo, eso Helsen lo tiene muy presente, por algo pierde la noción de la lógica cuando me ve ocupando una oficina en el mismo piso que reside la suya.
Para abrir una disputa se necesitan dos partes, no me voy a prestar a sus necesidades de pelea y degradación, no lo haré más, no le daré ese poder. Si tiene problemas personales, la compañía no es el sitio idónea para arreglarlos.
Tomo el vaso en la barra y apoyo la espalda en el borde. Reviso el reloj, poco más de las diez de la noche, la velada se torna aburrida, sin razón. Hera mantiene la casa ocupada con un grupo de chicas, informó hace horas Rox Valdau, jefe de seguridad de la familia en esta ciudad. Debe pasarla mucho mejor que yo.
—Tampoco sé, pregúntale a Helsen, ¿no se supone que es el maldito jefe del jefe?
Jamie chasquea la lengua y me da un empujón en el hombro.
—Carajo, hombre, tiene más conversación un ladrillo que tú—se queja, puedo ver el fastidio tildando en su expresión—. Acabas de salir de la cárcel, seguro tienes algo que contar, ¿alguna mujer que...
—¿Está ocupado?
A mi lado una mujer de veinte y tantos o treinta y pocos de exuberantes pechos que le alcanzan la barbilla y labios rojos señala al asiento vacío a mi costado.
En su mano cuelga un maletín, ¿abogada, contadora? Quién sabe.
—Es para ti—respondo, sus labios se levantan en un rictus melancólico que he notado y quitado muchas, demasiadas de veces.
Me llevo el trago a los labios, sintiendo la libertad que se toma en recorrer mi perfil con poco disimulo. Jamie me dice alguna mierda que no escucho, la voz de la desconocida de belleza embriagadora discutiendo con su novio a través de una llamada se convierte en melodía cuando lo manda al demonio y pide un trago, abanderando la rebeldía.
—No eres de por aquí, ¿o sí?—se dirige a mí con sigilo, la culpa aplastando su tono, la ira elevándolo—. Lo digo por tu acento, ¿eres ruso? ¿Cómo te llamas?
Contengo una carcajada. No son ni remotamente parecidos.
—Alemán—digo con ahínco—. Me llamo Eros, por desgracia, ¿y tú?
Ella carraspea y alza la barbilla con decisión.
—Arletta, me llamo Arletta—me ofrece su mano, la recibo con el amago de una sonrisa jalando mis labios—. Un gusto, Eros de Alemania y no Grecia.
Así, con la aparición de Arletta, es como mi noche mejora.
~
Salgo del ascensor encontrando el recibidor hecho un vertedero de basura. Latas de cerveza en el piso, una botella de vodka a la mitad en la preciada mesa de cristal de Hera, un juego de mesa y migajas de comida en el sofá.
Detengo los pasos en el primer escalón esperando oír voces, música o risas, asumo que todas están rendidas o siguen la fiesta en la recámara insonora de cine cuando lo único que se oye, es mi respiración.
Al entrar al segundo piso me toco el labio partido, sucio de sangre seca. Arletta, a la bella y colérica Arletta de tetas frondosas y torneadas piernas largas los orgasmos le hicieron olvidar que el imbécil de su novio tiene llave de su apartamento, la sorpresa fue doble cuando intenté abrir la puerta para salir después de escuchar más gemidos que quejas y el imbécil empujó la puerta.
Un golpe le permití, ciertamente lo merecía, su buena novia aún tenía las tetas escurriendo mi semen cuando cruzó el umbral.
Uno, el resto los recibió él cuando quiso pasar el número permitido.
—¿Qué mierda te pasó?
La figura de Sol cubierta por un feo suéter gris de al menos tres tallas más que la suya y un pantalón de pijama rosa con dibujos de gatos se interpone en la vía a mi alcoba. Sale por completo de la habitación de cine y cierra la puerta tras ella. Sus ojos vagan por el corte en mi boca y la piel enrojecida y lastimada de los nudillos.
Debió beber demás, se le nota en los labios levemente resecos y la mirada lustrosa.
Entorno los ojos e inclino la cabeza a un lado.
—¿Qué crees tú?
Mi tono altivo le toca fibra sensible, se cruza de brazos reparando en mí con esa fiera mueca de soberbia.
—Que te dieron tu merecido.
Da media vuelta y se encamina a las escaleras, su largo cabello bailando de un lado a otro en su espalda.
Me apresuro a seguir la estela del aroma que desprende su pelo sin pensar en lo que hago. Su presencia me llama, me incita, me cautiva de manera insufrible, todo por mi propia maldita culpa, por aferrarme a su rostro cuando aún no la conocía. Meterme con una amiga de Hera, una tan querida como lo es ella, Sol, debería marcar una línea, lo hice una vez, años atrás y acabó mal para ella, para mí, para todos.
Pero ahí me tenía, con la cabeza infestada de imágenes mentales que me tienen la polla prensada.
Ella siente mi presencia y se da la vuelta, insultándome con la mirada.
—Tu habitación queda por allá—menciona, apuntando a la puerta doble al final del pasillo.
—Lo sé, ¿quieres venir?
Ignora olímpicamente la insinuación y sigue su camino.
—Sol—le llamo, hablar se siente como arrastrar los dedos sobre un pedazo de lija.
Da media vuelta, colocando las manos en su cadera.
—¿Qué?
—¿No vas a curarme?
Estalla en carcajadas, picándome el orgullo.
—Pero si no es nada, con agua se quita—dice con obviedad, apuntando a mi cara.
—Pero me duele—mascullo, ella sonríe con burla.
—¿Y eso es mi culpa?—rechista—. Qué llorón.
¿Tengo que rogarle por un poco de su tiempo? ¿Tengo que arrodillarme, será?
—¿Por favor?—insisto—. No tomará un minuto, tómalo como caridad.
Ella lo piensa unos segundos, cortos, nada enrevesados como trata de aparentar. Me considero ganador cuando mi habitación se colma de ella, su suave perfume, su indómita y aún inexplorada presencia.
Le doy una veloz revisión a mi apariencia en el espejo del baño, me siento ebrio cuando no consumí más de dos tragos. Sus ojos chocan con los míos, a diferencia de esta tarde, no me priva de mirarlos.
—Hueles a cerveza—dice, frunciendo la nariz.
—Tú también—devuelvo, esbozando una sonrisa lenta en formarse—. No bebo cerveza, no me gusta.
Le ofrezco los materiales, gaza y alcohol, nada más.
Moja la gaza en el algodón, bajo el torso lo suficiente al verla pararse sobre la punta de sus pies.
—Te pierdes de mucho.
El primer contacto a la herida escuece como la mierda, pero tenerle tan cerca desvanece la molestia. Con sus dedos ocupados tanteando con parsimonia la herida, me atrevo a tomar detalles y especificaciones de su rostro, con forma de corazón, poros medianamente abiertos y una que otra secuela de acné, de nariz recta, contornos finos.
Tan cerca, tan próxima, solo tengo que inclinarme un poco para cortar la distancia, un centímetro y sabría por fin, el sabor de los besos prometidos...
Ocurre, un roce, un simple toque que endurece en un segundo cada músculo de mi cuerpo y pone a rugir las ganas de estamparla a la pared y comerle la boca con ganas hasta escucharla repetir mi nombre, pero el indecente pensamiento se evapora con el sonido de una bofetada y el ardor extendiéndose por mi cara.
Contemplo la nerviosa perplejidad en su postura, saboreando la sangre escapando de la herida. El arrepentimiento que exhibía es allanado por la rabia cuando me ve sonreír.
Ese golpe también lo merecía.
—Sechsundsiebzig Nächte, dafür—musito con gracia.
«Setenta y seis noches, para esto»
—Tus insultos métetelos por el culo—escupe, furiosa—. Para que sepas, los besos no se roban, se piden.
Levanto las manos en señal de rendición.
—Tienes razón, fue mi fallo—acepto, subiendo una mano al pecho—. Sol Herrera, ¿puedo besarte? Porque llevo mucho tiempo deseando hacerlo.
Abre la boca y vuelve a cerrarla, impactada por la confesión. Lanza el algodón al lavamanos, alzando la cara con desdén.
—No, hueles a perfume de otra mujer.
La declaración me roba una risa.
—Lo bueno de no conocernos de nada, es que no hay razón para estar celosos, ¿no crees?
—Obvio—revira los ojos con hastío—. Pero me gusta conservar mi higiene y no sé donde pusiste la boca.
Buen punto, muy buen punto.
Me acerco un paso más, ella no se mueve, no lo recibe como un ataque o intimidación. La presión entre los dos creciendo cada segundo, el baño comienza a sentirse diminuto para los dos.
—Mañana cuando me enjuague con ácido, ¿qué me vas a responder?
Intercalo el recuerdo de la imagen escondida en mi guardarropa con la real. Ella sonríe, abierta y confiada, capturando mi rostro, ojos y boca como lo hice con ella un minuto atrás.
—Que sí, para que duermas feliz.
Sin más, se da la vuelta y sale de la habitación, dejándome a solas con la herida sangrando y las ganas de volver a sentir su boca ardiendo en la mía.
Verga que intenso pana🧘🏻♀️
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro