"18"
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"Godamn, manchild
You fucked me so good that I almost said,
'I love you' "
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—¡Martín!—grito desde la entrada del apartamento abriendo con premura la puerta principal—. ¡Me voy!
Podría asegurar que ni siquiera le ha alcanzado el eco de mi voz cuando ya estoy cerrando la puerta, y una pizca de tiempo más adelante, me lanzo escaleras abajo, rehuyendo al posible segundo interrogatorio del día.
Hace horas que le comuniqué mi intención de salir en la noche, una cena cualquiera, no se opuso para nada, hasta que el celular comenzó a sonar dentro del bolsillo del abrigo. Todavía con la mente sobrevolando el cielo con lo ocurrido la última noche, extraje el aparato delante de los ojos de mi hermano.
No habría problemas, si no fuese por el prepotente grito de Hera exigiendo detalles de mi cita con su hermano rompiendo la bocina.
La migraña fruto de la perorata de Martín sobre las intenciones ocultas de los chicos, las mentiras, el 'ganar terreno para conseguir una cosa' me hizo plantearme cancelar la salida, con dos pastillas, y la cabeza metida bajo la almohada, en media hora obtuve alivio y pude continuar con mis cavilaciones, incluso sirvieron como efecto calmante, no tuve taquicardia al contestar la segunda llamada de Hera y escuchar su chillido cuestionándome la razón de callarme la situación.
No me deseo más que suerte y que recuerde que ella me quiere mucho.
Toco el primer piso con la punta del pie, entrando en una vorágine de los exactos pensamientos de estos dos días.
Saldré en una cita con Eros. Mi primera cita oficial... y será con Eros. Si alguien me hubiese dicho dos meses atrás que estaría así de emocionada por verlo, no me le hubiese reído en la cara; le hubiese dado la espalda y llamaría al psiquiátrico más cercano para que pasasen a recogerlo.
Tuve una conversación conmigo misma en la madrugada, cuando Eros abandonó mi habitación, procurando sincerarme y para resolver el nudo de pensamientos, tuve que escribir una checklist en un post it solo para conocer que tenía más peso para mí.
¿Deseo verlo por ser él, por la comida gratis o el posible encuentro sexual?
Deduje que cada división contribuía equitativamente en el desenfreno que me arropa siempre que rememoro sus besos, sus ojos y su voz pidiéndome una oportunidad.
Salgo del edificio montando una fachada de confidencia, para ser sincera, no comprendo la razón de mi estado nervioso si ya lo he visto en esos momentos dónde la ropa sobra y el contacto jamás es suficiente. Pero heme aquí, con retorcijones en el estómago y el constante pensar que si continup sintiéndome así, le vomitaría encima.
Toda la realización de la situación me cae como un golpe a la cabeza al atisbar la camioneta frente al edificio. Me sorprende no encontrar la puerta abierta y sin permitirme claudicar, la abro por mí misma y es a causa de la vista que me atrapa que comprendo el motivo del misterio.
Un ramo inmenso de rosas rojas envueltas en papel beige yace encima del asiento copiloto, tan opulento y hermoso que encaja perfecto con la personalidad de Eros. Pasmada por todo aquello que el detalle me ha producido, lo tomo entre mis brazos como si se tratara de un bebé y con dificultad me subo al auto, cerrando la puerta detrás de mí.
—¿Son para mí? Bueno, por supuesto—me echo a reír, oliendo sin disimulo las flores. Levanto la vista ojeando por primera vez en la noche al precioso espécimen de a mi lado. Todavía con la nariz hundida en los pétalos, añado en tono de broma—. Están tan bonitas como yo.
Los ojos de Eros relucen bajo el sutil resplandor de la pantalla en el tablero, contemplándome tan devoto a mi rostro, que no tengo de otra más que permanecer inmóvil, pidiéndole al cielo que borre cualquier signo de evidente regocijo de mi cariz.
—No te rebajes, Sol.
Me cuesta sostenerle la mirada al distinguir nada más que sinceridad en la ronquera de su voz.
—Alguien quiere tener suerte esta noche—insinúo, maravillada al verle expandir la sonrisa. Me regalo un par de segundos para detallarlo como se debe. Viste uno de sus pantalones negros y para darle ese toque suyo, lleva suelto los dos primeros botones de la camisa—. También te ves muy bien, ¿por qué tan formal si vamos al KFC?
Hunde el entrecejo como si lo que hubiese salido de mi boca fuese la peor de las injurias.
—Iremos a Daniel.
Me contengo de rodar los ojos, no quiero dañar su momento estelar. Se mira demasiado orgulloso de eso, y el que se vea así de feliz me enternece lo suficiente como para desear apretujarle las mejillas sonrosadas.
—Déjame adivinar, ¿queda en Manhattan?
Asiente con firmeza. El movimiento libera un mechón de cabello rubio opaco que devuelve a su sitio en un intento por mantenerlo allí, pero falla, y justo después de darse por vencido, ajusta el cuello de su camisa desatando esa arrogancia a la que ya me había acostumbrado y en el fondo, muy en lo profundo de mis entrañas, más allá de las vísceras, admitía, era una de las cosas que me cautivan de él.
—Por supuesto.
Aprieto los párpados un segundo.
—¿Le quitaste la reservación a alguien?
Niega reiteradas veces, arrugando las facciones en un gesto que grita mentira.
—No, ¿cómo crees?—matiza con falsa incredulidad, en el intento de ocultar la sonrisa taimada, se muerde el labio.
—Eros, eso es malévolo—reprendo, sonriendo de par en par.
Debería sentirme aunque sea un poco mal, pero el que se está esforzando, me da un aliento esperanzador de que quizá esto, lo que sea que esté pasando, no sea tan malo después de todo.
—Malévolo es que aún no me hayas besado—repone en medio de un gruñido.
Sus manos encarcelan mi rostro con la única finalidad de pegar su boca a la mía, el frío conocido de sus anillos sobre la piel de mi mejilla me trae recuerdos de la noche anterior, un estremecimiento sobrecogedor me exonera la capacidad de respirar. Su respiración encuentra mi mejilla, y pese a que me muero por besarlo, bordeo sus labios, negándome a ellos.
—Mi hermano puede ver—mascullo, observando por el rabillo del ojo fuera de la ventana. Martín de verdad debe estar asomado tratando tener una vistazo de lo que está pasando aquí dentro.
Refunfuña, pero no se aparta de mí.
—¿Desde el apartamento, Sol?—acusa con una inflexión que baila entre lo incrédulo y divertido. Al notar mi renuencia, termina por alejarse de mí, no sin antes soltar una risa casi inaudible.
—Estamos debajo de la ventana de la cocina, te puedo jurar que está mirando hacia acá—puntualizo señalando con el pulgar hacia arriba.
No menciona nada más, solo mueve la mano hasta la guantera, del compartimiento extrae una bolsa de regalo del mismo tono rojo que las rosas, y aunque intento no emocionarme o asumir que es para mí, aunque parezca lo obvio, igual me quedo colgada mirando sus manos, después de verificar que el revólver ya no se encuentra allí. No hay más que un frasco de perfume verde y papeles que doy por sentado, pertenecen al vehículo.
Me mira significativamente, removiendo las asas del regalo.
—Pensaba darte esto luego de un beso, pero como te has negado...
Introduce la mano y mi corazón salta alebrestado al ver que lo que ha sacado, es un chocolate de sello venezolano, mi favorito en el mundo entero. Por instinto busco arrancárselo de los dedos, pero como si de una venganza se tratara, lo regresa a la bolsa y lo esconde detrás de su espalda. Comprimo un puño que muerdo ansiosa, contemplando la sonrisa de suficiencia que le atraviesa la cara.
—¡¿Dónde los has conseguido?!—cuestiono con voz altisonante, deja escapar una carcajada espontánea que me hincha el corazón.
—Por allí—contesta como si nada, tendiéndome la bolsa con un cariz de absoluta complacencia.
Me gustaría decir que rebusqué en la bolsa como una persona normal, pero claro que no fue así. El corazón me tiembla emocionado, dentro, hay montones más de distintas presentaciones; que se haya tomado la molestia de buscar mi chocolate preferido en menos de un día, suben las esperanzas varios escalones más. Allí, con el chocolate de envoltura morada en las manos, caigo en cuenta que sin reparar en ello, estoy sumando puntos a las acciones de Eros.
Me pregunto si él hace lo mismo conmigo.
—Se me acabaron los que traje en vacaciones, definitivamente te mereces...—una mamada, quise decir, pero me contuve de soltarlo a tiempo. Zarandeo la cabeza de lado a lado, mordiéndome el labio para disimular la sonrisa sugestiva que me dejaría en evidencia—. Si, un beso. Pero te lo daré después, no acostumbro a besar en la primera cita.
Atisbo un ligero arqueo de cejas antes de acomodarse frente al volante y apretar el botón de encendido del auto.
—¿Has tenido muchas, huh?—menciona con dejo amargo, tratando de lucir indiferente.
Le doy un último respiro a las flores para reacomodarlas sobre mi regazo. Eros nos saca de la calle, yéndose por la autopista que guía al puente de Brooklyn.
—Ni una, pero siempre lo dicen en las películas románticas.
Chasquea la lengua y voltea un instante, exhibiéndome su mejor sonrisa presuntuosa.
—No me van las películas románticas, soy más del tipo erótico.
Afirmo, aunque no me esté mirando directamente.
—Lo he sentido.
Profiere una risa, pude sentir un segundo el pesar de su mirada, para concentrarse en el camino. Disfruto en silencio el ambiente cálido dentro de la camioneta combinado con el aroma de toques cítricos proveniente del perfume de Eros, aunado a la vista de las calles neoyorquinas consumidas por la noche; crea una atmosfera sesgada y de extrema comodidad que compone una sonrisa en mi rostro.
Me arrumo dentro del abrigo, abrazándome al calor del auto impreso en la tela, y a la sensación de intimidad aferrada a mi pecho.
La pregunta de si me sentiría de esta manera estando junto a Ricardo me atraviesa la cabeza, la respuesta la tengo tan marcada, que ya me la sabía antes de si quiera hacerme la pregunta.
La presión que nace en mi pecho siempre que estoy cerca de él se desplaza más y más abajo, concentrándose en la zona baja de mi vientre. Presión que sube de intensidad cuando posiciona la mano en mi rodilla desnuda, tensando cada músculo a lo largo de mi anatomía. Y me entero que carece de consciencia por la miserable salud de mis nervios, cuando despacio, sube los dedos un poco más, afianzándoles en la piel de mi muslo.
Me toma como si reclamara esa parte de mí. Me desagradó de la misma forma que no. Y es que me deshago en pedacitos por esa seguridad suya de tomarme sin vacilar, sin dudar, como si me leyera los pensamientos cual libro abierto y me complaciera al son que mis letras le toquen. Pero que tenga esa clase de poder sobre mí me genera una gran controversia, porque no quiero ser la única víctima del contacto entre nosotros, quiero, deseo y anhelo que la piel le queme cada vez que lo toque, como lo hace la mía, cada vez que encuentra su camino a mi figura.
Al tomar la unión entre Brooklyn y Manhattan, apretuja mi dermis y hunde el pie en el acelerador. El resto del camino lo pasó sonriendo, y yo, fui un reflejo de eso.
~
—¿Listo?
Niego, aunque él no pueda verme.
—Espera—reitero por tercera vez en, ¿qué, quince minutos? No lo sé.
Tenía que admitir que me preparé para lo que no debía. Si, el restaurante es evidentemente suntuoso, de candelabros blancos inmensos que proveen iluminación equilibrada, las mesas redondas de manteles color crema similar al que presumen las paredes y mi cosa favorita, la separación entre las mesas y espacios. Al ingresar, no pude evitar sentirme en esa escena de Pretty Woman en la que Vivian lucha por comerse un caracol.
El ambiente es en extremo parecido a ese. Es lo que esperaba.
El problema vino al abrir el menú. No es el exorbitante precio, son los nombres de los platillos, no comprendo ninguno, todos están escritos en francés y ni uno tiene la traducción como uno se espera. ¿Qué sé yo sobre comida francesa? Lo único que conozco son los croissants y macarons.
—Sol, no mires los precios—brama Eros.
—No es por el precio—replico—. Es que hay mucha variedad.
Reviso el celular, cero notificaciones. Le envié una foto del menú a Hera preguntándole que es lo más cercano al pollo frito y todavía no me responde. Lo primero que vi fue algo con pato, jamás he comido pato y hoy no será el día que me aventure.
Eros comienza a impacientarse, oigo el repiqueo de sus zapatos contra el suelo, agudizando mi ansiedad. A circunstancias extremas, medidas de esa magnitud. Voy al buscador web y tecleo con dificultad al tener una mano ocupada, 'comida francesa con pollo'. No quería preguntarle a él, sería como volver a perder la dignidad y una vez ya es exceso.
—Pide variedad, entonces—gruñe y el menú vuela lejos de mis dedos.
Arrojo el celular a mi regazo y hago el ademán de sonreír como si nada pasara, pero por la mirada de ojos entrecerrados de Eros, debió verse como una mueca demasiado fingida.
—Oye, no me gustan que me apresuren—me quejo, frunciendo la nariz—. Es que no sé qué pedir.
Él me mira con picardía.
—Pediré por ti, tengo un gusto exquisito en sabores, estoy malditamente seguro que te gustará.
Afirmo, apoyando los puños contra el regazo.
—Confío en ti.
Me contempla estático unos segundos, sus ojos ilegibles. Parece salir del estupor momentáneo, levanta un dedo y de inmediato la misma muchacha que nos recibió se aproxima a la mesa con la comanda en mano. Eros le dice unas cuantas palabras, ella lo anota y después de regalarnos una sonrisa afable, se retira.
Eros se deja caer contra el respaldo de la silla, convirtiéndome en objeto de estudio. Ni él dice nada, y yo, presa de la vehemencia de sus ojos, menos.
Los murmullos del resto de comensales siendo el único sonido presente. El cúmulo pesado de nervios me ocluyen el estómago, se me ha ido el hambre. No me siento incómoda, para nada, es el temor de abrir la boca y soltar una tontería lo que me ha robado el habla, porque para eso estamos aquí, para tratar de conversar, ¿no? No lo sé, no sé qué carajos se hace en lo que se supone es una primera cita, cuando ya le conoces la bonita peca que le corona la punta de la polla.
Eso sería un buen inicio de tema, si.
—Me gusta tu peca—revelo, pellizcándome la piel de los dedos.
La breve risa ronca que barbotea de sus labios me deja un calambre en el vientre.
—¿Cuál de todas?—cuestiona con fingiendo inocencia.
Rememoro la piel nívea de finitas pecas dispersas en grupos o solitarias a lo largo de su sólida y consistente contextura. Evoco el camino formado por diminutos puntos desvariantes de la clavícula a la muñeca, ese que repasé con la punta de mi dedo mientras él dormitaba en mi cama. Traigo a mi memoria la lluvia semejante a hojuelas de maíz de todos los tamaños y distintas tonalidades, disgregada desde sus hombros anchos hasta el final de su espalda. Verlas es querer besarlas, desear pasarles la lengua, anhelar morderlas.
Como un poema inscrito con melanina en su piel.
Pese a lo embaucada que me tienen, a la única peca que me refiero, es esa solitaria, dueña de esa porción de piel rosa. Me doy el gusto de imaginarla en todo su esplendor, desde el único ángulo que he tenido el placer de admirarla, brillando del líquido preseminal borboteando del diminuto agujero a su lado. La imagino rozándome de la manera más perversa que pudiese, a un segundo de entrar en mí.
Mis hormonas brincan alebrestadas, me constriñen el vientre y tensan los nudos más abajo, provocando un sofocón insufrible y el inicio de la humedad agolpándose en mi ropa interior. Con solo imaginármelo, nada más que eso. Impaciente y enferma de deseo, hundo las manos empuñadas en medio de mis muslos, inclinándome hacia al costado, más cerca de él.
—Esa—susurro, guiándole con la mirada al bulto en su bragueta—, la que tengo ganas de aplastar en mi lengua.
Y me sentí idiota. Podía percibir la vergüenza forjar su camino a mi rostro, despacio, finalizando en la abertura de mis poros, llenándome de color las mejillas. Pero Eros, él ha quedado suspendido, fijando la mirada opaca de apetito carnal en mi boca. Esa era la reacción que pretendía conseguir, imaginarme en esa situación me brinda dos alternativas. La primera, mi favorita, lo disfruta él tanto como yo, la segunda, la más probable, acabe en sangre por mi nula experiencia.
Sin embargo, él luce tan ensimismado en el significado de mi descarada confesión, no me queda de otra que fantasear con la primera opción, aumentando la presión en los muslos al ver subir y bajar su manzana de Adán.
—Tenme consideración, Sol—pide en murmuro sutil—. Y yo la tendré contigo después.
Inclino la cabeza a un lado, extendiendo la sonrisa.
—Bueno, pero, ¿te he pedido que la tengas?
Sigue anclado en el asombro, hace el ademán de contestar segundos transcurridos, su respuesta queda suspendida por la llegada de la mesera. Ella deja un vaso de agua frente a cada uno, se retira con el mismo silencio. Eros toma urgido un trago, hago lo mismo, deseando que la temperatura baje el calentón repentino. No ocurre nada, sigo sintiéndome sofocada y tentada a pedirle que abandonemos la cena y busquemos diversión en algún parqueadero.
Culpo al delicioso y adictivo aroma de su perfume irrumpiendo en mi sistema cual gas tóxico, debilitando mi escasa voluntad cuando de su piel en contacto con la mía se trata.
—Hace semanas me preguntaste si extrañaba algo de Alemania—dice, devolviendo el vaso vacío a la mesa—. Tengo una respuesta: consumo de alcohol permitido a partir de los dieciséis años. Quiero pasar la comida con vino y me tengo que conformar con agua.
Consigo neutralizar el desvarío en mi cuerpo con pellizcos en los muslos.
—Ni siquiera tengo dieciocho, no puedo opinar—replico con gracia, procediendo a sorber un respiro—. ¿Cuándo es tu cumpleaños?
—Veinte de diciembre—responde de inmediato, añadiendo—. El tuyo es el catorce de abril.
Abro la boca para cuestionarle como sabe eso, pero recuerdo que probablemente lo miró en la planilla con mis datos de las horas comunitarias.
—Sí, pero por favor, trata de no parecer un acosador en la primera cita—bromeo, soltando el suspiro que tomé.
Él sonrío al tiempo que estira un brazo, engancha los dedos en el borde del asiento y me arrastra cerca de él, unida a su costado. Mis latidos toman el carril del desenfreno, mi cuerpo vibra levemente al contacto de la punta de su nariz en la curva de mi cuello. La piel se me eriza a su paso a sereno a mi hombro, aspirando mi aroma sin preocuparse en disimular. Abandona un sutil beso allí, provocándome un estremecimiento en el centro del torso.
Y se aparta, como si no me hubiese dejado con la pronta necesidad de cambiarme de ropa interior.
Esto ya no es normal.
—Adoro tu aroma—su voz tildada de picardía. Él sabe en el estado que me ha dejado, ¿cómo no? Debe ser tan notorio que da vergüenza ajena.
Exhalo hondo, maldiciendo haberme atiborrado con el agua. Necesito otro vaso más.
—Gracias, es del jabón de un dólar del supermercado—digo entre dientes—. ¿Por qué no me dices cuál es tu película favorita?
Chasquea la lengua, pasando un brazo detrás del espaldar de mi silla.
—Scarface. La tuya es Crazy Stupid Love—emite la respuesta sin titubeos—. Me encantaría pensar que se debe a que tiene a tu actriz favorita en el reparto, sin embargo, sé de buena fuente que el único hombre rubio que te ha gustado, a parte de mí, es Ryan Gosling.
Esta cita cada vez se torna más y más extraña. Si Eros no fuese el hermano de una de mis mejores amigas, le habría enviado un mensaje a mi hermano para que viniese por mí cuanto antes. Él luce tan satisfecho por acertar, que la sonrisa perdura en su semblante más tiempo del habitual. Me pregunto qué más le habrá dicho ella, o en todo caso, qué le preguntó él.
—No hables con Hera sobre mí, es raro—pido, conteniendo la risa con el dorso de la mano.
Se encoge de hombros, manteniendo el cariz complacido.
—Te advertí que mi juego no es limpio—proclama con la voz ronca—. Además, eso no fue una conversación, fue una discusión. Mientras yo le pedía información sobre ti, ella me gritaba y lanzaba tacones a la cabeza.
Trueno una carcajada al recrear la escena en mi mente. Debió sentirse tan enfadada que fue capaz de arrojar sus preciados zapatos de diseñador.
—Pero respondió.
—Luego de clavarme uno en el estómago uno, si—acepta, levantando la vista al frente luego de dejar un segundo beso grácil en la cima de mi hombro.
La sonrisa que rompió récord decae junto a su entrecejo, una sombra de reconocimiento le asedia las facciones.
Direcciono la mirada a esa zona apoderada de su atención, no doy con nada fuera de lo ordinario, mesas ocupadas, ningún cliente le devuelve la mirada. Achico la mirada formando un mohín con los labios, ¿qué habrá visto que lo descolocó de esa manera? Probablemente alguien conocido que no le haya visto a él. Antes de que me consiga husmeando, devuelvo la vista a su rostro de aspecto duro. Si es así, ese alguien no le cae en gracia, por lo visto.
Él voltea a verme segundos después, borrando la expresión de desconcierto como por arte de magia.
—¿Por qué me miras así?
Me muerdo la lengua, pero el truco no funciona.
—¿Qué viste?
Sus ojos se expanden un tanto sorprendidos.
—Creí ver alguien conocido, pero no era esa persona—musita con voz distante.
—¿A quién?—cuestiono mas tosca de lo que pretendía.
Toma una bocanada de aire, sacudiéndose polvo imaginario de la camisa.
—Nadie que valga la pena—responde de manera escueta.
Enarco las cejas sin creerle ni una palabra. Tengo la réplica colgando en la punta de la lengua, pero dejo estar el asunto, si a él no le interesa, ¿por qué tendría que importarme a mí? Tengo otra manera de arruinar el momento. Él baja el brazo de la silla, como hizo en el auto, deja la mano abierta sobre mi muslo expuesto. Mi piel advierte el frío conocido de sus anillos.
Rehuyendo del cosquilleo ardiente, me sacudo el cabello de los hombros, fijando la vista en la suya.
—¿De verdad hiciste un trío con Irina y Christine? O es puro cuento de ellas.
La interrogante lo toma desprevenido. Arruga el ceño, disconforme con la dirección que toma la conversación. Poco me importa si funciona como tema de conversación, lo quiero saber y ya está, le perdí el desagrado a ese hecho desde que se concentró en mí, solo necesito alimentar mi necesidad de saber. Soy consciente del malestar que puede causarle, pero lo tomaré como parte de un karma.
—Ya te dije que si, ¿qué quieres, detalles?
Afirmo con un gesto de la cabeza. Él blanquea los ojos.
—Sí, ¿cómo se hace allí? ¿Ellas dos... hacían cosas entre ellas?
Vislumbro el inicio de una sonrisa traviesa que sella el cariz arrogante en su semblante.
—Bastante.
Entonces esos rumores de que ellas...
En fin, bien por ellas.
—Con razón siempre dicen que son muy unidas, no sabía que tanto—expreso todavía procesándolo. Eros suelta una carcajada gutural, posando una mano en mi rodilla—. Oye, se me vino la idea de...
—No.
Mueve la cabeza en una negativa rotunda, reforzando el agarre en mi piel.
—Ni siquiera me has dejado hablar—reclamo.
—No voy hacer un puto trío contigo, ¿estás loca?—profiere entre dientes a la vez que comprime la mandíbula.
—Muy loca, la más loca de todas—replico ardida, acercándome a su rostro cubierto por un rubor furioso—. Me lo imaginé junto con Helsen. Como esa canción que dice rubio sol moreno luna, ¿eso cuenta como incesto? Digo, porque ustedes...
Me callo al atisbar la vena prominente en su sien, aumentando en grosor considerablemente al oír mis palabras. Oigo su gruñido de disgusto, como si le naciera desde lo más recóndito de sus entrañas. No es bonito, no es sano, pero la satisfacción que me deja verle descompuesto al presentarle imagen, es insuperable.
—Deja de hablar, maldición. Me enferma el pensarte en sus manos—protesta. Solo, cuando diviso la suplica en su mirada, suelto un largo suspiro de calma.
—Te lo diré, aunque no deba, pero si no lo hago me voy a envenenar—proclamo con dejo alterado—. De todas las chicas posibles, te metiste con las que peor me caen, pero no importa, no es mi problema después de todo, ¿no es cierto?
De súbito, pierde la mano apoyada en mi muslo, debajo de mi falda. Sus dedos largos y meticulosos acarician la piel delicada de la parte interna, agolpando de sopetón el calor de mi cuerpo entero en el vientre. Esto más que una cena, se siente como una jodida partida de algún juego vil para probar la paciencia del otro, para conocer quien lleva primero al límite del control a quién.
—¿Eso que escucho son celos?
Me muerdo el labio deteniendo la sonrisa que buscaba aparecer en mi expresión.
—Si—acepto, enalteciendo su sonrisa de talla narcisista—. Me hubiese gustado estar en medio.
Su sonrisa se desploma, causando un desborde de carcajadas fuera de mi boca. Eros con el visaje inexpresivo, sube un poco más la mano, cortando mi risa de ipso facto. Esta allí, bordeando la tela en mi zona sensible, y él, al darse cuenta del cambio drástico en mi, esboza una sonrisa creída al pasear la punta de sus dedos, contorneando con suavidad mi entrepierna. El corazón me salta en el pecho, tengo este instinto de desplegar los muslos y cederle todo el permiso que desee, pero recuerdo dónde estamos, me mantengo férrea, tensando las piernas al percibir un dedo subir la prenda, rozando la piel mojada.
El corazón me retumba con fuerza antinatural cuando acerca su rostro a mi perfil, soporto los músculos tan prensados que podía sentirlos sacudirse levemente.
—Estoy llegando a pensar que aceptaste esta cita con la única intención de hacerme sufrir—susurra, adentrando un poco más el dedo, sacándome el aire contenido a las fuerzas.
—Eros, necesitas tus manos para comer—reprendo, concentrada en reunir voluntad.
Él articula una ligera risa que me soba el mentón.
—¿Qué crees tú que estoy tocando?—cuestiona con voz grave—. El postre, Süß.
Deja un par de besos fuertes en la línea de mi mandíbula y comisura de los labios. Las palpitaciones dentro de mi pecho ascienden a ritmo eufórico, entonces, retira su mano lentamente y yo me permito volver a respirar. Casi, casi me quejo del vacío que su mano ha dejado en medio de mis piernas, pero al levantar la vista, diviso a la mesera empujando un carrito repleto de comida con dirección a nuestra mesa.
Horas después, con el estómago repleto de comida, el corazón hinchado de sensaciones y la mandíbula adolorida, consecuencia de la sinfonía de risas, Eros estaciona frente al edificio, el bajón emocional me hace presionar una mano contra el pecho, como si pudiese sostener el corazón en su caída a mis pies.
Más allá del notable hecho que Eros me hizo probar pato, y que me gustó, las horas, escasas para mí gusto, transcurrieron en un borrón indetectable, no me pude creer cuando recibí la llamada de mi hermano avisándome que el permiso había caducado y yo aún continuaba mordiendo un pedazo de filete.
Eros sacó a relucir su lado amable, ese que hace acto de presencia contadas veces. No hizo preguntas sobre Giovanni, siempre fue cuidadoso en no mencionarlo, y yo igual. Me contó detalles de su niñez, como que a los diez años le enseñaron a disparar y lo pasó bastante mal porque Hera aprendió mucho más rápido, siendo ella diminuta en tamaño y al día de hoy se lo echa en cara. También que de niño sufría de obesidad y por eso cuida mucho su alimentación, aunque acotó que no le molesta romper el buen hábito si se trata de mí.
Cosas tan simples como que su color favorito es el azul de sus ojos, prefiere ir de viaje a la montaña que a la playa puesto que el sol le causa ampollas en la piel, bromeó que así siente que acabará cada vez que me toca. Me contó que aprendió a manejar a los doce años, un guardaespaldas le enseñó, su abuelo le regaló su primer auto a los dieciséis, sigue en Alemania. Añadió que una de sus canciones predilecta tiene por nombre el mío en su idioma natal, Sonne, de Rammstein.
Me confesó que esa coincidencia atrajo su atención a mí.
Eso y mis labios gruesos.
—Mañana paso por ti para ir juntos al instituto—dice, volviéndose hacia mí.
Levanto las flores, dudando. No creo que a Martín le agrade la idea.
—No hace falta, a mi hermano le queda vía a su trabajo—declaro, buscando las llaves dentro de mi cartera.
Eros me extiende la bolsa de los chocolates, la recibo con el corazón inflado de emoción.
—A mi también, además—escudriña con detenimiento agonizante mi cara un momento antes de agregar—, ¿no es eso lo que hacen los novios?
Ahogo una risa, mirándolo con los párpados entrecerrados.
—Sí, pero tú y yo no lo somos.
Extiende la esquina de su boca en una sonrisa retórica que pone a mi corazón aletear con fiereza.
—Todavía.
Chisto, luchando con el ramo, mi cartera, la bolsa y llaves.
—Veremos—concreto, apretando el ramo contra mí pecho para sostenerlo con más firmeza—. Cristo querido, ¿ahora qué le digo a mi hermano?
—Que tu novio te las regaló.
Ah, cualquiera podría decir que sus intenciones son puramente inofensivas y nada más que castas. Y no que su mayor deseo es tenerme solo para él.
Como me ha dicho hace un rato.
—Muy gracioso—bufo, admirando lo oscuro que resaltan sus pozos azules dentro del encierro del vehículo—. Gracias por esta noche, te daré cuatro estrellas por los chocolates y por tu buena actitud. Sería un sueño que fueses siempre así, pero sería pedirle peras al olmo; y siendo sincera conmigo y contigo, tu encanto radica allí, en tu terrible manera de ser.
Frunce el ceño soltando una risa que destila algo más que simple egocentrismo.
—Sol, mi encanto radica en otro sitio y tú lo sabes muy bien.
Con su mano en mi nuca y su mirada de toque sensible incrustada en la mía, deshace el cinturón de seguridad que le impedía venirse contra mí para, finalmente, sellar la noche con un beso que me acelera los latidos y me obliga a unir con fiereza los muslos. Recuerdo que venimos de comer, que mi aliento no debe ser el más apropiado, pero él sabe a malboro, y no le importa profundizar al punto de quedar inclinado sobre mí, aplastando las flores en el proceso.
Eros desaparece la mano libre bajo mi falda, y mis ansias escalan el pico más alto cuando siento mi ropa interior bajar.
Me separo de su boca, llenando mis pulmones de aire.
—No, no me has devuelto la que me robaste—digo en un murmuro acucioso.
—Lo haré si me regalas esta—negocia, con la mano todavía en la prenda.
Niego.
—Regrésame aquella y te doy la que quieras.
Menos las reservadas para los días de sangre.
—Hecho—concreta, regresando a su puesto—. Mañana a las siete y media estaré esperándote en este mismo lugar.
Ruedo los ojos, abriendo la puerta del auto. Un sentimiento sobrecogedor me acaricia el pecho. No quiero bajarme aún.
—Bien, pero no toques el claxon, la vecina del piso inferior es una quejica.
—No lo haré—promete.
Le sonrió por última vez antes de bajar de la camioneta y correr a la puerta del edificio. El aire denso choca contra mi piel descubierta, ni el abrigo grueso que llevo me salva del clima helado de la ciudad.
Eros no se mueve hasta que me adentro al sitio.
Me tomo un minuto entero fuera de la puerta del apartamento. Sé que Martín está esperando por mí o en la sala o en la cocina, pero es más que seguro que no me dejará ni acercarme a mi habitación sin arrojar un comentario respecto al florerío que sostengo. Como me gustaría que papá fuese el que esté en su lugar, no preguntaría nada más que como estuvo la comida. Martín heredó el carácter malhumorado de Isis, siempre cree tener la razón y no acepta ni quejas ni contestación.
Me sacudo la mala vibra y luego de soltar una larguísima exhalación, ingreso al apartamento.
Martín sale de la cocina con una taza en la mano, me somete a una corta y exhaustiva registro que me pone los pelos de punta. Sus ojos se entornan en lo que llevo en los brazos, deja escapar una risa sarcástica que me hace comprimir los labios en una mueca irritada.
—Que novio tan detallista te conseguiste—expresa con la voz disfrazada de alegría.
—No es mi novio—replico entre dientes siguiendo de largo con la misma expresión en blanco.
—Sí, me queda claro—señala el regalo, tomando una posición de seriedad—. Escúchame algo, Sol. A mi poco me importa que tal el Eros tenga todo el dinero del mundo, si pertenece a un clan mitológico alemán o lo que sea, para mí no es más que un carroñero que busca bajarte las pantaletas.
Junto los párpados percibiendo un daga de disgusto apuñalarme en el centro del pecho.
—¡No digas esa palabra!
—¡Mira lo roja que te has puesto!—exclama, cruzándose de brazos—. Ya lo hizo, ¿no es cierto? ¡Te dejaste bajar las pantaletas muy rápido!
Ahogo un gruñido de pura frustración. ¡No hablaré con él sobre eso!
—Mi vida sexual no es de tu incumbencia—repongo con voz rotunda, pese a eso, mantengo la cabeza baja.
—Noticias para ti: lo es. Sigues siendo menor de edad y estás bajo mi cargo—replica con audacia, cambiando el peso de pie—. ¿Se cuidaron? ¡Mírame a la cara cuando te hablo!
Levanto la vista hacia la suya por mero respeto, porque las ganas que tengo de verlo son nulas.
—Tú mismo me compras las anticonceptivas.
Realiza un gesto afirmativo, sin dejar de lucir disgustado.
—Tráelo a cenar, necesito conocerlo en persona—suelta áspero, rascándose la cabeza.
Niego múltiples veces. No pasará, sería como vivir una pesadilla.
—¿En qué siglo vives?—contesto cortante, retomando el camino a la habitación—. Ni loca haré eso.
Empujo la puerta unos centímetros, cuando pongo un pie dentro, Martin habla:
—Si no lo traes te prohibiré que vuelvas a salir con él, no podrás ir bajo ninguna circunstancia a casa de Hera y a donde sea que necesites ir, te llevare y te traeré yo. Olvídate de Hunter.
Apretujo el pomo refrenando el grito molesto que me quema las cuerdas vocales. Viro el cuello para verlo, sin soltar la manilla.
—Martín, apenas empezamos a salir, no me pidas eso.
Frunce la boca en una mueca indiferente, levanta los brazos y camina de espaldas de vuelta a la cocina.
—Estás castigada hasta que me traigas un título universitario.
Un resollido lastimero me abandona. Pateo el piso con enfado bajo la mirada amarga de mi hermano.
—Dame un mes, hablo en serio cuando te digo que no somos nada—no quiero suplicarle, pero a eso es a lo que me está orillando—. Espera un momento, ¿no fuiste tú quien trajo a Maddie cuando cumplieron un año de relación?
En una batalla uno tiene que buscar la manera de defenderse, y en esta, yo llevo todas las de perder. Martín enarca una ceja como si no creyera lo que acabo de decir.
—Yo era mayor de edad, saliendo con una mayor de edad—asevera, acabando con mi pobre argumento.
Mis hombros decaen al tiempo que suspiro. Martín se ríe de mí y mi actitud perdedora. Tendría que aceptar, Martín se vuelve un ser insoportable cuando de castigos se trata. Peor que papá.
—Un mes, te pido solo un mes.
Él se toma unos segundos para pensarlo, segundos que me dejan danzando en una cuerda floja. En caso de que no acepte, tendría que pedirle a Eros que venga y no me veo cenando con mi hermano a un costado y Eros en el otro. Ambos son poseedores de personalidades fuertes y demasiado tercas, ni Eros se deja condicionar ni Martin permite desacatos.
Mi hermano se aclara la garganta por lo que deslizo la vista hacia él.
—No puedes quedarte con Hera, si ella quiere hacerse sus mierdas de chicas, que venga. Si ocurre cualquier otro inconveniente, iré por ti. A la hora que sea—hace una pausa para coger aire, como si decirme esto le causara dolor físico—. Y lo más importante: Eros Tiedemann no puede pisar este apartamento en este lapso de tiempo, ¿estamos en sintonía?
Eso será difícil, muy difícil.
—Lo estamos—acepto.
—El toque de queda sigue igual, diez los días de colegio por el trabajo, una de la madrugada fin de semana. Y es mucho, demasiado.
Bueno, no ha sido tan malo. Esperaba algo significativamente peor.
—No eres justo, pero si equitativo.
—Y harás la cena hasta que el señor de nombre mitológico aparezca—finaliza, apuntándome con la taza—. Sol, estoy siendo benevolente porque te conozco y sé que estúpida no eres. A veces un poco tonta, pero no demasiado.
Profiero una risotada irónica entrando a la habitación.
—¿Gracias?—digo insegura—. Buenas noches, Martín.
Mi hermano me da una última mirada antes de volverse a la cocina. Pero no me deja cerrar la puerta porque gira de nuevo hacia mí con el viso entre divertido y repugnando.
—Otra cosa. Llama a mamá, hay un asunto sobre Giovanni que quiere conversar contigo.
La mención de Giovanni me paraliza. ¿Le habrá pasado algo grave? Elimino la idea al ver la sonrisa fastidiosa de Martin, digo, jamás se agradaron pero no creo que se burle en caso de que le haya pasado algo malo.
—¿Sabes sobre qué?—inquiero con dejo ansioso.
Martin ensancha la sonrisa, como si la situación le resultara hilarante.
—Habla con ella.
Se da vuelta y entra a la cocina, dejándome con un sinfín de dudas en la cabeza y un terrible presentimiento de que, sea lo que sea, no traerá nada bueno.
Entro completamente a la habitación, cerrando la puerta con el pie. Un grito de terror muere aprendido en mis cuerdas vocales cuando una mano me cubre la boca y la presión de un brazo enrollándose en mi cintura me hace retroceder. La puerta del baño abierta de par en par me permite echar un vistazo al espejo, reflejado en la superficie, doy con Eros adherido a mi espalda, sonriéndome sin la intención de ocultar sus intenciones.
El temor de que mi hermano escuche el jaleo me hace quedarme quieta, sintiendo el calor que su pecho al descubierto despide.
—¿Qué haces aquí?—inquiero en un susurro una vez me suelta el rostro.
La pregunta está demás, la respuesta se muestra clara en la sonrisa que juega con el arco de sus labios, es el estupor de encontrármelo en mi habitación luego de creer que no le vería más por esta noche lo que me ha dejado en blanco.
Fundió una vía con su boca de mi oreja al hombro, su aliento particularmente caliente, como si acabase de tomar unas caladas de cigarro. Oigo los pasos de mi hermano trazar el camino de la cocina a su recámara, el aire retenido se atasca en mi garganta al percibir la textura delicada de sus dedos en mi piel, levantando la falda despacio, como si pidiese permiso para continuar.
Aferro con ahínco las flores contra mí, manteniendo el control tambaleante de. Asiento una sólida vez para no exigirle que lo haga, pero que lo haga ya mismo lo haría yo.
—A comerme el postre, ¿a qué más?
Yo también quiero flores, me encantan🥹
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