Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

"13"

▂▂▂▂▂▂▂▂▂▂▂▂▂

"The crazy days, the city lights
The way you'd play with me like a child"
▂▂▂▂▂▂▂▂▂▂▂▂▂


  —Me arde la vista—la queja de Lulú llega a mis oídos como un zumbido. A través de reflejo de las luces neón, le observo bajar el videojuego al regazo. Se talla los ojos con el cuidado de no estropearse el maquillaje, no se ha despegado de la pantalla desde hace horas, empeñada en pasar todos los niveles del mundo—. He matado a tantos zombies que si me das un cuchillo, iré directo a clavárselo a quien me pidas.

La contemplo de soslayo, apretando los labios para no reírme de su extraña y bastante macabra sugerencia.

—Amor, estamos en una fiesta de Halloween, ¿qué mejor ocasión que esta para matar a alguien?—Hunter le sigue el juego.

Comparten una mirada confidente, sonriendo como si pudiesen leerse la mente y les agradara en sobremanera lo que han visto. Oscila la vista de uno al otro, rascándome la nuca.

—¿Será que Hera puede venir ya? Me están asustando.

Hera es incapaz de sentarse tranquila por más de tres minutos seguidos. Viene, toma un vaso de agua y vuelve a sus labores. Esta noche se convierte en un ser supremo omnisciente, está en ninguna parte y en todos los rincones y espacios a la misma vez, súper. Todo tiene que salir como ella, perfecto.

Nos ofrecimos ayudarla aunque tengamos la mente desierta de ideas de qué hacer, pero para algo serviríamos, no obstante, con Paula, Lourdes y las buenas amigas que comparten todo, tienen cada puesto de logística cubiertos.

Podríamos bajar a disfrutar del ambiente, la música, beber algún trago de contrabando que alguien consiguió escabullir... pero preferimos esperar a Hera. Mientras toda la diversión se desenvuelve en el piso inferior, los tres nos apropiamos de la misma zona de la semana anterior, lejos del ruido y el resto de la humanidad.

—Mantente cerca de nosotros, quizá guardemos misericordia por ti—modula Hunter, envolviendo un brazo alrededor de mis hombros. Repite el gesto con Lulú, expulsando un suspiro de alivio—. Que felicidad, por fin estoy con mis chicas sin que el imbécil de Eros quiera robarme el protagonismo.

—Porque no está—bromea Lulú, Hunter la aniquila de un vistazo.

—Gracias por lo que me toca—replica, bebiendo un trago del ¿qué? ¿Tercer vaso de cerveza rancia? Que Paula nos trajo a escondidas—. Las sobras de tu amistad.

Lulú ahoga su risa cuando le quita el vaso, bebe un trago y me lo pasa. Lo rechazo, el simple olor a alcohol me trae recuerdos míos, arrodillada frente al váter, regurgitando el tequila y los trozos de pizza, alitas y hamburguesas de la noche una semana atrás.

—Si en media hora Hera no regresa, me echaré a dormir aquí mismo—farfulla Lulú. Moviliza la vista de las escaleras a Hunter, una arruga naciendo en medio de sus de sus cejas—. ¿Tom vendrá?

La desilusión se adueña de Hunter, imperiosa en su rostro y postura desgarbada. Toma el vaso de vuelta, bebiendo el contenido sin realizar ni una mueca de desagrado.

El nombre del chico le cayó como una puñalada, no le culpo, no hemos sabido de su existencia desde esa noche que salimos a ese bar de dudosa reputación antes de partir de vacaciones y él no nos ha contado más sobre sus aventuras a escondidas, tampoco quisimos importunarle intentando hacer que hable demás, si no lo hace sus razones tendrá, confiamos en que lo hará después y puede que ese después, sea ahora mismo.

—No lo sé y esta noche la última de mis preocupaciones.

Lulú me envía una mirada veloz, tan pasmada como yo.

—¿Pasó algo entre ustedes?—pregunto con sigilo.

Hunter resopla, bebiéndose otro trago más que me hace arrugar el rostro a mí y no a él.

—Creo que Thomas sale con otra persona—revela luego de unos segundos en contundente silencio, un asomo de decepción aparece en sus ojos—. Las relaciones funcionan si cumplen con el triángulo divino: amor, buen sexo y confianza. Tom me da buen sexo y llegué a creer que amor, pero la confianza ya no está.

Un estrujón me contrae el pecho, oírle tan cabizbajo me estremece el corazón.

De Thomas solo escuchábamos maravillas, de todo, con respecto a esconderse del resto del mundo, lo mucho que compaginaban más allá de las sábanas, como algo tan simple como ver películas se convertía en un hecho extraordinario. Hunter se enamoró, desprendía sentimientos por los poros, y notar la caída paulatina que ha venido sufriendo hasta alcanzar este punto, me hace cuestionarme si realmente todos esos buenos ratos valdrán el precio de un corazón roto.

—¿Por qué piensas eso?—cuestiona Lulú, incrédula ante las palabras de Hunter—. No te ofendas, pero si me dices que tu eres el infiel, lo creo, pero de Tom no.

Hunter tuerce el cuello como en las películas de horror hacia Lulú, ella mira a todos lados excepto a él y sus ojos terroríficos.

—Soy tu mejor amigo, Lulú—dice con tonada acusadora.

Ella le da una corta mirada evidente.

—Y porque te conozco lo digo—replica sin vacilar.

Hunter profiere una carcajada áspera sin gramo de gracia. Lulú modula un 'lo siento', él agita la cabeza negando.

—¿Qué te hace sospechar?—inquiero. Me siento como Lulú, sin la capacidad de imaginar a Tom, el lindo, tranquilo y solitario Tom hacer algo como eso, pero me reservo mi opinión.

Hunter suspira, bebiendo lo que resta del trago.

—Lo siento distante—anuncia con escasas ganas de hablar—. Si no le escribo, a él no se le ocurre hacerlo, hace dos semanas que no tenemos contacto. No es como si me gustara pensar en eso, pero todo me indica que es así.

Guardamos silencio hasta que Lulú vuelve hablar.

—¿Por qué no hablas con él sobre esto?

Aflicción toma sus orbes miel.

—Tengo miedo que sea así— dice con la voz rota, ensimismado en sus cavilaciones—, tengo miedo de escuchar su voz decirme que ya no me ama más.

No sé qué decir para hacer que se sienta un poco mejor. Jamás he estado en una situación parecida, ni tampoco sé como actuaría de ser el caso. Y como Isis me llego a decir una vez, 'si no tienes nada bueno que decir, mejor no digas nada', no me queda más opción que envolver un brazo en su cintura y apoyar la cabeza en su hombro para aunque sea, demostrarle apoyo moral. Lulú hace lo mismo y el pensamiento de lo pésimas que somos consolando, me hace querer reír un poco, sin embargo, no es el momento.

Hunter agradece el abrazo, le escucho sorber aire por la nariz, en el momento que una sombra pequeña obstruye las limitadas luces neón, causando que los tres levantemos la cabeza.

—¡Volví!—exclama una Hera de cabello revuelto y aspecto agotado, pero todavía sonriendo. Gesto que cae al notar nuestros semblantes alicaídos—. Ay, por favor, ¿por qué lucen tan miserables?

—Tom le pone los cuernos a Hunter—notifica Lulú sin reparar en la crudeza de sus palabras.

Hunter se lo toma a la ligera, poniendo una mano sobre su corazón de manera teatral. Hera abre muchísimo la mirada, mientras me tengo que morder la lengua para no soltarme a reír.

—Lo sospecha—añado por lo bajo.

Hera tuerce los labios. Deja la tableta en la mesa, resollando.

—Lo dudo—expone con franqueza, verificando que su manicura continúe en perfecto estado.

Lulú se exalta, señalando a la rubia con insistencia.

—¿Verdad? Tom no sería capaz—reitera esperanzada.

Hera frunce los labios, pasando la vista de sus manos a Lulú, luego a Hunter que escucha la conversación en estado catatónico.

—Es capaz, pero no estúpido—concreta, tomando la barbilla de Hunter entre sus dedos delgados, mirándolo como si fuese el ser más extraordinario que ha pisado este planeta—. Tom sabe que no encontrará a nadie mejor que tu.

—Abrazo grupal—ordena Lulú, levantándose a la vez que empuja a Hera contra Hunter, y él me atrae hacia sí.

De repente, somos un manojo de abrazos y besos en los cachetes que no tengo idea de donde vienen, pero son bien recibidos.

Apenas logramos separarnos, notamos las dos sombras nuevas en escena.

Eros y Jamie, ninguno tiene disfraz.

—¿Dónde andaban? Pensé que no vendrían—cuestiona Hera con desdén, rastrillándose el desastre de hebras con los dedos.

Paso de la mirada de Eros, a pesar de ser demasiado consciente de la forma penetrante que tiene de recorrerme de pies a cabeza. Con cualquier otra persona sentiría la necesidad de bajarme la falda, pero con él, mis deseos son contrarios. Me gusta que lo haga, me gusta la manera en la que sus pupilas destellan al posar sus ojos en mí, como aprieta la mandíbula y flexiona los puños, como si se contuviese de tocarme y eso le resultase difícil.

Me agrada porque es un reflejo vívido de mis deseos.

—Por allí—repone Jamie como si nada.

—Por allí—repite Hera con matiz burdo—. También me iré por allí y por allá sin decirles nada.

Oigo el carraspeo de Eros, por instinto traslado la vista a él, lo justo para verle entornar los ojos, señalando a mis piernas como si me acusara de algo imperdonable para él.

—¿De qué se supone que están disfrazadas?

Hera explayando una sonrisa orgullosa, da un paso al frente girando sobre la punta de sus tacones aguja. La falda vuela con ella, las ondulaciones doradas le siguen también. Adquirió disfraces de Harry Potter, minifalda, medias de red, camisa blanca y corbata de cada casa.

Hunter decidió llevar nada más que el pantalón y la corbata, exponiendo el pecho en todo su esplendor, representando a Gryffindor, Lulú Hufflepuff, Hera Slytherin y yo de Ravenclaw.

Sumamente incómodo, sobre todo las mallas que son dos tallas más pequeñas. ¿Me pude haber negado? Si, ¿lo hice? no, Hera no me vestiría con cualquier cosa, me veo más que bien.

—Lulú lo llama la palabra con P mágicas—informa Hera, girando de nuevo, reduciendo la velocidad solo para que la aprecien mejor.

La mirada de Jamie se aventura a las piernas de la rubia, aprovechando que Eros tiene su atención en las mías.

—Ofrecemos masajes eróticos en Howgarts—Lulú continúa la broma, soltando una carcajada estridente al observar el ceño marcado de disgusto de Eros.

—Por veinte galeones más, te despachamos con final feliz—agrego, chocando con su mirada.

Arquea una ceja, palmeándose los bolsillos en busca de los cigarrillos.

—Se ven bien—pronuncia Jamie con la voz empañada.

Hera ladea la cabeza, ampliando la sonrisa.

—Gracias, nosotros iremos a bailar—pasa en medio de Jamie y Eros, abriéndose paso sin un gramo de delicadeza—. Permiso, ¡quítense!

La sigo rápidamente, temiendo doblarme un tobillo, sintiendo la sólida mirada de Eros persiguiéndome. Hunter se adelanta y enlaza su mano con la mía, impulsándome contra su costado. Bajamos las escaleras notando cada paso, con el cuidado de no tropezar.

El molesto y apabullante estruendo de la música y el sucio vapor de la aglomeración de cientos de cuerpos en la pista me reciben nos reciben en la planta baja. Hombros sudorosos chocan contra mi camisa, algunos bailan descoordinados, otros se balancean y una ínfima cantidad, hacen bulto conversando a los gritos.

La gente parece pasar un buen rato, considerando que por ser una fiesta de estudiantes de secundaria el alcohol este prohibido, el frenesí somete a la mayoría de la población estudiantil presente. Es evidente que Drew y sus compinches extendieron demás el contrabando de alcohol.

Diviso a Hera y Lulú alejarse unos metros mientras Hunter aprieta sus manos en mi cintura y se posiciona delante de mí.

—No mires, pero Eros no nos quita los ojos de encima—dice con la boca cerca a mi oído, la única manera de comunicarnos—. ¿Pasó algo además de lo que ya sé?

Agito la cabeza, negando.

—Nada—contesto, perfilando una sonrisa sugestiva—. Aún.

—Aún—modula, como quien planea algo siniestro—. Hagámoslo enfadar.

—¿Qué? ¿Por qu...

No me deja completar la pregunta, me planta un beso en los labios. Uno veloz que me toma desprevenida. Enseguida siento sus labios cerca de mi oreja, de nuevo cuenta.

—Qué horror, este si fue de verdad.

Me río a carcajadas, envolviéndole el cuello con los brazos. Tiene razón, este si fue de verdad. Los besos anteriores no me los daba de lleno en los labios, si no en la comisura. Para mi es casi lo mismo, pero para él, los límites son claros.

—Un beso no lo hará molestar, fúmate sus cigarros, eso sí que le hará enfadar.

Arroja una mirada al piso superior y de inmediato un sonrisa sagaz tira de sus labios sedosos.

—No es lo que parece, en este momento da miedo—dice entre risas.

Volteo los ojos, tratando de moverme con ritmo, las ganas de bailar no vinieron esta noche conmigo.

—Deja de ver hacia allá y baila conmigo.

Y eso es lo que hacemos por los siguientes minutos.

Una brevedad posterior a la llegada de Eros y Jamie, la euforia de la atmósfera me aplasta como a un animalillo perdido. No tengo ánimos de nada más que sentarme en el sofá en plena quietud. Las constantes noches en vela me caen sobre los párpados, el deseo de volver a casa, a la seguridad de mi cama, se intensifica dolorosamente.

Y Hunter parece compartir la misma sensación.

Busco a las chicas, doy con ellas enseguida, ellas al vernos escapar del alboroto, deciden seguirnos. Cada paso escaleras arriba me planteo escribirle a Martín para que venga por mí, meterme bajo chorros de agua caliente, vestirme con un suéter que me cubra las rodillas y cubrirme hasta la cabeza con las cobijas me parece un plan más atractivo que soportar las mallas y el ruido insufrible de las bocinas.

Eros fuma un cigarrillo cerca de las escaleras, podría decir que ese gesto amargo y desdeñoso siempre lo lleva plasmado en el rostro, pero no es así, no con esa solidez. Planeo pasar de largo, sin embargo, me detiene tomándome del brazo. Hunter al sentir mi retraso, voltea hacia atrás para saber qué pasa, al notar la mano de Eros sobre mí, aparta la mano de mi cintura, disimulando una sonrisa osada con una mordida.

Lulú y Hera pasan por mi costado sin prestar la mínima atención, o eso quiero creer. Corren a la posición de Jamie por algo de beber.

El aroma de su perfume unido al tabaco me alcanza las fosas nasales, me llena de él, de su presencia.

Permanezco de pie frente a él, enarco las cejas instándole hablar cuando no hace más que estudiarme con la mirada. Abre la boca pero no pronuncia ni un monosílabo, la cierra de sopetón, analizando con recato lo que dirá.

—¿Qué fue eso?—interpela en un tono arisco.

—¿No sabes lo que es... bailar?

—¿Se puede saber por qué permitiste que te pusiera la boca encima?—de vuelve de inmediato en un gruñido furioso que me desestabiliza.

Le escaneo de pies a cabeza, repitiendo en bucle la estupidez que ha escupido.

Pero, ¿quién se cree? Tengo que tomarme un par de segundos coordinando la dirección del barullo de pensamientos que la sola interrogante me ha creado. Él no se permite renunciar a la mirada ruin que parece culparme de mucho más que un simple baile con mi mejor amigo.

—¿Tu pregunta va en serio?—mi voz delinea el desborde de risas irónicas al borde de las risas.

No mueve ni un músculo. Él de verdad se ha molestado por un insulso beso. Me libero de su agarro para tomarle del brazo y arrastrarlo al pasamano. Busco caras conocidas entre la muchedumbre transpirando más que sudor, sé que las he visto, pero no recuerdo... ahí están.

— Mira, allí esta Mandy, a unos metros esta Irina, no muy lejos debe estar Christine, ¡oh! Mira a Stella—barro el club buscando a Christine e Irina, pero no están a la vista—. Con todas te acostaste, ¿cierto o falso?

Expide la humarada, su rostro filoso tenso, me pregunto si se sentirá tan sólido bajo mis dedos como luce.

—Cierto.

Sacudo un minúsculo rastro de ceniza ensuciando su camisa y dejo un golpecito despectivo en su pecho.

—Si te fijas bien, todas tienen compañía—repongo apacible. Levanto las manos, moviéndolas de un lado a otro, tratando de comprenderle—. Sin embargo estás aquí, reclamándome a mí por unos cuantos orgasmos que bien puedo darme a solas.

El peso de su prepotente mirada se aligera al oírme vomitar esa última frase. A diferencia de lo que imaginé, una sonrisa distante a definirse con algún sinónimo de pureza se apropia de sus facciones, me encuentro deseando capturarla con mi boca, puesto que mis pensamientos compaginan con ella.

Él me lee sin mayor problema, porque la ensancha, expulsando una nube de humo dirección contraria a mí.

—Imagínate cuando lo haga.

Elevo las manos al cielo, clamando por otra ración de paciencia porque la que tenía, Eros me la ha robado.

—Eres imposible—mascullo entre risas, girando para ir con el grupo.

Pero por supuesto, Eros no ha terminado. Vuelve a tomarme del brazo, consiguiendo que voltee de regreso. Esta vez me impulsa más cerca de él, excesivamente cerca de él.

—Esta mañana me hice las pruebas—enuncia, sosteniendo el cigarro lo más lejos de mi que le sea posible.

—¿Cuándo te entregan los resultados?—pregunto y tan pronto como lo hago me reprendo por sonar tan urgida.

—¿Tienes prisa?—sondea, mirándome a través de sus gruesas pestañas. Quita la mano de mi brazo y la deja caer en mi cintura—. Ya los tengo, en el auto, ¿quieres ir a revisarlos?

No le doy importancia al hecho de que esa última pregunta la ha hecho con tonada implícita. Esa propuesta no se limita a revisar los resultados, me ha quedado clarísimo y no me siento en posición de negarme más. No quiero, no me provoca y no tengo porqué.

—¿Tan rápido?

—Pagué con los mil dólares que no quisiste usar para la reservación.

—Oh—suspiro, asintiendo—. Vamos.

Esboza una sonrisa de satisfacción antes de moverse a la mesa y echar lo que resta del cigarro en el cenicero.

Nadie pregunta nada, Jamie, Hera y Hunter hablan entre ellos, se comportan como si no existiésemos, sé que no lo hacen por mal, tan simple como que quieren darnos privacidad. Muevo la vista a la izquierda, atisbo a Lulú revisar su celular, recibe una llamada pero al no escuchar lo que dicen, cuelga y se levanta del sofá. Procede a susurrarle una cosa a Hunter al oído antes de correr escaleras abajo. Observo a Hunter, preguntándole en un ademán a dónde se ha ido, él gesticula 'al baño' en el segundo que Eros devuelve la mano a mi cintura y me empuja a las escaleras.

Me dejo guiar a la salida sin necesidad de caminar a través de la pista, cosa que agradezco. Uno de los dos guardias custodiando la puerta la abre y nos cede el paso. El frío del exterior se acentúa en mi piel descubierta, reviso el estacionamiento repleto de autos, no advierto en más que un grupo de fumadores a un costado de la puerta que dejamos atrás.

Percibo la presión en el agarre que mantiene sobre mi cuerpo, desplazo la vista a la suya, a lo que él me señala cierto lugar con un movimiento de la cabeza.

La camioneta se encuentra a varios metros, justo al lado de la vía principal, tan alejada de la zona del club que no se escucha en el estruendo desencadenándose adentro.

Nerviosismo puro y recio me atiza en el estómago cuando Eros abre la puerta del copiloto y me ayuda a subir sin mostrar demás antes de tiempo. Aspiro la fragancia de su piel impregnando el vehículo, a donde vaya, esa estela de su aroma se estanca.

Se inclina contra mi hombro para tomar la carpeta sobre el espacio en medio de los asientos.

—Me los hago periódicamente, sé que estoy sano.

—Bueno, yo prefiero asegurarme—repongo, tratando de concentrarme en leer y no en su cercanía, pero su respiración golpeteando en mi mejilla me lo pone muy cuesta arriba—. Eros Theodore Tiedemann. Wow, Cupido tiene un bonito nombre.

Eros gruñe, pegando sus labios en mi cabello.

—No me llames así.

—¿No te gusta tu nombre?—bromeo, bajando por la cantidad de negativos impresos. Lo siento sacudir la cabeza—. ¿No se supone que los dioses griegos son lo máximo? Deberías sentirte orgulloso.

—Los nórdicos lo son—manifiesta, quitándome la carpeta de las manos una vez la cierro al confirmar que, en efecto, está limpio. Envuelve sus dedos en mi barbilla, obligándome a levantar la vista a la suya. Una sombra libidinosa eclipsa el color cerúleo en su iris, incrementando mis latidos a una cadencia desenfrenada. Sus ojos bajan a mi boca y su mano a mi pierna, subiéndola con lentitud abrasadora por mi muslo, acariciando mi piel a su paso—. ¿Éstas medias son completas o individuales?

—Completas.

Sin aviso o advertencia empuja mi rodilla a un lado, creando un acceso en medio de mis muslos a su mano codiciosa, tensándome el vientre al percibir las figuras sin forma específica en las ranuras de las mallas. Unas intensas ganas de abofetearme me azotan el juicio al percibir el aumento de mi temperatura con algo tan básico como ese toque insignificante.

Su mano asciende sin tanta ceremonia, al detenerse a centímetros de mi ropa interior, puedo asegurar que las sentía en absolutamente todas partes.

—Ya veo—gruñe y sin esperarlo, sube la otra mano y rompe los hilos de un preciso tirón.

Reprimo un jadeo exaltado cuando repite la acción, desnudando mis mulos a la curiosidad de su mirada y dejando caer los trozos desechos de lo que fue parte de mi vestimenta.

Retrocedo todo lo que el asiento me permite, contemplando boquiabierta el desastre alrededor de mis tobillos.

—Eros, ¡eres un...!

Me agarra del mentón orientando su boca a mis labios, uniéndoles en un ardiente y muy necesitado beso, lo recibo de la misma manera, porque después de tanto desearlo, no hay otra forma que esta.

Le siento palpar debajo del asiento, un momento luego, el respaldo cae hacia atrás. Su boca me abandona un segundo que maldigo, el que le toma cerrar la puerta y cernirse sobre mí, presionando una rodilla entre mis piernas y otra al costado de mi muslo. Todo se desarrolla tan deprisa que apenas puedo llevar el hilo de lo que ocurre.

Me creí necesitada del sabor de su boca, hasta que la suya comienzan a devorarme profesando que lo mío no son más que simples ganas.

Mi vientre se contrae al percibir la dura erección rozando mi muslo y el húmedo camino de mi boca hinchada, atravesando mi cuello, aumentando la presión de mi cuerpo con pequeños mordiscos que me fuerza a apretar las uñas contra las palmas de las manos, absteniéndome de ir directo a tocar esa parte de su anatomía.

Mis sentidos se limitan a él, a su aroma, tacto, los sonidos inaudibles que profiere, la forma voraz y sensible a la misma vez de tocarme, estrujarme, hundir los dedos en mi piel y besarme. Mis muslos se cierra alrededor del suyo cuando la travesía de su mano finaliza el caliente recorrido levantando mi camisa, la osadía de sus dedos de explorando mi piel y el atrevimiento de morderme un pecho encima de la ropa me arquean por instinto la espalda, recibiendo más profundo la interacción.

El aire se atasca a mi garganta cuando su mano vagabundea más abajo, allá, donde los límites desaparecen. Un gemido se me atasca en la garganta al sentir la calidez conocida de un dedo escurridizo levantar y adentrarse a mi ropa interior, cortándome de tajo la respiración.

Aprieto los párpados, cuando lo desliza con parsimonia en el punto justo entre mis pliegues húmedos, desencadenando una intensa y abrumadora ola de placer, ganándose un gemido ronco que me calienta las mejillas y algo más.

Eros muestra una sonrisa insidiosa, como si se lo estuviese esperando.

—No te voy a tomar aquí, no de la manera que piensas—sisea, oprimiendo la mandíbula. La vena en su frente remarcándose.

Casi desfallezco cuando saca la mano de debajo de mi falda, creándome un profundo vacío desilusionado. Allí, con su ojos celestes nublados por un velo lascivo, introduce el mismo dedo que estuvo en mi, en su boca, y lo saborea con gusto, sin apartar su mirada briosa de la mía. Retorna la mano a mi ropa interior y la baja de un tirón, desperdigando una serie de besos precisos por mi sien, mejillas, barbilla y cuello antes de arrodillarse en el espacio entre el asiento y la guantera, sacando por completo el pedazo de tela que recubre mi intimidad, arrojándola al asiento del conductor.

Posa sus manos en mis rodillas, abriéndome las piernas sin apuro, lo que incrementa las emociones del momento. Me hace subir un pie al asiento, mostrándome desnuda frente a él por primera vez. Una bola de nervios mezclado con timidez me azota de lleno, y sin pensar en lo que hago, cierro las piernas y levanto la espalda del asiento.

La cara me escuece y la vergüenza me corroe el estómago. Eros eleva la mirada a mis ojos, incertidumbre cubriendo sus pupilas.

—Y-yo—resoplo indecisa. Me toma unos segundos volver hablar—. Nunca he hecho esto.

Frunce sus facciones, desconcertado.

—¿Me estás diciendo que nunca has follado?—inquiere con un toque excitado en su voz.

—Si lo he hecho—exhalo, calmando mi respiración agitada—. Lo que quiero decir es que jamás he hecho eso en específico.

Su reacción de perplejidad y burla enseguida se manifiesta.

—Ya sabía que tu ex es un pelele, pero no a estos niveles.

Intento decirle que teníamos quince, fueron primeras experiencias, pero la risa me gana. Sus manos suben y bajan a lo largo de mis piernas, brindándome confort, manteniendo mi temperatura alta, aunque por eso no tendría problema, por dentro siento que llevo una fogata.

—Dime qué quieres que haga, la decisión es tuya.

Trago saliva, vacilando antes de saber, siquiera, que decir.

—Si quiero, pero me...

Introduce el dedo en mi ropa interior, logrando que corte la oración al tener que apretar los labios, resintiendo la ola de calor que viaja por mi columna y se concentra en el punto exacto dónde su dedo y mi piel mojada coinciden.

—Yo sé lo que quieres, pero necesito que me lo digas—menciona a media voz, husmeando entre mis pliegues, un tacto certero y sublime.

Me tiene con las piernas contraídas, el vientre tenso y la respiración empañando los cristales. No lo quiero, lo necesito.

Lo tomo del cuello de la camisa y atraigo a mi boca. Por un segundo atisbo el amago de una sonrisa que se borra al colisionar sus labios en los míos, hambrientos, sin restricciones.

Fija las rodillas en el borde del asiento, sumiendo una en medio de mis piernas, permitiendo que advierta su evidente emoción en mi muslo. Su cadena se balancea encima de mi pecho, mis dedos temblando a causa de lo que los suyos me provocan. Arrastro las uñas por sus bíceps, deleitándome de la suavidad de su piel y la calidez de su lengua saboreándome con gusto.

Parece que lo que queda de las medias no le dan la libertad que exige su mano, pues tira del pedazo de tela, dejándola olvidada en la alfombra del vehículo.

Es la manera tan diestra, paciente y suave que tiene de deslizar sus dedos por mi intimidad y acariciar mi tersa piel que me arranca un gemido roto e incita a separar más las rodillas. Las ganas de sentirlo como él a mi me superan, arrastro las manos más abajo, lentamente, percibiendo las ondulaciones en su abdomen compacto.

Desciende los besos a mi barbilla, trazando círculos en mi sexo con sus huellas, sin apuros ni presiones, se toma el tiempo de explorarme, tantearme y conocerme. Con la respiración irregular y el cuerpo ardiendo, alcanzo el cinturón y me apresuro a sacarlo de la hebilla y bajarle la bragueta, removiéndome ansiosa cuando chupa la piel de mi cuello, profiriendo un jadeo hosco al sentir como enrosco la mano alrededor de su dureza.

—Me lo estás poniendo difícil—murmura con la voz tomada por la excitación, escurriendo dos dedos por mi piel hasta sumirlos en mi interior.

La invasión dispara el placer y lo multiplica, como si fuese posible. Cierro los ojos, gimiendo una palabrota en mi idioma. Pierdo el mando de mi cuerpo, arqueando la espalda presionando mis pechos turgentes contra el suyo, moviendo las caderas de atrás adelante, concentrada en recibir los suaves embates de sus dedos empapados. Y es cuando los hunde todavía más topándose con una zona que me pone las piernas a temblar, que un gemido me obscurece el juicio.

No me había sentido así antes, ni siquiera cuando lo hago por mí misma. Estas sensaciones son nuevas, avasallantes, imposibles de describir porque eliminan rastro de razón.

Pasea la nariz por mi pecho, pegando un mordisco en un seno cubierto por la ropa. En ningún momento se permite soltarme, sabiendo que mi límite está por sobrepasarse, paso la lengua por mi mano mojándola para volver a tomar su erección, pero él se aparta y acomoda ambas rodillas bajo mi culo, y procede a restregar su sexo en el mío, clavo la mirada allí, incrédula de lo que hace, pero tan satisfecha que el corazón me sube a la garganta.

Echo la cabeza hacia atrás, retrayendo las caderas porque es mucho, pero él repite la acción y lloriqueo al sentir el orgasmo tan cerca que me tengo que sostener de la ventana y el asiento contiguo, pero Eros vuelve a mecer las caderas, las piernas se me tensan, sus dedos regresan a mi interior alcanzando el punto justo, unas cuantas estocadas más y se me desata un orgasmo intenso, complicado de dominar.

Trato de alejarme de su toque, más el espacio limitado me lo prohíbe. Estoy entre querer que se quite y que continúe el vaivén de su mano, podría avergonzarme del temblor de mis piernas, de la respiración forzosa, pero el placer no se desvanece y la satisfacción solo me hace querer más.

Probablemente me arrepienta después, pero de mi boca se escapa una frase que le arranca una sonrisa de extrema arrogancia:

—Otra vez.

Extrae los dedos, atento a mis ojos, se unta la erección con el producto de mi orgasmo. Trago, porque ahora me provoca probarlo a él.

—¿Qué quieres? ¿Mi boca o mis dedos?—cuestiona con la voz afectada, tocándose con lentitud, manteniendo la mirada de complacencia y fervor afincada en mi cara.

Los dos, todo y más. Tomo una bocanada de aire antes de contestar.

—Tus dedos y yo nos hemos caído bien.

Se abalanza sobre mi cuerpo, buscando mi boca con desesperación. Su lengua probando la mía me induce a recibir con gusto su mano y bajar la mía a su miembro. Empieza despacio, emulo su ritmo en él, guiándome por el instinto, los sonidos que trata de enmascarar con su respiración y la reacción de su cuerpo. Puedo sentir su abdomen contraído y los golpes suaves de cadera. Busca meter una mano en mi camisa, pero niego y antes de que refute, lo beso con mayor fervor, uno que no me conocía.

Sus dedos resbalan con facilidad, demasiado. La piel se me eriza al sentir el roce en el punto de terminaciones nerviosas. Mis piernas duelen debido a la rigidez, pero no soy capaz de bajar la guardia, Eros me mantiene en la cima sin posibilidad de relajarme.

Gotas de sudor nacen en mi frente y debajo de mis rodillas, el calor se torna sofocante aquí dentro, perosolo me concentro en el éxtasis que desprende sus dedos y la estimulación que trato de brindarle sin perderme en mi propio placer.

Trabaja en besarme dónde sea que su boca tropiece, aspirando el aroma de mi cuello, lamiendo mis labios, mordisqueando mi mentón. Sumerge los dedos en mi sexo con un cuidado divino que me hace arquear la espalda y abrir más las piernas, tocando la puerta y la palanca de cambios con las rodillas. Me siento envuelta en brasas, con la sangre pesada, densa quemándome las venas. Entonces mueve en círculos los dedos, rascando con dulzura impropia de él la zona rugosa en mi interior, combinado con los toques en medio de mis pliegues, el segundo orgasmo me eleva a la cima y allí me suelta.

Oprimo los labios recibiendo la ola de sensaciones concentradas en mi sexo, el placer se extiende por mis piernas como una corriente eléctrica que me hace tensarlas al punto que duele. Trato de recomponerme pronto y focalizar la mente en su masturbación, a pesar de que la mano me vibra resultado del orgasmo, sigo ondeando la muñeca deleitándome con los sonidos que se le escapan de los labios.

Sube la cara, gruñendo algo en alemán. La mano que me ha dado cuatro orgasmos se ancla a mi cadera, dónde presiona en tanto la otra se enreda en mi cabello y me hace ladear la cabeza para aplastar su boca en mi pómulo. Presiono los dedos en torno a su polla y sonrío al toquetear la punta y conseguir unas gotas, mismas que esparzo por la punta antes de tomar mis propios fluidos para regarlos por la erección como ha hecho él y aumentar la velocidad.

No pasa mucho para que su cuerpo entre en tensión, el pecho le suba y baje y me agarre la muñeca deteniendo el vaivén. Se separa de mí, observo en medio del desenfoque post orgásmico como se cubre para que evitar mancharme con su eyaculación.

Si no estuviese tan atolondrada, me pusiese a aplaudir. Llamar erótica la imagen que tengo delante es restarle mérito.

Eros se pasa al asiento del conductor cayendo de golpe, con la bragueta abajo. Me remuevo buscando sentarme, pero la humedad que me ha quedado me hace quedarme justo como estoy. Si me levanto, podría tocar el asiento.

El silencio se vuelve incómodo los primeros segundos, permanezca quieta, recuperando la cadencia regular y sana de mi corazón y respiros. Abre la guantera y saca una cajita de kleenex, se limpia la mano y lanza el papel al piso del auto. No me atrevo a pestañar, me trago la vergüenza para poder pedirle que me pase unos.

Se abrocha el pantalón y permite reclinarse contra el respaldo.

—Eros...—mascullo, la vergüenza adueñándose de mi rostro.

—Tranquila, ya te limpio con mi lengua—repone, su máscara de seriedad se quiebra liberando una risa al ver que me tapo el rostro con el antebrazo.

Estoy por decirle que se deje de juegos cuando un grito lastimero corta el ambiente. Pero eso no es lo que me congela en el asiento, lo que lo hace, es que reconozco de quién es la voz.

El contexto sexual que había se desvanece por completo en el instante que un chirrido de llantas contra el pavimento se escucha cerca, y es cuando mi nombre se oye en medio de un segundo grito que salgo del estado pasmado que me dejo el primero.

—¡Sol!—solloza Lulú y algo en mi pecho se fractura al verla corriendo desde el otro lado de la vía hacia el auto, sangre manchando su cara y ensuciando su camisa blanca—. ¡Eros!

Eros sin pensarlo sale del auto. No sé qué demonios pasa, abro la puerta para ir tras ellos pero el auto que reconozco como el de Henry se detiene en medio de Eros y ella y la mete a la fuerza bajo la mirada pasmada del rubio que regresa sus pasos a velocidad inhumana. Sin necesidad de hablar, sabe lo que tiene que hacer.

Enciende la camioneta y arranca tras el carro negro.

—Es Henry, su padrastro—informo con la voz tensa—. Él le hizo eso, la golpeó de nuevo.

Me digo que no es el momento de llorar, que necesito enfocarme en sacar a Lulú de allí, pero el saber lo que le ha hecho me rompe el corazón. Me quito los tacones y me deshago de las medias todavía echas jirones en mis tobillos.

La persecución se extiende por varios minutos que me resultan eternos, la angustia presiona mi garganta y endurece los músculos. Henry nos lleva a unas solitarias calles más estrechas y vacías de los suburbios de Manhattan. Eros, harto del recorrido, prensa el agarre en el volante, sus nudillos se tornan blancos y la expresión en su viso me hiela la sangre, tan gélido como témpanos de hielo.

Hunde el pie en el acelerador, adelantándose al carro de Henry.

—Cuidado—advierte.

No comprendo lo que dice hasta que pega un giro brusco al volante, cortándole el paso al auto negro que se detiene a escasos metros del lado del conductor de la camioneta. Eros abre la guantera, saca el mismo revólver con que me enseñó a disparar y sale de la camioneta a paso determinado.

Pese a que me muero de miedo, salto fuera del auto descalza detrás de él, de reojo observo que apunta el cañón a las llantas del auto y de dos certeros disparos que me ensordecen, explota los cauchos delanteros. Lulú sale del carro, lágrimas gruesas inundando sus mejillas, mezclándose con la sangre en su barbilla y cuello. Ella se lanza a mis brazos y me siento completa de nuevo.

Recorro el lugar, varios apartamentos han encendido las luces. No demorarán en llamar a la policía.

—¡¿Quién demonios te crees malnacido?!—vocifera Henry hacia Eros, pero encaminándose a nosotras—. ¡Lucía, regresa al auto!

—No quiero, no quiero—llora Lulú contra mi cuello, aferrándose a mí como si fuese el único soporte a la vida. La vista se me colma de lágrimas al sentir los temblores de su cuerpo.

Con temor a que sufra un ataque de pánico, trato de hacer que se mueva a la camioneta, lejos del hombre que se ha detenido porque Eros se interpuso en su camino, pero ella esta tan rígida que se me hace imposible.

—¡Te voy a denunciar maldita calaña!—brama furioso Henry—. ¡Ven aquí, Lucía!

Lulú sin despegarse por completo de mí, levanta la cabeza y clava sus ojos llorosos en el hombre.

—¡No! ¡No iré contigo, ya me cansé!

—Vamos al auto, Lulú—pido, pero ella no cede.

—Si no vienes las cosas serán peor y tú lo sabes—amenaza Henry.

—¡Ya no soporto que me toques porque me das asco! ¡Asco!

La confesión de Lulú parece accionar una parte en Eros, su cuerpo se tensa y de sus ojos se evapora toda emoción. Las extremidades se me adormecen cuando le veo alzar el arma, apuntando a la cabeza de Henry y antes de poder gritarle que se detenga, aprieta el gatillo.

Pero no pasa nada y Lulú cae de rodillas al suelo, llevándome con ella al no soportar su peso.

Henry al contemplar su vida en riesgo, corre como rata a encerrarse en su vehículo.

Mi mente trabaja arduamente en procesos los hechos, el temor me rasguña y jode las emociones sensibles. Eros gira y se agacha para levantar a Lulú en brazos. Aún pasmada y confundida, me levanto con dificultad. Él espera a que me adelante. Abro la puerta trasera con los dedos temblando, deja a Lulú en los asientos y yo me trepo junto a ella, cerrando la puerta detrás de mí.

Lulú recuesta la cabeza en mi regazo, llorando a cántaros, su cuerpo encogido en un bulto trémulo y frío. La cubro con mis brazos, sollozando con ella, porque le doy sentido a sus palabras.

Mi mente divaga en el giro tan brusco y repentino que dio mi noche. De tener a Eros entre mis piernas, pase a tener a mi mejor amiga en mis brazos, malherida y llorando.

Cuando el llanto aminora y la presión en la garganta tirando como cuerdas me permite respirar, examino a Lulú para verificar que no tenga heridas más graves y se me revuelve el estómago al observar sus medias, como las mías, destruidas.

Como las mías.

En circunstancia tan distinta a la mía.

La ira y el dolor se agolpan en mi pecho y convierten en vejación. Levanto la mirada a Eros y luego al asiento del copiloto donde descansa mi ropa interior y el revólver.

Subo la vista al espejo retrovisor, Eros y yo compartimos una mirada de un latido de vida, tan fugaz, pero con tantas cosas por decir. Esto que he visto, de alguna manera tenebrosa y pérfida, ha creado un vínculo entre nosotros.

Porque en lo más profundo de mi ser, entiendo, que si ese revólver hubiese estado cargado, yo no habría sentido más que alivio y quizá, un gramo de felicidad.

☹️☹️☹️☹️

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro