Caminé mucho, tanto como mis pies me lo permitieron.

Estaba buscándote, sin importar que tu paradero fuera desconocido, albergaba la esperanza de que te toparía al doblar en una esquina. Y era tan ingenuo, pero cuánta felicidad sentía al pensar que te podría ver.

¿Me llamarías por mi nombre o tal vez solo correrías a mis brazos? Era difícil saber qué pasaría si al final sucedía lo que tanto anhelaba, pero entre pensamientos y pensamientos el dolor disminuía un poco.

Mis pasos cada vez se volvieron más rápidos, más desesperados. Sin darme cuenta terminé yendo al cementerio de la ciudad.

Todo se sintió frío.

La calidez que me había invadido por tu recuerdo fue desapareciendo a medida que avanzaba entre las tumbas. Las flores, esas que habían estado tan preciosas instantes atrás, se volvieron salvajes y confusas por mi desesperación.

Y sentí que iba a tropezar en cualquier momento, pero mis pies se detuvieron frente a una tumba a tiempo para que aquello no sucediera.

Mi vista, que estaba clavada en el piso, se mantuvo ahí temiendo que en verdad no aparecieras, que ya estuviera loco y hubiera perdido toda razón que me quedaba.

—Jimin...