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3

Era un día cálido, el cantar de las aves se escuchaban en la lejanía y los rayos del sol se colaban entre las grandes cortinas blancas que danzaban con el viento cálido de la mañana, el comedor apenas y estaba habitado, en una de las mesas descansaban los viejos cuerpos de tres ancianos que jugaban una partida de poker, en tres mesas adelante una mujer leía un libro de historia mientras bebía una taza de té y entre toda esa calma, detrás de la barra de alimentos, estaba ella.

Su sigilosa y blanca camisa se perdía a ratos entre la pureza del lugar y su cabello dorado estaba, en fase de rebeldía, al escaparse las hebras doradas de la pequeña coleta atada en un semi perfecto moño. Se servía, con calma, una pequeña taza de té mientras platicaba fervientemente con la mujer de la cocina.

La admiré por un par de segundos más hasta que gire la mirada al cielo azul de la  mañana, en aquella plenitud, la figura de un avión distante tomaba el lugar de las aves y a su paso, se dibujaba una línea blanca que se desvanecía de apoco en la lejanía del mundo.

A ratos, el crujir de los metales de la silla hacían armonía con el canto de las aves, las cortinas blancas que se movían, rozaban con gentileza la tibia piel de mi brazo y el vapor de la taza de  café  sobre la mesa viajaba a paso lento hacia mi nariz, el olor amargo y dulce se volvía, en si mismo, el aroma del mundo en ese momento.

De alguna manera, al escuchar la silla frente a mi ser arrastrada y el aroma del té de menta que invadía al amargo  café, no me sorprendió.

Y el verla frente a mi, con su hermoso rostro bañado por la luz del sol, tampoco lo hizo.

Creo que las dos observamos el cielo en silencio por un rato, entre el momento, un segundo avión voló solo un poco más cerca que el anterior.

Fue ella quien habló primero.

-¿Te hace pensar?, - pregunto sin quitar la vista del cielo.

Supongo que lo entendí.

- No, los aviones de la guerra son ruidosos y la blancas líneas, son, en realidad, gruesas y desagradables nubes negras.

Ella hizo un pequeño sonido con su nariz, no pude descifrar el significado detrás de ello. Pero me gusta pensar que intento reír un poco.

- No pensé que vinieras, he intentado que lo hagas desde hace días y de repente, una mañana, estás aquí, bebiendo café y contemplado el cielo.

- ¿Decepcionada, señorita Green? , - pregunté.

- Emocionada, - contestó.

En los siguientes minutos, ambas sólo nos dedicamos a beber el contenido de las tazas, cuando estuvieron vacías, la señorita Green se levantó y tiró de la silla de ruedas comenzó a caminar y cuando finalmente salimos al exterior me miró.

- Antes de que ponga ese seño fruncido, déjeme decirle que usted no tiene nada que hacer durante todo el día y yo, por el contrario, tengo muchas tareas pendientes, así que usted será mi compañera el día de hoy.

- ¿ Decidió usted que sería su compañera ahora mismo? - pregunté un poco indignada.

Ella se río suavemente y empujó la silla.

-Lo decidí desde la primera vez que te vi.

En ese momento y sin yo saberlo, la vida comenzó a brillar.

El recorrido terminó frente al gallinero del lugar, Green, me dejó a un metro de entrar a la gallinero, puesto que la tierra se humedecia con el roció de las mañanas y las llantas de la silla podrían atorarse.

Green se puso unas botas sucias de pescador sobre los negros zapatos que llevaba puestos, encima de su camisa, una camisola de color vino, también sucia como las botas y una vez lista, se adentró al gallinero.

Comenzó sacando huevos, de vez en cuando, ella me platicaba sobre ellos y me mostraba la cantidad que recogía en cada corral.

- Mira - me mostró el huevo más grande que había conseguido en el gallinero, - ya que es un huevo muy grande, lo dejaremos aquí, con su mamá y entonces dentro de poco,tendremos una gallina muy saludable.

Creo que apenas y dije una palabra en ese momento, en realidad, me gustaba el sonido de su voz y sólo me dediqué a escuchar sus pláticas sobre que huevos se volverían pollos fuertes y el como de vez en cuando, tenía que sacar a los pollitos que se quedaban atrapados entre las piedras por jugar.

En ningún momento hubo silencio, su voz que recitaba historias me adormeció de una manera hermosa y mis labios, ante tan gentil persona, sonrieron el resto de la mañana.

Mientras la escuchaba, algunos pollitos se acercaban hasta mi, picaban con curiosidad las ruedas y unos cuantos buscaban el tacto de mi mano cuando la bajaba.

Era un día cálido y como los aviones de esa mañana que pintaban líneas blancas en el cielo, ella pintaba de verde mi alma.

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