capítulo 12.
Lisa despertó desorientada cuando un súbito escalofrío le recorrió de arriba a abajo. La finca estaba tranquila, los animales en sus corrales y las cosechas protegidas, así que no entendía muy bien que era lo que inquietaba tanto a su loba.
Poniéndose de pie apresuradamente, tomó su bata y la colocó sin cuidado sobre sus hombros. Se calzó las pantuflas como pudo y terminó por recoger todo su cabello en un pequeño moño.
Siguiendo sus instintos llegó a la habitación de las cachorritas y ahí estaba la gran revelación a su problema. Natty se retorcía en el nido que su papá le había construido tiempo atrás. La pequeña murmuraba entre sueños y apretaba sus manitos en puñitos cuando el sudor perlaba su frente.
No perdió tiempo antes de acercarse mientras liberaba feromonas en un intento de apaciguarla Cuando se arrodilló a su lado, Natty apenas entreabrió los ojitos, que para ese punto estaban a rebosar de lágrimas.
—Mami... —sollozó a la vez que intentaba sentarse entre las mantas.
—Oh, mi cachorrita... ¿Qué sucede, bebé? —la tomó entre sus brazos y verificó lo que se veía de lejos. La alfita tenía fiebre.
—Duele, mami, mucho. —continuó llorando con su carita enterrada en la fuente de aroma de la mayor.
—¿Dónde duele, Natt? Señala para mamá, ¿Sí?
La pequeña, sin despegarse de su escondite, tocó con la punta de su dedo índice su garganta y luego un poco más abajo. Tosió sin poder evitarlo y el llanto incrementó en varios niveles.
Lisa no sabía que hacer. Hace tiempo que sus hijas no enfermaban, más que nada por estar en un espacio natural, con aire puro y comida de primera calidad y libre de pesticidas y agroquímicos. Sin embargo, cuando los síntomas se presentaban la hacían de manera aguda y notable.
Se puso de pie cuando el llanto de Danielle también la tomó desprevenida. Con la mayor entre sus brazos y sintiendo sus piernitas abrazarse a su torso, se encaminó a la cuna y sobó de arriba a abajo sobre la barriguita.
Danielle extendía sus bracitos y clamaba por su calor, pero se le era imposible tomar a los dos juntas. Cada vez estaban más grandes y uno de sus mayores miedo, el cual era nunca más poder volver a cargarlas, empezaba a materializarse.
Sintiendo que estaba a punto de ponerse a llorar como sus hijas, la presencia de su alfa se sintió en el cuarto.
Natty empezó a gimotear y jadear con potencia cuando el aroma de su papá le llegó a su irritada naricita. Rosé, sabiendo de sobra que las enfermedades de sus hijas muchas veces eran menos alarmante de lo que aparentaban, se acercó a su omega y le solicitó a la niña. Lisa no dudó en entregársela, y ahora con sus manos libres pudo cargar a la menor de la casa.
—Ya, mi amor, papá está aquí —Rosé la meció de un lado al otro mientras lamía sus lágrimas y la marcaba con su aroma—. ¿Estás enfermita?
—Chi.
—Oh, mi vida... Lamento oír eso. Papá irá por ayuda y pronto estarás mejor, ¿Sí? —susurró, sintiendo como su hija se relajaba bajo su toque—. ¿Qué te duele, Natty?
—Aquí. —señaló su garganta.
—Abre la boca, por favor, déjame ver qué sucede. —le indicó y cuando la cachorra lo hizo notó el conducto irritado y en una tonalidad rosa oscura y pequeños puntitos blancos. Probablemente amigdalitis en su primera etapa.
—¿Muy feo, papi?
—No, mi amor. Estarás bien. ¿Quieres ir al nido?
Natty asintió cuando la dejó en el suelo luego de besar su frente varias veces.
—Amor, creo que es amigdalitis —Rosé se acercó a su omega, quien sostenía a Danielle entre sus brazos ya más calmada—. Le diré a HeeChul que venga a revisarlas, no podemos darles cualquier medicina.
—De acuerdo, alfa.
—Ah... Intenta no estar muy cerca del nido, tú y Danielle podrían contagiarse y no quiero tres cachorritas enfermas —Rosé le sonrió sin dientes cuando notó el pequeño sonrojo naciente—, quédense aquí, enseguida vuelvo.
Lisa no pudo evitar ignorar las instrucciones de su alfa e introducirse al nido para darle un poco de calor y contención a su hija. Sin embargo, se había asegurado de dejar a Danielle dormitida y con la barriga llena en su cuna para que ella sí se mantuviera fuera del alcance de los bichitos malos que atacaban a su bebé mayor.
—Duele, mami. —Natty murmuró sobre su pecho.
—Lo sé, amor, pero papá ya fue por ayuda —besó entre sus cabellitos y liberó más de su aroma dulzón—, te sentirás mejor pronto.
Al cabo de uno minutos Rosé ingresó de nuevo en su campo de visión seguido de un beta de mediana edad el cual cargaba un maletín junto a un estetoscopio colgando de su cuello. HeeChul era el médico de la familia, vivía en un pueblo a 30 kilometros pero siempre estaba a disposición de las diferentes familias que se alojaban en el perímetro. El que se tratara de un beta facilitaba su trabajo a domicilio.
La pareja lo conoció cuando una noche Lisa prácticamente deliraba de fiebre y no sabían muy bien que sucedía. Poco después descubrieron que su segunda hija venía en camino.
—Buenas noches, omega, ¿Me permite ingresar? —el médico se detuvo bajo el marco de la puerta y bajó la cabeza en señal de respeto.
—Por supuesto que sí. Por favor.
HeeChul sonrió cálidamente y caminó dentro. Se arrodilló a un lado del nido y esperó a que ambas adultas le permitieran tocar dentro para dar con la pequeña enferma.
Al principio Natty se estremeció cuando las manos frías palparon su abdomen y garganta. El médico tomó su fiebre, escuchó sus pulmones y latidos y se aseguró de completar el análisis con un par de observaciones a oídos y garganta.
—Efectivamente, esta cachorra tiene amigdalitis. Gracias a los Dioses no es aguda, pero sin lugar a dudas necesitará de medicamentos. Les haré una receta para que puedan conseguirlos en la farmacia del pueblo —escribió con su letra apenas legible y le tendió la hoja a la alfa mayor—, asegúrese de que beba mucha agua, este caliente para que la fiebre no empeore y en lo posible márquenla con sus aromas varias veces, eso ayuda a que los niños se sientan protegidos.
—Muchas gracias, doctor. Si no es molestia ¿Podría revisar a Danielle? No me gustaría que también empeorara.
El beta asintió sin dudarlo y con mucho pesar despertó a la bebita. Danielle frunció su ceño con profundidad cuando las manos extrañas la cargaran, incluso clamó por sus padres, pero el procedimiento fue rápido y sin demasiados recovecos. El diagnostico positivo las dejó tranquilas. Por el momento Natty era la única enferma y esperaban que luego del medicamento ya nadie sufriera.
Rosé despidió al médico en la puerta de su hogar mientras Lisa cargaba en su cadera a la alfita. Le preparó un té con miel, luchando para que lo bebiera, y ambas aguardaron por el retorno de la alfa mayor con las medicinas.
Fue toda una odisea lograr que le jarabe ingresara al cuerpo doliente, pero con mucha paciencia y cariño lograron que por fin Natty ingiriera el líquido viscoso.
A eso de las tres de la mañana la casa por fin estaba en silencio, sin embargo, no todos sus integrantes estaban dormidas. Rosé estuvo toda la noche sentada a un lado del nido de Natty velando por su sueño y asegurándose de que no despertara con malestar y, como había previsto, su omega había ignorado sus advertencias cuando a la mañana siguiente también amaneció con dolor de garganta. Aunque, siendo la alfa responsable y enamorada que era, le había pedido a HeeChul una receta para medicación extra, a sabiendas de que Lisa la necesitaría.
—Lo siento, alfa —murmuró con un puchero y ojitos entrecerrados—, pero no podía dejarla en el nido solita y enferma.
—Lo sé, mi amor, lo sé... Vamos, toma la medicina y enseguida traeré a Natt para que se hagan compañía. Danielle se quedará conmigo en lo que se recomponen.
—Te amo. —Lisa le sonrió, evitando besarla por mero capricho cuando en realidad sabía de sobra que las defensas de su alfa eran elevadas.
—Te amo siempre, mi omega.
Y el resto de la semana tuvo que lidiar con dos cachorras revoltosas, una de ellas más sana que la otra, pero con iguales cantidades de energía, una omega que apenas podía ingerir comida y solo clamaba por sus mimos, y una granja que atender. Esa era su vida y su familia y no podía estar más orgullosa.
¡Gracias por leer!
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