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capítulo 17.

Gruñidos y jadeos llenaban el espacio. Natty no entendía muy bien que era lo que estaba sucediendo, por lo que su mente aventurara la incitó a encaminarse en torno al sonido. Cuando llegó a la salón se encontró con su papá acostada en el suelo sobre una especie de colchoneta con apenas unos short de deportes y un top. Su torso estaba al descubierto y sus pies resguardados del frío mordaz con un par de afelpados calcetines. 

—¿Papi? —llamó con la confusión surcando sus rasgos. 

—Hola, cachorrita, ¿Qué haces despierta? Aún es muy temprano... —Rosé dejó de elevar su torso para quedarse sentada y de esa forma lograr alcanzar la vista de su hija mayor.

—Oí ruidos. —se encogió de hombros mientras se acercaba hasta dejarse caer sobre el regazo de la alfa. Instantáneamente ronroneó cuando la calidez cubrió su pequeño cuerpito. 

—Siento haberte despertado, Natt.

—¿Qué haces, papi?

—Un poco de ejercicio... Solo mi rutina de todos los días.

Natty nunca había visto a su papá hacer ejercicio más que cuando debía encargarse de las cosas de la granja. Por el contrario, su mamá solía hacer una especie de yoga extraña o formas realmente complicadas con su cuerpo que a ella junto con su hermana le gustaban imitar.

—¡Quiero hacer ejercicio con papá! —chilló alegre.

Rosé asintió con una pequeña sonrisa de lado sin demasiados inconvenientes. La verdad era que ella sí solía ejercitarse con frecuencia, generalmente temprano en la mañana para no molestar al resto de las integrantes de la casa, sin embargo ese día el calor que desprendía su omega y lo pesado del trabajo del día anterior la habían llevado a no poder despegar las sábanas de su cuerpo, por lo que su rutina se vio desplazada hasta varias horas después. Lisa seguía durmiendo, presa de un pequeño resfriado que había cogido por mantenerse con el cabello mojado fuera de la casa, por lo que terminaría rápidamente y se encargaría del desayuno de todas y de verificar que la Tailandesa estuviera mejor con la medicina que le había dado antes de  bajar. 

Entre las dos hicieron un par de circuitos de abdominales y cuando Natty se aburrió lo suficiente se sentó en la espalda de su padre mientras subía y bajaba por las lagartijas. La alfita era ligera como una pluma, por lo que no fue demasiado peso el que había sido agregado.

—¡Yyy 20! —Natty contó con un poco de dificultad. Por supuesto que habían sido más de 20—. ¡Eres fuerte, papá! ¡La alfa más fuerte de todos!

—Tú eres la alfa más fuerte de todos, cachorra —Rosé volvió a girarse para poder abrazar con fuerza a la menor—, te amo.

—Te amo más, papi.

—¿Qué te parece si preparamos un rico desayuno y subimos a ver como está mamá? —inquirió antes de ponerse de pie con la niña entre sus brazos. 

—¿Mami está bien?

—Está un poco enferma, pero nada que muchos besos y mimitos junto a su medicina no solucionen

Entre las dos prepararon un poco de fruta picada, tostadas con mermelada casera y té, no querían sobrecargar el estómago de la omega. Subieron con cautela y lo que vieron al entrar les derritió el pecho de ternura.

Lisa estaba sentada en medio de un montón de mantas y almohadas con un pequeño mohín entre sus labios, la punta de la nariz roja por la fricción del papel y Danielle acostadita a su lado con el pulgar entre los labios.

—¡Hola, mami! trajimos desayuno. —Natty trepó a la cama para luego sentarse con algo de dificultad al otro lado de la omega.

—Se ve delicioso. Gracias, alfas.

Natty rio apenas por la raro voz de su madre, y es que Lisa apenas podía hablar con normalidad debido a que su garganta dolía un poco y sus orificios nasales se encontraban obstruidos. 

Dificultosamente pudo probar bocado, su cabeza continuaba doliendo y sus ojos pesaban demasiado; por lo que Rosé se apresuró a quitar las cosas del nido, la envolvió mejor con su aroma y la arropó para que no se enfriara. Tomó a Danielle con una de sus manos y extendió la otra para que Natty la siguiera.

¡Cuando acabes de almorzar, chiqui chiqui chiqui chi! —la mayor de las cachorras cantaba una graciosa melodía mientras su papá intentaba a duras penas cepillar sus dientitos.

—Natt, mi amor, necesito que sonrías grande para papá, ¿Sí? —limpió lo mejor que pudo y ayudó a la niña a enjuagarse—. Eso es... Ahora nos daremos un baño e iremos a ver que todo se encuentre en orden con los animales, ¿Les parece? 

Habían acordado hace tiempo con Lisa que preguntarían la opinión de sus hijas en todo momento, así se trata de la más banal de las cosas. Querían inculcarles que sus pensamiento eran válidos y que nadie tenía el derecho de obligarlas a hacer cosas que ellas no quisiera, así incluso se trata de sus padres. Por supuesto que habían hablado de las figuras de autoridad y que había ocasiones y cosas que debían hacerse incluso con pocas ganas para que se mantengan bien y sanas, como lavarse los dientes por ejemplo, cosa que Natty detestaba, pero nada de eso invalidaba su sentir. Les explicaban el porque de todo y llegaban a un acuerdo fructífero. 

Una vez bañaditas y perfumadas, se colocaron sus gruesos abrigos y sus botas de goma y emprendieron camino. Revisaron que todos los animales se encontraran en condiciones, llenaron sus bebederos y los alimentaron. Natty tuvo la tarea de recoger los huevos de las diferentes gallinas, siempre con cuidado y respeto, y por último pusieron en funcionamiento el sistema de riego que habían instalado hace relativamente poco.

Esa tarde tenían programada una visita a la sede central de la empresa de la familia, pero debido al malestar de Lisa tendrían que posponerlo. Las niñas al principio estuvieron un tanto desilusionadas debido a que no iban con frecuencia a la ciudad, aunque entendieron que se trataba de la salud de mamá. 

Lisa despertó a las horas, se sentía un poco mejor, sin embargo, la fiebre no había menguado y las fuerzas no estaban del todo en su cuerpo. Rosé preparó una ensalada especial, receta de la familia, y un poco de salmón para ella y sus hijas y legumbres para su omega. Comieron entre risitas y charlas y pronto se arroparon juntas en el sofá, justo delante de la chimenea y con una película reproduciéndose. 

Decir que Lisa se mantuvo despierta más de la mitad del tiempo era un eufemismo, pero Rosé estuvo más que contenta de mantenerla abrazada y cálida contra su pecho. Las cachorras no tardaron en seguir el ejemplo de su madre, una sobre el regazo de la alfa y la otra sobre la mitad del pecho disponible. 

La película se dio por concluida y muy suavemente intentó ponerse de pie, sin embargo, un fino gimoteó la estremeció por completo, haciendo que su loba liberara parte de su aroma y arrullara a la omega. 

Shh... Tranquila, amor, iré a dejar a las niñas a su cuarto y regresaré por ti. —murmuró cerca de su oído y dejó un besito en su frente.

—No te tardes, alfa, tengo frío...

Y no tenían que pedírselo dos veces. Arropó a las menores en sus respectivos nidos, marcándolas con su aroma y prendiendo la lamparita de estrellita para que la oscuridad no fuera total. 

De regreso en la sala de estar, cargó entre sus brazos al amor de su vida, dejando besitos y lamidas esporádicas sobre la bonita marca. Lisa se estremeció apenas, pero enseguida empezó a ronronear.

—Gracias por cuidarme y encargarte de las niñas hoy, amor. —murmuró con los ojitos entreabiertos, ya metidas en el nido.

—No tienes que agradecerme por ejercer el rol que me corresponde, cariño. Soy tu alfa y el padre de nuestras cachorras, lo mínimo que debo hacer es cuidarlas y protegerlas. —besó sus labios con delicadeza antes de correr los ricitos de la frente contraria y besar allí también.

—Te amo. 

—Te amo. Que tengas lindos sueños. 

—Siempre lo son si ustedes están allí. 

Y efectivamente, Lisa soñó toda la noche con pequeñas cachorritas y su protectora alfa.

¡Gracias por leer!

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