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iv. the act and the pretenders

capítulo cuatro !
el acto y los pretendientes



―¿Cómo están?

En los aposentos reales, la presencia de Alysanne Targaryen fue como un destello inesperado. El maestre y los sirvientes, sumidos en sus quehaceres en cuanto al bebé pronto a nacer, fueron sorprendidos por la llegada de la princesa.

El rostro radiante de la peliblanca contagió el ambiente, llenándolo de una alegría sutil pero palpable. Aemma no pudo evitar sentirse envuelta por esa atmosfera de felicidad y vitalidad. Los labios de ambas se curvaron en una sonrisa, un gesto de complicidad entre realeza.

Cerca de la ventana, donde la luz del sol acariciaba suavemente la estancia, se hallaba Aemma Arryn, recostada con dificultad. Sostenía un abanico que traía consigo frescura del aire. Fue entonces cuando Alysanne se aproximó a ella. Tomó asiento en una silla cercana.

―Tu sobrino lleva pateándome todo el día, no veo la hora de comenzar a pujar.

―¿Sobrino? Así que estás segura de que es un niño...

Aemma hizo un gesto con la mano restándole importancia.

―Viserys insiste en que será un niño. Rhaenyra ya ha declarado que tendrá una hermana, incluso la nombró...

―Déjame adivinar.

―Visenya ―dijeron ambas al mismo tiempo.

Aemma y Alysanne sabían bastante bien del favoritismo que Rhaenyra parecía tener con la Conquistadora que una vez fue jinete de Vaghar.

Alysanne evitaba imaginar lo que era peor para la dulce Aemma en su estado: Viserys, y todo el reino, aguardando un heredero varón, o que Rhaenyra ansiara una hermana.

Según los maestres, en su desafortunado caso, resultaba un enigma absoluto que Alysanne aún no estuviera en cinta después de tanto tiempo de matrimonio con el príncipe Aenar. Sin embargo, la princesa sabía que no había ningún misterio detrás de su ausencia de descendencia, sino simplemente se trataba de la escasa actividad que compartían en el lecho.

Las damas a menudo comentaban con tristeza sobre su carencia de hijos corriendo en el castillo, pero para Alysanne esa perspectiva era un consuelo; le alegraba no tener un bebé que demandara todo su tiempo y dependiera completamente de ella. Su amor por la libertad era tan grande que no estaba dispuesta a renunciar a ella y dedicar el resto de sus días al cuidado de pequeños peliblancos.

Eso sí, jamás se cerraba a la idea, solo creía que aún no era tiempo.

―¿Puedo? ―preguntó la princesa extendiendo su mano hacia el vientre de Aemma.

Alysanne se había sumido en sus pensamientos por un instante, generando un silencio solo roto por los pasos de los demás en la habitación.

Hace unos días, Rhaenyra había compartido su preocupación con su tía: todos estaban ocupados cuidando al bebé, pero nadie parecía prestar atención a lo que su madre en realidad necesitaba.

―Aquí.

Aemma tomó la mano de Alysanne y la posó sobre la zona de su vientre donde sentía movimiento. Los ojos de la princesa se abrieron sorprendidos y una sonrisa se dibujó en sus labios.

―¿Y tú? ¿Nada todavía?

Con suavidad, la princesa retiró su mano del abultado vientre y se sentó inmóvil, desviando la mirada de Aemma para contemplar sus manos ahora entrelazadas sobre su regazo. La mayor percibió el súbito cambio en su aura.

―Nada todavía. ―Alysanne repitió sus palabras con firmeza.

Aemma asintió con compresión. Un instante después, se inclinó hacia la princesa con esfuerzo. Alysanne se apresuró a acercarse para ayudarla, pero la Reina tomó su antebrazo y la miró directamente a los ojos antes de formular su pregunta.

―¿Aenar sabe cómo realizar el acto? ―susurró la peliblanca mayor con una mueca.

―¡Aemma!

Para entonces, ya era una costumbre establecida entre ellas. La Reina pronunciaba algo que no debía, y la princesa rápidamente escudriñaba el entorno en busca de miradas indiscretas sobre ellas, antes de exclamar su nombre en un grito, mientras Aemma estallaba en risas por su reacción.

Nunca fallaba en hacerlas tener una buena risa a las dos.

―¿Qué? Es solo una pregunta, cariño, no tienes nada de qué avergonzarte ―dijo la mayor con una sonrisa mientras comía una uva. ―. El no parece el tipo de... ya sabes.

―Sinceramente no sé de qué estás hablando ahora, cariño. ―Alysanne imitó su apodo con el ceño fruncido y una risa de por medio.

―El tipo de hombre que encuentra su placer en burdeles ―habló Aemma, la sonrisa de Alysanne se borró. ―, o en cualquier otro lugar o cosa.

Alysanne y Aenar llevaban años de matrimonio, compartiendo el lecho durante ese tiempo. Sin embargo, seguían siendo extraños el uno para el otro, con prejuicios infundados.

Aunque Alysanne había aprendido a leerlo y prever sus reacciones ante situaciones cotidianas.

La visión de sus libros desordenados era algo que Aenar parecía aborrecer, al igual que encontrar sus dagas esparcidas por la habitación. Su ropa debía estar doblada de cierta forma, o su ceño se fruncía al verla. Además de ser exigente con el orden, también lo era con la limpieza, y ni hablar de la imagen que proyectaban tanto él como Alysanne en la corte.

Desde su unión matrimonial, se ataviaban con los colores de su Casa, rojo y negro. En cualquier lugar que pisaran, capturaban de inmediato la atención.

El Matrimonio Estelar.

Los nobles de la corte solían referirse al par de dicha forma, pues como es bien sabido, los príncipes eran buenos guardando apariencias y pretendiendo ser algo que no eran.

A pesar de su habilidad para ocultar sus más sombríos misterios, no pudieron evitar los rumores que se extendían a su alrededor como una neblina envolvente.

―Aenar no parece disfrutar muchas cosas... ―murmuró Alysanne pensativa, dándole la razón.

―Pero tu compañía sí. ―Aemma soltó con una sonrisa, y Alysanne se esforzó por no fruncir el ceño. ―. ¿Lo notas, verdad? Viserys me lo comentó con tanto entusiasmo; hace tiempo que no discuten, y parece que hasta ha dejado de lado su habitual mal humor desde que ustedes se casaron.

Alysanne torció los labios y balanceó la cabeza de un lado a otro, dudando de las palabras de Aemma. No le parecía del todo cierto, aunque le complacía la idea de ver a su hermano Viserys feliz porque Aenar no se comportaba como un completo idiota.

Si Aenar hubiera experimentado tal cambio en su persona, cosa que ella no percibía pese a las horas que pasaban juntos, seguramente habría sido provocado por cualquier cosa menos la presencia de Alysanne en su vida.

―Para mí sigue siendo el mismo de siempre ―respondió finalmente la princesa encogiéndose de hombros.

―Si solo los dos pusieran un poquito de su parte para hacer funcionar su matrimonio...

―¿Quién dice que mi matrimonio no funciona? ―Alysanne se defendió enseguida.

En el fondo, no buscaba una respuesta sincera a esa pregunta; estaba consciente de los rumores que circulaban por los pasillos acerca de su matrimonio sin descendencia. Y en parte, deseaba interrumpir a Aemma y evitar una vez más sus lecciones sobre cómo llevar una vida y matrimonio felices.

La diferencia entre ellas y sus matrimonios era que: Aemma Arryn amaba a Viserys Targaryen.

―Nadie que yo sepa, ustedes son muy buenos actores. ―Alysanne evitó la mirada de Aemma. ―. Pero incluso las mejores actuaciones llegan a su última escena.

La princesa se había erguido en un gesto de partir y fue detenida por la mano de Aemma aferrándose a su mano. En ese instante, su expresión se suavizó y brindó un apretón reconfortante a la Reina.

Ella captó la preocupación en los ojos claros de la Arryn, y lo último que deseaba era ser la causa de alguna incomodidad para quien había sido una figura materna para ella.

―No te preocupes con cosas tan tontas como esas, Aemma ―murmuró aun sosteniendo su mano. ―. Descansa, mi sobrino estará aquí pronto.

Con un último apretón en la mano de Aemma, una mirada cargada de sentimientos se cruzó entre ambas, y un último adiós se dibujó en el gesto de Alysanne al cruzar la puerta del cuarto, marcando así la despedida entre la Reina y la princesa.

Apenas cruzó el umbral de la recámara, vislumbró la silueta de un hombre en la penumbra. Alto, fornido y con el cabello castaño enmarcando su rostro en rizos, su identidad quedaba al descubierto.

Alysanne prosiguió su camino, y el hombre se unió a su lado al instante. No podían detenerse a conversar en cualquier corredor del castillo como si fueran viejos conocidos, cuando se suponía que apenas se reconocían de vista.

―Princesa.

El guardia inclinó su cabeza hacia ella mientras caminaban a la par.

―Ser Harwin. ―Alysanne respondió a su saludo.

Caminaron en silencio hasta hallar un rincón del castillo donde pudieran conversar sin ser observados por los nobles. Más de uno había dirigido su atención hacia ellos, obligados a inclinarse ante la presencia de la princesa al pasar.

Alysanne Targaryen llevaba la falda de su vestido entre sus manos, en busca de acelerar su paso.

―Es un día encantador, ¿no lo cree, princesa? ―Harwin comentó rompiendo el silencio.

Alysanne asintió con los labios ligeramente apretados, y Harwin le cedió el paso para subir unas escaleras frente a ellos. Una vez a solas, se sintieron lo suficientemente cómodos para hablar con la libertad que solían hacerlo.

Harwin y Alysanne se habían conocido hace tiempo, todos sabemos gracias a quien. Desde entonces, el mayor de los Strong se convirtió en el confidente principal de la relación clandestina entre Bywin y Alysanne.

Portar un secreto tan delicado habría llevado a cualquier hermano mayor común a persuadir a Bywin de alejarse de la princesa para mantener su cabeza sobre sus hombros. Sin embargo, Harwin actuó como un mensajero entre ellos dentro de la Fortaleza, cuidándolos discretamente cada vez que los encontraba en la ciudad.

―¿Todo está bien? ¿Qué ocurre? ―La princesa alzó la mirada al encontrarse frente al guardia, notando la marcada diferencia de altura entre ambos.

No era en vano que lo llamaban Harwin Quebrantahuesos.

El guardia asintió de inmediato, deseando disipar cualquier preocupación de la princesa.

El vínculo entre el mayor de los Strong y la menor de los Targaryen floreció rápidamente, pues compartían un secreto común. A Bywin le reconfortaba saber que su hermano y su princesa se llevaban bien.

―El paseo de esta noche en la ciudad ha sido cancelado ―anunció de una vez por todas. ―. Bywin está de patrulla y me pidió que te lo dijera.

Alysanne frunció el ceño; él nunca cancelaba. Era consciente de que esas horas de la noche eran el único momento en el que podían estar juntos sin las restricciones de las apariencias.

―¿Cancelado? ¿Por qué?

Harwin escudriñó a su alrededor antes de hablar, haciendo que Alysanne sintiera el impulso de tirar de su perfecto cabello para apresurar sus palabras.

―¿No lo sabes? ―habló Harwin, exhibiendo la tela dorada sobre su armadura y confundiendo a Alysanne. ―. El príncipe Daemon ha regresado. Ahora somos sus Capas Doradas.

―¿Daemon? ¿Está aquí? ―Alysanne se sorprendió, no lo veía desde hace seis lunas.

―Sí, y con intenciones de desatar el caos esta noche en la ciudad ―explicó rápidamente Harwin, Alysanne lo escuchó atenta. ―. No será seguro, Aly, mi hermano y yo no podríamos garantizar tu seguridad...

―Lo entiendo, no te preocupes ―interrumpió la peliblanca mirando pensativa hacia otro lado. ―. ¿Sabes lo que está planeando mi hermano?

―No tengo la menor idea, pero... ―El guardia dejó su oración a medias.

―Pero es Daemon ―concluyó Alysanne.

Harwin asintió en silencio. Pronto tomaron rumbos distintos y prosiguieron con su día.

Para pesar de la princesa, había confirmado lo que tantas damas ya casadas le habían advertido antes de su unión con su hermano.

El día se extendía monótono y aburrido, alimentando el resentimiento hacia su existencia tras los muros del castillo. Desde hacia meses, había aceptado que lo único que la sostenía día a día era la promesa de lo que acontecería al llegar la noche.

El crepúsculo traía consigo un nombre y un destino: Bywin Strong y Desembarco del Rey.

Los rituales de tomar té, probarse vestidos y asistir a torneos nunca habían sido de su agrado suficiente como para convertirse en su estilo de vida. A veces, la noción de la necesidad de un hijo en el matrimonio se filtraba tanto en su mente que empezaba a creer en su veracidad.

Pero ¿qué alegría podría ofrecerle ella a un niño en una vida en la que se sentía aprisionada, donde de noche fingía ser alguien más?

Corría el rumor de que la princesa Alysanne Targaryen hallaba un gran placer en sus paseos por los jardines del castillo, buscando revivir los recuerdos de una infancia ya pasada.

Si algo quedó inmortalizado en las paginas de la historia de los Siete Reinos, fue el profundo afecto que la princesa Alysanne guardaba hacia su familia y los que ya no estaban entre ellos.

Cada pared, cada pasillo, cada rincón de la Fortaleza Roja estaba impregnado de historias y memorias de su familia. Cuando la princesa se sentía sola, disfrutaba de sentarse bajo el sol y por un instante, imaginaba como sería su vida si todos ellos aún estuvieran presentes.

Alysanne se aferraba a los recuerdos, y eso siempre había sido una fuente de dolor. Sin embargo, no todos eran recuerdos nostálgicos. Los entrenamientos de sus hermanos, mientras ella los observaba desde lo alto del castillo, nunca dejaban de traerle una sonrisa en medio de la soledad.

Cada vez que Daemon le pateaba el trasero a Viserys, Alysanne estaba presente para celebrar como si fuera una gran hazaña. Pero al descender de su exaltación por Daemon, siempre se encontraba con la mirada purpura de Aenar a cierta distancia.

De alguna manera, siempre había estado presente, observando desde lejos con un semblante serio, sin revelar emociones.

Cuando la noche se apoderó del cielo, Alysanne sabía que dos de sus damas la esperaban en su estancia. Había sido adoptado para ella como rutina tomar un baño nocturno y permitir que la vistieran con sus atuendos más distinguidos antes de la llegada del príncipe de sus entrenamientos.

El agua cálida la acogió con cariño, desentrañando los nudos de sus músculos tensos, aunque sabia que volvería a tensarse en cuanto Aenar cruzara la puerta. El aroma del jabón impregnó su piel mientras una de las damas lavaba con delicadeza su cabello.

Envuelta en una bata de seda, emergió de la tina con gracia. Pronto, los cepillos comenzaron su danza en su cabello, tejiendo múltiples trenzas para coronar su cabeza con elegancia.

Alysanne se enfundó en un vestido azul como la noche, cruzado en el pecho y revelando delicadas parte de su figura. Había elegido esa prenda simple y etérea, desafiando los consejos de sus damas sobre otros vestidos que podrían agradar mas al príncipe.

Anhelaba estar a solas en su alcoba antes de la llegada de su esposo, sin el deseo de arreglarse o lucir bella para él.

Aenar poseía una belleza digna de la vieja Valyria, Alysanne lo admitía, pero sus pensamientos se dirigían hacia otro que lograba eclipsar a su propio esposo. Cada noche, al acostarse a su lado, sentía como si un puñal se clavara en su espalda por el amor que verdaderamente albergaba por otra persona. Aun así, tragaba su dolor y cumplía con su deber.

Poco después de la partida de sus damas, Aenar Targaryen ingresó en la recámara compartida. Con una mirada dirigida hacia Alysanne, pasó junto a ella en silencio para sumergirse en un baño.

Regresaba con su espada en la espalda, envuelto en una camisa blanca que ondeaba con la brisa y pantalones marrones que llevaban las huellas del tiempo y el esfuerzo. Su cabello, enmarcado en sudor, lucia más oscuro de lo habitual, adherido a su frente con una solemnidad rebelde.

Alysanne, sentada con la espalda derecha en la punta de la cama, deleitándose con el sabor del vino que acariciaba sus labios, siguió con la mirada a Aenar mientras se alejaba, hasta que se desvaneció de su campo de visión, fundiéndose en la penumbra de la alcoba.

Cuando estuvieron arreglados y listos para la cena, la puerta de la estancia se abrió para dar paso a los cocineros del palacio. Ante ellos se desplegaba una mesa adornada con una suculenta carne acompañada de verduras frescas, mientras que sus copas rebosaban con el exquisito néctar de un vino tinto.

La habitación se inundaba de una tenue luz proveniente de las velas, tejiendo un ambiente intimo y romántico, aunque para los hermanos esa sensación estaba ausente. Aenar y Alysanne compartían una cena en silencio, como habían hecho desde que unieron sus vidas en sagrado matrimonio, pero en sus miradas furtivas se reflejaba la única comunicación entre ellos una vez que las puertas se cerraban y estaban solos.

Hasta esa noche, la tensión colmaba el ambiente, envolviéndolos como una fina niebla. Aenar, tras beber un sorbo de vino, aclaró su garganta, captando la atención de Alysanne. Por un instante, sus ojos violetas se encontraron, rompiendo el silencio que había reinado por una eternidad.

―¿Has notado como los murmullos crecen más cada vez que nos ven?

Después de saborear cada bocado, Alysanne terminó de masticar su comida con delicadeza, dejando que los sabores danzaran en su paladar antes de tragar. Luego, con una expresión serena, alzó la mirada para encontrarse con la de su hermano.

―Al parecer, no pueden resistirse a especular sobre nuestras vidas ―murmuró la princesa con una calma aparente, mientras continuaba disfrutando de su comida como si nada.

Tras largos años juntos, y aún más después de aquella conversación nocturna donde el secreto de Alysanne se reveló, la máscara que ambos llevaban había comenzado a deslizarse lentamente. Sabían que ninguno de los dos seria lo bastante imprudente como para traicionar al otro o exponerlo; al menos, por ahora, hallaban cierta seguridad en eso.

Los ojos violeta de Aenar, profundos y penetrantes, observaban atentamente cada movimiento de Alysanne mientras ella saboreaba su comida y deleitaba su paladar con el vino. Aunque ella tratara de aparentar calma, él podía sentir la tensión palpable entre los dos.

―No podemos permitir que sigan murmurando sobre nosotros, y mucho menos de esa forma ―expresó Aenar, esforzándose por emular la serenidad de Alysanne.

―Creo que es la primera vez que coincidimos en algo ―murmuró la princesa con una sonrisa fingida, alzando su copa en un gesto de celebración. ―. Pero, ¿qué sugieres? No hay nada...

―Silenciar los susurros, asegurar nuestro legado ―interrumpió Aenar de manera tajante las palabras de su esposa

Por un instante, el aire se desvaneció de los pulmones de Alysanne, dejándola suspendida en un silencio inesperado. La comida que masticaba se convirtió en un bocado inerte en su boca, mientras cada movimiento que realizaba con su copa en la mano se detuvo abruptamente, como si el tiempo mismo se hubiera congelado.

―No.

Su respuesta brotó con la misma rapidez con la que el ceño de Aenar se frunció al oírla, como una sombra que se deslizaba sobre su rostro, oscureciendo su expresión.

―¿Qué quieres decir con "No"? ―La ofensa resonó en su voz, y Alysanne simplemente negó con la cabeza, desatando aún más la furia en él. ―. Eres mi esposa, Alysanne, tienes que darme un heredero, y ya has tardado demasiado en ello.

Una risa irónica brotó de los labios de la princesa, como una brisa fresca que devuelve el aliento que se había escapado y restaura la confianza en sí misma que, por un instante, había titubeado.

―No, estás loco ―dijo, llevándose un trozo de carne a la boca y continuando con su discurso mientras apuntaba con el tenedor al Targaryen. ―. No puedes hacerme responsable por el hecho de que aún no tengamos hijos. Se supone que debes hacer algo para concebirlos, ¿lo sabes, verdad?

El puño de Aenar se cerró con fuerza sobre la mesa de madera, captando la atención fugaz de Alysanne antes de que sus ojos retornaran para encontrarse con los suyos. Quería mostrarle que ya no le temía, que esa pequeña Alysanne había desaparecido hace tiempo y no regresaría.

―Por supuesto que lo sé, pero no estoy dispuesto a compartir a mi esposa con otros como si fuera la mejor puta del burdel.

Sus palabras salieron sin restricciones, sin filtro alguno, y su rostro mantuvo la seriedad imperturbable. Ansiaba demostrarle a su hermana-esposa que hablaba con seriedad, que cada palabra que pronunciaba estaba impregnada de la verdad más profunda.

Aenar, obsesionado con el orden y la pulcritud, extendía su dominio incluso sobre las personas que lo rodeaban. Desde el momento de la boda, Alysanne se había convertido en suya, y sentía la urgencia de controlarla para evitar que el caos invadiera sus vidas, una tarea en la que, según él, estaba fracasando.

No obstante, fue la sonrisa que iluminó el rostro de ella mientras saboreaba el fresco vino lo que lo tomó completamente por sorpresa.

―¿Otros? ¿Qué dices, Aenar? ―la peliblanca sacudió la cabeza, manteniendo las comisuras de sus labios curvadas en una leve sonrisa.

―Sabes de quien hablo, no finjas.

―Por supuesto que sé de quién hablas, y no estoy negando nada. ―Alysanne lo miró fijo, esperando que creyera la mentira. ―. Quiero decir, no niego lo de ser la mejor puta, pero incluso así soy una princesa y tu esposa.

Ni siquiera la sombría expresión de Aenar podía arrebatarla la satisfacción que en ese momento embargaba su ser.

―Eres tan cínica ―susurró Aenar, sosteniendo su cabeza con una mano, como si la conversación comenzara a pesar sobre él como una carga incómoda.

―Dijiste que no te gustaban las mentiras ―señaló, encogiéndose de hombros, mientras un carraspeo escapaba de sus labios. ―. Ahora, ¿dónde estábamos? Ah, sí, silenciar los susurros.

―Y mi heredero...

―Por el momento, simplemente silenciar los susurros ―pronunció la princesa, apoyando ambos codos sobre la mesa, peligrosamente cerca el uno del otro, más cerca de lo que habían estado en meses.

Aenar no podía ocultarlo: despreciaba a Alysanne y su repentina confianza hacia él después de su matrimonio. Sin embargo, en lo más profundo de su ser, algo encontraba placer en esta nueva actitud.

Le atraía.

―Quizás podríamos... trabajar en mejorar nuestra relación ―dijo Alysanne con una mueca.

Aenar evita la mirada de Alysanne, sintiendo la primera derrota en su matrimonio con una muchachita de diez y nueve días del nombre.

―¿Actuar como un matrimonio feliz? Creo que ya damos esa impresión.

―No, estás errado. La impresión que damos es de poder y "no te atrevas a mirar a su esposa o él te hará pagar" ―corrigió, Aenar la miró seriamente, mientras la sonrisa de Alysanne luchaba por no asomarse en las comisuras de sus labios. ―. Solo sugiero que, si vamos a tener roles, podríamos mejorarlos, esforzarnos por llevarnos mejor y demostrarlo.

La voz de Alysanne era como una melodía, suave y armoniosa, como una hoja que cae con gracia en el otoño. Por un instante, hace titubear a Aenar sobre la autentica esencia de su relación y si aquello de lo que están hablando solo podría conducirlos a una tregua en su matrimonio.

Alysanne Targaryen hacia que Aenar se cuestionara si era posible construir algo nuevo sobre las ruinas de una relación desmoronada.

Entonces, sí, Aenar Targaryen contempló la sugerencia de su hermana-esposa, aunque no fuera lo que había imaginado inicialmente.

―Supongo que podríamos hacer el esfuerzo ―murmuró por lo bajo sin mirarla. ―. Solo si tú terminas tu conexión con Strong y eventualmente tienes a nuestro hijo.

Un silencio inundó la estancia en un instante, Aenar alzó la mirada para encontrarse con los ojos hermosos de su hermana, aquellos que, con su brillo, lograban hacerle olvidar quién era por un breve momento.

El corazón de Alysanne latió con ímpetu en su pecho, como el resonar lejano de un tambor, mientras en su mente ruega a todos los Dioses que su hermano no perciba esta turbulencia interna. Las palabras de Aenar son precisas y cortantes, sin lugar para bromas.

―Ya te dije que no hay nada entre nosotros...

―No soy ajeno a tu vida, Alysanne. Si queremos que esto funcione, debes ser solo mía en cuerpo y alma.

Nuevamente el silencio los envuelve como un manto oscuro, envolviéndolos en su fría abrazadera. Alysanne se siente atrapada entre la lealtad a Bywin y su vida nocturna, y la obligación de cumplir con su deber como esposa y princesa.

―No hay lugar para errores en esto.

Entonces, esa noche en la penumbra de los aposentos compartidos con su esposo, Alysanne Targaryen tuvo que realizar una elección en cuestión de segundos que podría llevarla a un camino de dicha o desdicha.

―Bien, haremos lo que sea necesario para silenciar los rumores.

La mano de Aenar se levanta y pasa por sobre la comida y bebida, extendiéndose hacia su esposa. Alysanne luego de un segundo toma la mano de su esposo y un leve apretón es lo que sella su lazo y destino.

Los dos se miran fijamente, reconociendo el desafío que tienen por delante, pero sabiendo que están dispuestos a jugar con la atención que la corte les da, después de todo nacieron para ello.

En medio de la oscuridad, una pequeña chispa de determinación brilla en los ojos de ambos, la princesa y el príncipe tenían metas muy distintas. Una promesa silenciosa cruza por sus labios de intentar cambiar las cosas.

Aunque el camino hacia la redención siempre es incierto como las estrellas en el cielo nocturno.

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