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Capítulo 1:
Mi día pasa de aburrimiento a caos en tiempo récord.
La vida en el Campamento Mestizo era algo aburrido, o eso decía Andrómeda Theodorou tras llevar seis años allí encerrada y que nunca pasase nada. Su vida se basaba en entrenar, hablar con sus amigas y volver a entrenar. Nunca había ninguna novedad ni nada que hiciese que su rutina cambiase. Lo último que esperaba es que su vida iba a empezar a cambiar.
El sol empezó a iluminar cada rincón del campamento, incluida la cabaña que debería estar vacía, la de Zeus. Allí se encontraba Andrómeda, durmiendo, o eso intentaba por culpa de una pesadilla. Se trataba de la misma pesadilla de siempre, su padre, Adonis, la abandonaba en la puerta del campamento, como en cada pesadilla, pero está vez decía otras palabras, no las de siempre. Está vez dijo:
-Se fuerte Andy, confía en él, no le subestimes... El nuevo te ayudará...
Esas palabras se grabaron en su cabeza, hasta que sus ojos se abrieron, pero ella deseó qué no fuese así. Visualizó la cabaña de su bisabuelo, Zeus, apreciando cada pequeño detalle, cada rincón vacío. Trató de evitar mirar la gran estatua que se situaba en el centro de la cabaña, pero al final acabó mirando. La magnífica estatua se situaba en el centro de la pared opuesta de la cabaña. Era enorme e imponía mucho. Te hacía recordar tu destino... El que Andrómeda no tenía.
La castaña quitó la mirada de su antepasado, agarró sus zapatos y fue a cambiarse. Era temprano, apenas el sol comenzaba a salir, mas Andrómeda quería seguir entrenando. Quería demostrar a su madre que merece la pena reclamarla, que no debía sentir vergüenza de ella, ya que tenía pensado demostrar que ella siempre gana.
Al acabar de quitarse su pijama y ponerse la ropa del campamento, agarró su arma para dirigirse al bosque a entrenar. Se llevó su daga, su espada y su arco. Todas estas preciosas armas fueron un regalo de Ares y Hefesto, debido al sacrificio que realizó Andrómeda años atrás.
El frío aire matinal chocó con el rostro de Andrómeda quién fue avanzando hasta el bosque. Aquel lugar era muy frondoso, poseía muchos árboles enormes y muy verdes. Las preciosas flores crecían, dando color a aquel oscuro lugar. Andrómeda fue caminando con el mayor cuidado posible, evitando pisar alguna de las maravillas de aquel lugar.
Cuando logró atravesar el bosque, alcanzó el claro que consideraba su hogar. Más que la cabaña del campamento en el que vivía, más que su casa en Grecia, porque la hacía olvidar quién era, que era una Theodorou. Allí había construido un pequeño refugio, como si fuese una cabaña. Dejó con precaución sus armas sobre el intento de mesa que seguía sobreviviendo. Preparó su diana y empezó a disparar las flechas, una tras otra. El sonido de la flecha rompiendo el aire tranquilizaba a Andrómeda, se sentía más segura sabiendo que siempre daba en el blanco.
Al aburrirse del arco, decidió practicar con la espada. Agarró su preciosa empuñadura y preparó a su rival. Invocó a un muerto para practicar como cada mañana. Aquel esqueleto sacó una espada algo oxidada y se abalanzó hacia Andrómeda. Con movimientos suaves y elegantes fue deteniendo cada golpe al igual que con más agresividad atacó a su oponente.
Las horas pasaron, y el agotamiento inundó su cuerpo. Se había vuelto a saltar el desayuno, Andrómeda odiaba comer, odiaba ver cómo la comida añadía más volumen a su panza y odiaba ver su barriga muy gorda, como si estuviera embarazada. Por ello siempre evitaba desayunar y cenar, salvo cuando era obligada por Quirón, Annabeth, Clarisse o Dominique. Siempre le decían que una niña de once años como ella debe alimentarse y no saltarse ninguna comida. Andrómeda no entendía porque no la entendían, el porqué era que no podían ponerse en su piel y entender lo duro que era para ella.
Era la hora de comer, por tanto, Andrómeda recogió todo para poder dirigirse a comer. Los campistas caminaban, algunos más rápidos, otros más felices, pero ella se sentía obligada. Su mente hacía que comiera para poder sobrevivir, para no ser débil y demostrar que merece ser reclamada, no solo por su origen.
Esos orígenes que la atormentaban, el legado Theodorou le respiraba en la nuca. Descendientes de dioses, los favoritos de los dioses, los mayores semidioses, campeones, luchadores, guerreros, pero lo que más me dolía a Andrómeda es que todos habían sido reclamados de manera rápida, tras en su primer día demostrar de que eran capaces, cosa que con ella no iba. Andrómeda demostraba día tras día que era especial, alguien importante y que no necesitaba su apellido para demostrar quién era y quién debía ser.
Sus piernas se movían solas mientras su mente divagaba en aquellos pensamientos que la hacían sentir mal, hasta que llegó al comedor.
Aquel era un lugar bastante acogedor. Tenía unas mesas de piedra distribuidas en aquel enorme bloque de piedra redonda. Poseía un borde formado por un casi círculo de columnas todas unidas al final de ellas. Había banderas de las distintas casas colgadas y una hoguera en el centro.
Notó una mano en su hombro derecho. Aquel gesto hizo que dejara sus pensamientos y volviera a la realidad. A su derecha se encontraba Dominique Rousseau, su mejor amiga. Aquella persona en la que contar para absolutamente todo, para reír, llorar, criticar, pero sobre todo, para intentar ser ella misma.
Ambas amigas avanzaron hasta llegar al sitio que había para escoger la comida. Había bastante variedad, desde ensaladas, purés y pescado hasta trozos de pizza, hamburguesas y lasaña. Dominique eligió un poco de ensalada y un trocito de lasaña. Andrómeda, en cambio, se decantó por un trozo de pescado.
Las dos se fueron a una mesa algo alejada de las personas para poder comer. Dominique empezó entusiasmada a comer mientras iba contando algún que otro chisme del campamento, pero obviamente tras tragar la comida. Andrómeda se quedaba callada escuchando los chismes y de vez en cuando comentaba algo.
-Creo que aún no quieren confirmar, pero Rafe y Bella están en algo -comentó Dominique dirigiendo su mirada hacia ambos, quiénes estaban comiendo juntos, mirándose a los ojos y con una gran sonrisa en su rostro. Hasta Andrómeda notó el brillo en sus ojos.
-Serían una gran pareja -murmuró Andrómeda tras tragar su último trozo, dejando unos trocitos para hacer la ofrenda a los dioses. Recogió lo que había utilizado para poder echar al fuego su ofrenda.
Dominique la imitó. Se puso a su lado para poder hacer la ofrenda.
-Andy, ¿vas a entrenar sola? -preguntó Dominique.
Andrómeda la miró, los ojos de su amiga mostraban algo de tristeza. Conocía esa mirada.
-¿Quieres que entrenemos juntas? -dijo con una leve sonrisa. El rostro tan perfecto de Dominique se iluminó al oír esas palabras y sacudió suavemente su cabeza arriba y abajo para mostrar que sí quería entrenar junto a ella. Andrómeda río suavemente -. Pues venga, vamos a entrenar.
Las dos amigas caminaron por el maravilloso campamento en el que había diferentes campistas ya trabajando, entrenando o descansando. La gran mayoría disfrutaba de la tarde para jugar al voley, bañarse en el lago o hacer alguna actividad divertida, cosa que podría disfrutar Dominique si no fuese por su amiga. Andrómeda tenía una pequeña obsesión por demostrar que vale la pena, que no es una más, que tiene un destino importante como todos sus antepasados.
Llegaron a la cabaña número 10, la de la diosa Afrodita. No había muchos campistas en aquel momento y eso lo agradeció enormemente Andrómeda. Observó la cabaña y su primera impresión, como la de cada vez que entraba, es que era una casa de Barbie. Tenía las paredes pintadas de color rosa y los marcos de las ventanas blancos. Las cortinas de encaje eran de color azul y verde pastel; que hacían juego con las sábanas y edredones de las camas, las cuales estaban acomodadas en una hilera de literas separadas por una cortina y decoradas con fotos de atractivas estrellas de cine y cantantes. Cada campista tenía su propio baúl, donde guardaba todas sus pertenencias.
- Siéntate aquí conmigo -señaló Dominique a su cama mientras ella se sentaba agarrando un espejo de color azul pastel con detalles plateados.
Andrómeda asintió. Agarró otro espejo, este de color morado oscuro con los detalles en plateado. Miró su rostro en el espejo mientras se acomodaba en la cama y se apoyaba en la pared.
- ¿Vamos a seguir practicando? -preguntó un poco sin ganas mientras miraba a su mejor amiga cambiar levemente su cabello castaño a un pelirrojo salvaje.
- Bien sûr, que pensiez-vous que nous ferions alors? -habló Dominique en francés. Andrómeda sabía perfectamente lo que estaba diciendo. "Por supuesto, ¿qué creías que haríamos entonces?"
- Cualquier cosa menos hablar en nuestra lengua natal -murmuró Andrómeda en griego. Recibió una mirada de Dominique, una que ella conocía perfectamente -. Ay, vale, ya me pongo manos a la obra.
Se miró en el espejo. Observó sus ojos e imaginó como se tornaban en unos ojos verdes esmeralda. Cerró los ojos para poder visualizarlo mejor. Al no ser hija de Afrodita le costaba mucho más poder realizar ese poder, más que cualquier otro, como el embrujahabla, que nunca usaba. Andrómeda debía practicar mucho para poder realizarlo de manera rápida y sin espejo como hacía Dominio o cualquier hijo e hija de la diosa del amor y la belleza.
Al abrir los ojos, estos estaban en un maravilloso tono verde, su cabello había encogido para ponerse a la altura de los hombres y de un color rubio oscuro. Su pálida piel había sido bronceada hasta quedar de una tonalidad más oscura, de un tono caramelo.
-¡Muy bien! -la felicitó Dominique.
Pero ella no se sentía bien. Se miró el rostro, había cambiado hasta quedar perfecto. Sus ojos se aguaron levemente. Apartó el espejo de su cara, agarró sus pertenencias y salió corriendo.
Se escindió en lo más profundo del bosque, deseando no ser encontrada por nadie. Andrómeda a lo largo de los seis años que había vivido en el campamento había recibido muchas críticas, no solo de su físico, también de su personalidad. El pequeño acoso que estuvo recibiendo la hizo bastante insegura, ya que la gran mayoría del acoso pertenecía a la cabaña de Afrodita, metiéndose con ella por no heredar la belleza de una descendiente de la diosa.
Se acercaba la hora de la cena, pero Andrómeda seguía allí, queriendo desaparecer y no recordar nada. No quería recordar el acoso que recibió, el sufrimiento de comer y sobre todo, aquel sueño. "Se fuerte Andy, confía en él, no le subestimes... El nuevo te ayudará..." esas palabras habían vuelto a su mente. Miró el lago ya que estaba cerca de él. Los árboles hacían que no se viera bien el atardecer, pero se acercó. Sentía que debía acercarse. Miró el lago. El agua se movía por el viento, reflejando los colores del atardecer.
-¿Quién es el novato, papá? -se preguntó sin apartar la mirada.
Algo extraño estaba sintiendo. El agua la llamaba. Una sensación recorrió el delgado pero fuerte cuerpo de Andrómeda. Un fuerte viento movió su largo cabello castaño oscuro, dejando su pecoso rostro al descubierto. Era un viento frío, más frío de lo que debería.
-¿Qué pasa? -susurró observando como el sol había desaparecido. La oscuridad empezó a aparecer, dejando que el cielo se ilumine de estrellas.
Se sentó, mirando la luna y las constelaciones, dejando que los minutos y las horas pasen. Había empezado a nublarse el cielo.
-¿Lluvia? -se cuestionó Andrómeda. Nunca llovía ni hacía mal tiempo en el campamento gracias al escudo protector y otros factores que ella desconocía ya que no le interesaba, pero aquellas nubes eran extrañas en aquella fecha. Solía haber nubes de agua, pero no tan negras que hizo desaparecer hasta la luna.
Se alzó. Corrió a su cabaña y decidió dormir, ya no podía seguir apreciando la belleza de la luna. Al llegar a la fría cabaña, se puso su pijama de Hércules y se metió en la única cama que había.
Aquella pesadilla volvió a aparecer. Pero no era como lo recordaba. El minotauro estaba, su padre estaba y un chico rubio bastante mayor, como de unos 16 o 17 años, también.
-Despierta pecas, te necesito -oyó al chico rubio decir. Su voz era profunda y se le hizo familiar y cálida.
-Es importante Andy -dijo su padre -¡Despierta ya! -gritó su padre mientras zarandeaba a Andrómeda. Se cansó y decidió pegarle.
Gracias a aquel golpe, Andrómeda abrió los ojos. Salió y agarró una arma. Su instituto le decía que algo no iba bien. Si era importante que se despertara, era porque había algún ataque. Corrió con el pijama pero con unas botas puestas intentando localizar el problema.
Mientras observaba en busca de algo fuera de lo normal, oyó un grito. Aquella voz se le hizo familiar. Era como la del chico del sueño.
Corrió ahora más. Se asomó en el gran arco de la entrada y miró como un horroroso monstruo que no era nada más ni nada menos que el propio minotauro estrujando con sus manos a una mujer, hasta hacerla desaparecer en un polvo dorado.
-Papá... -susurró Andrómeda recordando cómo su padre fue enviado al inframundo porque Hades le salvó la vida. Porque su abuelo amaba a su hijo y no quería que muriera antes de lo previsto. Porque Adonis Theodorou debía sobrevivir hasta que llegase el momento oportuno.
El silencio inundó el campo. La lluvia mojaba a los tres pequeños niños y al minotauro que miraba su mano. Andrómeda reconoció a Grover en el suelo, así que decidió acercarse a ayudarle. El otro chico, otro semidios, miró hacia su bolsillo, sacando un bolígrafo. Su mirada pasó de dolor a ira.
-Hey Grover -susurró Andrómeda llegando al lado de ambos chicos. El rubio la miró de reojo, pero empiezo a prepararse para ir contra el monstruo. Andrómeda ayudó a ponerse en pié Grover -. Oye, tú rubio -dijo la semidiosa -, si piensas matar al minotauro con un bolígrafo, estás muerto.
Grover miró a Andrómeda y pudo quedarse en pie. El chico sin siquiera mirarla quitó el tapón del bolígrafo y empezó a transformarse en una espada de hermoso bronce con un brillo que imponía respeto.
-¿Decías algo? -preguntó algo borde el chico de cabellos rubios.
Él se posicionó para luchar contra el minotauro. Andrómeda vió como Grover intentaba detenerlo llamándolo por su nombre.
-Percy -pidió Grover. Andrómeda debatió si era necesario ayudarle, si era un novato, quién sabe si moriría o no, como años atrás pasó con Thalia, aquel recuerdo la atormentaba... -. ¡Percy no! -oyó a Grover gritar desesperado, dejó sus pensamientos y se centró en el presente.
El minotauro se colocó a cuatro patas y empezó a correr hacia los tres pequeños adolescentes. Percy imitó al monstruo, corriendo para intentar darle con su espada, logrando herir sus piernas. Ambos cayeron al suelo y fue cuando Andrómeda corrió a ayudar. Percy estaba sin su espada indefenso en el suelo y el minotauro se preparaba para acabar con él.
Andrómeda agarró fuertemente su daga y se la clavó al monstruo, haciendo que Percy ganase tiempo para levantarse, localizar su espada y darle otro golpe.
Esto hizo enfadar al minotauro, ya que logró ponerse a cuatro patas otra vez para darles un golpe, acabando en dos patas. Andrómeda usó su poder de levitación para mantenerse en pié y no caer, ganando tiempo para ir contra el monstruo. Percy, en cambio, recibió el golpe y voló por los aires hasta caer al suelo mojado.
La lluvia y la oscuridad hacia que fuese complicado ver, pero la luz del coche estampado en el suelo hacia que fuese mucho más sencillo. Andrómeda escuchó al minotauro rugir y observó como se acercaba cada vez más a Percy con una piedra en la mano.
-¡Percy cuidado! -gritó Andrómeda. Lanzó un rayo dándole en la mano al minotauro haciendo que suelte la piedra cerca de Percy.
-¡Tú intentas ayudarme o ayudarle! -gritó Percy tras esquivar la enorme piedra que casi le cae encima.
-¡Perdona por querer ayudarte! -gritó molesta Andrómeda.
Empezaron los dos a gritar mientras el minotauro se recomponía del dolor. Grover que veía todo, pudo ver el peligro que corrían sus dos amigos.
-¡CHICOS CUIDADO! -chilló lo más que pudo.
Ambos semidioses se callaron al ver cómo el minotauro se abalanzaba hacia ellos. Andrómeda estaba asustada al encontrarse con los cuernos del minotauro a menos de un metro, pero Percy la tiró al suelo, quedando ambos cara a cara, estando sus rostros muy cerca, notando la respiración del otro.
Rápidamente, se separaron, pero ambos habían sentido algo extraño al mirarse a los ojos.
-Percy, tengo un plan -murmuró Andrómeda observando al minotauro. Si todo salía bien, tenían la victoria asegurada.
-¿Me vas a usar de distracción o algo? -preguntó mientras buscaba su espada.
El minotauro se levantó tras quitar las plantas que se habían enredado en su cuerno derecho, dejándole una raja, tras lanzarse contra ambos semidioses. Al fin se colocó de pie, mirando a ambos semidioses. Iba andando lentamente hacia ellos.
-No, solo súbete al minotauro, arranca su cuerno roto y lo matas -explicó velozmente Andrómeda, agarró de la mano al chico que era más alto que ella, esquivando al minotauro -. Yo soy la distracción.
Percy la miró como si fuese una locura, porque lo era. Andrómeda empujó a Percy para evitar que fuese aplastado por el minotauro y así pudiera llegar a subirse en la espalda del monstruo.
-¡Hey minotauro! -gritó Andrómeda mientras Percy escalaba la espalda -¡A qué no me pillas!
Empezó a correr, evitando los golpes y las piedras que lanzaba contra ella. Cada vez que una piedra pasaba cerca de Andrómeda se oía como esa cortaba el aire. La semidiosa se defendía con rayos o levitando levemente para evitar más fácilmente los ataques.
-¡Percy! -gritó Andrómeda, ya cansada.
Había sido un día duro, no solo físicamente sino también, psicológicamente para ella, encima no había cenado y apenas había comido, como siempre. Pero está vez le estaba pasando factura.
Empezó a oír rugidos del minotauro, por lo que decidió asomarse a ver qué pasaba. Vió a Percy tirar del cuerno derecho mientras el minotauro intentaba quitárselo de encima. Fue entonces que acabó con el monstruo, el feo monstruo que únicamente iba en calzoncillos. Empezó a evaporarse en el momento en que su cuerno fue clavado en su cabeza.
Tras unos segundos muy lentos para Andrómeda, corrió hacia Percy. Lo habia conseguido. Con mucho frío, por su maravilloso pijama de Hércules de mangas cortas y pantalón corto, intentó moverse para alcanzar a Percy. Grover llegó hacia ellos, ayudó a Andrómeda y ambos encontraron a Percy desmayado.
-¿Tienes mucho frío? -preguntó Grover, mientras le entregaba una sudadera azul que sacó de una de las mochilas -. Es de Percy, pero puedes ponértela hasta que despierte.
Andrómeda asintió mientras se ponía la sudadera. Ya abrigada, ayudó a Grover a llevar a Percy al campamento. Cuando cruzaron el arco, la lluvia cesó, aunque fuera del campamento continuara la tormenta. Andrómeda cayó agotada al suelo.
-Busca a Quirón, yo me quedo con Percy -murmuró Andrómeda conteniendo un bostezo.
Grover asintió. Andrómeda observó como se fue su amigo, hasta que estornudó. Entonces, su mirada se posó en el chico rubio. Acercó a Percy más a su cuerpo, abrazándolo. Acarició su cabello rubio con rizos, que se encontraba mojado, miró su rostro, el cuál estaba algo sucio, pero parecía que seguía perfecto.
-Tiene la belleza de un hijo de Afrodita, o incluso de la misma diosa... -susurró mirándolo.
Continuó abrazando a Percy hasta que llegaron Grover con Quirón, en el momento en que el sol empezaba a iluminar el campamento.
-¡Andrómeda! -oyó las voces de sus amigas, Dominique, Annabeth y Clarisse antes de empezar a cerrar los ojos.
Se acomodó lentamente en el cuerpo de Percy, apoyando su cabeza en el pecho de él mientras el sueño ganaba. Había sido un día bastante agotador para Andrómeda. Su día pasó de un día normal y corriente, o lo más normal que pudo ser con sus problemas, a una lucha de vida o muerte contra el mismísimo minotauro.
-Debe ser él -escuchó a lo lejos, era Annabeth Chase, la mejor hija de Atenea que Andrómeda conocía.
Percy empezó a abrir los ojos, un poco. Iba a moverse, pero notó el cuerpo de la pequeña y decidió no moverse. En cambio, la acercó más para darle calor al notar lo fría que estaba su pálida piel.
-Calla Annabeth -escuchó Percy mientras intentaba enfocar su mirada, pero sin apartarla de Andrómeda -. Se está despertando. No le agobieis.
Tras oír esas palabras, miró al frente, pero sin dejar de abrazar a Andrómeda. Reconoció la figura de un centauro, al igual que una voz que le era muy familiar. Esa voz volvió a hablar, para decirle:
-Bienvenido al campamento, Percy Jackson -Percy miró confundido al hombre, pero siguió escuchando lo que él decía -. Te estábamos esperando.
Fue lo último que pudo oír antes de volver a caer desmayado. Dominique se acercó a ambos y miró con una sonrisa que mostraba lo orgullosa que estaba de su mejor amiga, no solo por haber derrotado al minotauro, de haber salvado al chico. Estaba muy orgullosa de que esté dormida mientras abrazaba a un chico. No cualquier chico, el chico que había trabajado con ella, la había protegido y todo eso en menos de cinco minutos.
-Estos dos están destinados... -susurró con una sonrisa.
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