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CAPÍTULO 41: TESTIGO DE MIS LÁGRIMAS

NICOLE

Comencé a aporrear la puerta mientras llamaba a Nicolae con toda la fuerza que albergaba mi voz. Estaba tan emocionada que mis gritos tenían puntos ahogados por causa de las lágrimas.

Quería abrazarlo, besarlo y no soltarlo jamás y quería que él hiciera lo mismo conmigo. Me daba en absoluto igual quedarme desnuda delante de los ojos de cualquiera que fuera; quería ser solo suya y no me importaba donde.

Al ver que nadie contestaba, supuse que quizás no me escuchaban así que tomé la llave de emergencia que escondían en una baldosa del porche oculta bajo un macetero.

Con el pulso a mil, abrí la puerta tras trastear con dificultad con la llave que tenía entre las manos. cuando abría la puerta, un olor a sangre inundó mis fosas nasales hasta perder el balance de mi cuerpo y casi caer al suelo.

¿Qué demonios estaba pasando ahí dentro? ¿Porque olía a sangre de esa forma tan potente?

Con los sentidos agudizados tras la excitación que me proporcionaba ese olor, comencé a buscar pistas acerca de lo que estaba ocurriendo. Tras caminar por el salón, tropecé con algo metálico que hizo un ruido extraño al rodar por el suelo. Al agacharme y cogerlo entre mis manos, me percaté que eran unas esposas metálicas oscurecidas por el rastro de sangre que tenían sobre ellas. Pero no solo estaban los grilletes sino la llave que los abría a su lado, ¿Qué significaba esto?

Quien fuera quien estuviera atado, había sangrado en abundancia, pero parecía ser haber escapado. Temía por los Bartholy porque no los veía por ningún lado y la situación parecía empeorarse por momentos...

Primero fui a la habitación de Drogo y tuve que ahogar un grito de horror: las paredes estaban ensangrentadas, el cabecero de la cama destruido y convertido en astillas, los muebles parcialmente rotos y un rastro de sangre que se extendía por todo el dormitorio como si alguien se hubiera estado arrastrando.

-¡¡¡¡DROGO!!!!¡¡¡¡DROGO, CONTESTAME!!!! ¿DÓNDE ESTÁS?

Comencé a gritar como si se me hubiera ido el juicio. Corrí a la parte superior hasta el dormitorio de Nicolae y encontré exactamente el mismo escenario. Su sangre era reconocible para mí y cubría cada parte de la estancia. Mi dormitorio estaba entornado así que entré con el corazón en un puño, esperando qué podría encontrarme.

Mi ropa interior estaba esparcida por la cama y el suelo. Todas mis fotografías estaban pintarrajeadas, incluyendo la de mi madre que descansaba sobre un marco en mi mesilla. Toda mi ropa parecía estar revuelta pero no rota, como si alguien la hubiera usado.

Un escalofrío terrible comenzó a atizar mi espalda, ¿Podría ser...?

No podía ser que Claudette hubiera hecho algo...no podría...

Sujeté mi cabeza entre mis manos, cayendo al suelo de rodillas. Debía de examinar el dormitorio de Peter y el sótano antes de sacar conclusiones precipitadas.

Seguí llamándolos uno por uno y entré al dormitorio de Peter. Todo estaba intacto, como si nadie hubiera entrado al lugar, pero entonces, me di cuenta de que si que había algo que habían tocado...

El piano estaba destrozado, las partituras quemadas en la papelera; todo el trabajo de mi Peter estaba roto en mil pedazos. Lloré en silencio, abrazando esos pedazos quemados que tanto habían significado para él. Lloré por no encontrarlos y por sentirme tan desgraciada sin ellos.

-¡¡¡¡ERES UNA HIJA DE PUTA!!!!-Grité mientras daba un portazo a la habitación de Peter. No había duda que ella había hecho todo esto y eso me lo iba a cobrar. Iba a destrozarla de la peor de las formas hasta que pensara que la muerte es el mejor de los destinos, iba a pagar por el dolor que nos había causado a todos y solo esperaba que ellos estuvieran bien, porque si no lo era así, las consecuencias serían mucho peores.

Bajé al sótano con los nervios afilados como cuchillos donde la sangre parecía ser más evidente. Pero esa sangre era diferente; como si se estuviera pudriendo unido a la humedad del sótano.

Cuando abrí la puerta, la tenue luz me hizo darme cuenta de aquel escenario. Habían torturado a alguien sin duda por las cadenas que había en el suelo, los inmensos charcos de sangre y el rastro por aquel suelo de cemento. La cuna que perteneció a la hija de Lorie, estaba hecha trizas y el muñeco exactamente igual. Los ojos de aquel peluche estaban sacados y su estómago estaba abierto en canal de forma muy cruel. Pero lo que me hizo volverme loca es lo que encontré dentro del estómago de aquel peluche.

Un ojo...un ojo que podría reconocer entre un millón...el ojo de Lorie...

Con el pelo erizado y la cabeza a punto de explotar, grité como nunca en mi vida lo había hecho. Los había perdido... ¡Los había perdido de la peor de las formas!

Había llegado tarde...pero no por mucho tiempo porque el ojo parecía reciente. Eso me hizo sentir aun peor...

Corrí de la mansión como si aquel que una vez consideré mi hogar, ahora fuera el infierno más tortuoso que existía en la tierra. Necesitaba perderme en el bosque, llorar la muerte de ellos y sentirme sola. Quería...quería estar sola...

Mientras corría, me caí varias veces presa de aquel pánico que sentía dominar mi cuerpo. La pena me estaba destruyendo y me hacía gritar sin importar quién me encontraba delante.

Cuando por fin pude entrar en el bosque, dejé que mi tristeza me inundase:

-¡¡¡Nicolae...Nicolae!!!¿Por qué te has ido...? ¿Por qué me dejaste sola?

Me abrazaba a mí misma mientras gritaba de forma desgarradora. Con las rodillas en la tierra mojada y una fina lluvia que comenzaba a caer, me sentía en una burbuja de pena en la que no saldría jamás. Mientras que sujetaba mis brazos y me mecía al compás del viento, lloraba y gritaba sin cesar un solo segundo.

Pero algo cálido se depositó en mis hombros, pero no me fije en lo que sucedía en mi alrededor. Francamente, nada en el mundo me importaba y me importaba aún menos lo que pasara conmigo:

- ¡Oh dios mío, angelito!¡Tienes que venir conmigo para que puedas entrar en calor! Menos mal que mi nieto está de visita y puede ayudarme a llevarte a casa, ¡Frederick, Frederick cielo ven aquí!

La voz de una mujer mayor me hizo levantar los ojos hacia ella. Llevaba una capucha de un chubasquero amarillo y una cesta de lo que parecían ser diferentes hierbas de la zona. Varios pasos que parecían venir rápidamente, pude escucharlos acercándose a nosotras. Era incapaz de hablar o de si quiera echarlos para volver a quedarme sola.

Un hombre joven me miró con profundo pesar y entonces, aquella mujer le dijo:

- ¡Vamos, tenemos que llevarla a la tienda para que entre el calor!¡No hay nada como el té de la abuela Betty para aliviar las penas!

No le dije nada, aunque quise mandarla a la mierda más lejana que me conocía. Pero, antes de decir nada, aquel hombre me tomó en brazos con amabilidad envuelta en aquella manta mientras que caminábamos a paso lento. La voz de esa mujer cantaba una especie de nana que, en cuanto la escuché, mis sentidos comenzaron a aletargarse y caí profundamente dormida.

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