CAPÍTULO 4: LA CALIDEZ DE UN CORAZÓN MUERTO
DROGO
Nunca había sentido tal desesperación y miedo en mi vida. El no saber nada de mis hermanos mientras que oía los gritos de Lorie cada día me tenía en una completa locura que no podía soportar.
Lo peor de todo es que aquella mujer me obligaba a beber su sangre sin excepción de un solo día. Su sangre era repulsiva para mí y sin quererlo, recordaba aquella microscópica gota de Catherine en mis labios aquella noche.
Era tan dulce como el vino, con especias que se introducían en la nariz y su sabor era tan profundo que se expandía debajo de mi piel. Una sola gota de su sangre me llevó a un paraíso del que no deseaba regresar a la realidad.
Pero ella ya no está y nunca fue para mí. La tristeza de no saber nada de ella teniendo a la arpía de Claudette por la zona, me hacía sentir terror, pero no por mí sino por ella.
Por mucho que le preguntara por Cathy, ella siempre se mostraba evasiva. Era una criatura tan enfermiza que no entendía como ese tipo de mujeres se las respetaba tanto en la aristocracia vampírica.
Claudette entró a mi cuarto con su habitual bata de color rojo adornada con cientos de plumas del mismo color alrededor de su cuello. En sus manos había una copa de vino que ella se tomaba cada vez que ella me usaba sin piedad y de la que luego bebía yo después de que ella introdujera aquel compuesto que usaba para adormecerme.
Aquella solución de vino mezclada con una especie de polvos de color rosado, generaban alucinaciones y aletargamiento. Jugaba con mi mente mostrándome aquello que deseaba ver. Cuando los labios de Claudette se posaban sobre los míos no la veía a ella sino a Catherine y eso ella lo sabía bien. Pero lo peor de todo es que ella disfrutaba todo aquello, disfrutaba su victoria y su férrea dictadura en la mansión.
Todo lo de su alrededor le pertenecía a pesar de que aún no había sido casada con Nicolae, pero en los papeles se indicaba que estaban prometidos. En el mundo vampírico se tenía la costumbre de vivir mínimo un año juntos antes de que una pareja de prometidos se casara porque los divorcios, aunque se podían permitir, no estaban muy bien vistos.
El problema venía con las bodas de los Originales. Si un original se casaba con una vampira de más bajo estatus, ella le pertenecía por todo el tiempo que él deseara.
Aquellas normas me parecían arcaicas e innecesarias, pero al menos, en lo que a papeles se refiere, teníamos un cierto tiempo hasta que se casaran Claudette y mi hermano ya que ella solicitó los papeles hace unos dos meses.
La razón era porque el padre de Claudette se negaba a esperar más tiempo ya que las malas lenguas decían que su hija no estaba comportándose de acuerdo a su estatus y que debía casarse ya porque llevaba cuatro años con Nicolae viviendo bajo el mismo techo.
Por esa razón, ella extremó toda precaución para que su padre no terminara de molestarse y no le permitiera estar más con Nicolae aunque no pensaba que ella realmente lo amara.
Ella me usaba como quería y cuando quería. En estos momentos, me miraba de una forma posesiva como si yo fuera el premio que se había ganado y que deseaba disfrutar.
Sus movimientos eran como de un león ante una solitaria gacela que sólo desea correr en libertad; ella era una víbora cargada de veneno y estaba dispuesta a pasarme su veneno poco a poco hasta doblegarme a ella.
Mientras estaba encima de mí, ella me susurraba frases que me daban asco y me ponían la piel erizada:
-Sabes que eres mío... ¿Verdad?
Sus manos estaban sobre mi pecho y sus uñas se clavaban en mi piel hasta hacerme sangrar. Sus movimientos comenzaban a hacerse más violentos hasta provocarme dolor en mi bajo vientre. Aquella tortura era algo que no podía acostumbrarme por mucho que ella me drogara; mi cuerpo no respondía a su piel y eso dolía.
-No vas a escapar de mí, Drogo; todos vosotros sois míos...
Aquella mujer había perdido la razón y nadie hacía nada para impedirlo. Cuando ella terminó conmigo se marchó del cuarto para salir como todos los días. Esos momentos eran los que más disfrutaba porque podía sentir un remanso de paz en el infierno donde estaba metido.
Las cadenas que ella me había puesto eran imposibles de quitar ni, aunque le propinara toda la fuerza que albergaba. Más de una vez lo he intentado y el resultado era siempre el mismo: mis muñecas sangrando y Claudette propinándome un golpe en la cara hasta hacerme sangrar.
Tras marcharse cerré los ojos y me dejé ir por el cansancio.
CATHERINE
Cuando Sebastián se marchó temprano en la mañana, decidí ir a dar un paseo en busca de inspiración para escribir más tarde.
Estos días habían sido tranquilos, pero aún tenía pendiente comentarle el tema de la maternidad a Sebastián. El tema era algo complejo de abordar y más para una persona que era médico y tenía la vida tan ocupada. El tema de la manada tampoco ayudaba ya que él también era el médico de los suyos y, a veces, tenía que marcharse un tiempo para poder cuidar a su especie.
En la época de celo, él tenía que irse por meses enteros para atender a todos los partos de todas las hembras ya que podían estar en riesgo. Los bebés de mujeres y hombres lobo eran mucho más fuertes y grandes que los humanos por lo que el embarazo era complejo y arriesgado. Además, las patadas de estos bebés a veces ocasionaban problemas en la matriz maternal por lo que Sebastián no solo llevaba un seguimiento del parto sino del embarazo.
A cambio de todo ello, los embarazos solo duraban cinco meses ya que el cuerpo de la madre no podía soportar al bebé en su interior más tiempo al crecer mucho en poco tiempo.
Las posibilidades de que si quedaba embarazada de Sebastián fuera un lobo eran altas y no negaba que sentía miedo, pero era algo que deseaba tener en mi vida costara lo que costara.
Tomé el abrigo del perchero y salí al exterior. El sol era agradable y la brisa no era demasiado violenta.
Caminaba sin un rumbo predeterminado, pero en seguida me di cuenta donde me llevaron los pies; la casa de los Bartholy.
Algo siempre me traía a aquel lugar, como si algo hubiera allí que necesitara. Sabía bien que eso no era así porque todos se habían marchado según la nueva inquilina de la mansión.
Mis manos fueron a parar a la puerta de las rejas del exterior. Entré al jardín de la entrada de la mansión para ver las hermosas flores y oler su fragancia. La paz de aquel lugar activaba mi inspiración, por lo que saqué el cuaderno de mi bolso para escribir sentada en el borde de la fuente de la entrada.
Pero un grito de mujer procedente del interior de la mansión hizo que mis notas se derramaran por el suelo.
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