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CAPÍTULO 36: PROBLEMAS EN EL EXILIO

Sophie en la foto(L)


SOPHIE

Cuando dejé a Peter con Antonella tenía la misma sensación de dejar a mi pequeño en un lugar inhóspito que podía dañarle. No miraba a mi hijo como un hombre sino como un niño indefenso, aunque bien sabía que no era así. Pero no podía evitarlo; era ese sentimiento maternal tan fuerte el que hablaba por mí.

Debía de ocultarlo bien de las garras de Víktor hasta que pudiéramos traer los refuerzos necesarios y acabar con el clan de los Diez. Debíamos de poner a otros al poder que fueran transigentes y justos con el mundo donde vivíamos, restableciendo así el equilibrio entre el mundo humano y el no humano.

Peter iba a ser uno de los que se encargara de esa misión, él iba a ser el guardaespaldas de Antonella en sus viajes mientras que yo sería el muro de contención que los volviera invisibles a ojos de Víktor.

Había vuelto a casa y me encontraba con los nervios a flor de piel pensando en la llegada de él y en su mal humor. Estaba segura que algo iba a hacer y, conociendo su temperamento, temía su ira.

El teléfono sonó en el interior de mi bolso y un número conocido se iluminó en mi pantalla. Era evidente que él iba a preguntarme...

-Sophie, debes de venir al Exilio; hay algo importante que voy a anunciar.

-¿De qué se trata?-Le pregunté curiosa.

Él pareció pensarse el decirme algo más o esperar pero, antes de colgar, me dio una pequeña vista:

-Hay un nuevo miembro en el clan en sustitución de uno de los miembros. Digamos que ha habido una baja por temas familiares y he elegido a alguien en su lugar. Ven pronto para que puedas verle.

Asentí y colgué el teléfono con un sentimiento extraño, ¿A qué estaba jugando?¿Qué estrategia estaba usando?


Pero no iba a demorarme demasiado haciendo mis cavilaciones; era hora de averiguarlo e informar lo más pronto posible a Antonella. Era de vital importancia estar advertidas de cualquier cambio, sobre todo si había un nuevo miembro, ¿Sería vampiro u hombre lobo?

Tomé el coche y conduje a gran velocidad por el camino que me sabía demasiado bien de memoria. Deseaba con todas mis fuerzas abandonar ese lugar y restablecerme en un país lleno de flores y vegetación; estaba realmente harta de la arena y la soledad que proporcionaba ese eterno desierto.


NICOLE

Estábamos cerca del amanecer y sentía como lentamente el calor iba creciendo e iba disipándose el frío gélido de la noche. Tenía el cuerpo amoratado y deseaba poder dormir durante horas en algo semejante a un colchón, con eso me conformaba.

Antonella no había hablado durante todo el trayecto y apenas se había movido del lugar. Era una mujer muy seria pero también parecía guardar un duro pasado a sus espaldas.

La entendía bien aunque no sé lo que se debe sentir ser hermana de alguien tan diferente a ti y con unos sentimientos tan negros como Víktor; debe ser doloroso ver como su único hermano se disuelve cada vez más en la oscuridad.

Ahora comprendía bien el motivo por el que los Bartholy nunca disfrutaban de la compañía de su "padre", era porque simplemente era un invitado no deseado además de que la familia para él no significaba nada más que un trofeo del cual presumir.

-Quedan tan solo un par de horas para llegar. Recuerda que no debes hablar a no ser que te pregunten y lo más importante; finge la mayor naturalidad que puedas. Recuerda que al más mínimo indicio de que te oculto, todo mi plan de desmantelar el Exilio, se irá al traste.

-Entendido, cumpliré mi palabra.

Ella asintió bajo su enorme sombrero mientras que apretaba más las riendas de su camello. Comenzó a acelerar y el mío hizo justamente lo mismo. Pasamos de trotar a un paso tranquilo a devorar las dunas a nuestro paso. El viento hacía golpear las partículas de arena en mi cara, provocándome unos picores realmente incómodos.

-Creo que no voy a volver a una maldita playa en mi vida; odio la arena

Antonella se rió débilmente, dándome la razón. Me extrañaba mucho que a ella le disgustara donde vivía porque era evidente que nadie en su sano juicio estaría a disgusto en un hogar así.

Pero Antonella parecía que estaba tan incómoda como yo, como si las circunstancias la hubieran llevado a vivir allí. Tras un enorme silencio, ella comenzó a hablar:

-Mi casa daba a un campo de tulipanes y no a un desierto lleno de dunas, créeme cuando te digo que sé lo que sientes. Esa angustia de no ver más que siempre arena y más arena y una enorme soledad. Aquí no hay pájaros que trinan sino escorpiones que se cuelan en tu propia casa o arañas rojas que pueden picarte. Aunque admito que he sabido ver lo bueno del desierto cuando cae la noche y la arena brilla como cientos de estrellas; ese es mi momento preferido.

A pesar de ser una mujer rodeada de lujos, ella parecía ser una persona sencilla que no se contentaba con mucho para ser feliz. Estaba segura que ese porte era algo que le habían inculcado de la cuna porque se olía a kilómetros que había pertenecido a una familia pudiente.

Entonces, una enorme muralla apareció ante mi vista y una enorme alegría se apoderó de mí. Intenté que no se me notase y mantener la calma como me había dicho Antonella porque el volver al Exilio no era opción.

Ella me miró y me hizo la señal de que tuviéramos cuidado, cubriéndome bien mi rostro para que apenas pudieran reconocerme.

-Buenos días señor, vengo para poder tomar mi avión privado porque mi visita debe de irse de inmediato por asuntos familiares-Dijo Antonella al guardia que estaba apostado en la entrada.

Aquel tipo comenzó a mirarnos a ella y a mí, pero su rostro serio se cambió por completo cuando se dio cuenta con la mujer con la que estaba hablando:

- ¡Oh señorita Antonella, por supuesto! ¿Desea que la respalde a usted y su visita?

-Oh, no es necesario. Como he dicho, tenemos mucha prisa. Muchísimas gracias por su ofrecimiento-Dijo con una reverencia.

Aquel tipo se quitó de la puerta con una sonrisa bobalicona, no podía creer el tipo de seguridad que habían elegido para cuidar de la frontera...

Antonella comenzó a reírse y yo la miré intrigada, ¿Qué demonios pasaba?

-Digamos que hemos tenido una enorme suerte; ese tipo lleva enamorado de mí desde que comenzó a trabajar en el Exilio.

Ahora lo comprendía todo y terminamos riendo de aquella situación peliaguda que se había convertido en cómica. Su avión podía verse aparcado en el exterior de una parcela vallada, cuya puerta estaba cerrada y solo podía accederse con una tarjeta y un código.

Tan rápido que apenas pude darme cuenta, ya estábamosbajando del camello y subiendo al avión. Nunca la libertad me había sabido tanbien.

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