CAPÍTULO 33: REUNIONES Y LUCES EN EL CAMINO
DROGO
Por fin la tenía entre mis brazos y no cesaba en besarla ni un solo segundo. Estábamos en silencio con tan solo el ruido de nuestras bocas succionándose y acariciándose con fervor. No podía soportar un solo instante sin poder probar su desnudez de una maldita vez, por lo que hice un desvío antes de ir a la mansión.
Catherine se dio cuenta de mi intención y me preguntó un tanto extrañada:
-Drogo, ¿A dónde vamos?, la mansión no queda por aquí...
Sonreí en silencio con la intención de no mencionar a dónde íbamos ella y yo. Quería sorprenderla, hacerle sentir lo ansioso que estaba por ella y demostrarle lo mucho que la había necesitado todo este tiempo.
Era evidente que iba a pasar donde yo quería que pasara hacía cuatro años, en esa habitación de hotel donde probé su sabor. Donde nuestros hilos rojos quedaron enlazados por la sangre y por lo que sentía por ella. Al llegar a la puerta de aquel hotel, no necesité registrarme en la recepción porque aquel edificio entero me pertenecía por llevar el apellido Bartholy. Con la mujer de mi vida en brazos, subí lentamente los peldaños hasta el cuarto donde íbamos a dejar que nuestras bocas callasen y dejáramos hablar a nuestros corazones enclaustrados durante mucho tiempo.
Cerré la puerta con el pie mientras que llevaba a Catherine en brazos. Su mirada lo decía todo sin necesidad de palabras; ella estaba tan ansiosa como yo. La tumbé sobre el sofá del comedor y me deslicé sobre ella quedando ambos pegados, sintiendo el calor de ella lentamente introduciéndose dentro de mi camiseta.
Nuestras bocas parecían tener un hambre que no se saciaba nunca y nuestros cuerpos sentían tanto placer que parecíamos levitar en aquel cuarto.
-No te imaginas lo mucho que te he echado de menos, lo mucho que te he necesitado a mi lado...
No sentí mis lágrimas caer hasta que Catherine las limpió con sus pequeñas manos. Parecía emocionada y feliz como yo, sus ojos cristalinos eran la ventana a la ansiada libertad que deseaba alcanzar.
-Yo también te he echado de menos Drogo; pensé que te habías ido y que me habías abandonado. Admito que te tuve miedo una vez, pero mis sentimientos me hicieron recobrar la razón. El ver como pasaba el tiempo y no estabas conmigo fue el detonante de darme cuenta de todo lo que guardaba dentro de mí. No me permití quererte como deseaba y como tú merecías, pero estoy preparada para ello.
No necesité saber más; con solo esas palabras obtuve la aceptación que llevaba años buscando en una mujer. Tantos siglos solo, tantos cuerpos que habían yacido debajo de mí, pero ninguno me había hecho llorar como esa humana que para muchos de mi raza parecía ser insignificante, pero para mí representaba todo aquello que anhelaba y que deseaba.
Ese momento era nuestro e íbamos a aprovecharlo como si el mundo nos perteneciera.
PETER
Me encontraba más recuperado gracias a los constantes cuidados de Antonella. Cada vez tenía mayor confianza en ella porque me había demostrado que realmente se preocupaba por mí. Me había traído cientos de libros con los que pasé los ratos entretenido haciendo que las noches no fuesen tan largas.
Al menos la pobre mujer de servicio ya no me dejaba la copa de sangre y se iba corriendo por miedo a que le hiciera daño y eso se lo agradecía a Antonella y a su paciencia en explicarle a todos acerca de mi condición. No sabía cuánto tiempo iba a estar allí, pero ella me prometió que sería el menor tiempo posible hasta que solucionara el problema del Exilio.
Ella pretendía hacer justicia y eliminar a unos cuantos altos cargos de esa sociedad, pero el que más contaba era Víktor. Él era el que más leyes había decretado y el principal verdugo de los vampiros que osaban no acatar el estilo de vida que él consideraba aceptable.
Temía que ese poder se hiciera más y más grande y que las leyes del consejo vampírico fuesen más estrictas. Crearían una sociedad más maquiavélica y menos humanizada, con el único propósito de vivir para los deseos propios sin pensar en nada más.
Ese tipo de mundo no era el que yo quería, no era el adecuado ni para los vampiros ni para el resto de demás especies. Estaba harto de quedar siempre en la sombra sin poder luchar a favor de la causa y era hora de hacer algo. Tomé la decisión de hablar con Antonella y ayudarla a desmantelar al consejo que gobernaba el Exilio.
Mientras que estaba escribiendo algo de poesía en el cuaderno que me habían dado, un golpe en la puerta sonó y me hizo sentarme en la cama. Antonella entró con un vaso de sangre y una sonrisa a la que me estaba acostumbrando:
-¿Qué tal te encuentras?-Me preguntó mientras se sentaba a mi lado.
-Mucho mejor, gracias por haber cuidado tan bien de mí; ha sido muy hospitalaria.
-No me tienes que agradecer, ya te dije que quiero ayudarte.
Asentí en silencio mientras que ella parecía querer decirme algo. Parecía un poco más seria de lo normal, lo que me hizo sospechar de que algo estaba pasando:
-Verás Peter, voy a ausentarme unos días por unos problemas que debo solucionar. Hasta entonces, no quiero que salgas de aquí porque es peligroso y no tengo suficiente protección para un vampiro como tú en esta casa. Recuerda que todos somos humanos menos tú por lo que si vienen a atacarte, no podrán ayudarte y estás convaleciente. Prométeme que no saldrás de aquí hasta que yo vuelva.
No podía negarme a tal cosa porque era la casa de ella y veía irrespetuoso pasear por mis anchas. Por otra parte, era cierto que si me descubrían podría provocar demasiados daños en vez de ayudar. Asentí lentamente y Antonella me tomó de la mano mirándome como una madre mira a su hijo antes de irse a dormir. Había en ella un aura tranquilizadora que no sabía bien de dónde provenía, pero era reconfortante:
-Eres un buen chico Peter, siempre lo has sido y eso no lo olvides jamás.
Con esa enigmática frase, ella se marchó a paso lento y silencioso, dejándome de nuevo solo en aquella inmensa habitación. No sabía cuantos días permanecería encerrado pero tenía una cierta experiencia en el tema cuando no llevaba demasiado tiempo siendo un vampiro y la sed de sangre me impedía salir de la mansión.
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