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CAPÍTULO 17: NO ESTOY SOLA

Maratón día 3 (2/2)

Capítulo bomba


CATHERINE

Había pasado una semana desde que Sebastián se marchó y aún no tenía noticias de él. Desde que se marchó, me he sentido peor de salud y la preocupación me ha cerrado el estómago.

Lo llamé cientos de veces, pero él ni se dignó en devolverme las llamadas. Sabía que estaba ocupado con el tema de su clan, pero...pensaba que yo también era una de sus prioridades.

Me prometió que nada cambiaría, que todo sería como siempre y que los meses pasarían muy rápido, pero esta semana en la soledad y silencio en la que me vi envuelta el tiempo me ha parecido demasiado largo.

Al final decidí pasar olímpicamente de él porque no merecía mi tiempo. Me había cansado de esa maldita situación que me estaba enfermando peligrosamente hasta el punto que apenas me mantenía en pie. Por desgracia no pude ir a ver a Drogo esta semana por culpa de mi debilidad, por lo que fue aún más horrible el saber que lo tenía tan cerca y tan lejos al mismo tiempo.

Me arrastré a la cocina a beber agua. Mi garganta estaba seca por culpa de mis ojos delatores tan enrojecidos de llorar. Estaba en un estado tan lamentable que temía asomar la nariz por la ventana porque asustaría a cualquiera que paseara por la zona.

Mi debilidad había empeorado enormemente sintiendo unos dolores tan horribles que congelaban mi cuerpo. Sin querer, mi mente viajó al pasado, justo cuando Nicole tuvo su primer "ataque"

Era otoño y las hojas se amontonaban bajo los árboles de jardín. Nos despertamos con las pilas cargadas para desayunar cuanto antes y prepararnos para hacer ángeles en la tierra aún húmeda por la humedad de la mañana.

Recuerdo como mi hermana se echó los cereales en un cuento y levantó la cuchara. Cuando ella se quedó parada con la cuchara en el aire la miré extrañada y comencé a reírme por su broma, pero cuando comenzó a temblequear y a llorar intentando mover aquel brazo bloqueado, le grité con nerviosismo:

- "¡Ya basta, no tiene gracia Nicole!"

Pero ella no se reía porque no estaba fingiendo.

Y así pasaron los años, de casa al hospital, pasando por cientos de pruebas que no dieron con lo que tenía mi hermana. Los otoños yo era la única que podía hacer ángeles en la tierra porque Nicole comenzó a estar en silla de ruedas o con muletas. Rara vez no tenía una extremidad paralizada a causa de esa extraña enfermedad que nadie sabía. Pero a pesar de ello, mi hermana finalizó sus estudios, aunque a veces tenía que examinarse en fechas donde todos tenían vacaciones porque ella no podía escribir o estudiar por culpa de sus continuas recaídas.

Ella siempre se decía que no valía nada y que nadie la miraría como a una verdadera mujer por culpa de lo que le ocurría. Cuando nuestra madre enfermó, ambas quedamos solas porque mi padre no soportó la presión de ver a su mujer y su hija enfermas de forma irremediable.

Fue un cobarde y me alegro que se largara.

Los dolores que sentía en ese momento me recordaban terriblemente a los que sufría mi hermana. La debilidad era otra de las cosas que ella padecía y el bloqueo de las extremidades, como me ocurría a veces, también le pasaba.

Temía tener lo mismo que ella, temía tener que despedirme de la vida tan pronto. No estaba preparada de decir adiós a nadie; ni siquiera había superado lo de Nicole.

Era evidente que debía de poner punto y final a mi sufrimiento e ir al médico. Decidí ir a otra consulta donde nadie me reconociese para que no pudieran decirle a Sebastián si me encontraban algo.

Tomé un taxi porque no podía conducir y mucho menos ir a la parada del autobús. El conductor fue muy amable al ayudarme a entrar, aunque lo hice de una forma torpe y poco digna.

El enorme cartel del hospital se hizo visible al aparcar en la puerta del mismo. El conductor me abrió la puerta gentilmente, me ayudó a salir y tras pagarle se marchó. Cuando entré a la sala, la recepcionista vi lo que me costaba andar y llamó inmediatamente a una enfermera para que me atendiera. Con una silla de ruedas me subió a ella con el rostro preocupado; yo sabía perfectamente el efecto que iba a causar mi aspecto así que no me sorprendía.

Tenía el aspecto de haberme rendido ante la vida, de que ya no tenía nada por lo que seguir respirando y lo cierto es que cada vez tenía menos cosas por las que hacerlo. Lo estaba perdiendo todo y yo...no sabía qué hacer ni en quien refugiarme porque estaba sola en el mundo.

Me llevaron a una sala donde comenzaron a revisarme y extraerme varios tubos de sangre para analizar. El médico me dijo que probablemente tendría falta de vitaminas porque mi peso era demasiado bajo para mi estatura además de mi debilidad.

Pero el nombre de la enfermedad de mi hermana pasaba por mi mente una y otra vez. Retuve el llanto con fuerza como si la vida dependiera de ello para honrar la fortaleza de mi hermana cuando afrontó que le quedaban dos años de vida. No iba a hacerme ilusiones porque dos de mis familiares más cercanos habían padecido la enfermedad y los síntomas me los conocía de sobra.

Me tumbé en la camilla mirando los focos cegadores del techo, pidiendo que al menos me dieran suficiente tiempo para ver a Drogo una última vez. Lo único que necesitaba para partir en paz era sentir sus brazos a mi alrededor y su melodiosa voz en mi oído. Para mí, si los ángeles existieran, él sería uno de ellos y si la muerte me llevase quisiera que fuera él el que me arrebatase mi último suspiro.

Tras minutos eternos que parecían estancarse en el tiempo, la misma enfermera que me trajo en la silla de ruedas, vino con un sobre blanco abierto y varios folios. Los resultados ya estaban en sus manos, pero lo que no me esperaba era lo que me dijo.

Yo pensaba que estaba sola y no era cierto, porque Sebastián antes de irse me dejó embarazada.

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