Capítulo 5
La puerta del cuarto donde planeaba las cosas se abrió. Bajo su marco, Mei y el extraño pasaron dispuestos a discutir varias cosas, siendo el invitado el que cerrara la puerta tras de sí. Dentro de la habitación se hallaban montones de papeles, cuyo contenido mostraba que el rescate estaba por ser ejecutado y, de salir bien, podía desmoronar sus planes respecto a su familia, además de llevarse un buen regaño por parte de Zane; Mei lo guío hasta una de las sillas, a la le pidió con gestos que se sentara. Habiendo cumplido aquello, se dispusieron a hablar.
Mei tomó la palabra primero.
-¿Qué te hizo venir aquí?
-Nada que sea tan de mi interés -respondió el "Zoroark" presente-. Sólo que usted busca hacerse enemiga de nosotros.
-No es mi culpa que estén a la mira por una acción como esa -dijo en un tono indiferente-, tu gente fue la que lo deseó.
-Que hubiesen varios con ese anhelo no lo niego, pero -inclinó su espalda unos grados hacia adelante, con el rostro fijo en ella-... De ahí a decir que todos deseaban aquello... es un poco precipitado, ¿no?
-Créeme cuando te digo que no es un prejuicio lo que acabo de mencionar. Es perfectamente natural el que un pueblo, traicionado por su propio gobernante, quiera derrocarlo y recuperar lo que es suyo por derecho -respiró profundo y exhaló lentamente-. Y el que estés aquí significa que eres un traidor.
-Básicamente -chasqueó los dedos presuntuosamente-... Sí. Y si crees que lo hice por otros motivos que no sean el poder y la ambición, déjame decirte que...
-¿Estoy en lo correcto?
-Todo lo contrario, aunque puede ocurrir que tarde o temprano ése sea el motivo ganador de toda contienda. Claro, las excepciones son poderosas, tanto que aquél anhelo de retener despiadadamente aquello que consiguieron cambia por completo al afrontarse a otras situaciones... En éste caso, a los pobladores originales -hizo un ademán con la mano derecha-. Pero ese problema es tan fácil de dejar de lado, que no dudo que un movimiento con buenas intenciones se convierta en una caravana de repugnancia moral y propagandística. Claro, todo esto es pura cháchara.
El silencio se impuso por breves instantes, que se sintieron más largos que un viaje al otro lado del mundo. Lin Mei no sabía qué palabras usar, puesto que todo lo que había dicho el invitado era muy saturado, siendo acomodado por él como una serie de argumentos... que no tenían razón de aparecer. Parecía que, por una u otra razón, quisiese que siguiera en lo que, ella veía, un juego psicológico sin ganador alguno. La única forma de saber a qué rayos se refería, era seguir charlando.
-¿A qué quieres llegar con todo esto? ¿Cuáles son tus verdaderas intenciones?
De nuevo, el pulcro sonido de la nada se presentó, pareciendo más embriagador que nunca. En él, sin embargo, aquellos efectos pasaron sin pena ni gloria.
-Tú sí que eres curiosa, pero de acuerdo. La realidad es que... Yo mismo tengo aprecio por aquella aldea, y por lo mismo debo advertirte...
Se levantó de la silla y, encaminando sus pasos, acercó su cabeza a la oreja derecha de la Lopunny. Abrió sus labios, susurró unas cuantas palabras, y habiendo hecho eso, regresó de nuevo a su asiento. El rostro de Lin, antes carente de sentimientos, cambió a uno de confusión.
-¿En serio... Hay más de ellos? -el Zoroark afirmó con la cabeza-. Pero... ¿Por qué?
-Erindor sigue siendo objeto de odio y desprecio -alegó-. Si bien el reino cuenta con varios aliados, los mismos sospechan que algo se teje en lo oculto. Temen que, en un momento dado, Erindor comience a decaer desde los cimientos.
-Un segundo -interrumpió-. ¿Por qué Erindor decaería desde su interior? Sé que tu aldea puede ser una causa, pero fuera de eso no ha existido posibilidad alguna de un posible enemigo del exterior.
Parecía que el silencio hubiese tomado un hábito ahí, pues volvieron a estar así por unos segundos más. Mei se levantó del asiento, caminó a la puerta y la abrió.
-Si sólo viniste para gastar mi tiempo, lárgate -su tono de molestia hizo acto de presencia-. Resultaste ser más inútil de lo que pensé.
-Oh, mis sentimientos. Los heriste -actuó ridículamente su tristeza, tomando su pecho con ambas manos. Postrer a eso, soltó una carcajada-... Sabía que no podía detener tus planes de rescate. Pero créeme -se levantó de la silla y se dirigió a ella-, eso se puede convertir en una ventaja. Y una muy sucia -el ceño de Mei empezó a menguar-. ¿Por qué crees que nos llaman "los maestros del engaño"? Para todo hay una razón, y la que se teje dentro de aquél plan de recuperación... puedo asegurarte que no huele a rosas, ni mucho menos me fiaría de mis propios planes. El secreto de un campo de batalla es el mismo, sea la época que sea...
Una vez más, el silencio invadió el recinto. Mei parecía más perdida que antes, y no se le puede culpar, aquella charla había pasado a mayores. Eso lo notó el Zoroark, por que creyó conveniente cumplir la susodicha petición de la Lopunny.
-Bueno -dio un aplauso y se levantó de la silla-, fue todo un placer haber venido hasta acá, y ya debo irme -cruzó la puerta, volteó a verla y le dijo unas últimas palabras-. Yo que tú, esperaría por un tiempo, a que las cosas se aclaren un poco. Así podrías saber si mis sospechas son ciertas.
Dicho eso, descendió por las escaleras, salió del recinto y se marchó; Mei volvió su mirada a la mesa, con un gesto de duda prominente en rostro, reflexionando esa plática palabra por palabra, intentando analizar lo que verdaderamente quería decir. Tras pensarlo bastante, decidió no seguir más con eso y, motivada posiblemente por aquella frase final, agarró los papeles, los acomodó y los guardó adentro de un cajón. Posterior a eso, salió de la habitación y se dirigió directamente al jefe de la guardia real, con el fin de comentarle su decisión.
-¿Estás segura de eso, Mei? -indagó el jefe desconfiado-. Si te dijo que hicieras eso, no creo que debería darle tanta importancia. Los de su especie son expertos en el engaño.
-Por eso -contestó ella-. No confío tanto en el, pero algo me dice que el secuestro no es más que una treta. Sólo piénselo: el momento en donde el reino queda a merced del enemigo es cuando no hay quien los proteja... y usted aún está aquí.
El jefe se rascó la nuca, con el ceño fruncido. Suspiró pesadamente, y asintió con la cabeza la decisión que Mei había tomado. A ustedes les podrá parecer una reverenda estupidez, pero a veces lo más estúpido resulta ser lo más acertado que se puede hacer, y ella lo hizo así. Preguntó por el visitante, pero aparentemente nunca se le vio abandonar el palacio; nadie lo vio en esa noche.
En lo que todo eso ocurría, Riku y Sora se hallaban cenando. El Zorua masticaba apresuradamente sus bayas mientras su hermana permanecía ahí, apenas tomando una y llevándosela a la boca, pensativa.
-Em... Sora -ella levantó una ceja, saliendo de su mente sin denotarlo mucho-... ¿Qué tienes?
-Oh -agarró otra baya y se la comió-, es el estúpido de Zen. No sé ni siquiera qué es lo que le haré.
-Tal vez podrías llevarle un plato de bayas.
Aquél comentario le molestó bastante, frunciendo su ceño y dirigiendo la mirada a él.
-¿Es en serio?
-¿Qué?
-¿Darle bayas? ¿Qué diablos tienes en la cabeza? -dejó caer sus brazos pesadamente sobre la mesa, sacudiendo el mueble al momento-. No merece nada. Si tiene que comer, ahí hay fruta podrida. Es excelente.
-Pero puede morir de inanición si no come, y de envenamiento si se come las bayas podridas -respondió Riku también molesto.
-Mejor para mí. Así no tendremos que matarlo con nuestras manos -contestó eufórica, su media sonrisa delataba aquél sentimiento.
-Sora -Riku la miró con fastidio-...
Ella permaneció inmóvil, indiferente a la expresión de su hermanito. Sin embargo, no pudo resistir más y suspiró con pesadez; era notorio que era débil a su hermano cuando éste se proponía a hacer algo. Se levantó de la mesa, tomó un plato de la alacena, abrió el cesto donde guardaban las bayas, las frió y colocó en el plato. Segundos después, se dirigió a la puerta con el recipiente en la mano derecha; Riku la vio curioso.
-Vuelvo enseguida -dijo antes de cerrar la puerta, acto que no tardó ni un segundo.
El mismo, todavía sentado (a su manera), se limitó a sonreír alegremente. Un brillo salió de sus ojos, siendo prueba de que había conseguido lo suyo.
-Sabía que eres alguien amable-comentó-, aunque... es algo bastante cliché. El rudo mostrando su lado tierno... se me hace que lo he visto en otras veces -permaneció con el gesto de duda por unos segundos más, y lo cambió por otro de alegría-... No importa. Con tal de que te lleves mejor con él.
Sin saberlo, alguien más había presenciado la escena. Sumido en sus pensamientos, notó que del interior de su subconsciente surgían recuerdos de... él, cuando era... joven. Se agarró la cabeza con ambas extremidades delanteras, presionando levemente sobre la misma, y no tardó mucho para recordar esa voz...
¿Quién te crees que eres, eh?
No, no, no... No podían volver a él, no debían. Su trabajo era permanecer en blanco, hacer las cosas, ejecutar acciones, todo por el bien mayor de su descendiente...
Así que... Te gusto... Je, pensé que nunca pasaría...
Un quejido de su parte salió de su boca, mientras sostenía su pecho con sus brazos. Contrario a lo que pueda pensarse, no le dolía ni nada por el estilo. Lo hizo simplemente porque sí, y eso era algo que pocas veces había vivido.
-Vaya que los sentimientos pueden jugar en contra de uno-admitió de forma pesada y soez a la vez-, suelen ser un obstáculo. En fin -se repuso e irguió su espalda-, será mejor que me vaya. No tengo nada que hacer aquí.
Dichas estas palabras dio un brinco, aterrizó al suelo y corrió en dirección a otra parte, todo eso en un santiamén. Pareciera que, por esos instantes, se hubiese vuelto en un fantasma, pues nadie reparó en ese personaje cuando éste corría, como si su cuerpo se fundiera perfectamente con la oscuridad de la noche. Sí, ese ser estaba lleno de sorpresas.
En lo que eso sucedía, Sora estaba a 34 centímetros de llegar a la puerta (no pregunten el porqué de la precisión). No obstante, dentro de sí se hacía una batalla por saber qué parte tenía razón: la parte que le decía que debía dejarlo así, y la otra que le recordaba lo prometido a su hermanito. Inmersa en esa discusión interna, chocó contra algo muy duro en su cara, aunque no la hizo caer. Abrió los ojos y vio de qué se trataba: había llegado a su destino.
-Argh, estúpido cerebro -dijo para sí misma, enojada-. Eres de lo peor.
-Sabes que te puedo escuchar desde adentro, ¿no? -interrogó una voz masculina, proveniente del interior de la cabaña.
Primero sorprendida, se percató de ello y, avergonzada, se dio una palmada en la cara a modo de su estupidez. Abrió la puerta con enojo y la azotó tras de sí, provocando un ruido que sobresaltó al prisionero. Hablando de este último, se sorprendió al verla con un plato de comida. Con lo poco que había convivido a su lado y haber notado ese odio que Sora le expresaba, era algo sumamente raro; dentro de sí mismo, imaginó que alguien debía de haber intervenido. Sora sólo se limitó a dejar el plato en el suelo de la celda, sentándose en el acto. Esto no hizo más que aumentar la curiosidad en Zen.
-Adelante, come -dijo Sora con malos aires.
Zen no tuvo de otra, tomó el plato y lo vio. En serio, no sabía si darle las gracias o simplemente dejarlo.
-¿Qué es esto? -preguntó por fin.
-Bayas fritas -contestó ella, a lo que el príncipe puso cara de confusión-. ¿Qué?
-¿Desde cuándo las bayas se fríen? -inquirió dudoso el Lucario.
-Desde que tienes uso de la razón, idiota -contestó ella, con un tono irritante-. Ahora come -le ordenó.
Zen miró con algo de extrañeza el contenido, después dirigió su mirada a Sora y de nuevo al plato. Tomó una de las bayas y, dudoso, la llevó a la boca y la saboreó. Se sorprendió al probar que, contra lo que pensaba, la baya sabía muy bien, por lo que liberó un relajado:
-Mmmmm...
Procedió a comer dos o tres más, demostrando su recién gusto por ellas, por lo que quedaban unas cuantas más más en el plato.
-Muy bien -Sora se levantó del lugar en donde estaba y, aprovechando que su prisionero lo tenía entre sus manos, lo agarró-. Dámelo -lo jaló hacia ella.
-¡Oye! -hizo la misma acción que ella, llevando el plato hacia él de nuevo.
-No te atrevas a quitarme el plato...
Y así empezó una pelea más. Cada uno hacía lo posible por zafar el plato del otro, a veces Sora parecía ganar y otras veces era Zen quien llevaba el control de la misma. Llegó el punto de hacer que ambos empezaran a jalarse con fuerza, siendo sinónimo de golpes bruscos contra la reja.
-¡Ya dámelo! -dijo Sora furiosa.
-¡No, suéltalo! -respondió Zen con la misma ira que su contrincante.
Tan pronto como empezaron, no tardaron en volver la pelea más inmadura de lo que ya era, jalando el plato ahora como si fuera una cuerda. Éste, como si quisiera terminar con aquella absurda contienda, se resbaló lentamente de los dedos de ambos, hasta que...
Se cayó de las manos de ambos, lo que hizo que fueran disparados hacia los lados del cuarto. Quien la pasó peor fue Zen, pues su cara dio directo al suelo, hinchando así su nariz. Sora, que por suerte había caído de espaldas contra la pared, vio aquella escena y tuvo ganas de reír; extrañamente, no lo hizo.
Regresando a su lado cruel se levantó, se sacudió el polvo que tenía en su ropa y, a paso apresurado, se dirigió a la puerta.
-Malas noches, idiota.
Y cerró la puerta de golpe. Zen, ya algo recuperado, observó a su alrededor para ver con qué podría dormir. Para su suerte, se encontró con un montículo de paja... dentro de su celda.
Suspiró pesadamente.
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