Capítulo 2
La mañana chocó sobre su frente. Parpadeó lentamente antes de ponerse de pie, meta difícil si se toma en cuenta que con tanta cobija de tremendo tamaño le hacían la labor bastante complicada.
Él sabía eso, pero no le dio mucha importancia. Se movió por toda la cama buscando una orilla en la que pudiera sacar sus pies y colocarlos en el suelo, cosa que consiguió... cuando cayó al suelo de cara.
-¡Auch! -se reincorporó de nueva cuenta, pudiendo ya estar libre de esa jungla de tela-. Hmm, al menos ya no tengo que preocuparme.
Checó su reloj solar, ubicado justo al lado de la ventana. Eran las 7:05 AM, y sus labores como el "gobernante" del reino iniciaban a las 9:00 AM, lo que significaba que aún tenía tiempo. Sabiendo que la sirvienta llegaría a la recámara en eso de las 8:30 para levantarlo del sitio, prefirió hacer algo respecto a su habitación.
Empezó con los libros que habían regados por todo el piso, la mayoría siendo de fantasía e histórica. Los colocó en sus respectivos lugares, según el género literario y la letra del alfabeto, cosa muy normal para él verlo así. Terminado eso, se propuso cambiarse. Abrió el armario... y observó que tenía demasiada ropa.
-Por Arceus -golpeó su frente con la palma de su pata derecha-... ¿Cuántas veces les he dicho que dejen de comprarme ropa? Ni que fuera alguien perfecto -sacó un conjunto del tipo griego, muy anticuado hasta para él-. Y esto parece más una toalla. Aunque -se la puso encima de su pijama-... No, me desagrada bastante.
Se mantuvo así por un rato. Prenda por prenda, le parecía que los mismos lacayos habían sido entrenados para llenar al siguiente primogénito de lujos, lo que hacía que cayera en soberbia. No era algo que pensara permitir.
Por fin encontró algo de su agrado. Se trataba de un vestuario un tanto sencillo, pues eran una camisa de manga larga y un pantalón, ambos blancos. Lo que le llamó la atención fueron los detalles de las prendas, que parecían dibujos cuyo fin era más allá del estético. Se quitó la pijama, se vistió con el conjunto y, con ayuda del espejo, vio que era muy a lo suyo.
-Tiene buena pinta. No es excesivo pero tampoco muy simplón. Me encanta.
-Y a mí me encanta cómo te ves -dichas palabras hicieron que el chico pidiera, mentalmente, que no fuera quien creía que era.
Se dio la vuelta de inmediato, con deseos de querer correr como nunca, sólo para ser besado en los labios. Aunque ese tacto podía hacer sentir a cualquiera como alguien afortunado, para él no era más que una atadura más.
Cambió su gesto al separarse, quedando sus rostros fijos en el uno al otro.
-¿Te gustó? -preguntó coqueta la Lopunny.
-Ni cerca -dijo de forma tajante el Lucario, que la pasó de lado y salió del cuarto.
-Oh, por favor. Estoy intentando que esto funcione -reclamó la Lopunny, siguiendo al Lucario.
-Ya te lo he dicho, no me gustas. La razón por la que estás aquí es por el acuerdo que hizo mi padre con el tuyo -dijo el pokémon con un tono de leve fastidio.
-Es cierto, pero me harté de ser sólo eso -contestó ella, con el mismo tono usado por el azulado-. Lo único mejor que puedo hacer es darte una buena compañía.
-Hay otras formas de que nos llevemos bien. Además, no puedo imaginar que hayas aceptado esto, literalmente, de la noche a la mañana.
-Yo... Em... Bueno...
-¿Ves a lo que me refiero?
La coneja, al no tener un punto en contra de lo dicho por el Lucario, suspiró resignada. Había perdido de nuevo.
-Tienes razón -admitió de brazos cruzados-. Debí decirle eso a mi padre.
-Era un viejo muy terco -bromeó el canino-, y también muy chapado a la antigua.
-Sí, ¿qué padre soberano obliga a su hija a casarse con el príncipe de otro reino por un simple acuerdo? Eso no ha servido de mucho.
-Mira el lado bueno: no estamos casados. Lo que significa que aún podemos salir con quien queramos.
Siguieron con el asunto: cómo se habían conocido sus padres, de qué forma presentó el rey de Yangtsé su propuesta, hasta la forma en la que amenazó de muerte al rey de Erindor si lo rechazaba. Obviamente debía de haber una atracción para que tal unión forzada sucediera, por lo que la Lopunny se quedó a vivir con la familia real del reino; eventos ocurridos un año antes a la expulsión de los Zoroarks.
Y Lin Mei llegó a ese punto, estando ya sentados en la mesa.
-¿En serio no pudiste hacer nada para evitar el desastre? -indagó llevándose a la boca un trozo de pan dulce.
-Tenía 10 años en aquél entonces, ¿cómo esperabas qué tan siquiera cambiara las cosas con mi presencia? -alegó él tomando un sorbo de su leche.
-Bueno, tomando en cuenta que para ese entonces ya pensabas con iniciativa, mínimo habrías convencido a varios miembros del congreso -expresó Mei sosteniendo un pedazo de un vegetal en su mano derecha.
-Y casi lo consigo, pero -su vista decayó levemente, mientras en su mano izquierda sostenía el tenedor con algo de comida en el mismo-... Uno de los miembros, un representante, me pidió que no los hiciera cambiar de opinión.
El silencio entre los dos no tardó en volverse presente, y se tornó en algo intrigante. No era por ser entrometida, pero Mei solía ser insistente cuando algo le llamaba mucho la atención.
-Y ese representante, ¿de qué especie era exactamente?
No titubeó en contarle el resto de la historia. Bocado a bocado, la anécdota fluía sin otra interrupción más que la comida, pues hablaban después de ingerir su porción. Pasaron el desayuno de esa manera hasta que, habiendo terminado, pudieron abandonar la mesa.
-Entonces, ese representante evitó que se aplicara tu sugerencia.
-No eran muchos los que iban a aceptar, de todas formas. Es una ley impuesta por mi abuelo, por ende no es fácil de removerla por un miembro de la misma familia. Y más si dicho miembro está en el poder.
-Ojalá y ocurra lo mismo con el trabajo de los guardias -alegó Mei-, su oficio es muy exigente.
-Ellos lo saben muy bien -Mei lo miró, queriendo sacarle la verdad-. Bueno, se esfuerzan -dijo encogido de hombros.
Justo antes de llegar a la entrada del palacio, un siervo llegó corriendo hacia ellos dos. En su mano derecha cargaba lo que parecían sobres, posiblemente para el príncipe.
-Aquí están las cartas que hemos recibido, Alteza -dijo el Sceptile posterior a una reverencia a los dos-. Y una más, para la princesa Mei.
-¡Genial! -le arrebató el sobre de su mano en un movimiento veloz-. Gracias. Vuelvo enseguida -pronunció antes de irse del lugar.
-Está bien -expresó el Lucario con una sonrisa-. ¿Y para mí?
-Una en donde los habitantes del reino han depositado todas sus necesidades -le entregó el sobre cordialmente-, y otro que reza... "advertencia".
-¿Qué? -dijo sorprendido-. ¿No tiene remitente?
-No -agachó la cabeza y se acercó a sus oídos-, pero no hay necesidad de que lo tenga -señaló el sello que mantenía cerrado el sobre-. Me temo que alguien intenta hacerle un mal a usted.
El silencio se volvió predominante en el lugar. El peso que representaba dicho escudo no podía ser algo bueno, aunque sabía (y confiaba) que aquél conocido no movería un dedo para dañarlo.
-Lo dejaré a solas -avisó con notable preocupación-. Buen día, majestad -hizo una reverencia y se marchó.
Estando ya solo, rompió el sello del sobre, sacó su contenido y se dispuso a leerlo. Le tomó poco tiempo para terminarlo, y habiendo hecho eso, soltó un suspiro.
-¡Amigo, no vas a creer que sucedió! -exclamó Mei dando saltos de alegría-. Mi padre está arrepentido de haber actuado de esa forma con ustedes y sintió que el haberme obligado a estar contigo para "enamorarnos" le pareció una pésima idea. Dice que, de quererlo, puedo volver al reino y sugerirle otras formas de alianza. ¿No es eso genial? -dirigió sus ojos al canino azul, y su expresión cambió a una de rareza-. ¿Estás bien?
Le entregó el escrito, Mei lo tomó y lo leyó. Habiendo terminado, volteó a ver a su amigo.
-¿Es una broma?
-Ya sabes cómo es él. Siempre ingenioso.
-No pretenderás que me lo tomé a bien. Esa chica piensa matarte, manipularte, o peor. No podría perdonármelo -expresó molesta la Lopunny.
-Tranquila -contestó calmado el príncipe-, si ella me hace daño, no sabrá a quién se enfrenta.
Dio por concluida la discusión, se dirigió a su cuarto y se cambió de ropa. Su vestimenta era ahora del estilo tradicional de la realeza: pantalones gruesos, camisa blanca y encima de ella otra roja, su pectoral de acero en caso de un atentado, su par de botas que parecían de un país hispanohablante y un par de guantes de cuero. Ya vestido, se dirigió al carruaje y, habiendo Mei y él abordado, se dirigió al centro del reino, donde se daría la reunión con el pueblo. En el mismo tiempo en donde se encontraba cierta Zoroark paseando por ahí, con su cuerpo cubierto con una sábana gruesa.
Tras varios pasos y suspiros de doncellas que deseaban estar con aquél soberano, pudo divisarlo y, después de haberlo visto, cambió su forma; de esta manera se acercó a los guardias, aprovechando que el príncipe fue por algunas cosas que se le habían olvidado.
"Mi oportunidad". Se acercó a donde estaban los guardias, quienes custodiaban con firmeza el escenario en donde daría el discurso. Se acercó, viniendo del punto por donde se habían marchado el Lucario y la Lopunny.
-Ya estoy aquí -dijo estando frente a ellos.
-Eso quisiera. Muéstrate -exigió el guardia de la derecha.
-Como gusten -agradeció que, en ese momento, había alcanzado a ver al príncipe sin la capucha, siendo que éste ya es encontraba cerca de su hogar. Sólo fue cuestión de usar habilidades ajenas, pero esa es otra historia. Se presentó tal y como era su majestad en esos momentos-. ¿Ya no dudan de...?
Sin previo aviso, el guardia de la izquierda la tomó por los hombros, empujándola bruscamente. Esa acción hizo que soltara un quejido de molestia.
-Disculpe majestad, no fue mi intención, pero debe entender que lo hacemos por su bien -con esa respuesta, no le extrañó el por qué había un pasillo bastante ancho, para dos personas máximo, que cubría las escaleras-. Ah, y tome -le entregó todo lo que el príncipe había anotado antes de llegar-, por poco y se le olvida.
-Gracias -dijo en un tono de egocentrismo, lo que extrañó al guardia -. ¿Qué tengo?
-Usted... Nunca ha hablado de esa forma... A menos que la última visita de su padre le haya movido un poco el comportamiento.
-¿Qué? Digo... Tal vez -soltó con una falsa pena leve, aunque por otra parte se podía imaginar una vida así. Había perdido a sus padres, y sabía cómo se sentía.
-Entiendo -se fijó en el reloj mecánico que estaba en medio de la plaza-. ¡Rayos, ya es tarde! ¡Ya no lo distraigo!
Dicho eso, cerró la puerta tras de sí. El sitio estaba algo oscuro, por lo que tuvo que hacer uso de una lámpara de aceite que estaba colgado a su derecha, y empezó a andar. Cuando estaba a punto de salir, apagó el susodicho artefacto y, a paso seguro, salió frente a la mirada de los plebeyos.
Fue recibida, como era de suponer, con los aplausos de todos aquellos que esperaban una solución a los problemas de ese mes. Al principio tuvo algo de nervios, pero rápidamente dejó ese nerviosismo atrás y, ya enfrente de todos, cambió uno de los papeles por el que llevaba consigo.
En medio de todo eso, hubieron tres personajes que llegaron a ser vitales. Un Lucario, una Lopunny... y un extraño. Éste último tenía razones para aparecer y andaba tranquilamente entre los demás, algo curioso dado que podía llamar la atención de cualquiera con esa extraña máscara. Lo raro era que, lejos de eso, nadie se fijaba en él. Es más: nadie sentía su presencia.
-Bueno -dijo para sí mismo, siendo que nadie lo escuchó-, esto será interesante.
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