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Capítulo 1

Erindor, un reino de entre los otros restantes que hay. Hogar de muchas criaturas que conviven juntos y en armonía, donde las discordias no eran frecuentes y había respeto mutuo entre los miembros de cada aldea que conforman el mismo. Cada uno ejercía su oficio con tranquilidad, y la confianza de los habitantes era notoria; parecía que aquello nunca terminaría.

Y eso se podía percibir en todas partes, en todo puesto y hogar. Se sentía muy sereno... Hasta que sucedió algo impensable.

Ocurrió que unos nobles (que eran todo menos eso) rechazaron a un trío de Zoroarks, ya que estos tenían una especie de estigma social respecto a su pasado. Posterior a eso, fueron juzgados por un crimen que cometieron poco después contra aquellos miembros de clase alta; siendo apresados en el momento justo antes de que las cosas se pusieran más feas de lo que ya estaban. El consejo, que acompañaban al príncipe, decretó que toda la especie debía marcharse del reino, por cuanto eran todos culpables ante sus ojos y por ende debían compartir dicho destino. Dicho mandato cambió sus vidas de forma negativa, seguido de una nueva perspectiva hacia el príncipe. Una de odio y rencor.

Al final de ese día, todos los Zoroarks abandonaron el reino, las puertas se cerraron detrás de ellos y se largaron. Su destino no estaba claro, y desconocían qué sería en un futuro cercano; unos cuantos kilómetros después lograron hallar el lugar adecuado para vivir. Y no era de menos: el sitio estaba cerca de un río, por lo que las probabilidades de sobrevivir eran bastante altas. No dudaron en construir sus casas, todas de diversos tipos de madera, para reclamar ese lugar como suyo. Así nació esa pequeña aldea, en medio del vasto bosque; no obstante, no tardaron en encontrarse con varios peligros que típicamente se viven en medio de ambientes como este, el más notorio la existencia de pokémons salvajes, los cuales se dividía en dos: los que podríamos denominar como animales, los de conocemos como tribus indias que no tenían noción alguna del orden y la civilidad, algo que ponía en ventaja a los aldeanos en cuestión de curación de enfermedades y en protección, pero eso no quitaba el hecho de que debían mantenerse alertas con esas tribus; fuera de esos y otros peligros que habían a su alrededor, era un sitio bastante acogedor, permaneciendo ahí desde entonces.

Pasados 4 años después del exilio de la especie, las cosas transcurrían de manera normal, se vivía de la mejor forma posible y lograban hacer labores que mantenían estable su pequeña sociedad. Sin embargo y como era de esperarse, varios miembros comenzaron a cansarse de vivir aislados de los demás y deseando volver al reino, algunos inclusive querían planear un golpe de estado y poner a uno de su especie como gobernante; entre aquellos con anhelos iguales estaba una zoroark, con un destino un tanto peculiar: Sora.

Estaba de camino a su acogedor hogar con su hermano menor, Riku, después de haber pasado el resto del día recogiendo bayas. Su caminata era algo pesada, siendo entendible por lo ya mencionado. Y Riku lo hizo más notorio aún.

—Este trabajo es cada vez más agotador —su constante jadeó parecía uno exagerado.

—No tenemos otra opción, no desde que ellos tuvieron que asistir a esa última guerra que hubo —sosteniendo el cesto lleno de bayas, su expresión mostraba la inconformidad que sentía en aquél momento, y no era para menos. Se podría decir que, antes del exilio, vivía de manera tranquila—. Tenía la esperanza de que pudiéramos llevarnos bien con aquellos que sufrieron las mismas consecuencias que nosotros, y no sé... Hasta podría haber tenido un novio.

—Ja, andas de enamorada, andas de enamorada —esa cancioncita siempre le molestaba a su hermana, por que fue callado con un sape—... Auh.

—No es algo imposible. De hecho, recuerdo que cuando tenías cuatro años estabas enamorado de esa lopunny —Riku, repentinamente, se enrojeció al escuchar lo que decía Sora—. Creo que su nombre era... Reika.

—N-no estaba enamorado —replicó de forma molesta e hiperactiva—, sólo me atraía por cómo se veía y era.

—Eso es estar enamorado, bobo.

—¡¿En serio?! ¡¿Por qué no lo vi así antes?! —reclamó el pequeño, más enojado por no haber entendido nada de eso que por el comentario en sí—. Y no me digas que por ser muy niño en ese entonces.

—No hay otra razón —ya era definitivo: Riku había caído de nuevo en una discusión—, pero si esto te ayuda, hay gente que no entiende lo que es aunque son más... Adultos.

—¿De verdad?

—Ajá. Como tú no lo sabías desde que tenías cuatro años, así también lo hay en edades mayores. Y otros no logran comprender bien ese "sentimiento".

—Oooh... Entonces, no debo por qué sentir pena —dijo aliviado el zorua.

—Por supuesto que no, a menos que llegues a los extremos.

—¿Como cuáles?

—Golpear a tu pareja, no hacerle caso a cosas urgentes, mostrarte frío la mayor parte del tiempo, incluso... Em—dudó en decir la última parte, porque la mentalidad de Riku podría verse dañada a muy pronta edad—...

—Incluso... ¿Qué?

—Lo sabrás cuando seas más grande, jeje —acarició la cabeza de su hermano con algo de nervios, evidentemente no quería arruinarle un pedazo de su niñez.

—¿De acuerdo? —posó sus ojos de nueva cuenta en el camino, lo que en poco tiempo hizo que divisara la aldea—. ¡Ahí está!

—¡Al fin! —exclamó contenta—. ¡Ya estoy cansada de tener que cargar con esto!

A pocos kilómetros de llegar a la entrada de la aldea, su hermano se detuvo en seco. Sora notó eso y se aproximó a su única familia.

—Hey, ¿qué te ocurre? —su tono de voz era el típico de una hermana preocupada, y eso expresaba— ¿Te pasa algo?

—Sora —aunque se trataba de Sora, sabía que ella tenía algo en contra de ese príncipe, y no era de menos: para ellos, él era el responsable directo de todo.

—¿Sí, Riku? —posó su mirada en él.

—¿No crees que... podríamos hablar con... Kane?

Aquella pregunta casi la hizo caerse, y para ella no era cualquier cosa.

—¿Qué... Qué quieres decir?

—Es el único sujeto que ha estado cerca del príncipe Zen —ella rodó los ojos tan escuchar su nombre—, y si no mal recuerdo era nuestro representante...

—Riku, tu idea es absurda —interrumpió la hermana mayor, con un tono de leve molestia.

—¡Pero ni siquiera he terminado! —replicó el menor enfadado.

—Puedo imaginar a dónde querías ir. Y te aseguro que, por más que le ruegue, que se ponga de rodillas, que hasta haga el ridículo, el principito nunca va a acceder a su petición de terminar el exilio de una vez —su hermano se quedaba callado—. Bastante tenemos con que nos haya sacado de ahí para demostrarnos que no va a cambiar su actitud respecto a nosotros.

El silencio se hizo presente entre ambos. Riku, cansado de que su hermana siempre malinterpretara antes de tiempo sus ideas.

—Era nuestro representante, pero también era conocido por ser un gran estratega —ese comentario sorprendió a Sora, y no era para menos—, y aún lo sigue siendo. Pero... Parece que poco o nada les importó, y fueron muy tontos que digamos. Seguro se olvidaron de eso al expulsarlo, así que tenemos una ventaja.

Hasta ese punto, Sora no había tenido ni una pizca de intención de ir a hablar con Zane, aunque se había visto tentada a hacerlo en más de una ocasión. El que Riku le hubiese dicho eso, no hizo más que devolverla a ese viejo deseo, y esa vez era algo que podían aprovechar; sonriendo, le acarició la cabeza a su hermano.

—Tienes mucha razón. Dejarlo con nosotros fue una reverenda estupidez —retomó el camino a su hogar—. Iremos a hablar con él.

El pequeño soltó un suspiro de alegría y satisfacción. Aceleró su paso para estar al lado de ella, pues se había quedado a unos centímetros detrás.

—Sabía que ibas a aceptar —dijo con orgullo de sí mismo—. Sólo tenías que escucharme.

—¿Sabes algo? —el zorua alzó la mirada—. Podría ser que, si algún día sucede, seas un buen gobernante.

—¡Fua! ¿En serio?

—Sí.

El pequeño empezó a dar saltos de entusiasmo, ignorando el que hace unos minutos estaba cansado de tanto caminar. A los lejos, entre las plantas que rodeaban la aldea, un extraño los había estado vigilando desde la oscuridad.

—Vaya que el entusiasmo y la emoción es difícil de contener en un cuerpo joven —dijo en un susurro, cuando los dos ya habían llegado a su casa—. Más que nada por Sora. Su "odio" será de mucha utilidad para llevar a cabo el plan. Creo que sería conveniente hacer una visita.

El extraño se apartó del lugar, yendo a otro sitio, más específicamente al lugar del personaje al que querían visitar.

Se hallaba dentro de su tienda, bastante grande, escribiendo tanto los planes de la próxima reunión semanal, como sus memorias en la aldea. Bien no había acabado, sintió que alguien se había metido. Asomó su cabeza por la entrada, le preguntó a los guardias si alguien había intentado meterse.

—Para nada —respondió el de la derecha—. Nadie ha pasado por aquí.

—Hmm...

—¿Pasa algo, señor? —cuestionó el de la izquierda.

—No es nada. Pensé que algún sujeto se habría colado en lo que no estaba —comentó el propio Zane con una sonrisa de alivio—, me temo que la edad me ha jugado muy duro últimamente.

Sin darles más explicaciones, el líder volvió al interior de la tienda. Regresó con el manojo de hojas y, habiendo terminado lo de la reunión, prosiguió con su registro de todo lo sucedido a lo largo de su vida.

—Creí que me ibas a notar de inmediato —una voz rompió la calma de hace unos momentos.

Por sorprendente que parezca, ni el líder ni los guardias parecieron inmutarse. Sobre todo ellos dos, quienes, como una forma de no escuchar la plática que habría adentro, iniciaron una conversación afuera.

—Vaya. Me toma por sorpresa que hagan de oídos sordos a propósito.

—Ellos saben a qué has venido. Tantas veces has pasado sobre sus narices que ya no se molestan en irrumpir —justificó Zane.

—Y con total razón —el extraño se sentó en el suelo, en forma de loto—, hay algo que debo comunicarte.

Zane, adivinando lo que iba a decir, le hizo la seña para que lo escupiera.

—Alguien te va a visitar. Y es perfecta para comenzar el plan. Uno que, si no mal recuerdo, ayudará a la realeza quedar limpia de sus pecados.

Zane lo vio, sospechando el momento.

—Sólo espero —comentó el Zoroark—, que no le metas mano al príncipe.

Minutos más tarde, cuarenta para ser precisos, Sora solicitó el permiso para entrar, el cual le fue concedido. Yendo al meollo del asunto, Zane no tardó en desarrollar uno. Y se lo contó a la chica.

—Zane, ese plan es genial. Verás que lo haré muy bien.

—Eso espero —contestó el mismo—. Procura que se lleve a cabo de manera correcta.

—¡Sí! —alzó su mano a modo de saludo militar moderno—. ¡No lo defraudaré!

—Confío en esas palabras. Ahora vete, que tengo que checar otras cosas.

Sora se marchó del lugar sonriente. Al fin iba a demostrar lo capaz que era, pero más importante, que su especie era más valiosa de lo que creían.

Su venganza estaba cerca.

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